DE ANTOLOGIAS
Esto de las antologías de poetas tiene su
virtud: por lo pronto, la de enseñarnos que en este parnasillo de máscaras
y juegos -que dicen- deshumanizados, reinan las emociones -el afecto y el
odio, incienso y navajazos-, si no más, al menos tanto como en cualquier
otro sitio. Es preciso reconocer además a los antologadores un valor
a toda prueba, pues compilar a un grupo de poetas, con sus vanidades y sus
obsesiones -que son legión-, es apostar por perder buen número
de amigos. .. y hasta acrecer la nómina de los enemigos. Unos, por
no aparecer; otros, porque lo hacen, pero no a su gusto; y los menos porque,
aunque lo hacen y a su gusto, se ven obligados a ejercer públicamente
de desafectos para conjurar la más que probable envidia de los colegas
no antologados. Quizá por eso hay quien, consciente del peligro, prefiere
lanzarse más confiadamente por la pendiente del centón o la
revista exhaustiva.
Es el caso, sin duda, de Basilio Rodríguez Cañada y su Milenio,
verdadero y utilísimo (más que "ultimísimo")
catálogo de la poesía joven del fin de siglo: sesenta y siete
poetas antologados y otros ciento cuarenta y siete, citados unos y otros con
abundante aparato bibliográfico. Desde luego, para quienes dudábamos
de que realmente hubiera "cien mil vírgenes", este libro
se convierte en un documento incontestable, verdadera "acta notarial
de "todo lo leído, oído y vivido en estos años",
según define el propio prologuista-antólogo.
Nada, por tanto, que alegar al intento. Si acaso, una leve puntualización,
en ningún caso descafificadora: si es aceptable, y hasta preceptiva,
la inclusión en una antología de este tipo de una o varias "jóvenes
promesas", no parece serlo tanto el que éstos se nos ofrezcan
algo más que talluditos... y poco menos que vagos. Es el caso de Ángel
Rodríguez Abad, nacido, según la reseña, en 1961, y autor
de un solo libro ¡¡todavía inédito!! Vamos: lo que
López Gradolí llamaría "un escritor bajo palabra
de honor".
Es preciso destacar, en todo caso, el importante trabajo de campo y el incuestionable
interés que este tipo de florilegio tiene para el estudioso presente
y futuro a la hora de escapar del paradigma dominante y afrontar una verdadera
recuperación de lo más válido del período. Un
libro que recomendamos, pues, con gusto.
Menos exhaustivo aunque más intenso, y por tanto muy distinto, es el
caso de nuestro segundo invitado, el trabajo de Garrido Moraga. Nos encontramos
ante una antología -seguramente la más compacta hasta el momento~
de la llamada Poesía de la Diferencia"; un libro que reúne
a lo más granado de dicha postura (Pedro Rodríguez Pacheco,
Manuel jurado López, Pedro J. de la Peña, Carlos Clementson,
Juana Castro, Domingo E Faílde, Ricardo Bellveser, Antonio Enrique,
María Antonia Ortega, José Lupiáñez, Fernando
de Villena, Concha García, Alejandro López Andrada y Antonio
Rodríguez Jiménez) y que trata de perfilar, ya de una forma
casi "canónica", sus posiciones teóricas.
Cuenta para ello con un extenso trabajo preliminar a cargo del compilador,
cerca de una treintena de páginas de bibliografía esencial y
una poética -o similar- de cada uno de los poetas reseñados.
Importante aparato para consolidar el frente y dejar constancia de la propia
artillería. Como Cisneros, los poetas aquí compilados parecen
querer decirnos desde las pastas del volumen "Éstos son mis poderes".
Y ciertamente, que lo son. Nótese que hablamos de nombres nada desdeñables
dentro del panorama poético español: ninguno de ellos cuenta
con menos de media docena de libros publicados, la mayoría lo ha hecho
habitualmente en colecciones o editoriales de máxima difusión
(Adonais, Pamiela, Editora Nacional, Ámbito, Libertarias, Visor, Huerga
& Fierro, Renacimiento ... ), algunos se han beneficiado de premios de
postín y todos, absolutamente todos, presentan un quehacer poético
digno de mención que, sin embargo, no les ha permitido romper el dramático
cerco de silencio y de olvido impuesto por la facción dominante sobre
los insumisos y desafectos desde hace quince años.
Parece obvio que estamos ante un libro voluntariamente beligerante en contra
del monopolio con que se ejerce desde las alturas el poder poético
en España. Nada que alegar, por tanto, tampoco en este caso. Cada cual
se sitúa en el lugar que quiere y, la verdad, hacerlo frente a frente
y -como aquí~ con fuerza y rabia contra la editocracia de una generación,
es digno de encomio. En esta revista (Norma) sabemos ya algo de eso, y también
de largas cuarentenas por el desierto de la nada.
