Poesía  

 

 

Ana Rossetti (San Fernando, 1950) tiene publicados los libros Indicios vehementes ,donde se recogen Los devaneos de Erato -1980-, Dioscuros -1982-, Indicios vehementes y Sturm und Drang (Ed. Hiperión, 1985, Madrid 1994), Devocionario (Ed. Visor, Madrid, 1986, Premio Juan Carlos I), Yesterday (Ed. Torremozas, Madrid, 1988), Apuntes de ciudades (Col. Plaza de la Marina, Málaga, 1990), Virgo Potens (Ed. El gato gris, Valladolid, 1994), Punto umbrío (Ed. Hiperión, Madrid, 1995), La nota del Blues (Ed. De Rafael Inglada, Málaga, 1996). Recogida en prestigiosas e innumerables antologías, ha cultivado también la prosa, obteniendo, entre otros, el Premio La sonrisa vertical. Es la suya una poética del desenmascaramiento, en la que la inversión irónica del discurso amoroso enquistado desde el petrarquismo, debe considerarse como uno de sus logros, abriendo así una vía despejada por la que la mujer -pero no sólo la mujer- pueda dar sentido a su necesidad de autoidentificación. Partiendo de tradiciones opuestas que la sitúan en la tradición de Sor Juana Inés de la Cruz y Agustina Delmeri, Rossetti acierta a ganar un mundo propio y dotarlo de un movimiento que es, a su vez, envolvente y crítico. Si en la poesía amorosa femenina, el erotismo tenía un papel residual -la mujer era receptáculo, nunca receptora de deseo y de placer-, Ana Rossetti subvierte este papel para convertirlo en actor principal. La mujer rossettiana no se mueve como un objeto, sino como un sujeto de sensualidad y de deseo. La novedad de su poesía no está en el discurso mismo (tan presente en la poesía masculina), sino en su perspectiva, en su ficcionalización.

 

 

EL GLADIOLO BLANCO DE MI PRIMERA
COMUNIÓN SE VUELVE PÚRPURA

Nunca más, oh no, nunca más
me prenderá la primavera con sus claras argucias.
Desconfío del tumescente
gladiolo blanco, satinadas pastas
de misales antiguos.
Parece una mortaja de niño,
su apariencia es tan pura
que sin malicia, lo exponemos
a la vista de muchachas seráficas.
Y, sin embargo, qué hermoso señuelo,
jamás halló Himeneo instructor más propicio.
Ya vista, de noche, silente, las alcobas,
se introduce en los sueños
y despierta las vírgenes con dura sacudida.
Nunca más, oh, nunca más
me prenderá la primavera con sus claras argucias.

 

 

A LA PUERTA DEL CABARET

Hubiera sido venturosísima
amándole toda la vida
María ALÇOFORADO

Así te mostraron de repente:
el poderoso pecho, como el de un dios, desnudo,
mientras el oro entero, convocado en tu rostro, te nimbaba.
Me fui de aquel lugar,
tu imagen mis visiones presidiendo.
Día tras día te atribuí todo lo hermoso que encontré.
Mas nada igualó a tu luz primitiva
ni pudo superar al equívoco gesto,
tan femenina boca,
bello desdén del curvo labio. No, nada pudo.
Y ninguna invención que trajeron los días
mejoró a aquel fugaz momento.

 

 

DIOTIMA A SU MUY APLICADO DISCÍPULO

El placer es el mejor de los cumplidos.
Coco CHANEL

El más encantador instante de la tarde
tras el anaranjado visillo primoroso.
Y en la mesita el té
y un ramillete, desmayadas rosas,
y en la otomana de rayada seda,
extendida la falda, asomando mi pie
provocativo, aguardo a que tú te avecines
a mi cuello, descendiendo la mirada
por el oscuro embudo de mi escote,
ahuecado a propósito. Sonrójome
y tus dedos inician meditadas cautelas
por mi falda; demoran en los profundos túneles
del plisado y recorren las rizadas estrellas
del guipur. Apresúrate, ven, recibe estos pétalos
de rosas, pétalos como muslos
de impolutas vestales, velados. Que mi boca
rebose en sus sedosos trozos, tersos y densos
cual labios asomados a mis dientes
exigiendo el mordisco. Amordaza,
el jadeo de tu alto puñal, y sea tu beso
heraldo de las flores. Apresúrate,
desanuda las cintas, comprueba la pendiente
durísima del prieto seno, míralo, tócalo
y en sus tiesos pináculos derrama tu saliva
mientras siento, en mis piernas, tu amenaza.

