Salvador Gutiérrez Solís

 

De puentes y cuernos

 

Todas las vírgenes se parecen a la Meryl Streep de esa película de puentes y cuernos, la Virgen es sólo una pero tiene muchas caras, tantas como iglesias y capillas, ermitas y demás santuarios, las hay agitanadas y extasiadas, y agitanadas y extasiadas al mismo tiempo, las hay enfermas de dolor, angustiadas y clementes, con lágrimas de barniz que atraviesan las pálidas mejillas, envueltas en sedas y oros y cubiertas por mantos de paño, y demás texturas, algunas botan, lloran pero botan en sus tronos de plata y filigrana, Pepe el Bola aprieta los riñones para que su Virgen bote mejor que las demás, me refiero a las que procesionan, no sólo él, pesa demasiado, junto a una cuadrilla, costaleros como él, Pepe se ajusta la faja a la cintura y el costal a la cabeza todos los Martes Santo de cada año, el Bola, Bolilla cuando era pequeño, en el colegio, termina con el cuello en carne viva, no le importa, lo hace a gusto, para que la Virgen bote mejor que las demás, suenen los varales al son de la banda y la gente aplauda en las callejuelas, entonces la gente no aplaude a la cara de la Virgen, aunque se parezca a la Meryl Streep de esa película de puentes y cuernos, aplaude los botes y el soniquete de los cascabeles del palio, y la Virgen con la cara de Meryl Streep a otra parte, que ya hay quien la espera, a Meryl Streep la esperaron un buen rato en el semáforo, llovía mucho y la esperaron, ella no se atrevió a bajar del coche y rompió a llorar, como la Virgen bajo su palio, él también lloró, cómo lloró, entre la lluvia, en la gasolinera, esa gasolinera no tenía techo ni películas pornográficas en una esquina, qué barbaridad, y llovía, mucho, a cántaros, y a él se le quedó la misma cara que al Bogart, Humprey, de Casablanca esperando en la parisina estación, un amigo mío es medio francés y construye buenas frases, si se inventara muchas parecidas podría escribir un gran libro, quién sabe, yo creo que el de la gasolinera, el fotógrafo, vio la escena unas cuantas veces y luego la copió, lo mismo hacen los tallistas, copian la cara de Meryl Streep y luego todas las vírgenes acaban pareciéndose, más o menos, pero eso da igual, eso decía el Pancorbo, se dan un aire pero ninguna es igual, de qué iban a vivir los curas y los mariquitas que las visten, y Pancorbo se echó media copa de anís seco a la boca, anís de Rute con nombre de torero, torero de principios de siglo, de cuando los toros no se picaban y rajaban a una docena de caballos en un santiamén, y los toreros eran serios y estirados con nariz de loro, toreros muy diferentes a los de hoy en día, de prensa rosa y novias de buenos apellidos, más cornadas da el hambre, Pancorbo siempre bebe anís seco a las ocho de la mañana, o antes, nunca después, después bebe cerveza hasta las dos de la tarde, y vino, de dos a cinco, a las cinco regresa a casa y duerme la mona con pijama y orinal o lo hace con la Benita, su mujer de toda la vida, si ésta se muestra sumisa y le soporta la peste del aliento, peste a anís, cerveza y vino, Pancorbo y la Benita sólo han ido una vez al cine, una vez desde que se conocen, no existían el color ni los sistemas Dolbys, y fueron para estar a solas, sin carabina, en la pantalla Tarzán gritaba como un desesperado, tal si le hubieran arrancado de cuajo una muela del juicio sin anestesia, mi padre me contaba cuando me quejaba que los barberos las sacaban así antiguamente, y que lo mismo asistían al parto de una yegua que al de una mujer, qué bestialidad, el barbero de mi calle se llamaba Antonio, y menudo brazo tenía, de un tirón sacaba las del juicio, y después te la enseñaba como un trofeo, mientras te enjuagabas la boca con orujo, qué barbaridad, hablaba mi padre con énfasis de ellos, de los barberos, del tal Antonio, yo, mientras lo hacía, buscaba en la boca de mi padre la muela extraída y el aliento del orujo, y supongo que gritaría del mismo modo en su momento, o similar, sin dolor, a como lo hacía Tarzán pidiendo ayuda a los monos y a los elefantes, o puede que gritara más, Pancorbo, desde luego, no