Debemos destacar, sin embargo, nuestra decepción al bucear en los posos
que Garrido Moraga pretende comunes a los autores seleccionados: decadentismo,
sensualidad, "la palabra dinamizada, no la integración de fondo-forma
" (pág. 25), desconfianza de la realidad" (pág. 26),
intrascendencia del principio de verificabilidad, tendencia al mero juego
verbal; decepción que se hace molino cuando se nos confirman, por ejemplo,
las querencias "deconstruccionistas" de algunos de sus integrantes,
incluido su principal abanderado, Antonio Rodríguez Jiménez
(pág- 22). Un viaje, desde luego, para el que no hacían falta
alforjas: de la deconstrucción a la deconstrucción; del monopolio
relativista al oligopolio igualmente relativista. Menos mal que tenemos la
suerte de conocer la obra de muchos de ellos, a los que nunca nos atreveríamos
a dar tal alferecía. Más bien todo lo contrario: hablo de la
poesía radicalmente trascendente y humanizadora de Fernando de Villena,
de jurado López, de López Andrada, de Antonio Enrique...
Nuevamente, pues, nos encontrarnos con la -al menos en los últimos
tiempos- proverbial incapacidad del antólogo para ahondar de verdad
en el problema. Por más que se apueste por una "manera diferente"
de hacer poesía, presuntamente alejada de la mal llamada "poesía
de la Experiencia", no se dejan de propugnar los mismos fundamentos a
que aquélla se sujeta: deconstrucción, sensualidad, juego de
lenguaje y vacío autorial. Y se hace, para más inri, en contra
de la manifiesta opinión (léanse, si no, sus poéticas)
de varios de los autores antologados. Parece que no le es posible al crítico
escapar de lo que Steiner llamara con acierto el laberinto de espejos de la
teoría y la práctica modernistas " (Steiner, George: Presencias
reales, Barcelona, Destino, 1989; pág. 175).
Al final, lo que se constata es la inconsistencia, pero no de los poetas antologados,
ciertamente valiosísimos, sino del análisis, que también
aquí, como en ocasiones anteriores, parece reducir toda la polémica
en última instancia a un fútil y vacío enfrentamiento
entre quienes ..controlan" el poder literario, las llaves del Parnaso,
y los que quedan fuera, expatriados en la gehena del olvido. De hecho, una
vez leídas todas las poéticas que los autores nos ofrecen, y
más allá de la intención del antólogo, la única
conclusión a la que podemos Regar es que, en efecto, nada une a estos
poetas sino una defensa compulsiva de su derecho a la 11 supervivencia"
poética, la muy loable reivindicación de una mayor polifonía
contra la cantilena monocorde que hoy infecta casi todos los rincones de la
cultura.
Con notable claridad nos lo señala una de las figuras antologadas,
María Antonia Ortega: "La Diferencia también tiene una
razón histórica, u oportunidad, de ser: la de fomentar el respeto
de lo minoritario" (pág. 176). Lo que, desde luego, no es poco.
Organizar una corriente de opinión a favor de la libertad literaria,
buscar respaldos (pedir favores), forzar enemistades, remover miasmas, esparcir
nauseabundancias, abrir heridas y hendir conciencias con el objeto de pedir
un espacio para la concurrencia, es actividad que desde estas páginas
hemos considerado y seguirnos considerando heroicamente necesaria en tiempos
-como estos~ de duro monopolio. Bienhallada, pues, la liberitad, la "diferencia",
porque en ella cabrá también la poesía del hombre, habrá
también lugar para la trascendencia. Bienhallada, sí; pero no
suficiente.
Desgraciadamente, el monopolio imperante es mucho más que una intrincada
confluencia de intereses editoriales, más incluso que un mero y vacuo
-aunque asfixiante- "sindicato del crimen" (así llama al
menos al sector dominante, con fina ironía andaluza, uno de sus más
avisados y conspicuos componentes, Felipe Benítez), sino toda una forma
de entender la poesía, el arte y la cultura, excluyente -a lo que se
ve- de cualquier otra. Desde luego, algo muy distinto de o que podríamos
llamar, si viviéramos en un país culto, verdadera "poesía
de la experiencia". Un frente, por cierto, mucho más activo y
peligroso de lo que en principio cabría suponer en el mero interés
por controlar un sector tan exiguo del mundo editorial como es éste
de la poesía.
