Quizás sea García Maroto (Jaén, 1903-Madrid, 1989) uno de los directores
más injustamente tratado en la historia del cine español. Fue quizás el cineasta
más preparado técnicamente de su generación. Sus inicios en el cine fueron
como ayudante en uno de los laboratorios cinematográficos de Madrid, al poco
tiempo dejó este proceso técnico para iniciarse primero como ayudante y después
como operador de cámara. Tras participar en una larga lista de películas mudas
se marchó a París para adquirir los conocimientos necesarios para abordar
la llegada del cine sonoro convirtiéndose en uno de los primeros y mejor preparados
para este importantísimo cambio en España. Esto le permitió ser contratado
como jefe de montaje de C.E.A., una de las empresas más pujantes de la España
republicana, donde trabajó con Luis Buñuel.
Es durante esta etapa cuando da sus primeros pasos como director
con una serie de cortos, Una de... que consiguen el aplauso unánime de la
crítica y del público. Con estos cortos paródicos de diversos géneros (aventuras,
terror y policíaco) se inició también una fructífera relación con Miguel Mihura
responsable de los diálogos de estos exitosos cortos. A Mihura recurrió también
para su primer largometraje, La hija del penal, película producida por CIFESA,
la principal productora del momento, que también es gratamente recibida. Su
siguiente proyecto fue la adaptación de una obra de Wenceslao Fernández Flores,
pero no llegó a tomar cuerpo porque meses antes estalló la Guerra Civil.
Concluida ésta García Maroto fue de los primeros directores en
rodar, de nuevo para CIFESA, en un país devastado. Se trataba de una simpática
comedia basada en una obra de Pedro Muñoz Seca, Los cuatro robinsones.
Tras una carrera irregular la estrecha relación de García Maroto
con los escritores se retoma al final de su etapa como director. En su último
largometraje recupera la feliz idea descubierta en sus primeros cortos: la
parodia de géneros cinematográficos. En esta ocasión no es Mihura su cómplice
literario sino Tono, con el que consigue una divertida y ocurrente película,
Tres eran tres, que gustó mucho al público pero que fue muy mal valorada por
los órganos rectores del cine en la España de los años 50 lo cual implicaba
casi automáticamente su fracaso económico y casi el fin de su carrera como
director.
Casi una década después, cuando ya trabaja habitualmente como
director de producción de grandes películas norteamericanas rodadas en España
(Salomón y la reina de Saba, Espartaco, entre otras) rueda un cortometraje
de treinta minutos en el que resume la primera parte de las andanzas de Don
Quijote. Este proyecto formaba parte de uno más ambicioso que pretendía acercar
esta obra de Cervantes a los niños, pero de nuevo la absoluta incomprensión
de los organismos estatales y la completa falta de apoyo provocó definitivamente
la imposibilidad de esta animosa empresa y su injusto final como director
de cine.