gritó en su única visita al cine, en la última fila le metía los dedillos a la Benita entre los botones de la blusa, los pasaba por debajo de las estrechuras del sujetador reforzado y le rozaba levemente los pezones, en esa época, tiempos estrechos y oscuros, todavía ni había llegado el papel higiénico de El Elefante, por lo escuchado y visto en esas fotografías sepias que se queman con el paso del tiempo, la Benita tenía unas tetas recias, blancas y puntiagudas, como dos cuernos de un Pablorromero, dos tetas que contradecían las leyes de la gravedad, Pancorbo se ponía tieso de cintura para abajo, acartonado, apostillado, ladeado, a menudo regresaba a su casa con un desagradable dolor en sus partes más íntimas, dolor que se veía obligado a paliar y aplacar con la mano, con una sola mano, cualquier cosa antes que acabar gritando como el Tarzán de la pantalla, Benita, por lo que cuentan y por lo visto en esas viejas fotografías sepias que se queman con el paso del tiempo, tenía unas tetas similares a las de una vecina mía, Manoli, las comparo en la memoria, en la mala memoria, y, tal vez, puede que las de la Manoli fueran mayores, algo más, qué barbaridad, de semejante forma, eso sí, me refiero a los ángulos y a la inclinación, prácticamente iguales en cualquier caso, Manoli cantaba saetas, utilizo el pasado, ya es muy vieja y la voz le falla, gallea cada poco, todos los Jueves Santo de cada año en la Plaza de san Agustín a una Virgen que se habían llevado de su iglesia original y que no querían, ni quieren devolver, por no sé qué historia de un burro, sea como fuera la plaza en cuestión se empetaba, no cabía ni un alfiler, yo todavía no sé si Manoli cantaba muy bien o la gente, especialmente los hombres, acudía para ver como se le inflaban las tetas, o el sostén, en su quejío, esas enormes y hermosas tetas con forma de cuerno que destrozaban todas las leyes gravitatorias, tetas astifinas, tetas negras, de duelo, Manoli siempre entonaba con mantilla, una muy antigua, de las colonias del ultramar, herencia por parte de madre, la madre se llamaba Angustias, un nombre que te resta felicidad, si te lo tomas en serio, en un balcón de la casa de su prima, enfrente botaba la Virgen, una dolorosa con su Hijo en brazos, mirar me resultaba feo, tengo que decirlo, no estaba bien, pero lo confieso, no dejaba de mirar, ni yo ni nadie, demasiada tentación las tiesas tetas de la Manoli, tal vez pecábamos, la Virgen al lado, los rezos, la emoción de las beatas, esas cosas, mirábamos, pero, sin duda, más feo fue lo de Meryl Streep en esa película de puentes y cuernos, que con toda su cara de Virgen engañó a su marido y a sus hijos, porque a los hijos también se engañan en estos casos, tuvieron su ración de cuernos, durante cuatro días, ya son días, cuatro días de puentes y cuernos, los dos primeros de pensamiento, que es un engaño leve, a menudo pajilleril, y los dos últimos de obra y pensamiento, cuernos en toda regla, qué barbaridad, le puso los cuernos en su cama de matrimonio, el símbolo de gomaespuma y madera que mejor representa la unión de la pareja, el centro y origen de la familia, la peor manera de poner los cuernos, la más humillante y cornuda, y no le importó lo más mínimo tener la cara de la Virgen que copian todos los tallistas, no, ni que su esposo fuera bueno, limpio y honrado, pero soso y algo feote, eso sí, no se puede tener todo, muy soso, y muy feo, pero bueno, limpio y honrado, bastante más de lo que nunca llegó a ser Fermín, el boticario, que le curaba la sífilis a las fulanas de Cercadillas y de Cardenal González a cambio de favores, qué barbaridad, favores de cama y roce, favores manuales y orales, favores de los que curan las calenturas, Fermín era un trápala de cuidado pero no era tonto, las dormidas se las pegaba con su esposa, Lucía, Luchita para las amigas, sus nuevas amigas, Luci para sus padres, Niña para Fermín, demasiados nombres para una misma persona, Lucía, Luchita, Luci o Niña, como se quiera, sabía de buena tinta que su esposo la engañaba, y lo que es peor, sabía de sus tratos y tragaba, ya lo creo que