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Ginebra, sábado, 23 de enero de 1982
Casi la una de la mañana
Querido Jean-Luc:
Bastante agotada (como de costumbre), intento no obstante reunir mis últimas fuerzas para escribirle.
“Tres-Toneladas” acaba de salir de mi casa, borracho, como suelen estarlo todos el sábado por la noche, no tienen remedio, pero son encantadores, conmovedores, la gente no se da cuenta. El pobre Tres-Toneladas, con ese enorme tórax, tan pesado, tan anormalmente relleno, y esos ojos inyectados de sangre, y su aliento oliendo a vino, me hablaba en español, con la boca pastosa. No acababa de conseguir que se le pusiera dura. Por fin lo ha conseguido. Al irse, me ha dado dos besos fraternales en las mejillas y me ha deseado buenas noches en español. Creo que realmente acaban por sentirse amigos nuestros, de las putas reconocidas. Aunque al principio me regateaba, quería pagarme 40 francos suizos en lugar de 50, ¡ahí sí que le he reñido!, ¡qué se creen!
Antes que él, ha venido ese al que llamo yo “el Principito de Marruecos”, un árabe salvaje, pequeño, pequeño no, minúsculo, que sería un amante excelente si se le dejara (esta noche, también completamente borracho). Hemos tenido una larga discusión sobre la falta de libertad sexual en Marruecos, y sobre el libro El pan desnudo de Mohammed Choukri, que está leyendo (se lo he pasado yo). Durante ese tiempo, Tres-Toneladas esperaba sentado en la escalera. Como ve, todo queda en casa, en familia… No me atrevo a salir, a causa de todos esos borrachos de los sábados por la noche, además está lloviendo y no me apetece.
Ya he hecho nueve. Hoy había en Ginebra una “marcha por la paz”; yo la he hecho en la cama, y de la cama al lavabo y del lavabo al bidé. Sí, he “marchado” por la paz toda la tarde, y con el dinero, financiaré acciones pacifistas en lugar de ir a gritar ahí fuera detrás de todas esas banderolas. Mejor…
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Ginebra, a 29 de marzo de 1982
Querido Jean-Luc:
Me estoy bebiendo un vasito de ron de Robert el Gordo (una botella de su reserva, que me había traído, “Grand Rhum Doré Duchesne”, pronto se acabará, por desgracia), a la salud de la primavera y de la suya, pronto serán las 7 de la tarde… están locos con estos cambios de horario, como sigan así dentro de poco a las 12 del mediodía serán las doce de la noche… ¡Con lo que me cuesta salir de la cama ya de día!
¡Madre mía, este ron tiene una fuerza! (es el alma de Robert el Gordo devorándome las entrañas). Estoy escuchando música, flauta gitana de la India, acompañada por panderetas, y de una voz de pastor nostálgico, ¡una maravilla!... Podría emborracharme sólo con la música…
Ni un cliente, he rechazado por teléfono a tres portugueses insolentes que querían venir juntos y así tener derecho a una rebajilla, ¡qué cara más dura! Les he mandado a la calle de Berna donde hay unas putas mayores muy amables y que cobran más barato. A mí ni mi salud ni mi honor me permiten rebajarme tanto, ¡mierda!
Le envío un trabajo que me ha hecho un estudiante del que le he hablado, Jimmy Djem. Me parece un trabajo lleno de sensibilidad, de inteligencia, de humor a la vez ácido y almibarado, lo he leído, releído y vuelto a leer. Parece que Ginebra la puritana, la decente, la moralista, la comercial, es una ciudad criminal y sucia, mata, asesina, tortura… peor que en el Salvador o en Chile. Ese viejo Calvino, putón carnicero, tiene las garras llenas de sangre. Mire cómo se asesina aquí a los jóvenes… No hace falta ir a hacer reportajes sobre lo que sucede en Filipinas o en Sri Lanka… Basta con darse una vuelta por los urinarios públicos, por los asilos y las cárceles de nuestra bonita ciudad, toda turística ella, internacional de primera… Me pongo mala…
En lo que a mí concierne, creo en la libertad, poder decir mierda, no tener nada que perder, nada que ganar, ser nómadas, andar descalzos por la arena, vestidos de viento, de polvo y de música, el resto no es sino podredumbre. Brillar, partir en destellos día y noche, como joyas barrocas y salvajes. Esa es la verdadera vida, lo demás es puro vacío.
