Poesía  
 

 

Nacido en Aguilar de la Frontera (Córdoba) en 1929 y fallecido en la misma ciudad en 2002, Vicente Núñez publicó 9 libros de poesía, recogidos todos en POESÍA (Exma. Dip. de Córdoba, 1995). En Núñez, poeta de rigurosa claridad formal, lo elegíaco y lo dionisíaco se combinan de una manera irrefutable. Vida y muerte, amor y desesperación, esperanza y escepticismo balizan un territorio veraz, de luces y de sombras que trascienden al propio poeta, para acabar completándose en nosotros. Como ocurre con el umbro Penna, el cordobés Vicente Núñez es un poeta que viene de la tradición griega, a la que él sabe dar ese giro, ese quiebro andaluz.

OCASO EN POLEY

Si la tarde no altera la divina hermosura
de tus oscuros ojos fijos en el declive
de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma
la secreta delicia de tus ropas hundidas.
Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga
toda estéril memoria que amengüe o que diluya
este amor que nos salva más allá de los astros,
no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo
corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.

LIBROS

en el gabinete de Walter von Wartburg

En el frío papiro de turbios editores
volqué yo aquellas ansias de una pasión sin límite.
¿Era eso mi vida? Asco me dio de ella.
Con qué clarividencia sentí que estaba muerto.

 

CONSEJO

Advirtiéndome Pablo -su voz tras de la afable
tiniebla telefónica- que no fuera insensato
y de mí te arrojara definitivamente,
acaté yo sumiso esa intención benévola
como si desde el fondo fatal de las edades
decretado estuviese. Mas sentí, en el vacío
victorioso y culpable que entonces sobrevino.
Que un cuchillo me hendía del pavor de la muerte.
Y fui total, y supe, oh gratísimo Pablo,
lo que en verdad era amarte y no haberte perdido.

 

RESURRECCIÓN

Rotas las sepulcrales ligaduras, andrajos
por siempre ya las áureas, las inmundas mortajas;
revestido de plena desnudez; resurrecto,
conquistaré ese cuerpo que ni te di ni tuve.

 

ACOSO EN POLEY

Tan denodadamente pusiste cerco a mi alma
con el audaz ariete de tu cuerpo de ejército
-oh furtivos lanceros de alhelíes oscuros-,
que ordené que muraran mi frágil ciudadela
de airones, de alcandoras, de banderas, de dardos...
Qué inútil resistencia, amor de las batallas.
Tuya fue la victoria y mío el cautiverio:
traías tú en tus manos la antorcha de mi vida.

 

LA LIMOSNA

Una noche de invierno, de tantas en la vida,
sintiéndome el más pobre de los pobres del mundo,
me arrojé por las calles en busca de sustento
mientras la lluvia hería mi rostro como un látigo.
Como pude, arrastrándome en aquel torbellino
de vértigo y de frío, logré alcanzar su casa.
Llamé con la ternura que precede a la muerte;
besé, con el helor que en mis labios traía,
aquellos aldabones que yo soñé imposibles.
Salieron a la puerta tus hijos, como rosas
en el trono encendido del hogar que vibraba.
Yo no sé qué limosna pedí ni con qué harapos
quise ocultar mi fiebre, mi amor y mi miseria.
Del fondo de la casa, del fondo de la vida,
sentí su voz decirme, mientras agonizaba
mi corazón: perdone. Por Dios, perdone, hermano.


Del libro OCASO EN POLEY (Sevilla, 1982)

 

 

 

del libro TESELAS PARA UN MOSAICO (Córdoba. 1985)

X

Con qué discreta frecuencia,
mi amiga la duquesa
me solicita acrósticos
o tiernas frasecillas
para adular con ellos
a su aleve mancebo.
El corazón y el alma
al escribirlos pongo por entero.
Porque, de alguna forma
- sabiendo los desvíos
de su destinatario-,
de canalla a canalla
él los hará llegar hasta tus manos.

XII

Por una sola noche
pagaste al posadero
con un sextercio mío.
Y yo, por veinte séxtulas
que te trajo de vuelta
-¿te pareció insultante la propina?-,
recompensé con creces
sus obscenos servicios
de una semana entera.

XIV

Vamos al río, vamos
a los verdes hayedos
bajo el cielo de Ipagro.
Vamos a las caricias,
a la miel y a los besos.
Vamos a derramarnos
en la tarde que expira.

XXVIII

Peca mucho y oféndeme
cuanto te sea posible, porque en esa
sedición más te amo.
¿cómo ibas a ser, si no, tú el niño,
Livio de mis entrañas, Livio mío;
desobediencia y juego?
Luego te acojo y te perdono, y lloro,
y pronuncio tu nombre -Livio, alivio-
y me convierto en el dios que detesto.