Vicente Luis Mora

 

Calle Arganda 

- ¿Cómo se llamaba?

- Jaime.

- Qué colgao.

- Sí, bastante, pero era un taco buena gente.

- Sí...

- Hola.

- Qué pasa, guapa.

- Hola.

- ¿De quién habláis?

- De Jaime, un amigo de éste, que estaba colgao.

- ...

- ¿Por qué?

- Bueno, colgao no, es que era distinto.

- Un café con leche, por favor. ¿Distinto cómo?

- Bueno, alternativo. Tenía unas ideas extrañas.

- Cuéntale lo del cine, lo del cine.

- Ah... sí, lo del cine. Mira, es un buen ejemplo para entender a Jaime. Los sábados por la tarde iba a un multicines cualquiera, después de comer. Pagaba y veía sólo diez o quince minutos de cada película, entrando en todas las salas durante cuatro o cinco horas. Cuantas más salas hubiera, claro está, menos tiempo estaba en cada una.

- ¿Cómo?

- Un colgao, ¿lo ves?

- Pero... ¿para qué?

- Bueno, su tesis era que una película es una especie de reducción de la vida, una manía de ver las cosas desde un sólo punto de vista -el del director, supongo-, y por ello decía que en la realidad las cosas no pasan así; tu vas en el autobús o estás en un bar y las cosas y la gente se relacionan contigo inesperadamente, y las historias a las que asistes ya están empezadas. Llegas a una discoteca y ves en una esquina dos novios que se pelean. Es una película de la que te has perdido el comienzo, y tienes que inventarte o imaginarte el resto. Tú, por ejemplo, has llegado aquí, y no sabes por qué estábamos hablando de Jaime. Pues todo así. Él tenía una frase un poco cursi, cómo era... que la vida es una sesión continua, y siempre llegamos tarde a las películas de los otros... una chorrada, lo importante era la idea. Entonces, llegaba al cine, se sentaba en una, veía los títulos de crédito y un poco del principio, y se movía a la siguiente. Daba igual que fueran de dibujos animados, de ciencia-ficción, históricas o de tiros, porque él decía que era siempre la misma película, que sólo cambiaba de ambiente, como las distintas escenas o actos de una obra de teatro. Decía: es siempre igual, hay dos personas, dos personas que están condenadas a caminar juntas. A ratos se odian, a ratos se besan y se acuestan, a ratos son padre e hijo, amigos, contrincantes, dos ciudades, o asesino y víctima. A veces son el tercero o el otro de una relación matrimonial equivocada, a veces son un ordenador y su operario, un libro y el novelista. Dos almas, si prefieres. Se ve mejor cuando vas de una sala a otra: están aquí luchando a espada, y allí descubriendo un tesoro perdido, aquí bailando en una fábrica de ollas, allí discutiendo sobre la esencia del ser. Casi siempre terminan casándose, algo que no entiendo, pero que imagino que será una metáfora sobre esa necesidad eterna de participar en la vida del otro...

- Quería decir eso de "unidos para siempre"...

- ... eso, exactamente. Un compromiso. La boda final es sin ninguna duda la materialización de la condena. Esa es la película, decía. Distintas formas de entender que no puedes vivir solo. Todos los sábados la veía. 

 

De Circular 07. Las afueras (2008)