MORIR POR SOBRESINTAXIS


Había oído hablar de La Fiera, pero debo confesar que hasta hace unas cuantas semanas no tuve la oportunidad de meterme en su cubil y apencar con sus ferocidades y sus despojos. La verdad es que La Fiera, vista de cerca, decepciona un tanto y uno acaba por creer que no era tan fiera como los buenos amigos la habían pintado. Más bien al contrario: pareciera acaso una sosita fierecilla domada, un gatito cojitranco y resabión que se monta el numerazo de asustar al sabihondo canario y que incluso hace buenos a quienes trata de mortificar con sus montunas garras de goma espuma. La Fiera, me creo yo, muere por sobresintaxis y esa es tanta muerte como caerse de las escaleras, dar con un ladrillo remitido desde el séptimo o toparse con el académico Ansón recitando versos de don Gala. Óbito por engullipamiento sintáctico, por necrosis municipal, por esas y otras cosas.
Porque, vamos a ver, devaluar a un novelista por sus despistes e infidelidades con esta señora oronda y formalita del sujetoverbopredicado, es como desmerecer a un pobre ciclista que en el ultimísimo puerto cabecea sobre el manillar, sobre la nada. Creo haber devorado (ya que estamos instalados en la zoología) excepcionales novelas convictas de desvarío sint; otras en cambio, pudorosas, castas, con el corsé ajustado, con el lápiz de labios perfectamente trazado, con la melena arrecogía, se me han muerto en las manos con la dulcedumbre de una niña que ha bebido demasiados mojitos. ¿Cuántos impecables sonetistas son en realidad insoportables sonetistas? El Quijote es lo que es a pesar del burro que se fue a por tabaco.
Tampoco las bravatas de la Fiera contra el turbio Poder Editorial, otro de sus felinos manjares, me han parecido tan incisivas como me las habían pintado, pues las veo dictadas mayormente por el resentimiento, que no por la objetividad, por ponernos flamencos y coger así a la fiera por sus partes. Haría bien la fieresía en hablar con rigor, pero con humor, sobre esta impúdica república de las letras, de descalificar -si es que fueran por ahí los tiros- más serenamente a esa media docena de escritores convictos de fobosintaxis y buen suceso. Tres cuartos de lo mismo para la cosa editorial, un negociete como cualquier otro, que consiste -creo- en vender libros sin preguntar demasiado quién carajo los escribe y, ya de puestos, quién carajo los lee.
Siento no coincidir en la valoración de la fiera, con el bueno y feroz de Pepe Sarria, autor de ese libro valioso que es Sefarad, finalista sin supositorio en el paripé que la crítica andaluza se monta en Arcos, para mayor gloria o escarnio -según se mire- de quienes dijéronse diferentes aunque han venido a caer en lo indiferente, es decir en lo mismo... Pero dejemos, dejemos a la fiera en su cubil sintáctico, rugiendo su saña, alimentando esa cosa marroncita de la bilis.
¿O era amarilla?

 

Manuel Moya