LA CASA AMARILLA

HAGAN JUEGO
(POÉTICA)

Me da envidia la facilidad que otros tienen para teorizar sobre su propia obra y explicitar las intenciones, bajo un ropaje teórico admirable. Detesto esas fotos verbales donde, lejos del retrato fiel, se procura salir guapo sea como sea, quedar bien, dar la talla. Yo, que he nacido en el seno de la burguesía gaditana, conozco bien las apariencias y el engaño de ser otro más feliz, menos vulnerable. Desde que uno se convierte en animal literario, la realidad nos parece sórdida, vulgar, poco apetecible, e inventamos un tipo mucho más atractivo, provocador incluso, por el que morirían de amor nuestros lectores.
Tengo pocos lectores. Los hay que me detestan -desde mi primer libro- y los hay que me adoran. A veces recibo cartas desde países lejanos a los que nunca he viajado, alabándome tal o cual poema, o pidiéndome información para una tesis doctoral en la que me dedican unas páginas. Pero esto no es frecuente. Lo normal es que sólo me lean mis amigos, mis incondicionales. Hay tanta complicidad en estos casos que nunca sé si los convenzo. Debe ser que creo poco en mí misma, que a pesar de los premios no me he vuelto tan vanidosa o que, simplemente, no me tomo en serio la Literatura.
Vivo de ella (imparto clases de Lengua y Literatura en un instituto) pero intento creerme que puedo prescindir de su compañía; tal vez porque la trato como a una amante ocasional, que ayer me dio la felicidad y hoy me da de lado. Le dedico pocas horas, no la mimo, se me olvidan las fechas importantes de su vida. De cualquier manera, aunque no lo parezca, le soy fiel en los peores momentos, ésos en los que uno no puede sino escribir un poema. ¿O será que, en el fondo, la amo demasiado y no me imagino viviendo sin poesía?
Muchos poetas logran convencerse a sí mismos de que no hay trampa en lo que están contando; por el contrario, yo nunca olvido la trampa. Me gusta escribir jugando a que escribo, consciente del artificio, seducida por las malas artes de este juego. Busco protagonistas que encarnan sentimentalmente al hombre o la mujer que no soy, dando vida a anécdotas, situaciones, fantasías propias o ajenas. El tono que busco para mis versos tiene mucho de confidencia: sencillo, amistoso, a menudo prosaico, nunca sublime, sentimental, irónico, desgarrado en ocasiones, siempre en busca de una extraña complicidad.
Lo primero que pienso es el escenario (un paisaje grecorromano, el mar en sus múltiples formas, la ciudad como arma de doble filo, la intimidad de la casa) y allí toman cuerpo el amor y la muerte, personajes que bien podrían ser de carne y hueso, bien sólo de ficción. El mensaje es sencillo: sólo merece la pena vivir cuando se pone pasión e intensidad sobre el tapete. No es fácil, pero muchos de mis personajes parece que lo consiguen: mueren de amor, por ejemplo, igual que yo muero de amor; sufren la soledad de ser incomprendidos; apuestan todo a una carta, y pierden; seducen porque necesitan ser seducidos. Hay tanta coquetería en mis poemas, tanta farsa, tanta sinceridad, que el lector está obligado a leer entre líneas. Supongo que en el fondo persigo una apariencia de realidad, recrear las condiciones necesarias para que el lector pueda vivir el poema, reconocerse en él. A fin de cuentas se trata de un divertimento.
Hace muchos años comprendí que la Literatura no ha de ser siempre un producto serio, sensato, honesto. ¿Por qué no intentar algo más desenfadado y violento, más peligroso y vibrante? Hay un abismo entre lo que se quiere y lo que se consigue, pero ahí está el intento. De una mujer poco modosa y caprichosa como yo, ¿qué poesía cabría esperar?

Cádiz, 1997

VIEJOS AMIGOS


Entraban en los bares
felices, sin titubeos,
lengua y pulso inquietos,
y exprimían la pulpa de la noche
en desorden y risas.
A su lado, yo era un tipo infeliz,
uno de ésos que se apoya en la barra
y mira –sobre todo mira--
y no suelta la copa por miedo
a sentirme aún más solo, inseguro y desnudo.
Entraban en mi vida
los viernes por la noche.
Durante dos o tres horas
mi corazón temblaba.
Cuántas veces soñé acercarme a la mesa
donde vida y acción se daban la mano
y simplemente decir, a modo de saludo,
"siento llegar tarde".
A lo sumo llegaba a beber, desde lejos,
el mismo alcohol que ellos bebían
y muy tarde, ya de retirada,
acompañaba uno a uno a casa
como viejos amigos.



UN INVIERNO EN LISBOA


Una ciudad bajo un sol tibio de invierno
con calles bajando en desorden hacia un río,
chimeneas de carbón en un cielo manchado,
tabernas en penumbra, casi en silencio.
La vida entra a traición, por el costado,
y atraca como un barco más al puerto.
De dónde viene, a dónde va, qué importa.
Una ciudad sin prisas, donde el tiempo
se mide por cafés, a breves sorbos.
Cuando cae la noche y la humedad con ella,
todas las calles conducen al cielo
y el río se abre como un peine.


RUA DO ALECRIM


El amor no es peor en otras ciudades.
Disparamos acá y allá la Kodac
como ávidos ladrones,
resucitamos tópicos, embellecemos por horas
sucias fachadas.
Al anochecer, ebrios,
con los pies doloridos y el alma rendida,
arrojamos al Tajo los carretes.
Sólo entonces
abandonamos la estúpida pose de turista,
saboreamos a fondo cada rincón
entre el oro y la mugre de las calles.
Es entonces que la noche se acerca
y nos besa en los labios
el mismísimo Camoens.



