LA TERTULIA DE LAS CACATÚAS

Hace ahora venticinco años en que yo, Agapito Arlandis, acudí por primera vez a una tertulia poética que tenía su sede en el ya desaparecido Café Deportes, justo al lado de la ya también desaparecida tienda de ultramarinos La Ponedora.
Una de las razones por las que decidí acudir fue la de dudar de mi identidad. No sabía yo muy bien qué clase de pájaro era. Aunque el nido donde había nacido y donde había sido alimentado fuera de mirlos, ni mi plumaje ni mis trinos se parecían en nada a los de mis progenitores. Tampoco sabía cuál podía ser el origen de mi melancolía. Ya saben: la historia del mirlo blanco.
Con la esperanza de que esas dudas se desvanecieran un aciago martes de mil novecientos setenta y tres me presenté en aquella tertulia. Ya en la primera reunión mi entusiasmo comenzó a tambalearse. Nada tenía que objetar al recibimiento que me dispensaron los tertulianos. Sólo quizá un punto de exceso en su amabilidad que duró justo y únicamente lo que duraron las presentaciones porque enseguida se pusieron a cacarear sobre lo humano y lo divino con tal pasión que no volvieron a darse cuenta de que yo estaba allí.
Sudaban, daban puñetazos en la mesa para reforzar sus opiniones sobre cualquier nimiedad, babeaban, agitaban sus plumas en signos desafiantes...
El anonimato en que su frenesí me dejó me permitió ir observando tranquilamente y uno por uno a los miembros que formaban la famosilla tertulia del Café Deportes:
El más joven, que andaría cerca de los cuarenta, lucía en su rostro y en su cuerpo las cicatrices de la esquizofrenia e interrumpía a los otros de cuando en cuando con preguntas, opiniones o reflexiones que nada tenían que ver con lo que se estaba discutiendo. La sorpresa de sus intervenciones creaba algunos silencios que se agradecían: "¿sabéis lo que significa "talego"? Y ¿"dabuten"?.. T' "El año pasado una noche desenterré el cadáver de una mujer en el cementerio de Bercianos de Aliste. Yo sabía que la habían amortajado con un calcetín de lana y otro de nylon. Y ¿sabéis lo que descubrí ... ? Pues que el de lana estaba íntegro sobre el fémur de su pierna derecha y del de nylon no había ni rastro. La naturaleza respeta lo natural mientras que lo artificial lo destruye sin compasión. Por eso, desde aquel día -puso los pies sobre la mesa y se remangó las patas de sus pantalones- llevo siempre un calcetín de lana y otro de nylon para ver si en los seres vivos ocurre lo mismo." Después añadió: "Hay que inventar un tractor cuyas ruedas y cuyos arados vayan por el aire para que no le hagan daño a la tierra". "Tope guay..." "¿Sabéis lo que significa tope guay?
Yo, Agapito Arlandis, alucinaba en estéreo, porque además los calcetines que nos mostraba tenían uno el color rojo chillón de las amapolas y otro el verdeazulado de los moscardones. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que aquel buen hombre intentaba hacer allí su particular terapia de grupo. Me ayudó en esa deducción el hecho de que los otros contertulios le siguieran la corriente muy serios y como si aquello fuese lo más normal del mundo.
No obstante, lo que me resultó más gracioso, hasta el punto de que tuve que ocultar la risa que pugnaba por salir de mi pecho, fue ver que, mientras hablaba, no paraba de rascarse su más que incipiente calva con un bolígrafo bic desencapuchado. De modo y manera que rayones y "burratajos" negros se iban apoderando de la piel de su "loncha" hasta hacerla parecer una lámina más del test de Rochard.
Había otro al que llamaban Gepeto que era idéntico en su físico al personaje del cuento en la versión Disney y al que todos tomaban como interlocutor:
-Y tú, Gepeto ¿qué opinas?
Él sonreía beatíficamente a todo el mundo y para todo el mundo su respuesta era siempre la lectura de un fragmento de algún horrible poema suyo que buscaba entre un montón de "Hojas de mi parroquia" y de "Boletines del Ateneo" de los que era socio honorífico. La lectura iba precedida automáticamente de la fecha y los detalles de las circunstancias por las que habían llegado a ser publicados y yo, ~por más que me esforzaba, no logré deducir en ningún caso la relación entre las preguntas y él contenido de los fragmentos con los que nos regalaba el oído el tal Gepeto. Su edad incalculable.