tragaba con ello, y con lo que le echaran en lo alto, o encima, Lucía, Luchita, Luci o Niña, como se quiera, había nacido en un barrio pobre, de los más pobres, por no decir el más pobre, en uno de esos que no llegó ni el pan negro ni las ratas que los del centro le echaban al arroz de los domingos, pobre pobre, Lucía, Luchita, Luci o Niña, como se quiera, como cualquiera en su posición, nada hay que reprocharle, salió del barrio con la intención de no volver, no quería por nada del mundo que se le marcaran de nuevo las costillas en el pellejo como a un caballo percherón, no quería Lucía, Luchita, Luci o Niña, como se quiera, tener que rebuscar otra vez en las basuras, eso a nadie le gusta, no es de extrañar que tragara, ya lo creo que tragaba, hasta el final, con sonrisa de felicidad, no dejó de plantarle el plato cada día, a la hora acordada, a su infiel marido Fermín, bendita condena con el plato lleno y la tripa redondita, jamás se planteó Lucía, Luchita, Luci o Niña, como se quiera, responderle con la misma moneda, y las ganas le sobraron, más cornadas da el hambre, como decía el padre de un amigo mío, tuvo que pensar ella, que de tonta no tenía un pelo, y es mejor llevar los cuernos en la cabeza que en la tripa, tragaba, ya lo creo que tragaba, algo parecido tuvo que pensar el marido de Meryl Streep en esa película de puentes y cuernos, tan tonto no podía ser el hombre, bueno, limpio y honrado, pero no tonto, la mujer llorando y llorando al lado, el semáforo en verde, el notas allí plantado con cara de apuesta, con cara de amante, bajo la lluvia, y la mujer llorando y llorando como una desesperada, y las mujeres pocas veces lloran de verdad, cuando se les muere un hijo o la madre, o cuando les deja de venir la regla, que no deja de ser una pena cómoda, en nada profiláctica, no hay mal que por bien no venga, de las mujeres nunca te puedes fiar, la mayoría de las veces no nos contentamos con lo que tenemos, y añoramos lo que dejamos atrás y que ya nos es imposible recuperar, qué tontura la nuestra, así andamos de liados, sin Norte que seguir, eso es lo que le pasó al fotógrafo, al amante, al notas bajo la lluvia, para que me entiendan, después de muerto envió las cenizas para que se las esparcieran en un riachuelo, Meryl Streep también hizo lo mismo, macabra moda, bueno, lo hicieron los hijos, claro está, de muerto no se pueden hacer algunas cosas, la muerte asusta a cualquiera, todos le tenemos miedo, mucho miedo, y el que diga lo contrario es un mentiroso, al Gordo Toledano le hicieron lo mismo, se lo hicieron, repito que de muerto no se pueden hacer algunas cosas, lo dejó dicho en el testamento, esparcieron sus cenizas en las aguas del Guadalquivir, en una parte de la orilla, en la que en un tiempo trabajó como socorrista, de eso ya hace muchos años, tiempos oscuros y estrechos, el tiempo del jabón verde comprado como si fuera droga, hoy no hay quien se bañe en el río, de cuando en cuando los chorizos del Cerro cuando los persigue la policía, en una de estas persecuciones se ahogó un Mohete, un Mohete de los chicos, sin el historial delictivo de un Mohete de los grandes, un mes después apareció su cuerpo, orondo y azul, con las formas de una morsa, metida la cabeza en una oxidada lavadora alemana, no le habría gustado al Gordo Toledano ver el estado actual del río, sin bañistas y sin noria, sin pescadores y sin merendero de los domingos, la basura amontonada en la ribera y los chaperos haciendo su negocio, las cenizas del Gordo Toledano cayeron sobre una manada de patos blancos que comenzaron a estornudar, entonces había hasta patos en el río, olían a cuerno quemado las cenizas del Gordo Toledano, en vida tuvo una frondosa piel de oso, dos triangulares patillas de bandolero que le cubrían las mejillas, y rizados caracolillos que le asomaban por el cuello de la camisa, qué barbaridad, el amante de Meryl Streep en la película de los puentes y los cuernos no tenía tanto pelo, lo del Gordo Toledano era pura exageración, abundante y abrumante para su edad, agradable para la vista de Meryl Streep, que no miraba al