DOMINGO DE PERROS


Si la garganta seca, una cerveza, dos, tres.
Si lluvia, un interior de bar
triste, confortable,
un camarero que remueve la calderilla
al tiempo que maldice al último cliente.
Sale el sol, la vida
se torna más amable por momentos,
alguien telefonea y al instante
la voz de no sé quien le dice voy.
Mientras otros alcanzan cielos sin nubes,
uno, acá, tan sombrío, perro de piel adentro,
los ojos en las piernas
de las muchachas.
El domingo no acaba
tras esta cerveza, nunca acaba,
ni siquiera borracho terminará el maldito.


CONVERSACIÓN DE RUTINA


La vida tiene un precio aquí en Lisboa.
Miserable si quieres, pero dulce.
No podía ser otra la rutina,
el tono melancólico
que va adquiriendo la tarde.
Dentro de un tiempo recordarás, extraño,
estos días de calma y paciencia,
el miedo a estar solo por las calles
sin tabaco, sin rumbo, sin dinero.
Amores que la ciudad te ofrece,
mañana tendrán un aire distinto,
más herido e inútil, más sincero.
Ondulante, este tranvía conduce al río.
Allí nadie te espera ni despide.
Te pones a mirar los barcos
y los ojos te delatan como niños.


PARAÍSO


Un no sé qué enfermizo en la mirada
y la colilla a punto de los labios,
todo bien, la vida pasa lenta,
tan desesperada y lenta que
–tal vez otro país, otras costumbres,
deberías viajar al extranjero–
la ceniza cae en la solapa,
un gesto brusco, un despertar de un sueño,
tanto dios en el cuerpo entumecido,
una taza de café, una ventana,
amargor en la boca y poco azúcar.



F.P.


Fernando Pessoa, miope, dibujado a dos tintas
en el billete arrugado con que compro la prensa.
Cien escudos su alma,
no más que cien escudos, lo justo
para un café y un bollo,
algunos cigarrillos o un billete de eléctrico.

Fernando Pessoa, sé que sonríes
cuando saco tu billete y lo beso
como novia que despide a su amado.
Tu cabeza vale hoy cien escudos
y mañana quién sabe.
Todos los poetas debieran nacer en Wall Street,
ser moneda fuerte en el mercado bursátil.

De nuevo he traicionado tu amor.
Te he vendido como un judas cualquiera
por un café caliente. Esta tarde
besé tu mejilla
antes de darte al enemigo.


CEMENTERIO INGLÉS


Una tarde de marzo de mil novecientos
noventa, en el jardín se dan cita.
Ellas bien perfumadas, con vestidos de seda
y sombreros sutiles. De oscuro,
cuello y pañuelo almidonados,
el gesto elegante, ellos.
Pragmáticos, bellas, frías, metódicos,
la colonia inglesa deposita sus flores.
En orden, sin lágrimas,
entran en la capilla y sin rozarse apenas
dan un pésame breve y correcto.
Ajenos a este rito, casi verdes,
los pájaros ven llegar la primavera.
Bajo un enorme drago de dulzona sangre,
frente a las tumbas de la Royal Air Force,
la tierra sea leve una vez más.


LA CASA AMARILLA


Sórdidas pensiones, estancadas al amanecer.
Con la nariz fría y las manos aún
más frías, mi amor con todo el pelo frío,
a un lado un lavabo de loza desportillada
y un agua más fría que mi propio amor.
Pensiones, quién os viera de mañana,
los visillos echados sobre el vidrio torpemente,
lejos ya del rubor, la cama revuelta,
un sudor barato y gratificante.
Mi amor se ha puesto torcidas las medias.
Tiembla su pequeño cuerpo de niña,
su cinturita que cabe en mis manos.
Aun con los ojos sucios, qué hermosa
me resulta, más delgada que ayer.
Las doce menos cinco en mi reloj.



JARDÍN BOTÁNICO


Los árboles imitan a los hombres.
Nacen para amar o ser amados.
Los hay solitarios, engreídos, cobardes.
Los hay que se suicidan o bien luchan
con uñas y dientes por un metro de tierra.
Les duele la lágrima áspera de la lluvia,
el sudor implacable de agosto,
sostener corazones y flechas ajenos.
La mayoría muere sin ver cumplidos
sus sueños más elementales.

Los caminos se bifurcan en el jardín botánico.
La lluvia se bifurca en el jardín botánico.
Mi vida tiene un no y un sí
en el jardín botánico.



BIBLIOTECA NACIONAL


Llegas. Te acomodas blandamente.
Toda la tarde por delante y un anochecer
de neón, quietud, abandono.
Tardarán treinta minutos en servirte
el ejemplar solicitado.
Intentas mirarte desde lejos
y componer la escena. ¿Acaso eres
esa melena sin orden, ese bolígrafo
cargado de deseo?
¿Acaso la mujer que juega
a entretener las horas?
¿Es posible perder maravillosas
tardes de oro lejos del bullicio
de los cafés y el centro?
¿Qué te lleva un día y otro
de Marzo a esta sala?
Por fin llega. Es arrojado
a la mesa como un cadáver
y al calor de tus manos
sientes que resucita.
Demasiado fácil. Treinta minutos
para obtener un íntimo contacto
con la piel de Cesário Verde.


Sobre a nudez da verdade,
o manto diáfano da fantasia.

Eça de Queiroz

 

Mercedes Escolano