Poesía  
 

 

AG-G nació en Corcullón (León) en 1954 y fallecido en Madrid en 2004. Su obra, vitalista y humana, está compuesta pro estos principales libros: No le pongas grilletes a la aurora, Amalur, Memoria de la desesperanza, Bajo la agria luz de los cerezos, Los dioses y los días, El país de la nieve, Pentagrama de junio o el último, Catulo en Malasaña, que es un canto al paganismo y a la libertad y del que hemos reproducido algunos de sus poemas.

VIAJE A EL PAÍS DE LA NIEVE.
(ANTE EL FALLECIMIENTO DE ANTONIO GONZÁLEZ-GUERRERO).

En la noche del sábado al domingo 5 de diciembre de este 2004, el poeta leonés Antonio González-Guerrero (Corullón, León, 1954) nos ha dejado al no poder superar la grave enfermedad contra la que luchó durante el último año de su vida. Quisiera que estas líneas sirvieran, además de para dar a conocer la noticia de tan dolorosa pérdida para sus familiares y amigos, para recordar la valía humana y los méritos literarios de quien había sido elegido miembro de la Academia Castellano-Leonesa de la Poesía, aunque no le ha sido posible llegar a leer su discurso de ingreso en tan noble institución de las letras de su región, de la cual forman parte muy relevantes figuras de la poesía española actual, tales como Eugenio de Nora o Antonio Colinas, por citar dos casos muy conocidos.
Antonio González-Guerrero era un leonés que vivía en Madrid y que amaba a su tierra natal con verdadera pasión, con auténtico desgarro. Sus ojos estaban hechos a los paisajes nevados del valle del Bierzo (no en vano, uno de sus libros fundamentales es El País de la nieve). En sus cartas mencionaba a menudo la visión y el perfume de las flores de los cerezos, allá en el valle amado, y siempre que le era posible se escapa hasta Corullón, al domicilio paterno, en busca del calor de los suyos y los amados paisajes de su tierra. Conocía los mitos y las leyendas más remotas en torno a su tierra y los llevó a sus poemas buscando en ellos unas señas de identidad de las que deseaba dejar constancia a las generaciones presentes y futuras. En Madrid tenía Antonio a su hermana Albertina, a su cuñado y a sus dos sobrinos, a los que amaba hasta el extremo. Ellos lo han cuidado con desvelo a lo largo de toda su enfermedad y le han proporcionado el cariño y el apoyo que necesitaba con absoluta abnegación, sin regatear sacrificio alguno. Antonio reivindicaba para su tierra un porvenir de justicia y prosperidad, por lo que estaba integrado en los círculos de intelectuales leoneses de la capital de España. Soy testigo de lo que este hombre ha dado y hubiera dado por su tierra. “Poeta herido del exilio leonés”, le había llamado Luis J. Artigue.

Pero Antonio González-Guerrero era además miembro de la Unión de Escritores y Periodistas Españoles, de la Asociación Nacional de Críticos Literarios y Gran Comendador de la Orden Literaria “Francisco de Quevedo”. Su obra ha sido traducida al francés, inglés y bengalí y sobre ella se han realizado estudios en las universidades de Dublín (Patrick Gallagher), Nueva Delhi (Shyama Prasad Ganguly), Birmingham (T.J. Dadson), Luxemburgo (Alberto Barrera y Vidal), Rabat (Venancio Iglesias), León (José María Balcells y Francisco Martínez García) y Tarragona (José María Fernández). Había cursado estudios de Filología Española en la Universidad de León, de Traducción e Interpretación en la Facultad “Lucien Cooremans” de Bruselas y de Filología Francesa en esa capital, en París y en Madrid. En 1975 obtuvo el grado de Titulado Superior en Estudios Franceses Modernos y en 1976 fue profesor de Lengua Francesa. Entre sus principales títulos de poesía destacan los siguientes: El peso de mi sombra (1980), No le pongas grilletes a la aurora (1982), Amalur (1984), Génesis del recuerdo (1985), Memoria de la desesperanza (1987), Poemas del corazón ausente (1991), Bajo la agria luz de los cerezos (1994), libro con el que obtuvo el Premio Inernacional de Poesía “Juan Alcaide” en su convocatoria correspondiente a 1992, Carta irlandesa (1996), Los dioses y los días (1996), El país de la nieve (1997), premio de poesía “Ciudad de Toledo” 1996, Tomaré nuevamente la palabra (1997), Pentagrama de junio (1999), Recurso a la memoria (2000), con el que obtuvo el premioXXIV premio “Bahía” de poesía y Catulo en Malasaña (2003).
Era Antonio González-Guerrero un poeta de amplios recursos y variados registros. Su obra última acentúa el desgarro existencial y humano de un poeta desarraigado que valoraba la amistad y el amor por encima de muchos otros valores perecederos. Poeta de la memoria, hizo de la evocación recurso permanente y una de las características esenciales de su poesía marcada por el recuerdo, la búsqueda de la felicidad o el desamor; en definitiva, una poesía del más profundo calado humano. En estos libros últimos aflora sobremanera un aire de desvalimiento que en mucho nos recuerda al de César Vallejo, no por el modelo de poesía a seguir o las influencias sino por lo concierne al tono desoladoramente humano. Y es que Antonio era hombre especialmente sensible para con los detalles y las atenciones de los amigos. Los olvidos y desatenciones pesaban más de lo que hubiera sido menester en su corazón dolorido. Una poesía, la suya, abierta a las últimas corrientes de nuestra mejor lírica, actual y viva, intimista y experiencial, que deja constancia de un tiempo desabrigado y osco, de efímeros y engañosos paraísos artíficiales que vienen a desombocar en la infelicidad del ser humano de nuestra época.

