Cortos 1 Índice Cortos 3

 

 

Fco. Silvera

Félix Morales Prado

Francis Vaz

Ignacio Garzón

Fernando Iwasaki

Javier Jover

José Luna Borge

Juan Drago

Manuel Moya

Marcos Gualda

Arturo Ledrado

Manuel Garrido Palacios

Anónimo

Daniel Salguero Díaz

 

 

Fco. Silvera

EL MUNDO

Desde casa de Regina e Isidro

Cargado de amor, sométese el mundo a la noche. La paz llega en lontananza y la Tierra frunce la horizonte faz repleta de brumas tranquilas. Todo sucede. Transita la luz. En la lejanía suenan músicas cotidianas y un aliento sabroso, terreño y húmedo trasmina de montes distantes y hermosos.
Una madre amamanta a su hijo con leche de piedra; granito blanco y blando cubre la histeria plomiza de un hombre mayor, cansado y muerto. Indiferente, el mundo regolfa en sus sábanas celestes y esconde la cabeza con la tranquilidad de la reparación, el consuelo y la esperanza.
Sopor lento, suave calor, triste el contorno irregular de la arboleda fundida en la oscura laxitud de la sonochada larga, larga; larga. De pronto el alba, el alba rielante de la luna que vence, oronda, sobre la madrugada tierna que es color de un sueño...

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Félix Morales Prado

ILUMINACIÓN

Las notas del Ángelus invadían la casa. Llevado por un impulso irre¬sistible entró en el retrete y se puso a mear al mismo tiempo que un raro bienestar se extendía por todo su ser. Desde el fondo del inodoro se elevó una esfera blanca y luminosa mientras que voces de coros celestiales rozaban sonidos imposibles. La bola hierofánica, detenida un instante infinito en no se sabe qué lugar del espa¬cio, estalló (este verbo es sólo un tosco símil) y un resplandor de espíritu, sabiduría y bondad se hizo uno con el alma y la casa.
Sus discípulos llevaban un pequeño water de hojalata cromada en la so¬lapa. Las iras del Vaticano no se hicieron esperar. En vano adujo que Dios está en todas partes. En vano repuso a los aplausos y risas de los ateos que nunca quiso ser irónico ni sarcástico, que su alma estaba embargada por el más sin¬cero sentimiento religioso y que él era sólo un humilde instrumento del Al¬tísimo.

 

 

RANA

Los misioneros deciden no ir a las misiones en África debido a que no tienen gente, a los peligros del mundo actual, a problemas económicos. Un fraile joven pregunta si los que no han visto nunca leones ni negros tampoco podrán ir. En el lugar de destino, un poblado muy primitivo, el jefe, con taparrabos y plumas, hace comentarios de un alto nivel sobre las ventajas e inconvenientes políticos de la presencia de los misioneros allí. Un arroyuelo pasa cerca de su cabaña. Así me gusta, afirma, el agua muy fría y las mujeres calientes. El agua, en efecto, está muy fría y cristalina. Insectos parecidos a cucarachas (como un híbrido entre cucaracha y grillo) nadan por ella. Aurora da un grito espantada: “¡Qué asco! ¡Cuántas cucarachas!”. Son grillos, corrige el jefe. Pero también tenemos cucarachas por aquí. Son enormes. Mira. Una cucaracha de una cuarta se pega a mi mano. Lucho por quitármela. El reyezuelo me ayuda y no. “¡Me ha picado!”, grito. No pican, no pican, dice. El bicho me ha dejado un pequeño agujero en el dorso de la mano, que empieza a hincharse. Más tarde, la picadura comenzará a adoptar relevantes formas verdes de reptiles que acaban siendo una rana que emerge como un bubón bajo la piel. Es una rana de aspecto sintético y con cara de mala leche. La toco y salta dejando la mano sin hinchazón. La rana se alimenta de agua muy fría con cocacola. Encierra a todos en una habitación, menos a mí que consigo escaparme, y se nutre durante un buen rato junto a una nevera. Tal vez tiene intenciones perversas. Destruir el mundo o algo así.

 

CUENTOS DE “LA YEGUA NOCTURNA”

AGNUS

Soñó que caminaba por un bosque durante horas, hasta que encontró una casita con las ventanas encendidas. Se asomó a una de ellas y vio a un hombre que, triste y lejano, vestido de negro, se estaba comiendo con cuchillo y tenedor a un cordero vivo sobre una bandeja de oro. El cordero tenía vuelta la cabeza hacia el hombre y conversaban:
–Te comeré poquito a poco. No va a dolerte.
–Siempre me duele. Pero mi dolor está en otro sitio que no soy yo.
–Dime dónde está tu dolor o te pincharé en el alma.
–Está mirándonos detrás de la ventana.


