Crítica

 

 

 

ESCRIBIR UN POEMA


Eduardo García
Ed. Fuentetaja, Madrid 2000.

En una ocasión discutía con un familiar, diplomático de carrera, a raíz de un suplemento literario del The independent londinense que hablaba sobre una escuela de creación literaria. Pueden imaginarse mis argumentos: no se puede enseñar a escribir a nadie. Los de él, coincidentes con el artículo: no se le puede dotar de talento, pero sí enseñarle a utilizarlo. Aunque todavía no me han convencido, el paso del tiempo y la lectura de este importante volumen de Eduardo García me ha hecho suavizar un tanto mis postulados, que de momento quedan así: al menos, sí se le puede enseñar a no malgastar su talento.

Y si digo que este manual de García es importante no es sólo por venir de quien viene, uno de los poetas jóvenes de más solidez artística, enriquecida por su condición de filósofo especialista en estética; sino por lo que dice, que no es sólo cómo escribir un poema, sino, sobre todo, cómo entender la poesía en estos tiempos. Ahondando por escrito, de ahí la importancia, en esa desangelización (que no desangelamiento) de la poesía que varios autores jóvenes venimos pregonando desde hace tiempo. García plantea que el mester poético no es la obra de un iluminado, de un romántico o de un ser conectado con las musas, sino el oficio rígido y bastante normal de un hombre que se expresa mejor que los demás. Y punto. A partir de ahí, todo es opinión, como Menandro quería: no puede decirse que el poeta deba emocionar (porque de ser así, habría que limitar a diez o doce títulos la ingente publicación anual), ni que deba perseguir el conocimiento, la belleza o la concienciación, ya que hay poetas en todos esos ámbitos que logran excelentes resultados y otros -los más- que engrosan el triste grupo de los vates involuntariamente jocosos.

En Escribir un poema Eduardo García huye, con gran fortuna, de elegir tipos estéticos, tendencias, escuelas, planteamientos apriorísticos. No limita sus presupuestos, sólo pone ante los ojos de un presumible lector joven y aprendiz de poeta los pasos que va a tener que dar independientemente de su afinidad estética, para aprovechar las enseñanzas de los clásicos y eliminar en lo posible los errores, o aprender de ellos. Por esta razón, y con un tú que quizá pueda epatar a lectores "mayores", va presentando, entre el rigor y la confidencia personal, las innumerables situaciones de crisis (en el griego sentido de la palabra) que va a tener que ir superando en la escritura del poema, aclarando y delimitando de un modo sintético los pasos de la redacción del mismo: Sedimentación, Escritura del borrador, y Corrección; y todo ello siempre bajo la iluminadora mirada de un sabio consejo que a él diera Fernando Quiñones: "lee mucho, escribe mucho, y confía en ti".

En cada paso, García alivia los falsos tópicos creados en torno de esta profesión, presentando de una forma natural y accesible su verdadera naturaleza (que nada tiene ver con la sencillez, sobre todo en la segunda fase), y planteando amena pero rigurosamente todas las posibilidades y variantes, incluso aquéllas que él no practica como poeta. Aquí es donde nos apercibimos de su poco frecuente escrupulosidad: por ello me parece la mejor parte del libro aquélla en que García se zambulle en profundidad en las aguas de la poesía surrealista y visionaria, tan en las antípodas de su propia escritura. Y no es ésta de la imparcialidad la única virtud: la claridad, el enorme conocimiento de poéticas y métodos distintos, la elegancia de selección de citas, evitando las manidas escolares, el magnífico examen del correlato objetivo eliotiano, se unen a la enorme utilidad de sus consejos, que indican al joven poeta qué no debe hacer, y cómo evitarlo, poniéndole en el camino de la verdadera creación.

En el debe del libro, poco que apuntar. Quizá el tono, demasiado dirigido a los más jóvenes, aunque ése sea el objeto de la colección en que se integra, y un pequeño error sobre Rilke, de quien se dice que hizo toda su obra en alemán, cuando son famosos sus poemas en francés, y menos conocidos pero igualmente existentes sus poemas en ruso.
Contrapesando los términos contables, advertimos el valor del manual de García: un libro necesario para entender la poesía de hoy, la labor del poeta de hoy, la dificultad de ser un buen poeta y respetar las infinitas reglas de este arte, y, sobre todo, la exposición de fondo, entre líneas y cediendo terrenos a otras voces, del planteamiento estético del propio autor, llamado a grandes cosas en nuestro panorama poético y teórico.

Vicente Luis Mora