Poesía  
 

 

Ana Sofía Pérez-Bustamante, nació en París (1962). Ha publicado un solo libro: Mercuriales (Col. Esquío, Ferrol, 2003. Accésit del Premio Esquío). Profesora de la Universidad de Cádiz, dirige en la actualidad la colección “Textos y estudios de mujeres”, del Servicio de Publicaciones de la mencionada universidad así como el proyecto de edición de las obras completas de Fernando Quiñones. Ana Sofía no publica su primer y único libro hasta 2003, “nel mezzo del cammin...”, como comienza la cita que abre el libro. Pero Mercuriales, que así se titula, nos entrega a una poeta ya madura, con una voz personal y certera que combina muy eficazmente lo sublime con lo cotidiano, haciendo una lectura irónica de los arquetipos y una lectura escéptica de la vida. Como en Mª Victoria Atencia o Mª Ángeles López, la poeta gaditana construye su poesía con materiales comunes de su vida de mujer, que vive el conflicto de rebelarse contra los roles de su género y a la vez contra los roles del llamado mundo masculino, todo ello resuelto con un desparpajo y con una lucidez demoledora. El interés de Ana Sofía Pérez Bustamante consiste en la revisión que propone acerca de los arquetipos culturales (sociales, lingüísticos...), y de la utilización que hace de ellos, todo lo cual podía considerarse como un simulacro de ocupación simbólica.

 

CABELLERA DE BERENICE

Pude yo haber escrito
los anuncios por palabras más tontos
cualquier noche: “Mujer desesperada,
aburridísima,
ruega a extraterrestre piadoso
se sirva abducirla verdaderamente lejos”

Luego me lo pensé mejor. Yo no podría
vivir sin vertical azul celeste
en un vértigo negro de fugitivas luces,
sin días y sin noches, sin ventanas
al aire o con ventanas
virtuales, Windows-equis.
No soy más que un mamífero
que sin mesura sueña entre los límites
de su propio planeta. Lejos, pero no mucho
en términos siderales:
París en primavera, o una balsa
para bajar sin prisa el río Colorado.
Otoño canadiense, y en invierno
África, quizá. Ejemplos, sólo.

Ni muy lejos ni siempre.
Dependo de las cosas de mi ignota
guarida: mi café, mi tabaco, mis trayectos
rituales, esas gentes amables que dicen
“Buenos días”,
y el olor que mi madre se deja en los pañuelos.

Ahora que recrudecen los indicios
de vidas alienígenas, conviene
ser precisos: “Homínida terrestre insatisfecha
de la antinomia entre su ser tan leve
y su vida de plomo, quiere, para variar,
un poco de turismo planetario.
Y aunque preferiría deber su desahogo

al éxito profesional, realmente se conforma
con una generosa lotería”.
Sí. Conviene precisar, no sea
que hubiera por ahí algún extraterrestre
igual de aburridísimo o piadoso
con ganas de abducir
erráticas criaturas sublunares.

Posdata algo más lírica:
“Amable extraterrestre: tú que pasas, detente
en esta risueña estela de palabras queviajan por el espacio: son también estrellas,
cartas de luz que acaso lleguen tarde
tendiendo sus deseos imposibles
contra el blanco del tiempo, como acaso
alguna vez podrías hacer tú”.

 

 

SÍNTESIS DE ARIADNA

Io fei giubbetto a me de la mie case.

Difícilmente
vas a salir de aquí cuando te pasas
las horas y las horas intentando
adecentar esta cueva: envuelta
en una nube de polvo y frenesí
que nunca se te acaba, y que tú barres
con estúpida furia, removiendo
todo el limo del aire. Difícilmente
vas a escapar de aquí siguiendo el hilo
del tendedero, colada tras colada,
como una vaca mansa que se lame
la herida de la suelta
con lengua de cordel. Difícil
convertir en palacio
de alta decoración este agujero
taponado de herencias desechables
e insólitos bibelots de veinte duros.
Y no creas: igualmente difícil
te puede ser volar en esos que tú llamas
chamánicos vïajes
por los textos de autores de muy segunda fila
(o de primera, qué más da):
fútiles ejercicios condenados
ya mismo al reciclaje, a la basura.
Consuélate pensando que donde ahora escribes
"cosmovisión", "punto de vista", "narrador
imprecatorio, símbolo del doble en la conciencia",
un día victorioso puede poner DANONE,
(buena marca): a plátano o a fresa
sabrán las viejas alas derretidas
de Ícaro. Pues igual de inútil
que aguardes salvación por los alumnos:
no esperes interés, ni inteligencia.
Ni gratitud. Destrúyelos y acaba,
en lo que a ti respecta, el círculo infernal
educativo. Luego, confía en que tus hijos
salgan gente de bien, pacífica y honrada
(no arquitectos o jueces). Y más: que te perdonen
ese muro de gritos destemplados,
agrias lamentaciones
y omisiones flagrantes con que, entre clase y clase,
artículo y artículo, limpieza tras limpieza,
rodeaste su infancia. (Pobres niños:
trompetas y trompetas de Jericó).
Y no hay escapatoria por los lienzos
cegados de la carne. Canto y cal.