ORIENTAL

La viuda de mi hermano dirigió palabras inconvenientes a mi primo, comerciante en sedas. Hemos salido a pasear por la tarde en la que se pierden los caminos. Mi madre habla de un artista adolescente y borracho que prefirió las riquezas a la inspiración. Siento sed. Entramos en la cueva del manantial. Pero está seco porque se lo ha bebido un sapo que vive bajo tierra. Salimos. Nos capturan los traficantes de esclavos. Me llamo Ibrahim. Mi voz suena como la piedra. Y eso significa la huida. Un barco. La patria como un recuerdo doloroso. Caminar por carreteras interminables entre montañas áridas. A lo lejos, un nido mítico y gigante, en el que nacen los unicornios sagrados, corona un monte que da sombra al pueblo que los cabalga. Al principio, me parecieron garzas reales. En la orilla de un lago una muchacha desnuda me enseña el arte de la pesca.

 

CORAZONES

Es un día muy frío de invierno en un pueblo blanco rodeado de montañas. El aire huele a encinas quemadas. Por las calles deambulan hombres con bolsas llenas de corazones. En alguna cima puede vislumbrarse un castillo oscuro que desgarra las nubes. Una muchacha llora en un cuarto anónimo. Encima de su cama, una muñeca que heredó de su madre que la heredó de su abuela… Llaman a la puerta. María se seca las lágrimas. Recorre el pasillo húmedo observada por las viejas fotografías de familia que cuelgan de las paredes. Todos muertos. El gato maúlla y se pierde en las sombras de la cocina. Vuelven a resonar golpes sombríos en la puerta de roble. La casa es grande y se tarda en llegar. María abre. Una mano le ofrece un corazón. Tierno y sangrante. Parece de papel.
-Fríelo en manteca de cabra. Estará bueno frito en manteca de cabra.
El gato remolonea en torno al olor a terciopelo cocido.
María recorre la casa con el corazón frito en un plato de mármol.

PANTUFLA

Me desperté sin saber por qué y vi por la ventana que el cielo estaba echando sangre. Y me dolía por dentro en ningún sitio. La casa estaba silenciosa, llena de miedo; era de noche pero parecía de madrugada o al contrario. Fui a la ventana del oeste y vi a mis dos hermanas que corrían por el camino de la playa. Las perseguía un hombre con un cuchillo; llevaba un sombrero y una capa negros. Salí a la calle. Hacía un frío que daba pena. Yo iba llorando y no podía moverme, no podía correr, como si alguien me agarrara por los tobillos. Gritaba: “¡Hermanitas!, ¡hermanitas!”. Las retamas estaban en flor y por el aire volaban las brujas. Las paredes brillaban. Parecían vivas.
Me metí por el bosque oscuro y caminé por un sendero tan largo que era imposible. Algunas veces era alegre como los colores. Otras, los árboles, enormes, juntaban sus copas y el camino se convertía en un túnel que le decía a mi corazón.
Andando, andando, llegué a una casita que parecía habitada pero no. En el suelo había una pantufla y, encima de una mesa, un gramófono con un disco. Lo puse y salió una voz que dijo: “Aquí han matado a tu hermana y su alma está en la pantufla”. Cogí la zapatilla y en la suela se veía la cara de Alicia. Empecé a llorar y cuando mis lágrimas caían en la babucha ella también lloraba.
Se me apareció el Señor Jesucristo. Iba vestido de marinero y tenía la cara de un amigo mío.


CASAS

La salita donde duerme el mastín da a un pasillo muy largo adornado con cacharros de alumbre. En la primera habitación de la derecha ve a su tío, fallecido en 1881, hablando con un ama. El traje de la mujer está hecho con llaves. No puede oírlos, pero sabe que hablan de él. El pariente muerto baja por unas escaleras. El ama de llaves cruza otra puerta. La sigue, la sabe recorriendo la casa interminable (un laberinto), cuarto tras cuarto, como si la viese desde arriba.
Los sueños están llenos de casas misteriosas. Morir mientras se duerme es perderse para siempre dentro de una de esas casas soñadas. Busca o rehuye (según su estado de ánimo) estas casas cuando está dormido. Si las busca, no aparecen. Si las teme, su sueño se llena de ellas.

