Parte y Ensayo

 


POESÍA ESPAÑOLA, LUCHA EN TRES FRENTES

del libro "El viento entre los juncos, Libros y autores para el cambio de siglo" de Juan Manuel González (Aparecida en la revista Delibros 1 -XI de 1996)Premio Sial de Ensayo, 1999. Editorial Sial. Apdo 3146, Madrid

LA POESÍA española parece renacer estos días de la postración a que se ha visto sometida en la última década, a causa tanto del auge de la llamada nueva narrativa como del predominio de los intereses comerciales en el mundo de la edición. Casi nadie rebate la idea de que la poesía, en la acepción primitiva y clásica de este concepto, es decir como núcleo de la creación, es la matriz de la que surgen en buena medida todas las otras artes literarias. Sin la poesía, sin la intuición, la energía y la imaginación que conlleva ésta, ningún otro género medra, ni el relato y la novela ni la literatura dramática y teatral, ni -aún siquiera- el ensayo innovador alejado del mero documentalismo. Sin embargo, junto a este reconocimiento, no se da por lo común una valoración real de la poesía más que en períodos muy determinados, y cuando esto ocurre se debe, sobre todo, a las más misteriosas oscilaciones de péndulo del favor de los lectores.
Hoy el movimiento de ese péndulo gira tímidamente otra vez a favor de la poesía, como en los años setenta, en los cincuenta o en los treinta, ante la sorpresa de ciertos críticos que la daban por muerta y de la inmensa mayor parte de los productos inmediatos de ésta. Hasta el presente, las tiradas de libros de poesía en España difícilmente superan los 3.000 ejemplares, y la degeneración del mercado ha sido tal que con sólo vender la mitad de una de estas raquíticas tiradas -1.500 ejemplares-, el editor de turno se siente más que satisfecho.
En consecuencia, las editoriales comerciales, preocupadas únicamente por el balance de beneficios anuales, ignoran la poesía premeditadamente, y apenas seis firmas especializadas se aventuran de forma sistemática en la defensa de las trincheras de lo poético. Estas seis, Endymion, Visor, Sial e Hiperión, en Madrid, Renacimiento, en Sevilla y Pre-Textos, en Valencia, constituyen así una excepción en el entramado editorial. Junto a ellas otras firmas reparten su producción entre la narrativa y la poesía como Lumen y Olifante, alrededor de las cuales hay decenas de pequeñas editoriales locales, alguna que otra semi-institucional, minúsculas colecciones en editoriales generales y multitud de ediciones de autor que completan el pequeño circuito de la poesía Publicada en nuestro país.
Cuando se dan fases de crecimiento editorial, las principales casas impresoras se olvidan de la poesía, pero -curiosamente- cuando se vislumbran crisis en el horizonte, la poesía renace sin previo aviso. Quizás hoy nos encontramos en uno de esos momentos de inicio de una recesión general de la edición y de redescubrimiento de los libros de poesía. Es cierto que la edición española simula gozar de una excelente salud, con decenas de miles de títulos publicados cada año y un quinto puesto en el tiraje occidental de libros, pero también es cierto que la política de inundar el mercado que las editoriales han llevado a cabo en los últimos cuatro años ha saturado a los lectores, se enfrenta a un descenso general del consumo, y comienza a desembocar en una carencia de claridad en las líneas de edición y en unos almacenajes de libros que apuntan a una ralentización de ese proceso de crecimiento.
La poesía parece ser un género para momentos de crisis, sus libros se valoran más si tiene lugar una quiebra de valores en la sociedad o un agrietamiento del tejido económico y social, y un vistazo sobre los últimos períodos de esplendor de la poesía española prueba enseguida esta observación: la Generación del 98, tras el desastre colonial, la Generación del 27, entre el reflujo de la Gran Guerra y el horizonte de la Segunda Guerra Mundial, la Generación del 36, en la Guerra Civil, la Generación de los 50, en las secuelas de la posguerra, la Generación de comienzo de los 70, tras el oleaje de Mayo del 68 y ante el surgimiento traumático del Tercer Mundo...