Item más: había otro contertulio cuyas extremidades, incluidas su inclinada cabeza y su lengua, tenían un constante temblor y cuyo nombre y apellido coincidían con los de un afamado vate de Madrid.
-¿Qué ... ? ¿Cómo va lo tuyo, Carlitos ... ?
Lo de Carlitos era una denuncia que había interpuesto contra el afamado vate ante la Asociación de Autores porque un no menos afamado crítico había incluido en la bibliografía del de Madrid los títulos de los libros que a Carlitos le habían costado en su autoedición sudores de tinta, de lágrimas y de dinero. De edad no hablemos,
La pregunta y la respuesta se repitieron hasta tres veces debido a la sordera de más de uno de los allí presentes.
Item más: otro correligionario de la autoedición y de la misma quinta que Carlitos -que nadie piense que tengo algo contra la vejez- cuya cara en nada se diferenciaba de la del muñeco del anuncio de Netol y cuyo cuerpo en muy poco del muñeco de Michelín a causa de los corticoides que estaba tomando, tenía valor para llevar a diario ejemplares de sus libros en una carretilla desde su casa hasta los aledaños de la Plaza Mayor donde se pasaba los días en feria permanente y vendiéndolos a los turistas con dedicatoria particular.
Unos años más tarde yo, Agapito Arlandis, tuve ocasión de comprobar con mis asombrados ojos que algún funcionario del Ayuntamiento de la ciudad lo había incluido con muy buen criterio, como un monumento más, en la guía turística local.
Item más: a mí derecha se sentaba una venerable cacatúa obesa -pero obesa obesa- que era la única mujer presente -lo del 25 % estaba todavía lejanísimo- y que parecía la hermana mayor de Monserrat Caballé no sólo por su abundancia de carnes sino porque a cada rato, y sin el menor motivo aparente, explotaba en borbotones de carcajadas tan saludables como las de la diva. Allí me enteré que algunas de las prendas que usaba se las hacía el mismo sastre que a Demis Russos.
Y junto a ella había un médico psiquiatra y poeta vinculado que confesó haberse tomado desde el primer día en que comenzara en su profesión todos los medicamentos que recetaba a sus pacientes para experimentar en su propia carne los efectos de tales drogas. Su aspecto era deplorable.
Bueno, para qué seguir, el resto de los componentes de aquella tertulia, que en número serían cuatro o cinco más, no mejoraban en nada a los repasados anteriormente ni en edad ni en dignidad ni en gobierno,
Ahora bien, en la conversación y en los gustos, si exceptuamos al pobre majara esquizofrénico, eran todos exquisitos y sublimes. Yo, Agapito Arlandis, tuve ocasión de comprobarlo en aquella primera sesión puesto que animado por haber logrado vencer mí timidez y por el establecimiento de comparaciones, cuando le pedí al camarero una copita de orujo y una tapita de riñones, sentí sobre mis huesos las punzadas sulfúreas de sus miradas. Y todos los comentarios que hicieron con respecto a mí paladar podrían resumirse en "¡qué vulgar! Enseguida se animaron y relacionaron el paladar con las aficiones poéticas:
- ¡Un aspirante a poeta comiendo riñones y bebiendo orujo! ¿Cuándo se ha visto eso? Te augurarnos que, si sigues así, no llegarás muy lejos.
Y si por esos gustos, admitiendo que algo vulgares, me echaron tal reprimenda, no quiero ni contar lo que salió de sus bocas cuando le pregunté al camarero cómo iba el partido entre el Real Madrid y el Partizán de Belgrado.
Allí ya hubo rasgar de vestiduras y llantos y crujires de dientes.
Menos mal que el camarero se solidarizó conmigo y tras un guiño cómplice puso el volumen del televisor a toda hostia.
Y, cuando fui a pagarle, me dijo:
-¿Cómo puedes aguantar a esos "pringaos"? Si están todos majaras y el más joven tiene más años que Matusalem...
Me disculpé:
- No, si yo es la primera vez que vengo...
- Pues que sea la última. Tú solo, puedes venir cuando quieras. Pero estas cacatúas ni solas ni en cofradía. Esos no vuelven a pisar aquí como que me llamo Ramón. Se pasan toda la santa tarde ahí sentadazos con una puta tónica. Y luego, venga vasos de agua, venga vasos de agua... Yo tengo un negocio, no una casa del Auxilio Social.
Sólo acudí una vez más a la tertulia de las cacatúas y fue la primera que en la Casa de la Juventud se celebró. ( A nadie a estas alturas podrá ocultársele la paradoja).

