Poesía  
 

José María Algaba es sevillano. Esta precisión es oportuna, habida cuenta de que su obra no presenta ninguno de los rasgos que suelen atribuírsele a la poesía sevillana desde Cetina hasta Fernando Ortíz. Si sus primeros libros, La quimera encendida, La casa de las sirenas, El bruñidor de ágata o El sudario de Laertes nos mostraban un hombre adolorido, aunque su dolor quedase bruñido, atemperado por su dicción de corte becqueriano, teñido de melancolía, en sus dos libros últimos, El silencio de Isaac y sobre todo en ÚNICO FRAGMENTO (del que hemos seleccionado 6 poemas), encontramos a un Algaba mucho más herido, mucho más en conflicto, por así decir, cercano ya, tanto en la dicción cuanto en su dramatismo, al expresionismo centroeuropeo de Paul Celan, Vladimir Holan o Götried Benn, o al hermetismo italiano de Montale, Quasimodo, Luzi o Caproni. Algaba es, pues, un poeta entrañado, que observa el mundo desde la desnudez y la crudeza, desde el exilio que debe autoimponerse todo artista verdadero, para quien la poesía es, sin quizás, un arte sin concesiones, el oficio del desarraigo.

 

EN LA LADERA DEL PARRAL

Y si Dios fuese único o si la muerte sola,
y sola la verdad sombría del amor,
la verdad del entonces y la verdad del luego,
en mí sólo estaría llegar y detenerme,
como lo hacen los pájaros que no tienen más Dios
ni más fronteras que esta ladera del parral.

Si pudiera elegir, me quedaría, madre,
como ayer te quedaste en un instante muerto,
el instante en que vino a verse en mí la vida,
que en el lugar de Dios y de la muerte estaba.

Y sé cómo sentí sus heladas navajas
y todo su silencio, como ahora,
en este griterío de pájaros helados,
hechos de sangre mía y de su soledad,
aquí, en la ladera.

 

MI PADRE ESTÁ ESCUCHANDO EL MAR

Para Hugo Emilio Pedemonte, en mi memoria

e a fazer doer os olhos os muros caiados
ALBERTO CAEIRO

Il ricordo, obiettai, non anticipa, segue
EUGENIO MONTALE


Mi padre está escuchando el mar,
lejos, en el recuerdo del mar. Inmóviles mis hijas
giran en derredor de una sombra, de un silencio:
yo soy quien ve el fulgor de la luz en los muros encalados,
y se adentra por él como el pájaro muerto por la muerte.
Y quien cierra los ojos (y es Homero)
frente a otra sombra más intensa y más azul, el mar
al otro lado de las cumbres, y el cielo sobre ellas,
el cielo que no necesita descender ni palpar el olor de la sangre,
y escapa como el pájaro que les dejó su súbito alborozo
-esos pájaros muertos que escapan a la muerte-.

*

LOS PÁJAROS no vienen de la muerte,
viene del hierro, de una voz, de unas palabras.
Pesan
como rosas ajadas, como nosotros al pisar la tierra,
hojas de luz perenne o lágrimas o sílabas contadas una a una.
Yo te llevo palabras, las bautizo en tu nombre,
en islas de agua leve y clara.

*

DE PERFIL me dibujas, hija mía.
Como la muerte en las aceras fúlgidas
o en las cornisas de ensenadas blancas,
tras los párvulos barcos de navegar inmenso.
Yo escribo en el azor de los ojos cerrados,
en la muchacha muerta, y están detrás de mí.
Miro mis manos como espejos
que levantan la luz, miro su espacio,
su tiempo, sus fronteras, vespertinos, tardíos
horizontes. Miro su carne atrás,
y sus márgenes de agua
y de lívidos ácidos.

*

REGRESASTE

De la luz regresaste, de las dunas, del mar.
Ya están amaneciendo. Te esperaba, hija mía.
Volviste silenciosa como vuelven los ríos,
e inmenso fue el instante. Ya todas mis palabras
como cosas zozobran, y en los poros escribo
de sus muros, abriéndolos. Te esperaba, hija mía.

He recorrido todos los cuartos de la tierra,
he hablado con las madres que estaban en mi alma.
Vuelves. Y son tus ojos más grandes, más azules,
más hermosos. Oh música del mundo, regresaste.
He visto en ti a todos los hijos de la tierra,
y todas las ciudades de ceniza.

 

EL AÑO QUE PERDIMOS A OLGA

Para Olga

Tus palabras navegan sobre ríos de piedra
y en el verdor florece una lluvia sombría.
Desde el sediento amor hasta la polvareda
que levanta la muerte, la primera palabra
abrir quiso tus párpados, quiso olas la última
que no tendrán retorno. ¿No son como tus sueños?

¿No son como tu instante tus olas sin retorno?
Se aproximan, no tocan la noche de sus párpados,
como si el precipicio no fuese de esta luz,
fuese tu juventud aún fúlgida y salvada.

Siempre amanece el mar y siempre se oscurece
frente al mismo horizonte. El mar no se renueva.
Sobre su espuma seca vuelan deshabitadas
golondrinas. Acude. Ve. ¿No eres la muchacha
que feliz atraviesa los pórticos desiertos,
ríos que desembocan en estaciones muertas?