Manuel Garrido Palacios

 

GOLPE SECO

 

 El entendido en efectos especiales para el cine recibió una mañana el encargo de trucar la entrada de un actor a un ataúd colocado en el fondo de una fosa. De los sistemas en uso ninguno cumplía las exigencias del guión, consistentes en sonido directo de pasos que se acercaban, chirriar de bisagras, cierre de féretro y golpe de mármol al lapidar la tumba.

      Inquieto por la premura de tiempo, con un esquema sin matizar, compró un ataúd, palos, cuerdas, alambres y una losa sin inscripción, material que llevó a un cementerio abandonado con idea de estudiar en soledad nuevas técnicas sobre el terreno. Su nombre como experto en efectos especiales para el cine empezaba a sonar con cierta frecuencia y no podía permitirse el lujo del error; del acierto dependía su futuro.

      Puesto al trabajo, sustituyó las bisagras del ataúd por otras con muelles prietos, que provocaban ruidos lúgubres al ser movidas, ajustando a la tapa un cierre de clave para que, con un leve toque desde fuera se abriera sola. La tapa cerraba con un clip apagado y abría con una mueca sonora de fagote. Luego de poner el ataúd al fondo de la fosa, valiéndose de rodillos, palancas y cuñas, encajó el mármol en los ángulos inferiores de mampostería, apoyando la cabecera en un palo para dejar libre el paso del actor. Ató al palo un hilo cuyo otro extremo llegaba hasta el interior de la caja, lo que le permitiría, ya tendido en el acolchado, desnivelarlo con un tirón para cerrar la tapa, dejando caer la losa con otro hilo paralelo.

      Satisfecho con el proyecto quiso comprobar el proceso para mostrar al director de la película al día siguiente, en otro escenario, el fruto de su ingenio; y como para el ensayo completo necesitaba la presencia de un actor, no dudó en prestarse a ello ya que no había testigos que pudieran intimidarlo. Sintió la imaginaria voz de “¡Acción!”, caminó despacio ante un equipo inexistente, entró en la tumba, abrió el ataúd, se tendió en su seno e inició la fase final con el cierre de la tapa al primer tirón de la cuerda y el desplome de la losa de mármol con el segundo.

      Fue un golpe seco como de puerta cerrada para siempre. Tras el instante infinito del eco cayó en la cuenta de no haber previsto la opción de abrir el ataúd desde dentro.

      Con los años, al rehabilitar el cementerio para una carretera, se supo de él por los documentos plastificados que se conservaban entre los despojos. Lo que nadie se pudo explicar nunca fue por qué lo hizo.