fotógrafo con ojos de Virgen, lo miraba con ojos de mujer, de mujer en celo, lo miró tanto que se tuvo que dar una ducha fría para sofocar los calores que de las bajeras le ascendían, calores que su marido, el bueno, limpio y honrado, pero soso, nunca le había encendido, lo del amor y sus efectos, o defectos, es muy difícil de entender, por muchos años de roce que se lleven, no todos los refranes y dichos son verdaderos, Miguelín es el mejor ejemplo, y también su novia, Luisa, no me puedo olvidar de ella, entre los dos batieron todas las marcas establecidas, tanto en duración del noviazgo como en discusiones mantenidas, se pelearon más de cien veces, y de mil, y no exagero, qué barbaridad, en nada exagero, de seguro todas las semanas, con frecuencia a diario, o varias veces en un día si se terciaba, los platos volaban como encantados, propulsados por sus cabreos, rompieron más de veinte vajillas, aprendida la lección sólo buena la primera, que tontos no eran, hasta contusiones y demás magulladuras hubo, narices y cejas, heridas leves, que tontos no eran, y del mismo modo que las peleas eran terribles, auténticas batallas campales, las reconciliaciones eran la mar de apasionadas, dulces, del sabor del arroz con leche, o de la miel, o de la azúcar de caña, cualquier ejemplo meloso me vale, de un extremo al otro pasaban en un segundo, sólo en un segundo, por eso, no fiándose el uno de la otra, o la una del otro, no comparecieron ante el altar según reza la costumbre, cómo hacerlo con semejante historial bélico, también la mala fortuna se lo impidió, porque un día Miguelín y Luisa se lo plantearon, pusieron fecha y hora, iglesia y cura, un sábado diecisiete de mayo, san Pedro y ante don Manuel, el párroco del barrio, un cura bajito con coronilla de diseño, era muy presumido este cura, y mantenía su moda eclesiástica con esmero y dedicación, una buena fecha y un buen lugar, así no le estropeamos a nadie la Feria, pensaron con la mejor intención, pero, qué mala suerte, tres meses antes Miguelín murió, qué barbaridad, no podía ser de otro modo, Luisa lo mató, no queriendo, mala intención no hubo, ni alevosía, tampoco nocturnidad, en la pelea más cruenta, destrozadas todas las vajillas, las caras y las baratas, Luisa le tiró la plancha y Miguelín murió en el acto, la frente partida en dos y los sesos manando como mocos de las orejas, menuda fotografía, desde entonces Luisa viste de negro riguroso, de negro luto, y siempre arrugada, jamás una plancha ha vuelto a pasar por su mano, ni por su ropa, penitencia por el involuntario delito, viuda de un marido que nunca tuvo, viuda del hombre que más ha odiado y amado al mismo tiempo, su compañero de caricias y peleas, de violencias y abrazos, hace muy pocos días me encontré a Luisa en el mercado, sección detergentes, y me habló con sentida nostalgia de Miguelín, no me termino de acostumbrar a ver siempre los mismos platos, a que no se rompan, en casa de Meryl Streep nunca se rompieron, me refiero a los platos, claro está, infiel pero sin discusiones, enamorada de otro hombre pero fiel cumplidora con el deber contraído en el Libro de Familia, como esa misma Virgen a la que se parece, porque todas las vírgenes se parecen, aunque sólo sea un poco, de refilón, un fantasma alado se le apareció y sin pedir un crédito palpable acató todas sus órdenes, y murió virgen, o eso dicen, y por eso es la Virgen, vaya vida más extraña, su marido lo tuvo que pasar peor, supongo, y eso que los del barrio no se enteraron de lo suyo, que de marido no ejercía, todo el día trabajando, sudando entre las tablas, y sin mujer en la cama, y total, para que ahora nosotros podamos botarla bajo el palio y entre los varales, y todo porque lo dijo dicho el fantasma, tal vez pensó el sacrificado marido que lo había engañado, para que se dé una barriga han de actuar dos, el que siembra y la que cría, sí que es verdad, el marido de Meryl Streep también se conformó con lo que había, y es muy posible que nadie se lo agradeciera, pero así es la vida, todas las vírgenes se parecen a la Meryl Streep, o, al menos, se dan un aire.