Cansada de dar voces, de hermenéutica vana,
de limpiar ensuciando, de ser una catástrofe
banal, en medio de estos lares
que tricotan mis babas y embisten mis neurosis,
me siento. Y espero, cuando espero, una
radical mutación de cromosomas. Pero,

por regla general,
me siento solamente
en medio de mi vida,
a veces me emborracho,
y ya no espero nada.

 

 

GÉMINIS ANTE EL ALTAR
DEL DIOS DESCONOCIDO

porque su nombre
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo.
L. CERNUDA

En el altar de mi silencio
te invoco, Dios, con la modestia de quien sabe
que nombra un simulacro.
Para mi pensamiento eres
la fina piel que cubre (con que cubro)
mi frágil soledad, mi enorme desamparo.
Yo sé que lo primero,
y último, es el miedo, mi miedo.
Y cómo necesita mi corazón un doble
bueno, capaz de perdonarme
lo que no me perdono. Lleno
tu nombre de todo lo que no soy,
lo que no seré nunca.
(...Amor, no sé si existes. Tuyo, te amo).
Oh, Dios mío, desconocido
¿interlocutor? ¿oyente? cotidiano, acoge
esta ofrenda de sombras y de espejos
de un animal confuso, sentimental y débil,
que no te pide (sólo) felicidad eterna, sino
un báculo a diario que soporte
el peso de su azar y su destino.

 

 

TALIESIN

(Retrato de familia hasta el Big Bang)

Yo he tenido muchas formas.
He sido una gota en el aire.
He sido una estrella brillante.
He sido una palabra en un libro.
He sido un barco en el mar.
He sido el cordón en el papal de un niño.
He sido una espada en la mano.
He sido la cuerda de un arpa.
He sido un atizador en el fuego.
He sido un árbol en un refugio.
No hay nada en que yo no haya estado.
Cád Goddeu (La batalla de los árboles), Libro de Taliesin

I

Yo no sé dónde estaba
cuando mataron a Kennedy, Armstrong
pisó la luna, o Carrero voló.
Ni tampoco qué hacía aquel verano
de la guerra del Golfo, o cuando se caía
el muro de Berlín, o bautizaban
al Ébola o al Sida. No sé nada,
realmente. Mi memoria
es sólo un flujo oscuro que remonta mi sangre.

II

Cierro de par en par los ojos. Veo
la cálida penumbra de la osera
de una recién parida. Un muchacho
con la miel en los ojos en un rellano a oscuras.
Horno, muérdago y música: mi madre por diciembre.
Domingos de mi padre para enredar absorto
en el motor del coche más viejo del mundo
(la gente de posguerra no tira nunca nada).
Señor de pelo blanco se bifurca
-ilustre hipotenusa: soledad-
por el sendero tibio
de los tejados verdes y las vacas.
Tacones muy lejanos,
hortensias, crisantemos, margaritas:
mi abuela en su jardín, o la belleza.
Amor es una dama muy vieja que me mira
desde el sillón dorado de "petit-point”
que flota sobre el lago entre los árboles.
Cierro
de par en par los labios, y hay un hervor de historias.
La inocencia de un niño que mastica pan blanco
en un pueblo sin pan. Cuadernos escolares
de apagado cartón: huelen en su humedad
a carestía y miedo. Los trazos infantiles,
obstinados, no quieren aprender
el alemán. Camina que camina una mujer
por una interminable carretera,
levantando uno a uno
docenas de cadáveres: ninguno es él. Y siguen,

siguen, siguen, los muertos de ninguno
por una interminable carretera.
Haciendas volanderas que vienen y se van,
esmaltes, porcelanas, aquel Stradivarius,
cartas que no se entienden prensadas con las rosas,
mínimos artilugios -cepillo de bigote-,
enroscado en su pinza un ombliguito
seco... Ventura y desventura femenina.
Y tanto aburrimiento, y tanta tontería
de patatita frita en almidón.
Tétricos jesuitas confesores, turbios primos,
se asoman a sus óleos de sombra cuarteada.
Y es claro cuál fue el precio nocturno de París,
pero en la misa roja de San Bartolomé
no puedo resolver si fui sólo cordero
o fui también verdugo con mis fauces papales.
Blasones enigmáticos de modestos escudos:
un pájaro, un mendrugo, una torre
cuadrada, nuestro lema:
Nunca saldrás de aquí, y no los verás más.
(Y quién sería, alondra, el prisionero).
Finalmente, en forma de pantano,
las aguas que anegaron el antiguo solar
cumplieron su castigo de leyenda:
castros asolagados
de aquellos celtas, hijos de la luna.