 

 

MI JARDÍN DE LOS SUPLICIOS

En el jardín secreto, bajo el árbol,
despacio, muy despacio, desataste mis trenzas
y luego, impetuoso, porque yo sentí frío
y terca me negaba, arrancaste mi ropa.
Con cíngulo de alta enredadera
la deslucida organza que sirviera de colcha
a la cuna común, experto me ceñiste.
En la callada hora, muy lejos de los padres,
con jugo de geranios la boca me teñías
y ajorcas vegetales en mis breves tobillos,
se enroscaron.
Bailé furiosamente.
Cual halo tras de mí henchíase la túnica,
en torno a ti crecían los aros de mis huellas.
Yo, tanagra diversa, evasivo laurel
y tú quieto. Perfectamente quieto
salvo el brazo con el que me flagelabas.

De Los devaneos de Erato. 1980. Recogido con posterioridad en Indicios vehementes (Hiperión, Madrid, 1985)

 

 

NUEVE

No juegas ya conmigo, tan orgulloso estás
que más allá de ti no necesitas nada.
Te observas incesante, sin embargo
te olvidas de que yo te soy tan parecida
que te describiría con la felicidad
de un espejo: tan semejante a ti
que hasta podrías amarme sin temor a excederte.
Pero, si en desdeñarme persistes obstinado,
no importa, esperaré.
Mientras enhebro cintas de dulce terciopelo
en el blanco entredós de una tirabordada
o anchas randas de encaje infatigable labro,
atisbando estaré el menor de tus gestos.
Tan preciso lo retendré en mi rostro,
cuando la edad viril, arrasándote
tras derruir la seda delicada
exija tus mejillas para sus arrayanes,
tu pecho como un muro para enredar su hiedra,
no tendrás más remedio que mirarme.
Y te verás en mí, adolescente, inmóvil
durante muchos años todavía.

De Dioscuros (1982). Recogido con posterioridad en Indicios vehementes (Hiperión, Madrid, 1985)

 

 

 

 

CHICO WANGLER

Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.


De Indicios vehementes (Hiperión, Madrid, 1985)

 

DE LOS PUBIS ANGÉLICOS

A mi adorada Bibí Andersen

Divagar
por la doble avenida de tus piernas,
recorrer la ardiente miel pulida,
demorarme, y en el promiscuo borde,
donde el enigma embosca su portento,
contenerme.
El dedo titubea, no se atreve,
la tan frágil censura traspasando
-adherido triángulo que el elástico alisa-
a saber qué le aguarda.
A comprobar, por fin, el sexo de los ángeles.

 

 

SÁLVAME

Mis ojos, por tu cuerpo reclamados,
de su hermosura avisan, amplio torso devastan
y en la estrecha cadera contiénense aturdidos.
Sin indulgencia alguna muestran al labio hambriento,
de cerezas mordientes, la semilla
y al igual que en mis dedos el más ardiente roce
de tu piel se presagia, de la amatista intrusa
e irisado pezón, en mi confusa lengua
avívase su tacto.
Las feroces punzadas de un turbador augurio
procura apaciguar mi inasaltado vientre,
pero es vano el combate del que ya ha sido herido.
Y es un abismo el goce, el anhelo locura,
s tu nombre invocado amarga extenuación
y tu cuerpo inminente rigurosa medida
de mi infierno.
De este insaciable afán dicen que has de salvarme.
Pero lo cierto es que enfebrecida aguardo
y que puedo morir antes de que me toques.