Antonio González-Guerrero trabajaba la forma y el fondo de sus textos, por lo que dominaba su oficio.Usó del endecasílabo, especialmente, y sus poemas tienen ritmo y musicalidad armoniosos, sin aspavientos ni lagunas llamativas, sin retórica ni altisonancia. Antonio nos habla siempre con un lenguaje confidencial e íntimo, con calor humano, y sus palabras destilan un sentimiento de orfandad que nos conmueve. Era un hombre creyente y en su poesía puede seguirse el rastro de sus amores y desafectos, de sus soledades, de sus caídas, de sus renunciamientos, de sus alegrías y experiencias dolorosas. Vivió mucho y presintió que moriría joven, porque sabía que su corazón de náufrago no podría soportar durante mucho tiempo los embites de este mundo descorazonado. Yo quiero conservar ahora la imagen de su risa franca a través del teléfono, la sinceridad, nobleza e hidalguía de sus palabras y sus comportamientos de hondo calado humano, la severidad de sus versos llamando a las puertas del afecto. Antonio González-Guerrero ha entrado en la eternidad, libre ya de los sometimientos al tiempo y sus rigores, a los que aún no somos ajenos los que transitoriamente aquí esperamos.
Al poeta de honda raigambre leonesa, ahora en El país de la luz, que ha entrado en la historia de la poesía española actual por méritos propios. A sus padres, a su hermana Albertina, a su cuñado y sobrinos, a sus amigos de verdad y a todos los que bien le quisieron y apoyaron, mi dolorido sentir. Nos quedan sus libros y el recuerdo de un hombre bueno, al que tuvimos el privilegio de tratar. Hasta siempre, Antonio, nuestro muy querido amigo. Ya eres de todos. Ya estás en el aire y llevas contigo el perfume de las blancas flores de los cerezos. Allá en en el valle del Bierzo. En El país de la nieve.

José Antonio SÁEZ.

 

 

LA FUENTE MILAGROSA

Aquí está el jardín. Entra. La fuente
que cura todo mal tiene sed de tus labios.
Bebe en su laxitud y pon la fruta
de Adán sobre la lóndiga del delta.

El jardín es espeso, sazonado y profundo:
con su hierba trigal y su fresón salvaje.
Cógeme las manzanas o sea tu cuchillo
odre de leche y miel para calmar la hambruna.

No hay horas de visita. Ven de noche si quieres.
Tráete a los amigos; la fuente es milagrosa.


OFICIO

Deja que te desnude con la boca,
a despecho del hambre de mis manos.
Que arranque tu pretina con los dientes
y muerda con mis ojos la sangre de los lirios,
que hiere tus pezones, gota a gota,
preñándolos de azúcar, cual si altivas cerezas.

Permíteme que caiga en el olvido
de toda dignidad. A cualquier precio
quiero la subversión, la guerra sucia
de tu lengua arrastrándome hasta el vértigo.