Resulta difícil establecer científicamente esta relación y conocer sus parámetros, pero lo cierto es que se da, y tal vez este fenómeno ocurra tanto por el hecho de que la poesía es un género directamente ligado con los vaivenes del sentimiento y de la personalidad individual y el inconsciente colectivo, como por la realidad de que lo minoritario de sus ediciones no supone grandes esfuerzos económicos, siempre más pesados en tiempos de recesión y crisis. Sea como fuere, la poesía española remonta hoy levemente el vuelo, vuelve a interesar a muchos lectores, es objeto de alguna atención por los medios informativos, y coquetea con las editoras comerciales para intentar que retorne la buena costumbre de imprimir colecciones de libros de poesía.
Con esta tendencia a la recuperación, la poesía española recobra, junto a su vitalidad, la secular costumbre de diversificarse en corrientes enfrentadas entre si, dentro de una dialéctica creativa que, a pesar de los chirridos e invectivas que alienta, es saludable y necesaria. En estos días, tales corrientes se concentran en al menos dos sectores tangibles: la "Poesía de la experiencia devota de cierto realismo, y la "Poesía de la diferencia", irisada de resonancias místicas, y un tercero, más difuso, aún sin bautizar, pero inclinado hacia posturas claramente idealistas y anti-uniformadoras y que cabría Considerar como la "Poesía de los no alineados". De estos tres sectores hay representantes en toda nuestra geografía, y con el fin de observar esta diversificación vamos a dibujar, si bien someramente, su panorámica.
En nuestra región más meridional, y al igual que en el resto del país, la geografía poética parece haberse escindido en dos grandes bloques: los autodenominados "Poesía de la experiencia" y "Poesía de la diferencia". Ambos han surgido en sus orígenes en tierras andaluzas, cuentan entre sus batallones con varias de las firmas más conocidas del género, y se han ramificado, a menudo enfrentándose, por todo nuestro viejo territorio peninsular. Dejando para más adelante los reflejos de estos dos núcleos clave fuera de Andalucía, y filtrando por razones de economía la existencia de un creciente tercer ,sector, el de los no alineados -con base en las dos Castillas y León-, cabe aproximarse a la división de la poesía sureña sin ideas preconcebidas y con sólo objetivos de esclarecimiento.
Sin entrar en un análisis profundo de obras y autores, y buscando apenas lograr un efecto de anaglifo, es decir de superposición de dos imágenes de distinto colorido con el fin de advertir el relieve, puede indicarse que en líneas generales los dos reductos esenciales de cada una de las referidas tendencias, de "la experiencia" y de "la diferencia" son a la vez Cádiz y Granada, plazas por las que pujan ambas, mientras Sevilla se inclina por los seguidores de "la experiencia" y Córdoba, Málaga y Almería por los de "la diferencia", al tiempo que Huelva y Jaén aún parecen no haberse decantado por ninguno de los dos referentes.
Al margen de la venerabilidad de nombres como el de Rafael Alberti, de la pérdida de algunos como el del ya únicamente crítico literario Miguel García Posada, autor a principios de los sesenta del libro El paraíso v las hachas, y del atractivo de otros como los del gaditano José Manuel Caballero Bonald, autor de Diario de Argónida, el malagueño José Infante, autor reciente de Lo que queda del aire, el sevillano Manuel Mantero, último y más que merecido Premio de la Crítica Andaluza con su Fiesta, y el granadino Rafael Guillén, Premio Nacional con Los estados transparentes y cuya antología La configuración de lo perdido es un paradigma de honradez y buen hacer, la poesía andaluza cuenta al menos con algo más de una veintena de autores indispensables, de los que cabe citar sus últimas producciones.

Entre los integrantes de la poesía de "la experiencia" se encuentran Luís García Montero, Habitaciones separadas (Visor); Felipe Benítez Reyes e Sombras particulares y Vidas improbables (Visor); Alejandro Duque Amusco Donde rompe la noche (Visor); Vicente Tortajada, Esplendor (Renacimiento) Ana Rossetti, Devocionario (Visor); José de Miguel, Insidias en las termas (Renacimiento) Josefa Parra, Elogio de la mala yerba (Visor); y Manuel Gahete. El cristal de la llama (Cajasur).

