INVITACIÓN AL LIBRO

Juan Lamillar (Sevilla, 1957) ha firmado una extensa obra poética -siete poemarios-, por la que figura en antologías nacionales importantes, y ha recibido premios como el Luis Cernuda o el Vicente Núñez. Contrapunto de esta dedicación es su libro en prosa La otra Abisinia, una recopilación de artículos sobre cuestiones musicales y literatura; y así podría considerarse el volumen que nos ocupa, El desorden del canto, una miscelánea que aglutina presentaciones, conferencias, ensayos breves y reseñas.
Los textos seleccionados bien podrían titularse como aquella entrega de José Antonio Muñoz Rojas que rinde homenaje a la tradición, Amigos y maestros. Así nos lo recuerda el autor en el prólogo, donde clarifica la varia naturaleza de los trabajos y pone límites temporales a esta dedicación crítica, un largo recorrido de tres lustros, casi completos, comenzado en 1983.
Todos los estudiados son poetas, practican "el desorden del canto", aunque en muchos casos caminen por otros géneros con notable dedicación y fortuna. Hay aproximaciones a maestros indiscutibles como Luis Cernuda, Jorge Guillén, Francisco Brines o Jaime Gil de Biedma, y apuestas de riesgo por siluetas, parcialmente borradas por el olvido, como El marqués de Villanova, Rafael Cansinos-Asséns -reconocida gratitud de Borges- González Ruano o Rafael Porlán. Junto a estas líneas sobre magisterios reconocidos por todos, hay acercamientos personales a voces más jóvenes, en plena expansión creativa, que se dieron a conocer en los años ochenta como Felipe Benítez Reyes, o por autores que contribuyeron a revitalizar la pluralidad estética de los setenta, frente al monolitismo novísimo, como Juan Luis Panero, Francisco Bejarano, Andrés Trapiello o Javier Salvago.
Especial significado cobran las aproximaciones a algunos de los componentes más conocidos del grupo "Cántico". Guillermo Carnero reivindica y descubre los maduros frutos de un colectivo lírico que en los años del compromiso con la poesía social siguieron la senda a trasmano de las preocupaciones formalistas del lenguaje y abrieron cauces a las promociones siguientes. Juan Lamillar nos muestra la misma admiración y escribe artículos elogiosos de Pablo García Baena, y del poeta de Aguilar de la Frontera, Vicente Núñez, un nombre frecuentemente olvidado en los recuentos canónicos de un grupo, con el que compartió estética y proyectos literarios, cuyo libro Ocaso en Poley, con el que consiguió el Premio de la Crítica, contribuyó a una reubicación definitiva en el territorio de Cántico, a pesar de su condición nunca abandonada de francotirador exiliado en la biblioteca del pueblo cordobés. Algo semejante ocurre con la obra de María Victoria Atencia, también estudiada en un par de artículos.
La poesía de Juan Lamillar se ha caracterizado siempre por su mesurado discurrir, por su musicalidad y clasicismo y por el sereno distanciamiento temático. Estas cualidades expresivas bien podrían aplicarse a El desorden del canto. Su escritura camina lejos de la urgencia periodística y del trabajo circunstancial; se rechaza asimismo la conocida prosa de poeta. El libro tiene mucho de reflexión autobiográfica sobre el propio oficio poético, "el autor nos muestra al otro para hablarnos mejor de si mismo".

El desorden del canto
Juan Lamillar
Renacimiento, Sevilla, 2000


LA COMALA ARGENTINA

Lo primero que llama la atención de este Final de novela en Patagonia, libro al que han concedido el Premio Grandes Viajeros nombres como Luis Sepúlveda o Rosa Montero, es que ha desdeñado en su planteamiento la narración lineal. Al menos tres propuestas narrativas se dan cita en sus capítulos. Me explico: el argentino Mempo Giardinelli (Resistencia, 1947), reconocido novelista, escritor de relatos y autor de ensayos como Así se escribe un cuento, o El país de las Maravillas, prepara y realiza un viaje en un modesto automóvil a las inhóspitas superficies de la Patagonia, acompañado de Fernando Operé, un profesor español que da clase en una universidad norteamericana y que ha sido una presencia continua y confidente durante muchos años. El motivo de este largo periplo a las inabarcables extensiones del sur no es otro que conocer como testigo privilegiado aquellas latitudes semidesérticas sin que le afecte demasiado la abundante literatura que han generado viajeros anteriores y de paso concluir una novela en marcha - de ahí el título- cuya trama bulle todavía. El recorrido en si mismo constituiría el primer esbozo de libro: las sumarias descripciones de un paisaje que va cambiando imperceptiblemente y que va dejando en la retina la rala policromía de una tierra escasamente poblada, pero que conserva todavía, como una misteriosa Comala, los pasos de sus habitantes, la inexpresividad de sus vivos y muertos y las tradiciones ancestrales de una tierra en la que ritos y mitos se entrelazan con creencias populares como la del Gaucho Gil o con formas de vida en las que a menudo está presente la desidia.
El segundo libro estaría formado por los capítulos de la novela que se interpolan y que nos van informando de la pasional relación que Clelia, una joven plena de vitalidad y hermosura, establece con Victorio, que duplica su edad. Ambos han ignorado el cerco de las convenciones sociales vigentes y se han volcado en una huida estrepitosa. Las peripecias que ambos personajes protagonizan parecen secuencias de una película de acción que incluso admite varios finales.
Una tercera trama la formarían citas, poemas y los pequeños sueños de diferentes personajes que el autor adjunta como cuentos autónomos: así el sueño de Colón , antes de la magna gesta del descubrimiento; o el de Charles Darwin. Giardinelli es un soñador recalcitrante y los sueños, presagios y vislumbres son para él claves argumentales que transforma en notas y fragmentos como anticipos de futuros libros.
Existiría incluso una cuarta derivación en la entrega si por tal entendemos sus consideraciones personales sobre la literatura, las reflexiones de índole económica o social sobre Argentina, o las páginas ensayísticas dedicadas a Juan Rulfo. El autor mexicano es una de las devociones de Giardinelli. Conoció personalmente a Rulfo en sus años de exilio en México y, por tanto, sus apuntes no se limitan a reiterar juicios críticos establecidos que la breve obra ha deparado. La capacidad ensayística del argentino nos deja un manojo de ideas admirables sobre el sentido ético de Rulfo y nos hace una atinada semblanza de su estatura moral.
La pluralidad de intenciones del libro sin embargo no rompe la unidad del texto, escrito con una gran calidad literaria y muy lejos de la prosa ligera y convencional de las guías de viaje. Giardinelli "hace literatura de cada observación". Final de novela en Patagonia es una excelente entrega que por su originalidad y destreza formal abre nuevas sendas a la literatura de viajes.