BANQUETE

Llegué a una sala de enormes ventanales que daban a occidente. Se servía la cena y en mi lugar, vacío, había una tarjetita con mi nombre. Me senté y saludé a mi vecino, pero estaba dormido. Todos estaban dormi¬dos. Al¬gunos, con la cabeza metida en el plato de sopa. Cogí la tarjeta. En su re¬verso, tenía pegado un trocito de espejo. "Es una cortesía del an¬fitrión" -dijo, sin despertarse, al verme sorprendido, la comensal de la derecha-. "Le encantan" -prosiguió entre ronquidos- "las almejas podridas y las niñas que cantan canciones infantiles como si fueran a morirse". A mi lado, ya recitaba el camarero: "De segundo, señor, tenemos tortilla de gambas o canapé de cadáver". No esperó mi elección. Con el cuchillo empezó a trinchar un ataúd negro rematado en su anverso por una cruz dorada. Me sirvió un trozo, rebosante de gusanos. Sabía a "desespero", a "grito desgarrado", a "esto es imposible". Cerré los ojos, llorando, y los tres abismos salieron, hechos uno, por mi boca convertidos en palabras al desper¬tarme sin saber (aún no lo sé) si estaba despertándome.


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Francis Vaz

ESTABILIDAD

- Tres añños, por Dios, los mismos que mi coche.- Pero esta vez se equivocaron, la criatura era hijo de un batasuno.- ¡¡Quéé máás da! Otra vííctima máás de esta barbarie y esta vez veníían a por míí.- Debe ser angustioso, ¿¿cóómo estáás?- Pues mal. En cuanto el seguro me arregle lo del Mercedes me largo de aquíí.- ¿¿Y quéé haráás?- En el parlamento españñol hay listas en las que encajar, un pueblo al que representar, manifestaciones en las que portemos la fotografíía de mi coche destrozado.

LA BÚSQUEDA

Me equivoqué de estación. El azar hizo posible nuestro encuentro. Luego, actos de planificada entrega a lo largo de los años dieron como resultado un ahogo insoportable. Desde entonces no viajo y, haciéndome el tonto, yerro en todo.

 

 

ESTUDIO DE CONSUMO SOSTENIBLE (REYES MAGOS)

Según las asociaciones feministas los anuncios publicitarios siguen siendo machistas. Siguen saliendo en pantalla niños jugando con balones y niñas jugando con muñecas. Los fabricantes de juguetes aducen que tras un detenido estudio de mercado concluyen que los potenciales compradores de balones son los niños y de muñecas las niñas y que, por ello, dan ese enfoque a sus anuncios. El gobierno determina que para erradicar posturas tan reaccionarias se prohíben tales anuncios y ya que anular las encuestas y estadísticas le llevaría a ejecutar actos políticos a ciegas, deciden restringir la libertad de expresión a los jugueteros, que son pocos y, por supuesto, nada maduros.

 

OCCIDENTE

Ansiaba esa libertad de la que hablaban. Un día halló un resquicio en la cerca que rodeaba su casa y la reparo inmediatamente.

 

MERCADO

La literatura era su vida, decía. Y con disciplina y rigor construyó a lo largo de su vida el personaje que todos esperaban de él.

 

NOMBRES

Carl Marx dormía inquieto en su cama. Soñaba que un ente superior despojaba a los humanos de sus nombres y apellidos y depositaba estos en un saco. Luego agitaba su interior y repartía al azar nombres y apellidos. El sorteo lo nombró Adolf y apellidó Hitler. Al día siguiente se sintió extraño. Como todos los días saludo a su vecino judío al salir de casa y no pudo odiarlo.

EL CUENTO

En esta empresa el factor humano es primordial, sólo con su esfuerzo y comprensión mejoraremos los beneficios y venceremos en la guerra de la competencia.

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Ignacio Garzón

 

ATARDECERES BUCÓLICOS EN EL PARAÍSO.


Adán nada. Eva lo mira. Suspira.

 

SERES POCO PREVISORES.


La luciérnaga cerró los ojos con desesperación. Había olvidado comprar las pilas.

 

SERES QUE SE DEJAN ENGAÑAR POR LAS APARIENCIAS.


Refunfuñó entre dientes la golondrina. El castañazo contra el cristal había sido más fuerte que de costumbre.

 

LAS PEQUEÑAS MORALEJAS.


El vidrio saltó en pedazos. Maldita puntería. Tendré que tirar el tirachinas.

 

ANTIPATÍA.