Amo la turbación, el desafío
de darme por doquier y toda entera
mansamente a tu ley y tu lujuria.
Ordéname matar y te obedezco.

Perra o esclava seré si tú lo pides,
o puta complaciente con quien mandes.
Pero acepta el oficio de mi boca
y escúpeme tu semen en la cara.

EL CHULO

No era un muchacho de esos
que trabajan colgados de un andamio,
con sus monos abiertos hasta el pubis
y el sexo a reventar. No era tampoco
un chicarrón vestido de uniforme
ni un chavalote al uso: con su culo
musculoso y gentil.
Yo no sabría
decir qué me sedujo de aquel hombre
o por qué sigo atada a su codicia.
Tal vez fue la dureza de sus ojos,
o esa forma especial de dar las gracias
tras cobrar su estipendio.

NEBUR

En la escuela jugábamos las chicas
a darnos el placer de buscar novio
(Los días eran largos y tediosa
la vida en aquel pueblo de mi infancia).

Cuando sea mayor -contaba Carmen-,
me iré a la ciudad con mis padrinos.
-Y yo seré azafata de congresos
Pues yo -decía Mabel-, seré enfermera.

La pasiva refleja... -Ángela, dime
¿qué función tiene el se cuando leemos
se vende, verbigracia, o se realquila?
-preguntaba Sor Juana sin respuesta.

El bedel era un hombre de principios
(si tocas menos diez, te doy un camel),
hacía sonar el timbre y la pasiva
quedaba hurtadamente en la pizarra.

La hora del recreo, con los chicos
jugando al escondite y a las prendas,
es el único gozo que recuerdo:
con Nebur manoseándose el paquete.

Si pierdes, quiero un rizo de ya sabes.
-Y ¿si gano?. Pues si ganas te la enseño.
¡Diecienueve centímetros de polla
-sentenciaba Miguel- Se la he medido.

No sé por qué razón perdía siempre
Nebur en aquel juego; aunque no quise
ninguna recompensa por entonces,
o su alarde viril me estremecía.

Tiempo al tiempo, chiquilla, tiempo al tiempo,
que yo sabré esperar hasta que crezcas.
Y me escribía versos en los libros
o me mandaba cartas por mi hermano.

Era un muchacho amable, inteligente,
sensible y soñador. Y, a sus quince años,

responsable en exceso y juicioso,
que firmaba al revés para ocultarse.

Tiempo al tiempo, chiquilla, tiempo al tiempo,
que quiero ir modelándote a mi modo,
y darme a tu ternura en cuerpo y alma,
y ver crecer contigo a nuestros hijos.

La clase de dibujo fue una historia
que no quiero contar. Hermana, mire,
Ángela está sangrando por las piernas,
-dijo Carmen nerviosa-.
Y sor Socorro,
que sabía latines de la vida,
me llevó a los lavabos advirtiéndome:
si lo haces con Nebur, ponle una goma.

PASEO VESPERTINO

Paseaba su mastín mientras leía
los versos, con fruición, de Leumna Haeget,
con el torso desnudo y atrevido
tal un jovial David de Miguel Ángel.

Lo miré al pasar junto a los setos
y proseguí ojeando ensimismada
la agenda de El País. Hola -me dijo.
Hace una tarde espléndida; el verano
es un tiempo infeliz para los perros.
-Quieto,Tom; deja en paz a la señora.

Vestía un short de atleta en raso fino,
tan blanco que un cristal transparentaba
el vello de su pubis, rizo y negro,
y su glande a estallar de tan hinchado.

Los perros son la leche. Tom, tranquilo;
sal de entre las celindas -reclamaba.
Y mirándome dijo: ven, entremos.
La tarde está ideal para un buen polvo.

REENCUENTRO

Me seguía a menudo hasta el colegio
en un BMW color blanco.
Su aspecto era de hippy: pelo suelto,
un escorpión tatuado en una nalga
y un pearcing de oro fino vigilando,
a modo de aureola, su prepucio.

Lo hicimos una vez y fue tan bello
que aún siento placer al recordarlo;
o el sexo se humedece y me estremezco
si digo que le di lo más profundo.

No quise verlo más. (Como presente
llevo puesto en la vulva su zarcillo).
Tampoco él insistió. Niña -me dijo-,
soy mayor para ti y obraré en causa.

