UMBRAL, UMBRAL, UMBRAL


Coño, Umbral, me alegro de lo suyo. Su inmaculado y pendenciero Cervantes pone las cosas en su sitio y hasta el manco, pobre, se lo ve respirar más tranquilo, después de tanto sofocón y tanta tila. Tengo para mí que la tardanza en la fumata, ha sido más bien por no hacerles un feo a los americanos de la tómbola postelectoral, que a Aznar y su grey, está más que visto, les pone más lo anglo que al mismísimo Caruana. La cosa es que la lengua española, academias aparte, había contraído una deuda con Umbral y al fin, aunque a regañadientes y pasada la hora del té, la ha pagado. Otra cosa, claro, es la manera cómo se ha producido la concesión del premio, triquis y facas incluidas. Claro que las maneras es el todo. Pero ¿es que hay en la lengua española maneras literarias como las de este chorbo matritense.
Se suele despachar a Umbral como un escritor sin género, un novelista sin novelas y un poeta sin un solo verso que llevarse a la boca, pero es que Umbral, ¡el tío! es ya, como ha apuntado alguien, un género en sí mismo, por todos los morros. Umbral escribe Umbral, plagia a Umbral, discute a Umbral, niega a Umbral, cita a Umbral, se regodea con Umbral, ramonea con Umbral... que es mucho más de lo que se le suele exigir a un poeta y no digamos a un novelista por estos pagos. La pregunta, una vez dicho esto, consiste en saber quién es ese tipo con bufanda que pasa por ser un Baudelaire castizo y con piscina (el gato y la negativa de la academia por lo pronto ya los tiene) con voz de velón antiguo o triquitraque.
Hoy que tanto se discute de los negros, debo confesar que de mayor me gustaría ser el negro de Umbral, y esto no es una frase boba, una concesión al oportunismo ni nada que se le parezca. Yo, perdonen ustedes la confianza, utilizo a Umbral de viagra. Cuando no tengo nada que decir (y ocurre con frecuencia) echo mano de un par de sus artículos y ni les cuento sus efectos. Es infalible, tú. A sus novelas recurro cuando no soporto por más tiempo (y ocurre con frecuencia) la siempre enteca narrativa patria, tan metida en intrigas y feminismos, cuando no en chistecitos o trukulencias del aquí te pillo aquí te mato, de la que apenas quedan fuera tipos como Lencero, Antonio Enrique, Benítez Reyes, Mendoza y muy muy poquito más.
Para quienes consideramos la palabra como una coartada de vida, Umbral es una especie de santón con bufanda, que examina el blindaje del mundo a través del blindaje de sus gafas de culo de vaso o poco menos. Un hombre con esas gafas sólo puede escribir esperpentos y, claro, no hace otra cosa. A su manera, claro. Frente al esperpento metafísico del Greco, frente al esperpento beat de Cervantes y el esperpento taúrico de Picasso, Umbral tiene palco en el esperpento onírico y macarra de Quevedo y Valle, esos dos negrazos de Umbral.
Quizás convengamos que a Umbral le falta bruma para ser Cunqueiro, boina para Plá y un quintal de sol para ser Lorca, pero nadie como él para untar sobre la página el splín cortesano y cañí de los madriles, que él mezcla con güisqui, no tanto para humedecerse el pescuezo de Giacometti que se gasta, cuanto por las irisaciones extranjeras e inéditas que el güisqui da a Madrid, de Cortes a Chueca, tú ya me entiendes. Después del verbenero madrí-madrí de Mesoneros con costra de chulos y asiento de vino peleón, del dickensiano y provincial Madríd de don Galdós, tan de chocolate, cascorros y churreras; después del Madrid cafetal y mochales del Ramón de las vanguardias y los circos, del madrí crapulón y noctívago de Cansinos, Ruano y Foxá, reos del cazalla y del chinchón; después del Madrid del millón de muertos y sifón de don Dámaso o del galaico y municipal de Cela con no sé qué de carajillo, Umbral le ha dado boleto al poblachón manchego que en el fondo persiste en todos los mentados, para convertir a Madrid en una ciudad de mucho porro y mucho dyc, donde lo cheli, lo glamuroso, lo almodovar y lo postcontemporí parecen enredarse en un chotis cantado por Rosendo, ese chaval de Carabanchel o por ahí. Y es que Umbral significa para la del Manzanares, lo que Baudelaire -su otro mentor- para París y ahí les duele a la peña de Recoletos, que ya tienen suficiente con vivir en el Madrid de Umbral, como para, encima, meterlo en casa.
Pues eso, coño, que me alegro de lo suyo, Paco. Venga otro güisqui, que invita la cosa.

 

Manuel Moya