Me dijo que iba a aprender papiroflexia. No especificó que me utilizaría como folio.

 

DESABENENCIAS CLIMATOLÓÓGICAS.


El viento aullaba. No había quien saliera así a la calle con la peluca puesta.

 

DESCENDENCIA.


La esposa de Poli Femo dio a luz a un niño. Lo llamaron Blas.

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FERNANDO IWASAKI

 

 

DÍA DE DIFUNTOS

 

Cuando llegué al tanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.

-Pero mamá, tú estás muerta.

-Tú también, mi niño.

Y nos abrazamos desconsolados.

 

 

FIDELIDAD

 

El perro iba detrás del cortejo, cabizbajo y con el rabo entre las piernas, como un huérfano más detrás del ataúd de su dueño. Durante el entierro sus ojos parecían arrasados de lágrimas, y cuando los deudos se fueron se acurrucó al pie de la tumba, donde aulló toda la noche. Al sexto día la policía tuvo que rematarlo a tiros. Los cadáveres de los niños le encantaban.

 

 

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JAVIER JOVER

 

 

Ignoraba Que soñaba y despertó ya muerto.

 

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José Luna Borge

 

 

Historias menudas

 

Antes de acostarse miró por la ventana y contempló cómo la historia de su vida le arrastraba hacia un pasado en el que no lograba reconocerse.

 

*

 

Desde la muerte de su hijo a Teresa le cambió la expresión de la cara. Una sombra inabarcable se dibujó en sus ojos. Fue entonces cuando cogió la costumbre de ir diariamente al cementerio; sólo le consolaba la charla silenciosa con los muertos.

 

*

 

Miraba la tierra y la cogía en sus manos cuarteadas al comenzar la labor. Sabía que aquellos granos secos y pobres guardaban el secreto de la vida; nunca necesitó nada más.

 

*

 

 

Sus ojos melancólicos se escondían tras los visillos de la tarde. Zurciendo la ropa veía cómo se iba marchando su vida tras los cristales.

 

*

 

 

Desde aquella buhardilla veíamos, felices, el curso de las estaciones. Pensábamos entonces que siempre iba a ser así.

 

*

 

 

Con las manos en los bolsillos se perdió tras una sombra. Recorrió caminos y ciudades hasta quedar sin aliento. Las crónicas cuentan el resto de una historia de desgracia, gastada y sin esperanza.

 

*

 

 

Hay una cabina telefónica en un perdido rincón de la costa desde la que un desesperado envía mensajes diarios que nadie escucha. Corre después al acantilado cercano, se sienta en la roca más alta y grita esos mensajes para que el viento y las olas los lleven a playas lejanas.

 

*

 

En la vieja biblioteca de provincias quedaron grabadas unas iniciales sobre el tablero de una de sus mesas. Otros estudiantes habrán reparado en aquellos gastados garabatos; quizás alguno haya podido descifrar su oscura y tierna historia de fracaso.

 

*

 

 

Llovía en la ciudad extraña, revisitada tras largos años de ausencia. El viajero se detiene en la noche bajo un anodino balcón. Con el agua en los ojos reconoce aquella ventana antigua y se queda parado ante su propia verdad. Recorre en silencio sus ciegos cristales y escucha de nuevo viejas y queridas confidencias. Más tarde la lluvia lo acompaña despacio hasta el hotel.

 

*

 

 

Quemó la vida buscando remites de los que se cansaba con demasiada impaciencia. Bajo la enseña de “Ni me rindo ni me acomodo” persiguió quimeras más allá de toda temeridad. En su puerta colgó espigas por si la suerte pasaba algún día… y encontró un hueco donde quedó entornado con la expresión del niño que siempre fue.

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Juan Drago

 

La palabra sendero

 

La palabra sendero es una llave que abre todos los territorios posibles de mi recuerdo, incluso los de mi imaginación. En cada hombre, la palabra sendero es una apertura, una llamada, atendida o no. Hay veces que interiorizo la sensación de caminar por medio de la espesura sólo con nombrar, dejar que mi frente baje al borde de los dedos un hilo de signos, un reguero de hormigas hecho para otros ojos, unos sones oscuros que sólo unas bocas reconocerán. Uno no necesita nombrar la palabra sendero para saber que en el ariete de la voz un regato mensajero de la lluvia recorrerá lo preciso para dibujar en la arena de un instante una sola jornada de un sólo caminante. Todo sendero termina donde empieza otro. Hay hombres que anudan sus pisadas frescas donde otro dejó de caminar para ser estatua, así cree el hombre ir más lejos, más al final de los sueños más últimos. He oído decir que hay un camino sin nombre que no tiene fin, del que nadie conoce su principio. Me consuela saber que pueda existir sin mí.

