EL AGUA DE LA VIDA
Hay poetas cercanos cuyos versos tienen aire de
pasaporte para llegar lejos: "la Poesía era el único Sinónimo
del Tiempo". Otros no saltan el horizonte de su ombligo ni tomando carrera
por pasillos, despachos, conjuras, adhesiones?, golpecitos en el hombro, sonrisas
de oreja a oreja y otros mamoneos. No se atreven a mirar la sima de la verdad
que se les abre delante. Ahí andan, a duro la docena, con sus obras
completas encuadernadas en la copistería del barrio, con el beneplácito
casero y la puñetera gloria que no llega a comprenderlos ni por esas.
¡joder con la gloria!.
Pero vamos a los que apuntan más allá del árbol, a los
que verdaderamente interesan, a los que dirigen su andar poético hacia
el campo abierto, a los que el hecho de tomar como base una ciudad del sur,
del este o el oeste no los sella como localistas; el localismo es otra cosa:
es el de las faldas de mamá subvención, de papa institución,
de hermano amiguete, que, por cierto, te estará cobrando 'el favor'
de por vida. ¡Qué cruz!. Una ciudad pequeña no representa
ningún inconveniente para crear. No vamos a sacar a cuento las obras
eternas surgidas en puras aldeas. Quizás se escriba con más
paz en un desierto que en una fiesta, pero, eso sí, es necesario haber
vivido antes la fiesta interior para crearse uno su propio desierto. En la
calle 42, esquina con la 51 Avenida (hablo de N.Y.) cerca del Commodore, hay
un restaurante griego con una mesa constantemente reservada para un poeta.
La gente que va allí a comerse su chuletón regado con tinto
sabe que esa mesa es el desierto de alguien que viene de su propia fiesta
y que desea aislarse para plasmar en un papel un sentimiento. Puede haber
alrededor una guerra (de hecho, hay días que lo parece, con balas y
todo), pero no para él, que se pone a lo suyo como si estuviera solo.
Solo está el poeta que lo es, y no constantemente reunido para ver
qué migaja le toca del extraño reparto. Solo veo en una Biblioteca
de Huelva al poeta que no hace mucho ha acariciado nada menos que la gran
fiesta del Premio Adonais de Poesía: Ángel Poli. Solo ante la
mesa de su personal calle 42, sin percibir el barullo que crece a su lado
a ver si alguna migaja del eco del Adonais se le escapa. Los versos de Ángel
Poli irán todo lo lejos que él quiera que vayan porque desde
la primera página de su libro, El agua del estanque, ya sabe y confiesa
que 'no es mortal'. Pisa suelo y entiende que el camino que le espera ha de
hacerlo a golpe de verso limpio, como una fuerza de la naturaleza que se vuelca
en el papel, sin más historias. Y ahonda más cuando dice al
amor que 'no me creo mortal en tu presencia', verso que ya es de entrada "un
balbuceo de honda apoteósis". Desde esa postura real donde 'la
corona busca otra atalaya', añade que 'el Arte nos contempla desde
arriba como una Madurez serena', y apura al dar el paso con el velo prestado
de una verdad distinta sobre los ojos: de otra mentira acaso', seguro de que
constantemente recrea, reanuda 'el Tiempo, algo más limpio y libre
hasta una
nueva pequeñez'
Solo está el poeta. Solo tiene que estar el poeta para hablar así,
para decirnos tan simplemente que 'poetizar tal vez no sea más que
invertir la corriente, atrasar el vislumbre que niega el espejismo, dar una
vuelta inversa a la verdad fingida [ ... ] romper la linde entre espíritu
y materia, y allí crear el ente indefinido'.
Este es el goteo del libro de Ángel Poli El agua del estanque, o agua
de la vida con la que los que no entendemos 'oficialmente' de poesía,
tenemos la dicha de acercarnos a ella con la humilde parsimonia de un rito.
Porque eso nos of recen sus versos, la ocasión de asomarnos a la cornisa
desde donde aún es posible presenciar la belleza. Página 54:
'necesitó escuchar cómo laten las cosas. Y sintió una
coherencia f ¡el ante la imagen de su rostro en el agua'. Ángel
Poli es este poeta cercano, al que, una vez más, un caso más,
escucharemos pronto desde lejos. Hasta puede que nos lo vengan a descubrir
un día.
El agua del estanque
Angel Poli
Dip. Prov. de Huelva
Huelva, 2000