no recuerdo cuando fue la última vez que jugué a ser madriguera
que manche mi cara de confusión y sueño y dediqué
todo mi tiempo a confundirme con la luz y el presente.
No recuerdo cuando fue la última vez que jugué a ser madriguera
y en mi juego sólo fui manos, pétalos desnudos, calles desiertas
y la ventana se rompía elegantemente al ritmo de mis dedos.
No recuerdo. Mis pies me siguen como un eco infinito.
Algunas persianas se cierran y la ciudad es invierno
gente que camina despreocupada, árboles meciéndose, coches.
Las paredes se acercan, pero yo
no recuerdo cuando fue la última vez que jugué a ser madriguera
mientras el mismo pájaro azul anda descalzo sobre mi pecho.
14 – 2 – 2003 San Valentín
A mis abuelos. A la infancia
que murió con ellos.
Vosotras, hijas de todo lo mío,
gritáis a lo lejos como si hubieseis envejecido
como si fueseis también vuestras hijas y nietas
No os basta, no es suficiente
con recordarme el otoño en que me senté
como un niño a esperar mi primer reloj
y a dejar que mis párpados cayesen
huyendo de mazmorras y muñecos rotos
Sois ahora la parte de mentira que renace
de la sangre en mi piel, sois el televisor cansado
que nunca recibe a los viejos, sus lentos pasos
Mientras, yo me tumbo deseando que ese castillo
no se caiga por mis temblores, que su pecho sea
la arena que lo forma, y olvidar el ciclo,
que quizá yo también sea parte de una niñez,
de un patio, una cocina, una cancela que lleva
a un limonero
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Es cierto, Marcos,
pudimos haber pronunciado lo intangible, lo selecto
pudimos habernos perdido en el sexo más grande que nosotros
Es cierto, Marcos, y no te culpo
si me quedé esperando que su palabra
se extendiera sobre mí en aquella estación
y buscara un gesto torcido, o un enjambre de lágrimas
Es cierto, pero podía haber estado confundido
si todo hubiese desembocado en un tormento de piernas y deseo
si de mis labios hubiese nacido una frase para morir
y convertirse en otra más parecida a ti y a mí, a nosotros
Porque a veces, Marcos, el futuro tiene un poco de presente
y los dedos al acariciar dejan un rastro de perfume viejo
y entonces aquella estación, el hotel luego, las sábanas
se hubiesen transformado en el escondrijo de la derrota
y mis párpados, de nuevo, al abrirse, habrían negado
lo intangible, lo selecto
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He enterrado mi paisaje entre tus manos
como si fuese un ritmo o el destino
como si este tiempo saliese derrotado
de nuestra desesperada lucha de cíclopes
He enterrado mi paisaje entre tus manos
y no importa que la niebla cubra ya tu ciudad
o que miles de voces te hundan en la distancia
No importa que veas desnudos epilépticos, extranjeros
he enterrado mi paisaje entre tus manos
y cada caricia es mi sombra llena de árboles y barro
mi fotografía clavada en otra piel, en otro deseo
mi ventana abierta hacia el mundo
hacia la calma
hacia ti
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