 

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MANUEL MOYA

ESBIRROS

 

El hombre que cada noche duerme en el portal, hoy lo he sabido, no es más que un contratado del ayuntamiento. Rodeado de cartones, de un escobón, de un carrito construido a base de despojos y apestando como una bodega, ese tipo no es más que un maldito contratado gracias a las oscuras ordenanzas municipales. ¿Merezco algo así? ¿Por qué nos trata como a imbéciles el ayuntamiento? ¿Creían que no me iba a acabar enterando? Todo, todo encaja. A mí no me la dan. Puedo parecer estúpido, pero a mí no me la dan. El ayuntamiento contrata a esos tipos para que sepamos qué es lo que nos ocurriría de no levantarnos cuando es todavía de noche, de no coger el metro cada mañana y aguantar durante ocho horas las trágalas del jefe de taller, de no volver ya oscurecido al lugar donde nos está esperando el hombre que apesta como una bodega, fiel esbirro, ya digo, del ayuntamiento. Entonces, sorteamos como podemos al tipejo, esperamos el ascensor, llegamos derrumbados a casa, besamos a la niña que está haciendo los deberes en su cuarto, ponemos el despertador a las seis y media y comenzamos a soñar en el adosado ese de la zona residencial con vallas electrificadas para que no se cuelen los malditos esbirros del ayuntamiento.

 

EL OSO POLAR

Es terrible, terrible: un oso polar viene cada noche a poseerme. Yo lo dejo hacer, lo dejo hacer de puro miedo y si hasta ahora no he gritado ha sido para que no acabe por descuartizarme. Llevo dos años así y creo que ya no podré aguantarlo más. Un día de estos pondré un cepo de osos a la entrada, pero si no funciona, te lo juro, informaré al director, ¿me está oyendo, Padre Ignacio?

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Marcos Gualda
msgualda@ono.com

TE MATARÉ GRATIS

Mañana saldré a matarte. Meta y ponga mi carro a ciento setenta nomás. Ebrio de serpentina y papel picado, el matasuegras de estilete, pavoneadas las neuronas, inflamada de grados la testa, las fosas niqueladas, regado en corbata y colonia, el regüeldo a mazapán y a turrón, aceptado el riesgo, sobrevalorados mis reflejos.

Mañana llegaré escondido como un rey mago fraudulento. Ayudaré a elevar el coste sanitario y social de Cacúa. Daré de alta una nueva pensión de viudedad, triste como el último paseo del último poni triste. No servirá el ABS ni el cinturón de seguridad de tu buga ventajosamente financiado. Para entonces ya me pesará la vista como una lápida bruta, mis ojos parpadearán como la crisis de un epiléptico, me zumbarán los oídos como si desguazaran automóviles en el cráneo, sentiré dormidos como hormigas los pies y los brazos, no controlaré distancias ni velocidad, taradas mi atención y mi capacidad de reacción.

Mañana te currarás la guardia. Conducirás frugal y sobrio, consolado con la guita a cambio de no cenar en el keli con tu camada y la puta pandereta. Escucharás los cohetes besar el ozono. Recordarás la humedad de tu primer beso.

Mañana sorprenderás mi relax. Tu luz cegará mis nervios sensibles. Invadiré tu carril. Te arrojarás al charco del arcén para esquivarme. Te comerá un árbol duro y sin guirnaldas. Te emborracharán las sirenas desafinadas, esnifarás tu sangre rota. Como a una hojaldrina, te desmenuzaré antes de que lo hubiese hecho un cáncer. Mi penúltimo cava cavará tu cávea fúnebre. Ahora descansa. Eso será mañana. Mañana, mañana te mataré gratis.

 

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ARTURO LEDRADO

 

PREMEDITACIÓN Y ALEVOSÍA

 

 

Cuando salió del bar, llovía copiosamente. Sonrió. Al menos hoy al llegar a casa podrá anotar eu su diario dos hechos. E1 primero -a título informativo-, la sorpresiva lluvia. (Ciertos meteoros dan mucho de sí: los reflejos sobre el asfalto mojado; el ruido de los canalones; las carreras de los transeúntes en busca de un taxi; el mendigo de la Plaza de Santa Ana, cubierto con un plástico transparente). Nada como la lluvia para exaltar la metáfora.

