LA REGIÓN ENCENDIDA DE MANUEL GAHETE
Un libro de poemas, es cierto, rara vez desborda récords
de ventas. Sin embargo, ofrece lo que los productos de consumo masivo no pueden
ofrecer. Aquellos que saben apreciar la poesía, los que sintieron el
aguijón de unos versos que se les quedaron prendidos del corazón,
conocen ese encuentro del lector con su propia identidad a través de
unos versos ajenos. Quien prueba ese licor ya no puede renunciar a su dulzura.
Leer poesía nos hace más dignos, más nosotros, permitiéndonos
sentir a través de las palabras y la sensibilidad del poeta nuestra
propia sentimentalidad.
Manuel Gahete lo sabe. Conoce la miel de la palabra desde su más tierna
infancia. Desde niño viene atesorando resonancias, ecos, voces: esa
oscura dimensión que alienta detrás de las palabras. En sus
versos se despliega su paleta de pintor de sentimientos. La emoción
habita en esas voces que le susurran versos al oído. Palabras de vida,
palabras de muerte, palabras de amor. Yo diría que esa su fascinación
por la palabra es el eje mismo de su trayectoria poética, el elemento
omnipresente que aporta continuidad a su evolución. El lenguaje ocupa
así un lugar preponderante, imponiéndose sobre todo lo demás.
La elección de un adjetivo se convierte en un acto de fe, una apuesta
por la sustancia misma de la lengua. La sonoridad se impone desde el primer
verso como valor vertebral, llamada estética al disfrute del lector.
Expresiones como: "el rabel mortal de la memoria" "los cangilones
de las norias", 'yermo caimán ardido entre celliscas", "yo
derramo mi voz en lava viva" adquieren su pleno sentido si nos concentramos
en su sonoridad, así como en su capacidad de evocación.
Este gusto por la elegancia en la expresión, este juego estético
con el lenguaje mismo, sitúan al poeta dentro de la tradición
barroca andaluza, dentro de la que se integra y con la que dialoga fecundamente
su obra. Gahete conoce bien la tradición. La ha leído, estudiado,
venerado. Por eso puede permitirse el lujo de innovar, de dar a luz una voz
propia, sin perder de vista el magisterio de sus más ilustres predecesores.
Leyendo LA REGIÓN ENCENDIDA uno encuentra el mismo dominio del ritmo
poético del que siempre ha hecho gala. Y es que no hay lugar para el
traspiés ni el torpe vuelco de los versificadores al uso. La pulcritud
más estricta recorre cada poema, que parece labrado en piedra, con
voluntad de permanencia.
Idéntico conocimiento de los recursos del género manifiesta
la elaborada construcción de sus frases. Sus poemas fueron escritos
desde la lúcida conciencia del artista y no desde la desmesura del
ignorante que se pretende iluminado. Entregado a una vivaz inspiración,
jamás descuida la forma, el vehículo lingüístico
de la emoción. Sólo aunando un fértil aliento y una aguda
conciencia del oficio de poeta pueden escribirse versos como éstos:
Cáliz de soledad sobre mis labios, surco de luminarias en lo oscuro,
garzón de nieblas, de cenizas áureas, así el amor o luz
que nos refleja.
Hasta aquí las cualidades que la obra del poeta viene atesorando desde
sus primeros títulos. Sin embargo, LA REGIÓN ENCENDIDA es todo
esto y mucho más. Conviene recordar que nos encontramos ante una obra
en marcha de un autor que se encuentra en plena madurez creativa con lo que
no es de extrañar que se enriquezca su voz con nuevos registros. No
obstante, lo que de novedoso alienta en estos versos no desplaza a sus maneras
poéticas usuales, sino que se incorpora a éstas, ampliando horizontes.
Puede decirse que en LA REGIÓN ENCENDIDA alienta el mejor Gahete de
siempre más toda una serie de nuevas modulaciones.
Esta novedad se hace particularmente perceptible en la primera sección
del libro. Desde el primer poema advertimos un renovado interés por
la comunicación con el lector. El juego lingüístico, esa
herencia barroca de la que antes les hablaba, deja espacio para que se muestre
la intimidad del poeta, revelándonos a pecho descubierto su inquietud
y su miedo, su dolor y su combate con la vida. Conociendo como conozco personalmente
al autor, me es imposible distinguir en estos versos entre artificio literario
y confesión sentimental. Quienes tenemos la suerte de disfrutar del
don de su amistad sabemos que Manuel Gahete es un hombre de una cordialidad
sin trabas, carente de esa vanidad desmedida que parece perseguir como una
maldición a los poetas, generoso por inclinación y poseedor
de una sensibilidad excepcional. Una sensibilidad nada egocéntrico,
que gusta de desbordarse hacia el prójimo, sin cálculo ni doblez.
