EL UMBRAL DEL CERVANTES


Aunque con su cervantes hayan aparecido muchos ahogados y las aguas sigan todavía revueltas y levantiscas por los bajos del Henares, me alegro de lo suyo, Umbral. Su pendenciero birrete pone las cosas en su sitio y hasta el manco, pobre, respira ahora más tranquilo, después de tanto sofocón y tanta tila. Tengo para mí que la tardanza en la fumata de entonces, fue más bien por no hacerles un feo a los americanos que andaban todavía deshojando la margarita bush/gore, pues está visto que a Aznar y su grey, les pone más lo anglo que al mismísimo Caruana. La cosa es que la lengua española había contraído una deuda con Umbral y al fin, aunque pasada la hora del ambigú y la tila, la ha saldado con el birrete de Umbral.
Se suele despachar a Umbral como un escritor sin género, un novelista sin novelas y un poeta sin un solo verso que llevarse al cielo de la boca, pero es que Umbral, como se ha apuntado, es un género en sí mismo, tal el cocido maragato, el Valle de los Caídos o la Campana de Huesca, mal que nos pese. Umbral escribe Umbral, plagia a Umbral, litiga con Umbral, impugna a Umbral, cita a Umbral, se regodea con Umbral, ramonea con Umbral... que es mucho más de lo que se le suele exigir por estos pagos a un novelista que se dedica a sestear un género.
La pregunta consiste en saber quién es ese tipo con bufanda que pasa por ser un Baudelaire castizo y con piscina (el gato y la negativa de la academia ya los tiene) con voz de velón antiguo o triquitraque.
Para quienes consideran la palabra como una coartada de vida, Umbral pasa por un santón escapado del Entierro del Conde Orgaz, que examina el blindaje del mundo a través del blindaje de sus gafas de culo de vaso o poco menos. Un hombre con esas gafas sólo puede escribir esperpentos y, claro, no hace otra cosa. Frente al esperpento metafísico del Greco (él que es tan Greco), frente al esperpento on the road de Cervantes y al esperpento taúrico de Picasso, Umbral ficha en el esperpento onírico y macarra de Quevedo y Valle, esos dos negrazos que lo son de Umbral.
Quizás convengamos que a Umbral le falta un poco de pan de pueblo para ser completo: bruma para ser Cunqueiro, boina para Plá y un quintal de oscuro sol para ser Lorca, pero nadie como él para untar sobre la página el splín cortesano y cañí de madrí postnosequé, que él mezcla con pelotazos de güisqui mesetario, no tanto para humedecerse el pescuezo de Giacometti que se gasta, cuanto por las irisaciones extranjeras e inéditas que el güisqui da a Madrid, de Cortes a Chueca, tú ya me entiendes.
Tras el verbenero madrí-madrí de Mesoneros con costra de chulos y vinazo, del dickensiano y provincial Madrid de don Galdós, tan de chocolate, cascorros y churreras; tras el Madriz cafetal y mochales del Ramón de las vanguardias y los circos, del madrid crapulón y noctívago de Cansinos, Ruano y Foxá, reos del cazalla y del chinchón; tras el Madrix del millón de muertos y cal viva de don Dámaso o del galaico y municipal con noséqué de nacional-carajillo de Cela, Umbral le ha dado boleto al poblachón manchego que en el fondo persiste en todos los mentados, para convertir a Madrid en una ciudad de mucho porro y mucho cóctel, donde lo cheli, lo euro, lo almodovar y lo postcontemporí parecen entretejerse en un chotis cantado por Rosendo, ese chaval de Carabanchel o por ahí. Y es que Umbral significa para la del Manzanares, lo que Baudelaire para París y ahí les duele a los suavones de la que limpia, fija y da esplendor, que ya tienen suficiente con vivir en el Madrid de Umbral, como para, encima, meterlo en casa.
Pues eso, coño, que me alegro de lo suyo, Umbral, a pesar del birrete y de las facas.

 

Manuel Moya