Lo odié asesinamente por cobarde,
por dejarse vencer sin dar batalla.
Pero ayer, otra vez, lo eché de menos,
y todo volvió a ser maravilloso.

LUZ DE PONIENTE

¿Qué dulce medicina
hay, amor, en tus labios? ¿Qué palabra
capaz de contenerme
el ritmo de los pulsos?
Si memoro
las noches desdeñosas, en su urgencia
de traición o mentiras. Si me entrego
a la tenue alegría de tus ojos
de mieles y azafrán, leo en tu risa
los poemas más bellos que un amante
haya escrito jamás.
Tu diccionario
era un coro interior, con su liturgia
de límpidas sonatas. O solías,
a modo de ofertorio, abrir la puerta
de la gloria con líquidos clarines.

Tu verbo era la carne de las almas
que buscan comulgarse. Por tu boca
se derramaba un cáliz de alhelíes
a guisa de oración o de presagio.

Venías a mi fuente de agua tibia
con el vino feliz, para embriagarme
o dar calma a mi sed, sedientamente,
y a herir tu corazón de rosas rojas.

Traías el zurrón amanecido
de versos y de frutos escarchados.
Y siempre un solespones bondadoso
como lluvia de abril, tras la tormenta.

Yo no sé, en verdad, cuál fue el prodigio
que me arrastró hacia ti. Pero te juro
que aún llevo tu memoria como guía
de luz en esta ruta hacia el ocaso.



CITA APLAZADA

Le gustaba exhibir su poderío,
esplender su hermosura por la casa
y mostrar el paquete a las vecinas,
sutilmente detrás de los cristales.

Yo lo oía gritar cuando metía
un gol el Real Madrid. Zidane e Hierro
fueron aquel otoño contraseña
de duendes en mis manos.
Una noche
que jugaba en Montjuic el Barcelona,
subió a preguntarme por un libro
de Violeta Rangel. -Por favor, pasa.

Hablamos largamente de poesía:
de Moya y de Gahete. (¡Gol del Barça!)
Joder qué bien la mide el brasileño.
Perdóneme -añadió- te estoy cansando.

-No importa -sonreí-. Yo soy merengue
(aunque hay algún culé que está que mata).
Entonces -concluyó- sé generosa;
después veremos juntos el partido.


SIEMPRE LLEGAN LAS ROSAS

Porque me entrego al mundo
con llana devoción, sin darme tiempo
para orar a los ángeles castrados
o zaherir a los dioses de la niebla.

Porque soy como soy, aunque haya sido
lo que nunca sería si no fueras
el reloj de mi sangre, el meridiano
y el propio mapa mundi de mi cuerpo:
que no es tierra ni es mar sino latido
o pura alegoría de la llama,
u hostia a compartir.
Aunque te niegues
a creer que en mi pecho los chacales
han hallado botín, o que es estepa
de olvido la ceniza en los rescoldos,
y que no hay salvación en la derrota.

Aunque ya la templanza
me traicione en su azogue y me asesine
lentamente el dolor, o la locura
se haya vuelto a aliar con tu recuerdo.

Aunque sueñe tu pubis
ardiendo como un sol entre mis muslos,
o crezca todavía
tu aroma por mi piel desparramado.

Aunque haya tenido que matarte
para tenerte, en fin, eternamente
y sea un epitafio
mi vida, que se escribe en cinco letras;
aún siento el fervor, el fuego altivo
de esas ganas de amar, tal si a destajo.

Cierto que tengo el alma corrompida
de lunas navajeras y hojarasca;
pero odio el rencor cuanto amo el vicio,
y pago con ternura lo que debo.

O el corazón me dicta en su destreza
que, pues me doy al mundo sin ambages,

hallaré en la esperanza mi camino.
Las rosas siempre llegan, tras la nieve.

JUEGO DE NIÑOS

¡Aires de libertad! Hubo a menudo
días en gris marengo, interminables
noches de ensoñación que amanecían
urdidas de barrotes. En la cárcel
del sexo a medio abrir, las muchachillas
aldeanas pintábamos sombreros
y tulipanes rojos como falos
de fuego abrasador.
Con cierta astucia
los chicos adulaban nuestro empeño:
Te doy un chupa-chups si me dibujas
una almeja carmín en el ombligo.