III

Oh, sí, yo soy Taliesin surgido del caldero
de la gran explosión, la diáspora
de escombros o de estrellas, el milagroso instante
orgánico del agua, furia ciega
de los grandes reptiles, las errantes hordas
de animales guerreros, los soldados
de dios (de tantos dioses), vencedores, vencidos,
campesinos, señores, obreros y burgueses.
A la balsa minúscula de mi cuerpo se agarran
racimos como manos que emergen de las sombras:
yo siento, muertos míos, vuestros dedos.
Y aunque no sé qué hacía, dónde estaba
cuando los presidentes, el cohete, los virus,
soy reguero infinito de espadas y de heridas,
caudal interminable de risas y de lágrimas,
largo lamento
de avaricia y barbarie, de miedo y de locura,
y, por qué no, igualmente.
una lujosa estela, un ínfimo excipiente
de amor y fantasía, de ironía
y cultura. Y soy afortunada, muertos míos,
damas y caballeros y dinosaurios,
porque ahora mismo, aunque
no sepa para qué, aunque sospeche
que no siempre fue justo
ni acaso en absoluto necesario,
siento con cuánta urgencia, en medio del hastío,
sobrevivís en mí.

 

 

CADUCEO DE HERMES

(Feérica)

On dirait qu´une fée a passé dans cela!...
A. RIMBAUD

Suavemente me llega
quizá desde el cansancio perezoso
el silencioso movimiento
de una mujer mayor que está planchando,
absorta en sus dobleces,
una sábana blanca.
Esa blanda paciencia, tenaz y delicada,
que es y que no sabe que es caricia,
se me eriza en la nuca, en la espalda, en los codos,
más abajo del vientre. Dulcemente
soy su hombro, su brazo, la plancha, soy el áspero
lienzo limpio, el tablero y la manta, soy el aire
poroso, estremecido,
la luz de media tarde, la habitación, la casa
y el silencio: una espiral de gozo
que fluye de la piel de la cabeza,
que recorre los vellos verticales,
que agita remolinos en el sexo
y desde el sexo gira, gira, gira
esparciendo hacia abajo y hacia arriba
océanos de anémonas que ríen, ríen, ríen
la tranquila sorpresa del placer infinito.
Oh, cuerpo, qué ternura
el gesto por el aire:
una mujer mayor que plancha absorta,
que estira despaciosa el hilo con que cose,
unas manos sin prisa
envolviendo en papel morosamente
una caja de lápices, un niño
pasando entre los dedos uno a uno
sus arrugados cromos de colores,
o la curva del brazo que se extiende
para alcanzar un libro que, rozando
la siesta de otros libros, se desliza en su balda:
contra un rayo de sol
espejean en éxtasis los átomos del polvo
volando por un sueño de doradas serpientes.
Y, sí, me quedaría, cuerpo sabio,
no importa con qué excusa,
aquí, por siempre aquí,
en este suave mimo,
entornados los ojos, deshaciéndome
despacio, muy despacio,
en la felicidad del mundo de las cosas.

 

 

LIRA DE APOLO

A José Hierro, con su propio "Adagio para Franz Schubert"

(La muerte es un amor que habla con el silencio)

A punto de olvidar si me llamaba
Odiseo u Oudís,
si he sido una mujer, un hombre o nada,
al fin entro en el mar
como no imaginé que se pudiera
morir. Sencillamente,
cumpliendo mi destino, me desnudo
de todo cuanto fui,
oh vida, y te devuelvo
la pesca milagrosa de los días
de amor y de aventura
cuando ya mi memoria entre la espuma
va perdiendo el sentido
y vuelvo a ser del agua todo el tiempo.

No sirven los discursos ensayados
con el decoro astuto y elegante
de la metaliteratura
(yo soy aquel que ayer no más decía
"no, Ulises, vivir no es necesario,
sólo es necesario fabular")
allí donde terminan los teatros
y todo es realmente, y sólo, despedida.
Pero tientan los nombres, tenaces como estrellas,
y es preciso partir, si no con elegancia,
con cierta posmoderna dignidad.

Antes de que seamos
silencio, un mismo olvido
sin melena de voz al peine de los vientos,
déjame encomendarte, luz de la conciencia,
la inocencia del mar, que misteriosamente
nos trajo, nos sostiene y un día se nos lleva
con el mismo misterio, igual de generoso.
A ti, mar, te encomiendo todas las criaturas.
Es difícil vivir, y es fácil tener miedo,
y, aunque apenas sepamos lo que hacemos,
nos consuela pensar que el mal no prevalece
porque mundo y especie subsisten de milagro
a pesar de nosotros, los ángeles voraces.
Quién, luz de la conciencia, nos podría entender
sino el mar que nos trajo, el mar que se nos lleva.
Quizá en alguna parte, quizá en algún momento
podrían diseñar las proteínas,
a la sombra de un canto, el cuerpo del Edén.

Ahora que vuelve el alba
y en los rosados dedos de la aurora
hay leche de sirena,
temblando, deshilándome en la sal,
el aire se serena...

El aura clara ara, ora, era...
Pero ya no recuerdo, no consigo...
Y gira, lira... sube, nube, ave,
lluvia, huevo... fuego, mar, amor...
Amor, ('amor... il sole, 1'altre stelle.

De Mercuriales (Col. Esquío, Ferrol, 2003)