Querido Jean-Luc, le envío un beso grande, y le deseo felicidad, a pesar de los pesares, sea usted mismo, con eso basta, somos astros incorruptibles y brillamos negros en la noche, oro invisible.
P.D. Me he enamorado de un camarero que parece un gitano lunar y tenebroso (¡como nadie me quiere, me invento amantes!)
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Ginebra, sábado 17 de mayo de 1986
¡Ay, mi queridísmo Jean-Luc!:
¡Inimaginable! ¡Vertiginoso! Me he enamorado. Sí, es una locura. Una locura feroz, muda, incrustada como un pulpo gigante en lo más profundo de mi cuerpo y de mi alma, que me devora en silencio, inmóvil, invisible. Dolor, voluptuosidad, fuego. No hay esperanza ni remisión posibles. He de ceder, callarme, estallar. Reventar.
Y sin embargo, lucho como una tigresa, lenta y furiosamente, prudente y ardiente, envuelta por la malicia, la paciencia, el sufrimiento, voy ganando terreno imperceptiblemente, me trago la tierra, las piedras, las espinas, y me ahogo de alegría.
Igual no consigo nada. Da lo mismo. He de seguir. No tengo elección… La búsqueda de lo imposible es una locura divina, es como tragarse un puñado de guindillas a palo seco.
Me he enamorado de un recluso belga, poeta, algo loco, que lleva encerrado quince años como un animal salvaje de gran nobleza, intacto, roto y erguido, sonriente, lleno de rabia y sueños. Lo vi hace 5 días, en el mismo locutorio en el que conocí a aquel bereber, hace 15 años…
Nadie escapa a la mano del Destino, reconozcámoslo, es imposible. Hay que rendirse a la evidencia: nos dirige, nos trae, nos lleva, nos pasea, cogidos de la mano, un Loco, un Demonio invisible que se divierte jugando al ajedrez humano. Por supuesto, empecé a enamorarme de ese hombre casi sin darme cuenta, por su voz al teléfono, sus cartas, sus poemas, y sus pequeños pasteles, hermosas pinturas resplandecientes como alas de mariposas brasileñas, que me iba enviando como botellas lanzadas a la mar…
Así que ahora tengo que sacarle de esa penumbra, extraerle de las mandíbulas de las puertas blindadas automáticas, del gélido papeleo judicial, de la aplastante cantidad de penurias, de humillaciones cotidianas. Soy como una esclava nubia que jadea en silencio, con la cuerda entre los dientes, tirando de una gabarra llena de cemento.
Quiero que se enamore de mí, a toda costa. Tendrá unos 10 años menos que yo. Yo lo único que pido es una miga de eternidad, un momento de dicha, robado, sustraído, una pavea aún humeante escapada a la hoguera judicial…
¿Podremos estar solos un día, una noche, una hora? ¡Ay, qué daño hace la música cuando se está enamorado! Te remueve, te desuella, te quema irremediablemente. Sólo la dicha hace daño así. Lo demás deja de existir. Una mirada, el gesto lleno de gracia al encender un mechero debajo del cigarrillo, un silencio envuelto de sonrisa, transforman esos minutos de locutorio en viaje fuera del tiempo, en voltereta en el espacio… Qué importan todos los demás, sus miradas, sus rumores. Qué importa la angustia permanente que te impide tragar saliva porque van pasando los minutos que te acercan del momento en que habrá que levantarse, abandonarse, dejarse para volver a cruzar las puertas de la jaula, y encontrarse de nuevo sola, deslumbrada y conmocionada por los campos inundados por el sol, cada vez más lejos de esa masa inhumana de hormigón, tumba erigida para asfixiar a los vivos, tras puertas eléctricas, muros ciegos, corredores acolchados de crueldad y miedo… Qué importa la primavera, qué importa el miedo…
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