Poesía  
 

Aureliano Cañadas Fernández es Licenciado en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense, diplomado por la Escuela de Estudios Documentarios, por la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y por el Instituto de Idiomas de la Universidad de Granada. Maestro con premio fin de carrera, ha sido profesor Assistant de Españñol durante dos cursos en el Liceo Faidherbe de Lille (Francia).
Cuenta en su haber con numerosos premios como el Premio de Poesíía Popular en la II Feria de la Poesíía convocado en Madrid por el Taller Prometeo de Poesíía Nueva, el Premio Joséé Luis Gallego de poesíía, convocado por la Editorial Oríígenes,Madrid, 1985. La Medalla de Poesíía 1998 de Los Lunes de Nueva Gente...
Ha publicado numerosos poemas en antologíías y poemarios como: Nunca llega el olvido (Cuadernos Aldonza de Poesíía. Madrid, 1979); Lengua para hablar solo (Editorial Oríígenes. Madrid, 1985); Oscuros son los signos (Coleccióón Alfaix. Instituto de Estudios Almerienses, 1990); Menos nuestro dolor (Alcaéén Editores. Almeríía, 1993); Porque soy Teseo (Batarro, Almeríía, 1995); Mááquina, el hombre mismo (Devenir, Madrid, 2000); y Teléémaco, el sur de otra vida (Coleccióón El ÁÁrbol Espiral. El Sornabique & lf Ediciones. Bééjar, 2004) que presentaráá el próóximo miéércoles en Libreríía Escarabajal...

 

 

IGNORANTE

¿Sabías que la muerte
llevaba una pulsera
de ébano y marfil?

¿Un anillo de oro y lapislázuli
con tu nombre grabado?

¿No lo sabías?

¿Qué era un muchacho solo
sin mochila y sin patria?

Tampoco.

¿Y qué sabes entonces, ignorante,
al final de tu vida?

EL ABANDONO

Te abandono y transcurren tantos años:
no quiero vivir más.
Te abandono y me muero con la llaga
de tu nombre en la boca.
Como ahora me dueles, como en este
día primero:

Si extendiera una mano suplicante
estarías aquí.

Me abandonas y el tiempo es una masa
donde ya no es posible distinguir cada día,
un mar petrificado en el que aúllan
tu nombre los delfines.

 

DRAGÓN

Qué dragón habitaba la caverna de su boca.
Cuántas lenguas de fuego en lugar de su lengua
y, sin embargo, con qué aviesa lentitud me abrasó.

Aún escribo su nombre con mis propias cenizas.