Ciertamente no nos ha llegado ningún dato biográfico sobre "Calacas" digno de crédito. Desconfiamos, por tanto, de su autenticidad apócrifa. Sus textos, sin embargo, nos han parecido lo suficientemente interesantes e intensos como para incluirlos en la cuerda, con el fin de crear confusión y relajación en el rigor. Añadimos por nuestra cuenta y riesgo el comentario que A. C. nos remite desde Madrid: Imágenes y poemas que con el título de "Calacas: El color de la eternidad"se expusieron en el "Centro Rigoberta Menchú" de Leganés en febrero de 1999. Tres realidades se transmutaron entonces: el mundo mejicano de la muerte, su interpretación a través de la fotografía de Juan Ortíz de Mendívil y, finalmente, la de la palabra, para constituir esta nueva realidad, inseparable y única.

 

 

Cómo me complacía
en jugar a estar muerta
entre el acre murmullo
de aquellos crisantemos
para volver de pronto
a tu boca, a tus manos,
a la vida más vida.


Y ahora sé que estar muerta
es más que no estar viva:
es no estar junto a ti,
raíces persistentes
en lugar de tus manos,
en lugar de tu boca
la humedad de la lluvia.


Fue cruel abandonar tus brazos de repente
y encontrarme asediada por oscuras raíces
que alimentaban árboles con mi nostalgia sólo.
Cuando alguno, tenaz, al fin me poseyera,
la brisa estremeció allá sus verdes ramas,
allá donde la luz del sol, donde la vida.

De qué me vale al fin,
de qué, la inmensidad
donde mi alma se expande
continuamente, mi alma,
aquel preciso límite,
el espejo en el cual
te reconocerías.
¡Ah, el placer de ser única
y diferente a ti,
de escuchar en tus brazos
el fluido del tiempo
como el de una agua mansa!
Por volver a ellos diera
el espacio, el fulgor
infinito que ya soy.


Es ahora cuando te veo
desde el fondo de mis ojos sin fondo,
y no entonces en las largas
noches de la vida en que,
hermético, te entregabas
al sueño para huirme,
amor, pequeño como el gusano
que a modo de conciencia me corroe.

Ningún lago se mira
a sí mismo, ninguno.
Y yo fui la mirada
de aquel lago, de un bosque,
la mirada del mar.


Soy este lago ahora
y soy todos los lagos,
bosque y todos los bosques
y mar y mar y mar.


Quién me ofrece sus ojos
para mirarme azul.

¡Dormir, ir adentrándose en el agua apacible
y perder lentamente el contorno del alma
en ella, respirar con su respiración,
alzarse sobre abismos donde acechan reptiles
como días aciagos y volver a los más
felices, como fueron, pudieran haber sido,
oh noche de la vida, cuántas vidas me diera!


Si supieras, mirarías
como un milagro a una piedra,
escaparías del sueño,
la noche, como enemigos,
y al contemplar una hoja,
cuando ya no es sólo verde,
en otoño, llorarías
lágrimas
de agradecimiento y goce.


¡Ah, si supieras cuál es
el color
de la eternidad!


Nunca cerrarías los ojos.


Cuántas veces contemplara
a un crepuscular insecto
que no sobreviviría
al primer rayo de luna,
sin saber que era mi propia
vida un vuelo tan fastuoso
y tan breve como el suyo,
aunque nunca llevé en ala
ninguna el indescifrable
estigma de la belleza.


El adiós no fue fácil
porque yo no quería
inmensidad ninguna,
sino el humano límite
y su conciencia intacta.
Y rogaba a aquel pobre
corazón un latido
y otro más y otro aún.

Nunca
fui tan intensamente


Ya sé cómo la muerte satisface
todos nuestros deseos: ahogándolos
en este mar sin olas, sin orillas
y sin color, siempre igual a sí mismo.

Calacas