Por eso puedo dar fe de la veracidad de sus versos, de su ausencia de "pose".
Cuando escribe:
Nos dejamos vencer sobre el crepúsculo,
ávidos de otras ansias, de otra tierra [...]
Pero siempre volvemos al lugar que nos nombra
es imposible no ceder ante la autenticidad de esa voz
humana que nos tiende su intimidad sin pudor ni afectación. Esta preocupación
por desvelar su intimidad públicamente a fin de conmover al lector
genera una imborrable sensación de autenticidad. La escritura se revela
acto íntimo que se despliega ante nosotros. Su sentimiento preponderante,
la tristeza, alcanza vida en la palabra y nos interpela sobre nuestra propia
condición. Esta confidencialidad que va abriéndose paso en sus
poemas manifiesta otra de las virtudes de Gahete, su vitalismo insobornable,
su vigor expresivo acorde a la intensidad de los sentimientos que manifiesta.
De ahí que el libro rebose de imperativos. El poeta se entrega a la
imprecación sin cesar. Es ésa su modulación verbal preponderante,
que manifiesta su urgencia emotiva, la honda intensidad de su emoción.
Por idénticas razones el tema del amor adquiere resonancias eróticas,
si bien se trata de un erotismo velado bajo una cortina de metáforas,
un erotismo mucho más psicológico que explícitamente
físico.
No es Gahete un poeta melancólico, de ésos que usan y abusan
de esa retórica anémica del "tempus fugit''. Si manifiesta
su tristeza por el incumplimiento o la pérdida de sus sueños
es para mejor perseguirlos, sin ceder al desaliento. Su tristeza es generadora,
apuesta por la vida, se proyecta hacia el futuro, sin detenerse demasiado
a mirar hacia atrás, salvo para tomar impulso. Sus poemas parecen decirnos
que no todo está perdido, siempre es posible la redención. Canta
la pasada felicidad, pero eleva su voz para reclamar su restauración.
Jamás cae en el nihilismo posromántico. Si denuncia la pérdida
es para arrojarse al reencuentro.
El afán de comunicación del que les hablo se combina, paradójicamente,
con un tono salmódico de filiación simbolista-vanguardista.
En efecto, el versículo se abre paso, con la modulación que
por lo común le es propia. El tono oracular, profético, en definitiva,
la actitud visionaria, se impone desde el principio. En cuanto al uso del
versículo -permítanme el inciso- he de decir que se integra
perfectamente con versos de métrica tradicional, pues el poeta ha sabido
producirlo por combinación de formas métricas reconocibles.
Sus versículos no disuenan jamás, pues rítmicamente dialogan
a la perfección con los demás versos.
En lo que respecta al tono oracular llama la atención el uso de una
identidad poética trascendente que se trasmuta por momentos en el hombre
de carne y hueso, en el autor biográfico real. Me parece peculiarísima
esa manera de abordar la escritura. Por lo común la dicción
profética y el tono confidencial no suelen mezclarse. Suelen incluso
enfrentarse entre sí con la máxima acritud los defensores de
uno y otro modo de escribir. Sin embargo, Manuel Gahete logra a menudo fundir
las dos orillas, dando lugar a una obra muy personal.
Por eso el lector encontrará en este libro un uso torrencial de los
procedimientos visionarios. Sus poemas están plagados de metáforas
superpuestas, oxímorons e hipérbatons de origen barroco... pero
también de imágenes visionarias. Entronca así con la
tradición irracionalista contemporánea, a la luz del magisterio
de Aleixandre, Neruda y el Miguel Hernández más surrealista
(entre otros muchos). La construcción de la frase apunta en idéntico
sentido. La frase larga, que se derrama en cascadas, apoyándose en
la aliteración y la enumeración, le hace participar de esa gran
tradición contemporánea escasamente cultivada (por desgracia)
en la actualidad.
La región Encendida
Manuel Gahete
Ed. Caja de Ahorros de Avila
Avila, 2000