El error -generalizado- tiene que ver, precisamente y sobre todo, con la propia
visión de los antólogos respecto de los paradigmas en que se
han desenvuelto y se desenvuelven las últimas generaciones. Una y otra
vez cae el erudito -cosa grave en quien tiene la obligación de la clarividencia-
en la tramposa simplificación, facilitada precisamente por los mismos
agentes monopolistas a los que a veces se dice combatir, de definir como "poesía
de la experiencia" a la tendencia dominante, soslayando el hecho de que
no se trata en realidad, según propia confesión, sino de una
poética de la "experiencia fingida", de la mascarada, una
poesía "relativista" y posmoderna o, lo que es igual, de
la deconstrucción y del vacío autorial. Nada de sinceridad,
nada de vida y nada, pues, que la distinga de las vaporosas ilusiones de Arde
el mar, por más que tirios y troyanos, seguramente para marear la perdiz
del monopolio y oscurecer el horizonte, repitan especie y remoquete. Y a fe
que tantos pican; por eso es tan goloso seguir con el engaño.
El problema parece, por consiguiente, el mismo que en tantas antologías
anteriores: acertar a definir correctamente, atinar a ver con claridad el
rostro del enemigo en lugar de conformarse con el conocido y engañoso
repertorio de sombras en el muro. Lo que hay, en realidad, es un combate a
vida o muerte (literaria, claro, quién lo duda, aunque tangible; algunos
ya sufrimos -aunque, como se ve, no en silencio- sus consecuencias: copando
listas negras y habitando destierros) entre quienes defienden una poesía
puramente sensual, biológica, esteticista y "deshumanizada",
ofrecida absurdamente como máscara vacía e intercambiable, mera
logomaquia relativizada que debe ser "reinventada" por cada nuevo
lector, y quienes optan (optarnos) por una poesía "humanizada"
y "humanizadora", plena de contenido y de "sentido". 0,
lo que es igual: entre quienes, como Nietzsche, ridículamente atentan
contra el sentido común, dicen descreer de la autoría y ven
en la obra de arte un universo increado, azaroso e intrascendente, el reino
del monólogo egoísta (y aquí entra la poesía de
la "experiencia fingida", tanto como la de la "diferencia sensual
y decadente", o la del "conocimiento-logomaquia"), y quienes,
como los que hacemos esta revista Norma, considerarnos la necesidad perentoria
de la autoría, de la autoridad creacional, y vemos la obra de arte
como un universo verdaderamente abierto al "otro", ordenado y trascendente,
comunicación y aletheia, la "casa de la presencia", por usar
un término afortunado del nobel Octavio Paz.
Nadie más opuesto, pues, a la falsamente llamada "poesía
de la experiencia" que nosotros. Pero no por clara, ni por figurativa,
ni por prosaica, ni por realista, mecanismos todos ellos, al fin y al cabo,
tan legítimos como la abstracción. Ni siquiera por vacua, porque
nosotros no rechazarnos de plano la vacuidad: hay momentos del día,
ocasiones en que nada sabe mejor que una andanada de fresca fruslería.
Contra lo que de verdad nos rebelarnos es contra la pretensión perversa
-y hoy oficializada- de absolutizar esa vacuidad, de divinizar la intrascendencia,
contra la obligación que se nos impone -desde revistas, suplementos
literarios, editoriales y jurados- de aceptar que, como poetas, querárnoslo
o no, mentimos y, como lectores, querárnoslo o no, deconstruimos. Frente
a ello, en esta revista anuario reivindicamos un arte humanizada, y afirmamos
precisamente lo contrario: que nadie puede escapar de sí mismo, que
la palabra es una verdadera " intensidad de presencia", y que la
obra de arte, aun la más pretendidamente vacua es, velis nolis, fiel
reflejo de su autor; en todo caso, de la vacuidad existencial de éste.
Nuestra crítica no apunta, pues, contra el esteticisino, sino contra
el asfixiante monopolio del fingimiento, la deconstrucción y la insinceridad.
Si esto nos acerca al grupo "de la Diferencia", aleluya, porque
tendríamos alguna compañía; aunque mucho nos tememos
que estos nuevos "quijotes" (así define al grupo la citada
María Antonia Ortega; pág. 175) continuarán apuntando
su temible artillería en la dirección equivocada. Otra ocasión
perdida, en consecuencia, para encender la noche e iluminar el bosque. Tendremos
que esperar a la siguiente; pero no nos importa. Lo haremos, como hasta ahora,
con la poesía alarma.
MILENIO (Ultimísima Poesía Española)
(Antología)
Rodríguez Cañada, Basilio
Ed.Sial /Celeste (Madrid 2000)
(Colección Contrapunto, nº 7). 672 págs. / GARRIDO MORAGA,
Antonio:
DE LO IMPOSIBLE Y LO VERDADERO. Poesía
Española 1965-2000 (Antología)
Antonio Garrido Moraga
Ed. Sial/Celeste (Madrid, 2000)
(Colección Contrapunto, nº 11). 274
páginas.