En lo tocante al desarrollo, si no una copia idéntica, fue bastante parecido al de la anterior. Pero la pasión, el frenesí y el calor que los contertulios ponían en las discusiones, como si se tratara del descubrimiento de un nuevo mundo, y mi boquiabierto alelamiento en la observación de sus obtusas y deformes razones hicieron que nadie se diera cuenta de la hora fijada para el final de la sesión. Así que de repente se apagaron todas las luces, incluidas las intelectuales, y la más absoluta y tétrica oscuridad se apoderó del recinto y de las mentes de quienes allí nos encontrábamos.
Al capullo del conserje que era sindicalista por r intereses muy personales, le dio por pensar que lo de avisarnos no entraba en sus obligaciones y nos dejó encerrados sin más aviso que el apagón de luces.
Nos encontrábamos en el último piso, que era el tercero, de la mentada Casa de la Juventud y una verja de hierro instalada al principio o al final de las escaleras, según se mire, impedía cualquier acceso a las puertas de cristal de la calle donde fácilmente hubiéramos podido pedir ayuda. Y la socorrida llamada de teléfono, aunque se nos ocurrió, era inviable. No había puerta en todo el edificio que no estuviera cerrada a cal y canto, excepto la de la habitación en la que había transcurrido la reunión de iluminados y que en esos momentos ya no iluminaba nada.

La única luz que teníamos era la de mí mechero que por suerte estaba casi lleno de gas. Después de discutir las posibilidades sobre qué hacer o no hacer y de dar retóricas vueltas a imposibles soluciones, abrí una de las ventanas del pasillo y vi que en uno de los tejados de las casas colindantes había una buhardilla con luz. Y convencí a la que desde aquel momento se convirtió en mi tropa fiel de que esa era nuestra única salida: trepar por los tejados hasta alcanzar la luz de la buhardilla.
Aunque estaba seguro de las dificultades que entrañaría el trasladar a aquella desvencijada y desmoralizada tropa hasta allí, nunca pensé que pudiera convertirse en una hazaña casi insuperable. Y eso que hasta cité el "ibant oscuri sola sub nocte..." de Virgilio, pero ni por esas. Tres tenían vértigo, dos claustrofobia, uno artrosis, otro artritis, otro, según su propia expresión "los huesos hechos fosfatina", otro, que se peinaba para arriba los cuatro pelos que le quedaban, temía que el aire le dejara al descubierto su mal disimulada calva, al majara y al psiquiatra hubo que convencerlos de que, aunque supieran volar , era mejor que no lo intentaran y la Montse, que para más inri se llamaba Montse, perdió la parte de arriba de la dentadura y hasta que la encontré asomando por debajo de uno de los innumerables trozos de teja, porque en aquella senda de elefantes no había quedado teja sana, pasó todo el tiempo que tardó en consumirse el gas de mi mechero...
Menos mal que los habitantes de la buhardilla fueron el colmo de la amabilidad. Nos abrieron la ventana sin resistencia alguna, atendieron y consolaron con solícitas palabras de ánimo, con tilas, manzanillas y poleos al maltrecho ejército de deshollinadores chinchíbirín en que nos habíamos convertido, quemaron azúcar para disipar el insoportable olor que emanaba de quien se hubiera zurrado y nos dejaron su cuarto de baño para asearnos un poco. Salimos de su casa con mucho agradecimiento y tomarnos el ascensor para ganar la libertad de la calle. Una vez en ella, algunos de los contertulios, ya recuperados de síncopes, vahídos, fobias difusas y otra suerte de ataques, querían aprovechar la ocasión para estrechar sus lazos de amistad en un local nocturno. Pero la Montse, convertida en pitonisa, exclamó:
- "A la puerta de Tomasa/ había una brasa /que decía/ cada uno pa su casa/'
A mí, Agapito Arladis, no me quedaron ganas de volver a oír hablar de tertulias y, aunque seguía sin saber qué clase de pájaro era o cuál fuera el origen de mi melancolía, preferí intentar la búsqueda por otros can-finos.