La poesía de "la diferencia" agrupa a Antonio Hernández, Lente de agua, Sagrada forma (ambas en Visor); Rafael Soto Vergés, Rimado bajo el piélago (Ciudad de Cáceres) y El discurso de yerba (Libertarias); José Lupiáñez, Ladrón de fuego (Ubago), Amante de gacela (Zumaya), Música de Esferas (Genil) y Número de Venus (Campo de Plata); Pedro Rodríguez Pacheco, Todo azar (Belinchón?Stabile) y El baile de las grullas (Cajasur); Antonio Enrique, Las lóbregas alturas (Anade); Antonio Rodríguez Jiménez, El fabricante de hielo (Libertarias); Alejandro López Andrada, Álbum de apátrida (Ciudad de León), La tumba del arco iris (Diario de Ávila) y El rumor de los chopos (Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes); José García Pérez, Silabario de amor (Campo de Plata); Manuel Moya, Las horas expropiadas (Melibea); José Antonio Sáez, Las aves que se fueron (Campo de Plata); Juan José Téllez, Melodías inolvidables (Estudios Campogibraltareños) y Trasatlántico (Endymion); Manuel Naranjo, Compás diverso (Aguaclara); Ángel García López, Apócrifo castellano para durmiente bella (Alhucema); María Sanz, Pétalo impar (Rialp) y Enrique Morón, Veredas (Alhucerna); Alberto Tores, El jardín en penumbra; Francisco Ruiz?Noguera, Simulacro de fuego; y Francisco Peralto, Psalmos y Auto de fe.
La poesía castellana, tanto de Castilla y León como de Madrid y de Castilla La Mancha ofrece a su vez un amplio y sólido muestrario, en el que intentar hacer diferencias nítidas entre poesía de "la experiencia" y poesía de "la diferencia" resulta más bien ocioso, tanto por la originalidad de cada poeta, como por los entrelazamientos, interinfluencias y diferentes etapas de cada uno de ellos, En líneas generales, predominan además en estas tres regiones los poetas No Alineados, subdivididos en diferentes tendencias y círculos en la mayoría de los casos referidos a su ubicación geográfica.
En Madrid es preciso entresacar de su numeroso estamento de poetas a casi una veintena de autores, acompañados de sus obras más cercanas: Juan Luis Panero, Los viajes sinfin (Tusquets); Luis Alberto de Cuenca, El hacha y la rosa (Renacimiento) y Por fuertes y fronteras (Visor); Luis Antonio de Villena, Asuntos de delirio (Visor); Juan Carlos Suñén, La prisa (Cátedra) y ,Ir,, hombre no debe ser recordado (Visor); José Ramón Trujillo, Arte del Olvido(Col. Juan Ramón Jiménez); Alfonso Sastre, Vida del hombre invisible contada por él mismo (Endymion); Juan Van?Halen, Manual de asombros y Laberinto de arena (Endymion); Manuel Quiroga, De Morelia callada; Fernando García?Román, Tránsito; Angélica Tanarro, Serán distancia; Julio Martínez Mesanza, Europa y otros poemas (Puerta del mar); José Elgarresta, El Rey (Rialp); Javier Lostalé, La rosa inclinada (Rialp); Jorge Urrutia, Construcción de la realidad (Alfar) e Invención del enigma (Rialp); María Antonia ortega, El espía de Dios (Libertarias) y La pobreza dorada (Bauma); Ana Merino Preparativos para un viaje (Rialp); Juan José Cantón, Delirio del desarraigo (Betania) y Tromba (Devenir); Antonio Lucas, Alhi?Mazeb (Guadalhorce) y Antes del mundo (Rialp); Manuel Llorente, Si la palabra fuera un espejo (Endymion) y Desmesura (Libertarias); José Enrique Salcedo,La niña loba (Campo de Plata), Luis Gutiérrez del Arroyo, Concierto de violas (Huerga & Fierro); Benjamín Prado, Cobijo contra la tormenta (Hiperión); Guadalupe Grande, El libro de Lilith (Renacimiento); José F. García Prados, Tiempos tremendos (Sial); y el veterano Diego Jesús Jiménez, Itinerario para náufragos (Visor).
La poesía castellano?manchega dispone hoy de un trío de poetas de varia edad y dedicación, como Lorenzo Martín del Burgo, Raro (Renacimiento) y Jarvis (Renacimiento); Mar García Lozano, Los mercaderes (Rialp); y Jesús Javier Lozano, Canción para una amazona dormida (Rialp).
Castilla y León, viejo reducto de la lírica más sobria y enérgica de la península, ofrece una docena de poetas reseñables: Antonio Colinas, Los silencios del fuego y Libro de la mansedumbre (Tusquets); César Aller, Antología poética (Pastor); José Miguel Ullán, Ardicia (Cátedra); José Luis Puerto, Estelas (Aguaclara) ?otro poemario de igual título y de Manuel García fue impreso por Genil?; Victoriano Crémer, El fulgor de la memoria (Huerga &Fierro); Carlos Ortega, La lengua blanda (Visor); Esperanza Ortega, Hilo solo (Visor); José María García López, Memoria del olvido (Renacimiento); José María Quirós, Quince años no es nada (Libertarias); Jesús García Calero, Lecciones de tiniebla (Visor); Adolfo Alonso Ares, El libro de las noches; José L. Morante, Rotonda con estatuas, Adolfo García Ortega, Habitaciones irreales; Herme González Donis, Cantón de infancia (Cuadernos de Cristal),Mientras el tiempo pasa (Versus); Teresa barbero, Un lugar en la memoria (Libertarias); y de Jesús Hilario Tundidor, Mausoleo (Devenir).