Final de novela en Patagonia
Mempo Giardinelli
Premio Grandes Viajeros 2000
Ediciones B, Barcelona.
LA VIDA EN PROVINCIAS
José Luis Morante

Hace algún tiempo, en una de las separatas de la revista El extramundi, Óscar Esquivias (Burgos, 1972) publicó un esbozo de poética que, con notable lucidez, indagaba sobre su concepción del hecho literario. En aquellas páginas ponía de manifiesto el relativismo de cualquier discurso teórico y algunas convicciones de taller que ahora recojo, con cierto desorden: el arte debe conmover, para escribir es necesario tener ideas, preferencia por la escritura en voz baja, sin estridencias, la creación como reflejo de la sensibilidad de un tiempo, tendencia al humor y al escepticismo...
Muchas de estas premisas estaban presentes en los relatos con los que ha obtenido, por tres veces, el premio Letras Jóvenes de Castilla y León y el premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid, y siguen inalterables en su primera novela El suelo bendito.
El autor ha elegido como telón de fondo de la narración un entorno que conoce muy bien: Burgos. En su callejero, enfermo de rutina y de aparente normalidad, discurren las existencias de máscaras inmersas en las contradicciones de lo rutinario y en una crisis existencial que nunca son capaces de resolver por sí mismas y a la que arrastran a existencias cercanas. Así sucede con Begoña y Alfonso, una joven pareja que bucea en el anonimato de clase media. Ella es profesora de instituto y tiene una notable preocupación por la cultura. Alfonso es un oficinista mucho más prosaico, que casi nunca cultiva su autoestima. Todo cambia cuando conocen a Blanca y a Roger y florece una conexión extraña entre los cuatro que está llena de convenciones y malentendidos. Ni Blanca es la frustrada mujer de personalidad diluida por la de su marido, ni Roger es el aparente triunfador que presupone su aspecto físico.
A partir de este primer encuentro la relación entre Alfonso y Begoña languidece, sin que ninguno de los dos sea capaz de explicar el verdadero motivo de una ruptura que no acaba de consumarse del todo.
Y como contrapunto de esta marejada, aparecen sus vaivenes con los entornos más cercanos: la familia, el instituto, la universidad y la oficina. Todos son núcleos relacionales en crisis, donde premisas básicas para el entendimiento social se han perdido: la sinceridad, el respeto o el comportamiento solidario han sido sustituidos por la vaciedad, la apariencia y el ejercicio del poder - poderes empresariales, académicos o políticos-.
Esta lectura crítica de estamentos sociales tradicionales podría conducir a la novela al territorio de la moralina, pero Óscar Esquivias resuelve el crucigrama sin moralismos ni púlpitos. Quintanilla no es el arquetipo de los empresarios, no es un personaje simbólico sino una presencia de carne y hueso que jalea la brutalidad y que debe su estatus a los balances de fin de mes. Tampoco Esperanza Trejo es la universidad y su jerarquía de medro e incompetencia, es solo un rostro más que los departamentos universitarios exportan para fomentar el rito de la erudición.
Para escribir en la media distancia Óscar Esquivias utiliza el humor, un humor colmado de escepticismo que fomenta la complicidad con algún personaje. Otro acierto de la novela es su ritmo. La novela está llena de diálogos que dibujan muy bien caracteres y comportamientos. La vida plana de la provincia nos deja un reflejo lleno de aristas y contrastes. El blanco y negro de la realidad es sólo el perfil de una imagen oculta.

El suelo bendito
Oscar Esquivias
V Premio de novela Ateneo Joven de Sevilla
Algaida, 2000

 

 

José Luis Morante