La Mancha Roja

Siglo XIV. Aún se oyen los ecos del dolor que los hombres sufrieron cuando en esta pradera, soleado verde mar de heno y hierba frondosa, los soldados del Duque de Castilla tiñeron sus espadas de rojo; aún perdura en las raíces de aquellas que fueron jóvenes flores la grieta roja que abrieron las flechas. Muchos, muchos años habrán de pasar para que no éste sino todos los lugares arrasados consigan borrar su mancha roja. Sigo recostado en mi lecho de paja, pensando, meditando, rezando... levitando, si cabe, en mi nebulosa mente. Sigo inmóvil ante la monstruosidad de aquellas llamas devorando ansiosas las vigas de los cortijos de aquellos desdichados. Sigo robando al olvido recuerdos que no he de olvidar; sigo buscando en los libros páginas que me puedan explicar, y pongo a mi Dios por testigo que no hallo tales respuestas, que no soy yo quien no las busca sino ellas que no se dejan encontrar. Todavía me cuesta dormir, aun me ciegan los resplandores del acero forjado, aún me quiebran los huesos los sonidos de las flechas mordiendo la carne inocente. Pesadilla, horror, miedo, terror... compasión. Pero me enorgullezco de seguir vivo, incluso cargando con la culpa de no hacer nada, porque que un hombre bueno no haga nada ya es algo malo; me enorgullezco, ¿de qué?, quizás para afrontar el dolor de no haber evitado la matanza; quizás para seguir mintiéndome. - Pasos!, ya vienen, llaman a la puerta, ¿serán los demonios del más ardiente infierno que se me llevan para siempre? Vivo en agonía, eterna culpabilidad que roza el gélido beso de la muerte a la que más temprano que tarde estoy condenado. ¿Serán quizás las perturbadas almas de las víctimas que no supe salvar? Sí, ellas son, me persiguen, agonía, llanto, desesperación es demasiado poco..., remordimiento. Corro, escapo, aún oigo sus pesados pasos arrastrando cadenas detrás de mí. ¿Cuánto sufrimiento pude haber evitado? ¿Hasta cuando podré seguir resistiendo? ¿Cuándo dejaré de olvidar el inevitable pasado del que, a mi pesar, es imposible la huida? No creo que mis trémulas manos accedan a empuñar jamás un arma. No, no lo creo. Pero no debo derrumbarme, incluso así puedo resistir, aún tengo a Leonor, mi amada; sí, es mía, ¡Dios, no te la lleves! ¡Aún no! Déjame al menos una salida, su vientre que tantas veces acogió mi cabeza, sus oídos a los que abrumé contándoles mis penas ¡Deja al menos su boca que daría mi vida por besar! Déjame al menos su alma, su ser, su espacio, círculos viciosos por donde aún deambulo enamorado. Ahora corren tras mí los lobos de la desesperación. ¿Estará bien todavía? ¿Corrió la misma suerte que las almas en pena que condené a la muerte? Solo debo ir allí, lo sabré, me quedaré tranquilo, ¡no! ¿Y si estuviera muerta? Para vengarse por mi rebeldía, no me mató a mí, la mató a ella, ¿Por qué? ¿Y tan grave fue? ¿Es la muerte de lo que más he amado mi castigo? Mi castigo que aún no está cumplido. Debo morir, el cuándo y el cómo ya no importan, es mi fatal destino el que me ata condenado a vivir en una lóbrega celda hasta que desfallezca y las ratas se ceben con mis miembros corrompidos por la maldad. Esta noche va a ser muy larga, o no. ¿Acaso debo acabar con mi vida? ¿No lo hicieron así los grandes de la Historia? ¿Qué otra prueba de arrepentimiento puedo dar a Dios? Ninguna. La brisa de la madrugada besa mi cara al abrir el pesado ventanal. Joven pero caída se encuentra una única hoja aún verde del olivo. Mi pierna se mueve por inercia, voy a dar un salto, el salto, mi último salto... ¡Qué más da, antes o después a todos nos espera la mancha roja! Tal vez fue el deseo o su voz ardiente y dorada la que me detuvo, la que alzó mi cansada vista como un presentimiento, fuera lo que fuese vi luz en la oscuridad, y ella me llamaba. Desde que intuí su trémula súplica hasta que al fin bajé del ventanal transcurrieron segundos que me parecieron horas, instantes mágicos y eternos. Cuando la miro, mi corazón palpita leve y ausente, y mi respiración se ralentiza. Jamás me separé de ella. Aún sigo dándole gracias a Dios porque me ha permitido comprender que, sobre todo dolor, el amor sigue siendo un milagro.

Fernando Gahete

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