Derivación meridional de la poesía castellana, y ligada con la andaluza Por razones culturales y estéticas, la poesía de Extremadura tiene en dos de Sus autores, Alvaro Valverde, Una oculta razón (Visor) y Ensayando círculos (Tusquets); y Diego Doncel, Una sombra que pasa (Tusquets), sus principales valedores; a los que acompañan Basilio Rodríguez Cañada, Acreedor de eternidades (José Esteban ed.) y La fuente de jade (Huerga&Fierro); Santiago Castelo, Hojas cubanas; y Juana Vázquez, En el confín del nombre.
No demasiado distante, estilística y conceptualmente, de la lírica castellana, la poesía norteña: asturiana, gallega y vasca, cuenta sin embargo con pocos representantes de divulgación nacional, sobresaliendo entre ellos Fernando Beltrán, Umbral de cenizas (Cúspide), Aquelarre en Madrid (Rialp) El gallo de Bagdad (Endymion) y Amor ciego (Huerga&Fierro); Celina de Sampedro, Las preguntas que el viento no contesta (Seuba) -ganadora del Premio de Poesía Fundación de La Carolina-; José Manuel Suárez, Dés más luz (Calambur) y Sigilo de la llama (Rialp); Luisa Castro, Odisea definitiva (Arnao), Los versos del eunuco (Hiperión) y Los hábitos del artillero (Visor); Beatriz Hernanz, La vigilia del tiempo (Rialp); Paz Díez-Taboada, Rumor de vida (Peralto); Iñaki Ezquerra, Casi anónima sonríes (Huerga&Fierro); José Méndez, Esquirla (Huerga&Fierro); y Miguel Losada, Los campos de la noche, (Huerga&Fierro).
Hacia el Este, Aragón encabeza su poesía con los trabajos de Ángel Guinda, quien casi en solitario ha mantenido el nivel de la lírica de sus tierras con Vida ávida y Claustro (Olifante) y Después de todo (Libertarias), junto a Víctor Mira, El poeta muerto (Libertarias).
En Cataluña la poesía escrita en castellano perdura a través de las obras de Enrique Badosa, Relación verdadera de un viaje americano (El Bardo); Eduardo Moga, Razón de ser (Inice); Ángel mortal (Serbal) y La luz oída (Rialp); Ramón Serrano, Donde el río de la noche lleva (Seuba); José Luis García Herrera, Código privado (Puente de la Aurora); José Agustín Goytisolo, Bajo tolerancia (Lumen); Luis Javier Hidalgo, Muerte y trnasfiguración (Sial) Jorge Ferrer-Vidal Turull, El libro de los sonetos en blanco (Seuba): y Antonio García Ysábal, Krytos (Huerga&Fierro). Mientras en las Baleares Vicente Valero escribe Teoría solar (Visor).
El espacio levantino, desde Valencia y Alicante hasta Murcia, se nutre por su parte en castellano de los poemarios de Francisco Brines, La última (Tusquets); Miguel Argaya, Luces de gálibo (Visor) y Geometría de las cosas irregulares (Rialp); Miguel Veyrat, Aproximática, Adagio Desolato (Endymion), Edipo en Chelsea, Elogio del incendiario (Libertarias) y Contra
(Cuadernos de Céfiro); Carlos Marzal, El último de la fiesta, La vida de frontera (Renacimiento) y Los países nocturnos (Tusquets); Ricardo Bellveser, Cuerpo a cuerpo (Alabarde), Cautivo y desarmado (Libertarias) y La memoria simétrica (Huerga&Fierro); Amparo Amorós, Ludia (Rialp), Al rumor de la luz (Zarza Rosa), Visión y destino (La palma) y Árboles en la música (Calima); Antonio Moreno, Libro del yermo (Aguaclara); Eloy Sánchez Rosillo, La vida (Tusquets); David Pujante, Estación marítima (Huerga&Fierro); y Juan Mollá, El jardín sin límites (Endymión).
Por último, la poesía de las Islas Canarias ofrece un reducido pero selecto elenco de autores y obras, con Justo Jorge Padrón -cuyo poemario Los círculos del infierno apareció en su última edición traducida al portugués el pasado año en la impresora Tertulia-, y sus obras Manantial de las presencias (Diputación de Guadalajara) y Oasis de un cosmos (Libertarias); Ana María Fagundo, Isla en sí (Rialp); y Sabas Martín, Indiana Sones (Libertarias) Mar de fondo (Gobierno de Canarias).
A través de esta panorámica de un centenar de autores, incompleta como es inevitable en toda selección de poesía actual, se advierte cierta pujanza de los trabajos poéticos, paralela a una pequeña, pero constante, revitalización de la publicación de libros de poemas por editoriales de mayor o menor calado y de diferente capacidad de distribución en el mercado nacional. Ello hace que, a pesar de los pesares y sin caer en espejismos bien intencionados, se pueda confiar en una paulatina recuperación del que, sin duda, es el género literario por excelencia. Así pues, por encima de sectas, escolásticas y capillas, confiemos...

Juan Manuel González