Carmen Camacho

 

LAS EXTRAÑAS

 

Lo leí en la Facultad. CASTING. REMAKE DE LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS. SE BUSCA MUJER DE APARIENCIA EXTRAÑA. INTERESADAS, PRESÉNTENSE HOY A LAS 19:00 EN EL SALÓN DE ACTOS DE LA FACULTAD. Y yo, que soy tan común, tan exacta, casi idéntica, me presenté. Tenía mis motivos.

El primero: porque me aburría. Hacía media hora que la espera para la revisión del examen de Civil había superado el umbral de lo eterno, y yo no soporto las antesalas. Las antesalas ni sus láminas enmarcadas, humillantes, humeantes, de la flota española haciendo aguas y llamas en Trafalgar. Las antesalas, con su olor a precaución de pino, sus dispensadores eléctricos de lágrimas y el frío mal fregado, agarrotan, lobotomizan, desesperan, dan carraspera. Convierten cualquier tarde en un otoño.

Segundo: por la película. La Torre de los Siete Jorobados es, literalmente, fantástica. Podrían haberla titulado también Alicia en el Madrid de las Maravillas. Esa cinta española del año del chotis –literalmente- tiene algo de imposible. Y a mí los imposibles son de las poquitas cosas que me hacen recobrar la fe -literalmente, literariamente-. Desde que la vi comencé a pensar sin reparos en que debajo de Madrid hay otro Madrid, oculto más allá de la línea seis. Empecé a creer en la existencia de las pianolas, las cupletistas, las alpargatas a cuadros, las sobrinas de difunto. En las escaleras de caracol, las ruletas, las puertas giratorias, en todo lo que tenga más de tres vueltas. En que detrás de la Gran Vía aún aparecen fantasmas transparentosos, tuertos, bombines percudidos, pesetas, calles a oscuras. Y supe que el miedo da más miedo si huele a miseria, a meados de gato, a cocido madrileño.

Había una tercera razón: la sinrazón. Lo admito, desde chica hago cosas absurdas, chaladuras, gilipolleces, prontos míos. Siento cierta inclinación hacia el dislate.

Camino al salón de actos ya iba yo pensando en que mis ganas de casting no eran más que otro de mis habituales arrebatos…¿Qué iba a hacer yo en un casting para raras, si no tengo ni una mancha, nada, ni siquiera un antojito en la nalga del color y la forma de la mimosa; tampoco pelos coronando una verruga, ni nada más grande que otra nada que ofrecer? ¿Para qué iba, además, si tenía tan claro que cualquier remake de La Torre de los Siete Jorobados era guarrear el original? Hacer una película de fantasía en plena postguerra española tiene mucho mérito. Seguro que la versión de ahora era así a lo postmoderno, medio a lo Blade Runner pero con Torres Kío, Drag Queens, atrezzo del IKEA, el muerto presentándose en un  after o el Bin Laden volando el Viaducto. Otra de esas que llaman nuevo cine español.

La puerta del salón estaba entornada. La empujé con el silencio de la que se asoma a una iglesia. Apenas vi nada, pero escuché las voces de la gente, risas. Pasé. Un haz de claridad entró conmigo. Aún no se acostumbraban del todo a la sombra mis pupilas.

Noté que varias giraron la cabeza hacia mí, dedicándome una mueca que no fui capaz de interpretar. Al rato reconocí al director de la película –y quién no-. Allí estaba, tan guapo, apoyado en el escenario, qué tío riguroso, viene hasta a los castings. Hablaba con una. Vino hacia mí el gafapasta del equipo, que hablaba fino, tus datos, plis. Ponte este número, donde se te vea. La prueba es fácil, ya verás,  no dura nada…

No pude evitar mirarlas de reojo. Allí estaban, las extrañas. Mujeres extravagantes, mujeres colilla, mujeres correa, porreras, menopáusicas, mujeres frontera. Mujeres portento, mujeres de balón y nietas casi cúbicas, lesbianas, estrábicas; mujeres madre y desdentadas. Mujeres sin siliconas, mujeres como cepas, mujeres de voltio, cajeras. Mujeres. No sé porqué, pero yo me las había imaginado tristes. Por primera vez en mi vida me sentí rara.

Empezaba la prueba. Nos irían llamando una por una al escenario, y sin aspavientos ni forzar, que eso era muy importante, deberíamos caminar hacia la cámara, detenernos al llegar a la raya que había pintada en el suelo y quedar allí , que nos iban a tomar a cada una varios segundos de primerísimo plano. Un truco –nos dijo el de las gafas antes de empezar-: si queréis, cuando estéis paradas frente a la cámara, girad un momento la cara y miraos en este monitor. Aquí  podréis ver qué tal dais a cámara y, lo más importante, os puede ayudar a corregir el gesto.  Suerte a todas  y muchas gracias, chicas.

Comenzaron a subir al escenario las primeras. Pensé en aquella escena de la película  en la que unos jorobados pasan por una plaza de la ciudad escondida. Me acordé de Fabio; a Fabio le fascina el contoneo de las cojas. Y de mi hermana, que está loca por Javier.

Número 57.  Ya. Me toca a mí. Me levanto, me sudan las palmas, me enderezo la falda. Subo al escenario. Con decisión. No sé qué le pasa a mi sombra. Camino hacia la cámara, me paro, ahora poso para ella. De pronto me acuerdo, el monitor, puedo verme en primer plano en el monitor. Rápidamente giro la cara. Me miro.

La pantalla me devuelve la imagen de un ser aberrante.