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LA CASA DEL AIRE
Miguel Ángel Ávila
Ed. Alhulia,
Salobreña, 2003

 
 

La primera reflexión que cabe hacerse ante este libro, deriva de su mismo título. La casa del aire. Tanto casa como aire son ya elementos contrapuestos, excluyentes, semánticamente insalvables. Si el término casa sugiere un espectro semántico real, mensurable, tangible, concreto, estructurado, interior y ensimismado incluso, el término aire se inmiscuye en los predios de lo inconcreto, de lo irreal, de los desestructurado, de lo abstracto, de lo exterior, de lo intangible, de lo compartido por todos. Pero es en este maridaje, en esta feliz paradoja y , en definitiva, en la sinergia que forman estos dos elementos, donde se hace presente lo poético. Como ya señalaban los griegos, como nos enseñan las filosofías orientales, la vida radica en los contrarios, en el conflicto, en el agón, en la continua polarización de lo masculino y de lo femenino, así el frío y el calor, el día y la noche, lo aprensible y lo inaprensible, y cuantos contrarios sostienen la corriente de la vida.
Es precisamente la vida, y ponga aquí el acento donde quiera, lo que subraya desde el principio hasta el final este libro escrito desde la cordialidad, desde el entrometimiento, desde la confesionalidad, desde el deseo de aprehender y compartir vida. Vida en el aire, cabría precisar, porque es el aire quien desde sus límites, fija el territorio físico y anímico de la casa y por inducción el de la vida. Constreñidos entre la nada y la muerte, la vida queda ahí, sostenida en el vacío, sin salida posible, sometida a las turbulencias del aire, del sol, del miedo, del agua, a las intermitencias de la luz, de la esperanza y de la duda. Y así, Miguel Ángel Ávila va recorriendo en estas páginas, los pasillos de su casa, de su vida con la apostura dialogante y cordial de quien nos enseña su dormitorio, su terraza o su cocina. De ahí a la intimidad sólo media un paso y el poeta granadino, se arremanga el pantalón y nos muestra las cicatrices de sus batallas perdidas, se sube las mangas de la camisa y nos da cuenta de sus tatuajes, se mete las manos en los bolsillos y nos ofrece sus tarjetas, su tradición, su calderilla, esos abalorios que el rastrillo de la existencia ha ido dejándole aquí y allá, se abre la camisa y nos dice, mirad, mirad, aquí hay un hombre bueno, bueno a la manera machadiana, un hombre que espera y desespera, y aquí se me cruza Arcensio, sabiendo el color de la muerte que le espera.
El verso de MAA pone a nuestro alcance el universo de lo cotidiano, con sus momentos sublimes y sus digresiones, con esa rara virtud del paréntesis donde queda dibujada la parda filosofía de la vida, con esa ironía que se disuelve como en la sosa cáustica el transcendentalismo que de tarde en tarde aparece en este poeta cuyos versos se sitúan en la mediatriz entre el ser y el estar, entre la poesía instalada en la comunicación y aquella otra que se pierde en los terrenos del conocimiento.
Casa instalada en el aire la de este poeta granadino que concibe el poema como un espacio abierto, que no apela al prestigio de ciertas palabras o sentimientos talluditos y mayormente gastados que más parecen atender a la inercia que a la verdad profunda y vivida como propia. Porque es el sentido de la propiedad el que impera en este libro en el que, ciertamente, aparecen cada uno de los aspectos de los grandes temas humanos: el amor, la muerte, el dolor, la esperanza, el desasosiego y todos ellos aparecen nombrados con claridad, sin lugar a dudas, pero es el tratamiento que hace de cada uno de estos estirados figurantes de la vida, lo que convierte el texto de Ávila en propio. De ahí que haya utilizado el término propiedad para apuntalar la poesía de este granadino que viene a Huelva a mostrarnos los pasillos y dormitorios de una casa construida en el vacío, defendida del aire y en la que tampoco falta el dolor por los otros, por aquellos que a diferencia nuestra habitan no en la casa, sino en los escombros del aire, en la sinrazón del aire, en los arrabales del aire.

 

Manuel Moya