La segunda anotación, escrita por supuesto, requerirá para su redacción un tacto especial y no más de cinco o seis palabras. Los detalles habrán de recuperarlos otros. A é1 le basta con marcar el suceso: “esta tarde he asesinado a Laura”

Después, una cena ligera y un libro.

Sonrió mientras bajaba muy despacio la escalera del aparcamiento.

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Manuel Garrido Palacios

 

SOLEDAD*

 

Me estalla la cabeza con esta tormenta. Peor el torbellino que me bulle que el que nos cerca. Junto al anafre, con mi cazo de café gastado a sorbos, sólo soy lo que Dios disponga. ¿Y tú, perro sin nombre, de dónde vienes, de quién eres? ¿Por qué no huyes si van a caer los muros con ambos dentro? El resplandor de la llama es la luz que poseo frente a las arcadas del cielo furioso, y el calor de mis pies no aliviará tu miedo al ver cómo braman las olas por regresar mar adentro sin presa aún. No entiendo tu presencia. No eres mío y me guardas; no sé tu nombre y acudes a mi gesto; barruntas el peligro y te me quedas a compartirlo en esta casa poblada de ausencias. Sólo desesperas cuando me sientes hablar con alguien a quien no ves. Y yo no sé cómo decirte que eso es la soledad.

* De Noche de Perros. Calima. Ed. Palma 2005

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Anónimo

Pasarela Cibeles

Propuestas tentadoras para el otoño-invierno que viene, ¿te lo vas a perder?

Nota: encontrado en cualquier página web.

 

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Daniel Salguero Díaz

 

El ángel caído

En su sueño, el ángel era un simple mortal que despertaba y no podía recordar lo que había soñado.

Laodamia

 

¿Qué serías capaz de hacer por mí?

Caminar caminar sobre las aguas oscuras hundirme entre los cuerpos que se retuercen desesperados al paso del barquero olvidarlo todo y pese a todo pronunciar tu nombre

¿Me deseas? ¿Me amas? ¿Qué estarías dispuesto a hacer por mí? ¡Vamos! ¡Dímelo! Quiero que me lo susurres al oído

Desconectar el móvil negar la luz del día que ya viene a separarnos arañar la sombra de las paredes hasta que sangre el alma de la aurora llegar tarde al trabajo

¡Laodamia! ¿Qué nombre es ése? Ella sonríe antes de contestar. Mi padre lo leyó en algún libro. Ahora se levanta de la cama, bosteza, arquea su cuerpo, coge mi camiseta y se viste con ella, dejando solamente sus piernas desnudas. Mi padre era un tarado. Estaba obsesionado con la mitología griega. Entonces es griego, ¿no?... El nombre, digo. Sí, eso creo, aunque la verdad que bien poco me importa. Es un nombre que no me gusta nada, pero no puedo renunciar a él. Sería como negar mi identidad. Lo entiendo. Laodamia busca entre sus cosas y encuentra papelinas, tabaco, un mechero y una bolsita con maría. Se sienta de nuevo junto a mí, en la cama, y comienza la tarea de hacer el porro. El mecanismo del Universo por un instante (sólo por un instante) movido por sus ágiles dedos, la papelina que sostiene en su interior el amor, el odio, la ternura, el olvido… el pilar de las horas moldeado por sus yemas de mujer griega, la sombra de Pólux esperando pacientemente el relevo en los límites del no-ser.

¿Sabes Laodamia? Me da miedo pensar que todo esto no es más que un sueño y que al despertar tú dejarás de existir. Ella vuelve a sonreír. Me mira con cautivadora malicia. Ha terminado de hacer el porro y lo enciende. Da una calada y me lo pasa. ¿No te has parado a pensar que quizás seas tú el que deje de existir cuando yo despierte?

El humo sale de mi boca. El humo eleva columnas que sostienen un templo inexistente. Entre ellas, Protesilao espera el término de su plazo. Me mira con las vacías cuencas de sus ojos y me siento solo, vulnerable, indefenso ante la llegada del amanecer.

El gemido de placer la caída volver al reino de la oscuridad el relinchar de los dorados caballos que anuncian el día la caricia, el abrazo, la suave voz de Laodamia que suspira plácidamente en mi oído

¡Dímelo! ¿Qué harías? ¿Qué serías capaz de hacer por mí?

No lo sé caminar caminar sobre las aguas desconectar el móvil llegar tarde al trabajo dejar de existir y sin embargo pronunciar tu nombre

 

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