 

 

EMBRIÁGAME

Matarte sí, matarte:
desatar una cinta jugosa por tu pecho,
que salte fresca,
su tacto más sedoso apresurando,
que yo introduciré mis dedos desflecándola,
despeinándola, tomando su color,
guardando entre mis uñas sus húmedos ribetes,
haciéndome nacer, de repente, amapolas
o hibiscos en las manos;
embebiendo, empapando en tu herida
las ropas que me cubren, una a una.
Que a través de la alforza, del pliegue
-los bordados ahogando, inundando
la calada cenefa, hundiéndose
por las duras costuras y el tan entrecortado
diseño del encaje- llegue a mí
el don impetuoso de tu amor.
Señalado contigo mi estremecido cuerpo,
con la vida que enloquecidamente
de ti sale, y mi pelo salpica,
y corona y enreda de alhelíes...
Precipíteme yo a bebérmela ávida,
a beberte.
Embriaga de ti,
irrestañable flor, muévanse en tu costado
mis labios incesantes.

 

 

PURIFíCAME

Dichosos los que salieron de sí mismos
COLETTE

Cierto es que alguna vez intento rebelarme,
desprenderme, desnudarme de ti.
Y te sueño vestido resbalando,
desmayando hasta el suelo sus innúmeros frunces,
y te niego. Tus fotos abandonan
caladas cantoneras, el cristal de los marcos,
y tu nombre se rompe, y me olvido
que era de Mayo, y Pléyade, y de flor parecida

al crisantemo.
Y creo que ya no existe la Quinta de Tchaikowsky,
pero recurro a ti.
Al final, siempre recurro a ti,
a tu silencio huraño ante la maravilla,
a tus bucles pacientes bajo el sol, irisándose,
mientras querías ser santa apretando amapolas,
a tu desolación que era un ópalo turbio
y a esa terquedad de no mostrarlo nunca.
Voluntad educada para ser guardadora,
para que de tu rostro no saliera
ni un atisbo de ti, ni el corazón vaciar
por calladas cuartillas, por la morada lana
de los confesionarios. Ni en lágrimas verterlo.
Cómo te vigilabas para no proclamar
miedos o desventuras; la culpa y el desastre
desdeñados, y el asombro escondido.
Mi siempre lastimada y jamás dulce niña,
atesorando ibas antifaces, metáforas,
ingenuos simulacros de blindaje o conjuro
y no me adivinabas heredera y alumna.
Mas yo no sé vivir sin imitarte.
En mí no hay emoción sin que en ti la apacigüe
ni recuerdo que al final no te mencione
ni experiencia que no compare en ti,
reina de la cautela y del enigma.
Pero, tanto el sigilo, que ya no me sé el nombre
de las cosas, ni de este sentimiento
que está sobrepasándome, dulce e impetuoso,
doloroso quizás, quizás desesperado.
En no atenderlo está mi vanagloria,
está mi precaución y mi obediencia.
Mi niña, mi tirana, contemplándote
sé que todo es inútil, que me parezco a ti,
y que en ti permanezco voluntaria y cautiva.
Es mi memoria cárcel, tú mi estigma, mi orgullo,
yo albacea, boca divulgadora
que a tu dictado vive,
infancia, patria mía, niña mía, recuerdo.

De Devocionario (Ed. Visor, 1986)

 

 

CALVIN KLEIN, UNDERDRAWERS

Fuera yo como nevada arena
alrededor de un lirio,
hoja de acanto, de tu vientre horma,
o flor de algodonero que en su nube ocultara
el más severo mármol travertino.
Suave estuche de tela, moldura de caricias
fuera yo, y en tu joven turgencia
me tensara.
Fuera yo tu cintura,
fuera el abismo oscuro de tus ingles,
redondos capiteles para tus manos fuera,
fuera yo, Calvin Klein.

 

 

 

STRANGERS IN THE NIGHT

Cuando en la noche surge tu ventana,
el oro, taladrando los visillos,
introduce en mi alcoba tu presencia.
Me levanto e intento sorprenderte,
asistir al momento en que tu torso cruce
los cristales y la breve camisa
sea a la silla lanzada.
Mi pupila se engarza en el encaje
y mis pies ya no entienden, de las losas, del frío.

De Yesterday (Torremozas, Madrid, 1988)