En casa nos prohibían seriamente
comer pipas con sal o golosinas,
de ahí que convinimos, previo pacto,
el no comentar nada a los colegas.

Las cosas eran duras por entonces,
y el mínimo desliz era motivo
para no ir al cine una semana
o estudiar alemán todo el verano.

La libertad -decían- no es un peso:
es regalo de luz para uno mismo.
Y un regalo no llega ociosamente;
quien guste del deber será más libre.

Libertad, para qué -había leído
yo en alguna parte-. Y sonreía,
pues todo en nuestra regla era pecado,
o diera un panamá por un merengue.

El riesgo no era grave, si guardaba
Miguel nuestro secreto. Y yo creía
firmemente en la ley de la prudencia:
era un chico sagaz y agradecido.

El riesgo no era grave. Así que dije:
¿dónde quieres la almeja? -Aquí debajo.
Pero come primero el chupa-chups con ganas,
-concluyó jubiloso-. Lo mereces.

ANUNCIO POR PALABRAS

Rubén: chico viril, para parejas
con ganas de gozar; diez mil la hora.
También para bisex sano y discreto.
Abstenerse drogatas e indecisos.

Escueto era el mensaje. Terminaba
con un seiscientos seis de nueve cifras:
un número feliz que estaba impreso,
difuso y familiar, en mi querencia.

Quedamos en su casa. No tenía
el brillo de los ojos con que antaño
abrasara mi piel, tal si una esquirla
de lumbre se encendiera hasta los huesos.

Su gesto era taimado y se ocultaba
en un look inquietante y pandillero:
la cabeza rapada, voz adusta,
uniforme a lo Reich y carnes densas.

No pareció extrañarle mi visita:
Yo me llamo Rubén. -Y yo soy Nadja.
Pues ya sabes el precio: diez mil pelas
por un sesenta y nueve y un buen griego.

No supe contener mi desatino
y, a pesar de que el páncreas me temblaba,
hicimos el amor hasta extenuarnos,
o yo sentí mi cuerpo a la deriva.

Las cosas son así... Ahora vete
-dijo dándome un beso en la mejilla-.
Podemos, no obstante, hablar mañana;
tal vez aún quede un algo que decirnos.

CONFESIÓN

Quisiera confesarme
abiertamente ahora que anochecen
tus labios ateridos
en un vaso de whisky y de brown sugar.
Contarte, por ejemplo,
que aún siento el calor entre las piernas,
de tu semen rotundo:
uva dulce de Onán para mis días
de fiebre y ansiedad.
Si tú me escuchas
o si aún vale un verbo la franqueza,
te hablaré sin dolor, para decirte
que fuiste para mí lo más sagrado.

Es verdad que una tarde entre los tilos
Del parque Enrique Gil -¿por qué negarlo?-,
sentí mi doncellez arrepentida
y mandé asesinarla por tres veces.

Empeñó mi palabra
para jurarte, al fin, que tus deseos
eran para mi sed ríos de lluvia,
o no hubo otro hombre igual dándome gozo.

No es venganza si explico
que sé que te lo hacías con mi hermano;
o no hay razón alguna de tu esperma
que mi tacto cabal no certifique.

Cosas sin importancia, si se asume
que todo en esta vida es relativo;
o el libro del amor es más hermoso
si uno sabe leerlo en varias lenguas.

Hace frío. Tu cuerpo
huele a luz flagelada y sal antigua.
Cierra el confesonario con seis llaves,
y abriguémonos bien; la noche es larga.

TRÁNSITO AL DESENCANTO

A veces me gustaba darme al vicio:
dejarme flagelar ligeramente
e implorarle a mi novio de rodillas
que me atase con fuerza y sazonara,
con su lluvia amarilla, los racimos
agraces de mi sed.
Me apetecía
también, de cuando en cuando, el beso negro;
y con cierta frecuencia el fetichismo:
(morder su Calvin Klein bien empapado
de flujo seminal y droga dura).
O pinzar con su hebilla mis pezones,
o infligirme la cera sobre el clítoris.

A veces me gustaba seccionarme
en dos medias naranjas de tristeza,
y ofrecerme a Nebur virginalmente
e inmolarme en su fuego de caricias.