POR CULPA DE UN MIEMBRO VIRIL

Doña Mariluz es una gata talludita y, aunque está casada, tiene el físico ajado de una solterona dulce, como con mucho olor a tarros de mermelada casera, Ese olor les gusta mucho a los niños. Doña Mariluz lleva ejerciendo de maestra nacional -porque ella todavía es maestra nacional- unos once trienios. Rondará los cincuenta. Y le costó mucho en su día aprobar la carrera. No sé si es por eso por lo que está chapada a la antigua. Mucha religión y poca pedagogía. Todos los días al empezar las clases hace rezar a los niños y, como remate de las oraciones, les hace depositar y soplar un beso sobre sus manos de angelitos o de pequeños demonios -según los casos- para el crucifijo que saca de su pecho y coloca encima de la mesa estampándole sus labios carnosos y sonoros. Todo esto después de haberle pasado suavemente, dulcemente, parsimoniosamente una gamuza amarilla por todos los rincones de su cuerpo de plata. A continuación de los besos vienen las preces: por mi primo que está en el hospital .. por mi tío el cura que le dio una apoplegía... por mi hermano el ateo para que no se condene ... Rara es la petición que no pasa por algún miembro de su familia.Y los niños contestan mecánicamente: te rogamos, señor. Todos los días, antes de salir al recreo, Doña Mariluz vuelve a rezar con los nmos. Y todos los días, antes de salir de la escuela, entona con los niños algún canto de acción de gracias. Y el tiempo que va entre un rezo y otro rezo, entre una prez y un canto, Doña Mariluz les dice: A ver, niños, hasta cuántas sabéis contar. Y los niños con su lengua de trapo: uno, tes, cuato, siete, ventidós, catorce, nueve.. 0 vamos a jugar a enlazar palabras que ese juego sé yo que os gusta mucho. A ver, primero Toffin que diga la primera palabra que se le ocurra y luego seguís los demás. Doña Mariluz va apuntando las palabras en la pizarra con su letra redondona, De vez en cuando detiene la enumeración para leer: reloj, persiana, calendario, ombligo.. Y,, entonces la gatita se ríe como un caballo y se le pone cara de caballo. Los niños no aprenden nada. Los niños se aburren como ostras. Sólo alguna vez se divierten.
Hoy por la mañana la enumeración era temática. Había que decir nombres de pájaros y después de el gorrión, la cigüeña, la paloma, el canario, Toñín, que no se había enterado de qué iban, dijo: "el tractor"... Aquello fue la hilaridad. Y Doña Mariluz con sus pocas luces tuvo que enfadarse mucho para restablecer el orden y les llamó pequeños demonios. Y al final ya sólo se oían los jipíos de Toñín que se había puesto a llorar como un desconsolado por haber metido la pata y que no encontraba consuelo porque todos los niños se pusieron a gritarle: llórito manteles un duro me debes que -dicho sea de paso - era una de las enseñanzas más profundas que Doña Mariluz les había sabido transmitir.
Doña Mariluz nunca olvida las fechas señaladas y aborda a sus discípulos: Niños, ya sabéis que se acerca mi cumpleaños y tenéis que hacerle un regalito a la seño. Tenéis que ser generosos como S. Martín que le dio su capa a un pobre porque tiritaba de frío. Cada uno en la medida de sus posibilidades. No tienen por qué ser regalos caros. Lo importante es el detalle.
Sus compañeros dicen que la gatita Doña Mariluz tiene más jeta que todo Guijuelo.
Cuando Doña Mariluz empezó a ejercer, era maestra y virgen con deseos de ser mártir. Ahora, después de un año de noviazgo y dos de matrimonio, es maestra y virgen con algo de mártir. Se casó con un veterinario que se llama Don Josernaría que tiene pinta de gorila-bulldog y una mano especialísima para la inseminación artificial de las vacas.
Desde que se casó, Doña Mariluz arde en deseos de ser madre. Pero sólo hace tres meses que acude a la consulta del médico de cabecera para buscar una solución a su problema. En todas las visitas la acompaña su marido que todavía no ha abierto el pico, Sólo de cuando en vez enrojece y se le pone la cara como un pimiento de piquillo.
En la primera consulta, al ser interrogada por el médico, Doña Mariluz dijo: Nos conocimos tarde. Nos quisimos mucho. Nos casamos .. Pero yo, después de dos años de matrimonio, sigo siendo virgen. ¿Qué le parece a usted? Tengo muchas cosquillas -una cosa exagerada- y cuando Josemari se me acerca con el miembro viril (aquí Josemari enrojeció) yo no me aguanto. No puedo aguantarme. Y chillo y me río y me alejo de él, Algunas veces he tenido que tirarme de la cama. ¡Ay señor, qué tragedia tan tremenda! Otras veces hago unos esfuerzos sobrehumanos y logro dominarme las cosquillas pero Josemari tiene un miembro viril tan enorme (aquí Josemari volvió a enrojecer) que sólo con la puntita me hace un daño terrible. No vea usted qué numeritos montamos cuando mis aullidos de dolor se mezclan con sus jadeos de placer (enrojeció Josemari). Todo es culpa del miembro de éste.. Yo no sé cómo serán los de los demás porque no he visto otros. Pero, vamos, el de Josemari es una exageración... Enséñaselo al doctor, Josemari (y Josemari vuelta a enrojecer). Mi anciana madre está tan preocupada como yo porque no puedo " Después de comer nos manda con mucha discreción a dormir la siesta, -mi madre es muy comprensiva para su edad- mientras ella y mi tío, el cura, que tiene apoplejía rezan el rosario. Siempre piden por lo nuestro. Ella dice que la hora de la siesta es la mejor para quedarse en estado, que ella engendró a sus nueve hijos siempre después de comer. Y añade pero, ah hija, tu padre era un mago. No como el berzotas éste de mi marido (suave enrojecimiento de Josemari). Si yo lo quiero. No vaya usted a pensar que no. Pero es más torpe para esto que yo qué sé. Sin embargo, con las vacas, ya ve usted, tiene una mano que no hay quien lo supere (Josemari). Así que temo a la hora de la siesta más que a la condenación eterna. Uy, )pero qué estoy diciendo?. Pérdoname, Señor. Bueno, pues, como le contaba, nos metemos en la habitación y cuando yo empiezo a reírme histéricamente o a chillar y éste empieza a jadear, mi madre y mi tío comienzan a rezar el rosario a voces para tapar la expresión de nuestros pecados carnales. Y aquello parece una casa de locos ¡Ay, Dios mío, qué desgracia tan grande!... Y los vecinos, siempre que se cruzan con nosotros, se ríen y venga de cuchichear y venga de cuchichear.. )Qué nos aconseja usted, doctor?

