Miguel Rojo

 

SESIÓN DE NOCHE

 

                                                        a Tino Pertierra,
que tuvo la idea

De lo más profundo del armario saqué la gabardina y me eché a la calle. Era una gabardina verde aceituna que hacía años había comprado en un mercadillo de segunda mano en Amsterdam y que, con el paso del tiempo, había ido cogiendo ese tacto y ese color sobado que sólo las cosas antiguas o muy usadas tienen. Por eso, para días lluviosos como hoy, tristes y grisáceos,  que también parecían haber sido muy utilizados en otro tiempo,  me gustaba salir a la calle envuelto en ella.

Como ya dije, llovía. Era una lluvia fina y mezquina. Los coches pasaban salpicando y dejando tras de sí ese ruido tan triste que producen las ruedas al deslizarse sobre el asfalto mojado. Apenas si había gente en la calle. Ciertamente, la noche no invitaba al paseo. Después de deambular durante casi una hora, decidí entrar en un cine.

Era uno de esos horribles multicines despersonalizados que últimamente habían proliferado con igual velocidad con la que eran cerrados los antiguos cines de palcos y arañas de cristal… Una para la cuatro, dije sin mirar la cartelera. Me gustaba esto de elegir una película al azar, había cierta emoción primitiva en no saber lo que me aguardaba al traspasar la puerta de la sala …

El portero cortó la entrada y, con un gesto displicente de cabeza, sin decir palabra, me señaló la sala. La sesión había comenzado hacía unos cinco minutos, pero eso tampoco importaba. La oscuridad me dejó confuso y desorientado. Caminé a tientas por el pasillo del patio de butacas hasta que, ya un tanto habituado a la falta de luz, descubrí un asiento vacío junto al pasillo.

No parecía haber mucha gente. Al menos en las butacas de adelante no había nadie. La película era americana y, por lo poco que llevaba visto, trataba de un fornido camionero que se dedicaba a violar a una autoestopista que recogía en la carretera.

Efectivamente, el cine estaba vacío. Tuve que girar varias veces la cabeza hacia atrás, a derecha e izquierda, hasta confirmar que yo era la única persona que se encontraba en la sala. Era la primera vez que me ocurría algo así... En ese preciso instante, como para contradecir mis reflexiones, apareció una sombra por el pasillo; desconcertada y tanteando con las manos, se vino a sentar a mi lado. Probablemente, ella - pues era una mujer- debía de creer, como a mí me había sucedido momentos antes, que la sala estaba abarrotada.

Perdón, me dijo al hacerme levantar para sentarse en la butaca de al lado. Me imaginé su apuro cuando descubriera que había ido a parar justo a la vera del único espectador de todo el cine... A  partir de ese momento me resultó imposible concentrarme en una película que, por lo demás, era horrible: a la primera violación le siguió otra y luego otra y todas acababan envueltas en baños de sangre. Así que me dediqué a observar disimuladamente a mi vecina de asiento. Era una chica muy joven, o eso me parecía en la penumbra del local,  con un hermoso perfil y el pelo largo, quizás rubio o castaño; su pecho subía y bajaba rítmicamente sin alterarse con las salvajadas que se proyectaban en la pantalla.

Hacía tanto tiempo que no estaba junto a una mujer, que la presencia de aquella joven, el tenue roce de su codo en el reposabrazos de la butaca, su rodilla presentida, empezó a envenenarme la cabeza de una manera difícil de explicar… En un impulso que nunca jamás pensé podría tener, extendí la mano hasta apoyarla  suavemente sobre su rodilla. Cuando ya comenzaba a retirarla, atemorizado y avergonzado por mi osadía, ella posó la suya y me apretó los dedos. Aquello no era posible. ¿Acaso estaba teniendo una de mis típicas alucinaciones? Pero no, ella seguía sujetándome la mano, entrelazando sus dedos con los míos en un juego delicioso y perturbador.

Era todo un sueño maravilloso. ¿Cómo me podía estar sucediendo aquello a mí? Alguna vez, en mis más torpes elucubraciones, había soñado que una mujer sería capaz de dejar de lado el caparazón que me envolvía, ¡pura carroña!, y fijarse en lo que se escondía tras la máscara repulsiva que habían dejado las quemaduras en mi cara cuando mamá murió… Por fin, parecía haber llegado ese momento tantas veces soñado… Entonces, quizás movida por una escena de la película en la que el camionero remataba a una de sus víctimas con una gran piedra, ella ocultó la cara en mi hombro... ¡Ah! El indescriptible olor de su piel, las cosquillas que me producía su pelo en el cuello, aquella sensación de hogar que transmitía y que me hizo pensar en una feliz pareja sentada en el sofá frente al televisor un día lluvioso y desapacible como el de hoy… Le pasé el brazo por el hombro en un gesto protector y fue entonces cuando me habló. Al principio no entendí lo que decía. Realmente era hermosa y joven. Ahora la podía ver en el claroscuro de la sala: nuestras caras quedaron enfrentadas a escasos centímetros, tan cerca que podía sentir su aliento, seguir el reflejo de la luz de la pantalla en aquellos labios que se abrían y cerraban para decirme algo... Probablemente era su acento extranjero por lo que no entendía lo que me susurraba con una voz tan cálida que me entraron ganas de llorar... Creo que fue entonces cuando me gritó: ¡¡10 paja, 20 mamada!!

No es bueno despertar a nadie  bruscamente de un sueño. Siempre se lo oí decir a mamá. No es bueno, te puedes morir del susto. Mi madre lo repetía constantemente, que era muy peligroso. Quizás por eso la estrangulé. Apreté su cuello hasta que dejó de patalear y de respirar como una mujerzuela vulgar y sin principios.

Cuando ya salía de la sala me di cuenta de que había dejado la gabardina en la butaca. Fue una suerte no haberla olvidado, le tenía cariño. Regresé a recogerla. Ella seguía allí, me refiero a la chica, con los ojos abiertos, muy abiertos, como si no quisiera perderse una sola escena de la película....

FIN