A veces, Dios lo sabe, en la miseria
pedí un jarro de amor como limosna.
Y sólo hallé lascivia y me di entera
con ganas de morir en unos brazos.

Inútil dejación. Aquel chiquillo
al que yo puse nombre de poeta
-ávido mercader de soledades-
mermó mi corazón hasta negarlo.

Lo amé en mi grandeza y mis ruinas
o di por él mi sangre en cien subastas.
Pero, aunque ahora vuelva a darme al vicio,
Nebur no beberá más por mi boca.

ACTO DE FE

Si piensas que ha caído
en las garras del miedo, te equivocas.
Puedo seguir amando aunque me duelan
los huesos de llorar.
Aunque se pudran
mi boca y los jacintos de mis labios,
voy a seguir creyendo en la alegría
de un nuevo amanecer en cualquier parte.

Te equivocas si estimas
que fuiste mi guardián de horas inciertas:
el amante atrevido
o el astro de mis noches de penumbra.

Te engaña el corazón cuando pretendes
hacerte perdonar tus arrebatos,
cuando vas por la vida de buen tío
y hablas del amor vacíamente.

Podría, si quisiera,
traerte el mar entero hasta tus ojos,
e inventarme jardines en mis manos
para darte el cobijo que me niegas.

Podría rescatarte de ti mismo,
romper como un cristal tu escaparate;
pero quiero soñar. Hoy necesito
soñar que aún te quiero, pese a todo.

DESTRUCCIÓN DE NEBUR

Como si nada hubiese muerto todavía
Pedro A. González Moreno

Como si nada hubiese muerto todavía
o la palabra aún tuviera el peso
de la ley de las almas pudorosas,
que saben de lealtad y abnegaciones.

Como si esta mañana las palomas
que pastan en mi sien, ya de regreso
de los cálidos bosques de Tunicia,
dibujaran tu nombre en los arroyos
de mi sangre cautiva; por mi sangre,
he visto zurear los pentagramas.

La música de ayer, las melodías
de tus ojos de arrope sosegado;
el timbal de tu cuerpo en su gemido
antes de darse, libre, a la contienda.

La flauta de tus labios suplicante,
el oboe encendido de tu sexo:
y el susurro también: el arpa antigua
de mis manos rezando a todas horas.

Dios del fuego invernal, yo te nombraba
dios, que quiere decir pasión ardiente:
temblor, gozo, dolor, herida, llama,
solar donde volver para habitarse.
Volvía yo a la casa en aquel tiempo
de arándanos en flor y miel tranquila,
con los odres henchidos de presagios
y el ánfora a quebrar de la ternura.

Mis bienes eran pocos ciertamente,
o nada a comparar con los almudes
ahítos de tus labios, generosos:
tierras de pan traer y blanco trigo.

Pero yo era feliz o me bastaba
esa frase perfecta que decías:
soy dichoso contigo, para serlo,
o amor es agradar la luz del otro.

Después, no sé por qué, fueron cayendo,
tras los soles de abril, las nieves frías;
y a la nieve siguió la niebla negra,
y hubo plagas, y aludes, y huracanes.

Quizás fuera la niebla. Pero, en junio,
enfermaron de golpe los castaños,
y no quedó en el valle ni un negrillo,
ni reventó la vid, ni hubo cerezas.

Tristeaba el silencio en mis rastrojos
pidiendo a Dios razón de su indolencia.
Y en tu pecho mordían las serpientes
del mal de desamor toda bonanza.

Por tus hermanas supe -tiempo al tiempo,
cual solías repetir a los quince años-,
que tenías negocios importantes
o cambiabas de coche alegremente.

Cuando te vi, Nebur, tras los deshielos,
no eras más que un rescoldo de ti mismo,

los restos recobrados de un naufragio
de un bello galeón repleto de oro.

Seguías siendo aún gentil y astuto,
con un aire naïf; pero aquel brillo
de azogue en las pupilas delataba
tanta desolación que, incluso el nombre,
no parecía igual.
Tú no lo sabes,
pero a veces te amé con tal vehemencia
que diera el corazón por destruirte.
O pequé contra ti hasta humillarme,
o no supe encontrar la luz precisa.

Sin embargo, ya ves, hoy las palomas
redibujan acordes por mi sangre
y pastan en mi sien, como si fuera
posible la esperanza todavía.