El médico ya llevaba gran parte del discurso tratando de contener la risa y como veía que de un momento a otro iba a estallar y que, si hablaba, estallaría, se levantó y les hizo una indicación con la mano para que lo siguieran:
- Pasen a hablar con Rosa. Es la ATS y de esto sabe mucho más que yo.
El médico y Rosa comentan con frecuencia lo insólito del caso pero muy pocas veces en serio. A los dos les ataca la risa cada vez que se acuerdan de Doña Mariluz y Josemari. Pero Rosa los recibe en su consulta dos veces al mes y les habla de zonas erógenas, de preparación para el coito, de orgasmos, de lubricación... A veces le dan ganas de convertirse en mamporrera por lo poco que avanzan.
Hoy el médico se los ha encontrado casualmente por el pasillo y antes de que les
preguntara nada, con una alegría desproporcionada a su juicio, Doña Ma luz le dijo:
-Hola, doctor. No se puede imaginar lo contentos que estamos... Parece que ya vamos sintiendo algo de orgasmo, a lo que oía.
- ¿Cómo ... ?- preguntó el doctor. No porque no hubiera oído sino porque no daba crédito
Doña Mariluz con su perspicacia y sus dotes de inteligencia interprétó que la pregunta del médico era producto de sordera más que de extrañeza o alucinación y le gritó: i Que ya vamos sintiendo algo de orgasmo! Me alegro por ustedes.
Y tuvo que correr a refugiarse en el servicio para reír sus lágrimas a mandíbula batiente.

(Del libro inédito: Fábulas Posmodernas)


Ezequías Blanco

Volver