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VELETA DE LA CURIOSIDAD
Pasos en la nieve, Diario (1995)
José Luna Borge
Prames-Las Tres Sopores, Zaragoza, 2002



 
 

Recordar, del latín re-cordis, pasar de nuevo por el corazón. Esta etimología serviría quizás como emblema de la labor diarística de José Luna Borge, labor que comprende dos movimientos: la fijación emocional y reflexiva del presente y la reconstrucción nostálgica del pasado. Recordar se vuelve así tarea de acercamiento a lo que somos y fuimos, medio para afianzarse en un mundo en el que se pierden los enclaves personales, en el que tratan de vendernos la amnesia y la afasia (esa comida basura) y nos arrebatan la heredad de la memoria. Frente a esa manera descerebrada de andar por la vida, dar unos pasos por los sombríos vericuetos del recuerdo nos instala en la historia, nos dice el rostro y las arrugas de ese extraño que nos mira en el espejo.
Veleta de la curiosidad es el título general del recorrido por la extrañeza de los días que José Luna Borge (Sahagún, León, 1952) inició con Pasos en la niebla (La isla de Erimo, 2001) y continúa ahora con Pasos en la nieve. Ambas entregas se ven precedidas por reflexiones del propio autor sobre el sentido de la escritura de diarios y la literatura memorialística en general (ya desde las páginas del suplemento cultural “La mirada” venía Luna Borge apuntando análisis certeros sobre estos asuntos que ahora empiezan a parecer tan básicos, pero a los que hace unos años a nadie interesaban). Las acertadas ideas que ahí se exponen tienen que ver con el sentido del diario en nuestros días y con los elementos distintivos del género, esas palabras al parecer tan polémicas que son la sinceridad, la confesión, la veracidad, la coherencia. Comentando las obras de Sánchez-Ostiz, Ruano, Gide, Saint-Simon, Thomas Mann, Robert Musil o Virginia Woolf, se dejan caer frases que deberían recogerse en cualquier antología que estudiara el género, como: “Un diario puede ser una estrategia para explicarse el mundo, o un bote salvavidas para huir de él”, “un instrumento de la memoria para, de alguna forma, no morir del todo”, “un día no es nada y deja un hueco casi imperceptible, pero en el suceder de los acontecimientos unos se apoyan en otros y si no explicas o reflejas los primeros difícilmente podrás exponer los segundos”.
En Pasos en la nieve encontramos la andadura personal del autor durante el año 1995. Precedida por la ya clásica viñeta de A. M. Pascual en la que alguien abre una ventana, aquí se nos abre de par en par el corazón de un hombre básicamente curioso y nostálgico: dos cualidades con las cuales salvamos el pasado y arañamos lo mejor del presente. De ahí su añoranza de la infancia, de esos años en la ahora vieja casa de Sahagún donde unas parras se mecían levemente al tiempo que la madre zurcía unas ropas: es ahí que la conciencia del paso del tiempo se apodera del que ha de regresar y ocuparse del antiguo corral y segar la hierba que, cortada, recuerda exactamente a la alfalfa que su padre cortara para el ganado hace años. Duele palpar con las propias manos el frescor de esas hierbas que son las mismas que las que siguen creciendo en el paisaje perdido para siempre de la niñez. Sobresale en ese paisaje la figura de la madre, de la que se hacen emotivos retratos. A este respecto, destacar una frase que impacta por su fuerza emocional y simbólica: “Mi madre se fue y aquel paraíso quedó clausurado”. Otros lugares de la memoria para Luna Borge serán Granada, Salobreña, Sevilla (de esta última se hace una serie de comentarios, después de vivir 15 años en ella, que puede crear ampollas entre los sevillanísimos de todo tipo, pero ante los que nos identificamos esos otros sevillanos que también existimos, los que no siempre nos sentimos como en casa en esta tierra rebosante y trompetera).
Junto a la nostalgia de la propia tierra (y no olvidemos que en la misma palabra, en su terminación léxica -algia, está implícita la idea de dolor), el discurrir de la actualidad que se hace sola pero que nos llama (el GAL, el PER, la ETA, las campañas electorales, la guerra, las reclamaciones del INSALUD), y el del presente que nos habita y necesita: la familia, la vida laboral, la amistad, la soledad, la religión, la muerte. Con los ojos bien abiertos, como se ve, de lo que ocurre a lo que nos ocurre, del transitar de los acontecimientos al propio tránsito. Desde la impactante foto de una chica bosnia, de unos 20 años, que cuelga ahorcada de la rama de un árbol, y la vergüenza y el dolor que le hacen sentir al que la ve. Desde la contaminación de los mares por vertidos incontrolados (parece que este diario se escribiera hace unas semanas…). De ahí al comentario de tierna sencillez y cálida humanidad: una puesta de sol sobre Sierra Nevada que tamiza y esponja el horizonte, la propia fecha de cumpleaños que le hace pensar en la muerte de la madre, la preocupación por la fiebre de la hija, la mágica llegada del otoño, la belleza de un poema que salva un día plomizo y rutinario.
Se disfrutan igualmente los pasajes dedicados a la literatura y el mundo literario, a la música o a la pintura, que son muchos y de diverso calado. Una tarde escuchando a Bach o Puccini, un concierto de Beethoven o Vivaldi, una exposición de C. Laffón, son motivo de análisis y placer estético en el autor de estas páginas. La llegada de nuevos libros a la mesa de estudio se convierte en el hecho más feliz del día para este lector impenitente que va anotando impresiones sobre autores como V. Botas, D’Ors, Ruano, Panero, Aub, o T. S. Eliot, Cioran, Prokosch y un largo etcétera. Una mirada siempre bien documentada, personal y generosa, aunque sin pelos en la lengua cuando se trata de oponerse a un tópico sobre un autor de prestigio intocable o a un premio concedido un tanto a la “ligera”. Alegra saber que existe alguien así en tu ciudad, con esa devoción silenciosa y elegante, de una sensibilidad exquisita y a la vez humanísima, entusiasta casi secreto en el ahondamiento intelectual y sus gozos.
Acabas la lectura de este diario - que te da la sensación (por su sinceridad, por su coherencia) de estar inmiscuyéndote en un íntimo territorio, de latentes secretos-, terminas su lectura, decía, con la felicidad de haber seguido los pasos de alguien que se busca a sí mismo en las huellas de quien fue, en el cansancio de cada día con sus preocupaciones y vacíos, y en el arte que precariamente dibuja las líneas de nuestras manos. Cierras la última página sabiendo que has compartido algunos momentos memorables junto a un hombre auténtico, que tiene esta extraña costumbre de compartirlos contigo de un modo humilde y desinteresado, sin engaños, reinvenciones o disimulos, tan sólo frente a la diaria noticia de sí mismo. Y lo mejor es que en ese caminar despacioso has entrevisto un sendero en el que se marcan tus propias huellas. Como el mismo Luna Borge escribe en otro lugar, gracias a la memoria siempre nos quedarán estos “instantes, como digo, de belleza / y de dolor que llegan de la mano / y nos cubren con su misericordia”.

 

Junma Romero