Isabel Ruíz

 

EL BOGART DEL HALCÓN

 

Una oleada de inquietud y de ternura curvó hacia arriba las puntas de su boca. Allí estaba ella, saliendo de un destartalado portal.
Resguardado en aquella esquina, la veía entretenida, charlando con otras mujeres en la acera de una plaza desportillada, con el pulcro vestido de lunares ceñido por el aire a su cintura, la melena morena revuelta en caracoles. El mismo aire que llegaba hasta él desde un parquecillo cercano de chopos, al que la brisa arrancaba un susurro como de olas. O al menos, el sonido que él imaginaba que harían las olas, porque nunca había visto el mar. Para llegar, era preciso atravesar los páramos que rodeaban por todas partes su pueblo, con sus pedregales ennegrecidos y sus tortuosas elevaciones, torradas  por un sol de justicia desde el principio de los siglos.
Mirarla, aunque fuera desde lejos, le restituía su propia confianza. Se le daba bien observar a la gente, ir atando cabos de aquí y de allá y, en el momento preciso, ir haciendo las preguntas adecuadas. Pero aquella ciudad tan grande, sus barriadas radiales, sus aglomeraciones y sus autobuses… Sabía que podían desorientarlo.
Pero no. Estaba allí, había vuelto a dar con ella. Se sentía satisfecho. Se sentía él. Aquel detective que fumaba en silencio. Aquel macho frío que presionaba a una chica que no quería hablar, pero que acababa cediendo, ante su mirada sugerente o ante una oportuna bofetada; que acababa ‘cantando’ cuánto valía y dónde estaba aquel halcón que todos los personajes de la película iban buscando.
El corazón le dio un vuelco cuando confundió el tacto de la brisa con una caricia de su pelo.
- Maruja, ¿cómo has podido, Maruja? ¿Cómo has podido hacerme esto? – masculló ansiosamente entre dientes.
Era como él. Ese Bogart que conoció por primera vez en la sala parroquial, perfilando sus contornos blanquinegros en una pared de cal arrugada, y que luego había ido persiguiendo por las televisiones.
Por eso, porque era Bogart, se caló la boina, se subió el cuello de la pelliza, escupió una colilla y avanzó para plantarse delante de ella, la diestra oculta, tentándose el bolsillo.

 

Sevilla, 27 de febrero de 2008