Crítica

 

LA PLENITUD FUGAZ DE LA MARIPOSA
Rafael Vargas
Ed. El árbol espiral/ Huebra
Béjar, 2000


Auque fundamentalmente se dio a conocer a través del proyecto Entre el sueño y la realidad, un meritorio programa radiofónico de difusión de la poesía andaluza en la denominada novena provincia, que devino luego en una antología consistente, con las voces de nada más y nada menos que 78 poetas de nuestra tierra, Rafael Vargas ha publicado con éste, dos libros y medio de poemas, uno de relatos autobiográficos y otros dos sobre flamenco, una de las pasiones declaradas de este onubense nacido en la aldea minera de El Perrunal en 1939, cuando todavía los fusiles mantenían sus almas candentes y en el aire persistía el chulesco hedor de la pólvora. Emigrado luego a los andamios catalanes, se ha convertido en un valedor imprescindible de la cultura andaluza, de la que ha sido no sólo un transmisor sino también un activista.
Su trazado creativo, como se ha dicho, es parco, si bien tenaz. Trozos de mi infancia (1984), su primer libro, ataca el relato autobiográfico y nos da noticia de ese mundo atroz y a la vez maravilloso de la infancia, agravado, si cabe, con el cetrino telón de fondo de la posguerra. La nanas del galeote, publicado en 1991, es un poemario duro, durísimo, como parece entrever el título, donde las sombras tutelares de Vallejo, Neruda y sobre todo el último Hernández, se dejan sentir con insistencia, sin que falte tampoco ese talante reivindicativo y desgarrado que observamos en José María Morón, Juan Delgado y en otros autores nacidos en la cuenca minera.
A estos libros siguiéronle dos entregas menores, al menos en lo que a extensión se refiere. En la primera de ellas; Palabras para una queja (1995), aparecida en una revista, Vargas nos habla de ese forzado exilio en el que se encuentran quienes por motivos económicos han de abandonar su tierra, para tratar de vivir en otra que los acoge como apestados extranjeros, como pestilente mano de obra -¿les suena el asunto?-, y que al regresar se encuentran con que la tierra por la que tanto suspiraran los observa con indisimulado desprecio y vuelve a concederles mester de extranjería, a ellos, cuya máxima, acaso única aspiración es volver a ese lugar del cual hubieron de salir con una mano delante y otra detrás, y dejar por fin su indigesta condición de extraños en su paraíso. La segunda entrega, ABC de las olas (1999), no era más que un adelanto del libro que hoy nos ocupa, La plenitud fugaz de la mariposa.
Estructurado en 3 partes de elocuentes títulos (Hacia el ámbito del gozo, La plenitud de tu nombre y Los heraldos de la sangre) La plenitud es un hermosísimo poemario amoroso, en el que su autor, que asume desde el inicio el papelón del inevitable Humbert&Humbert, busca, encuentra y finalmente pierde a su fugaz e impertinente Lolita a través de sus XXXIII (el número no es baladí) poemas. Vargas trata, pues, de verbalizar en estos textos de frutal imaginería el triunfo agónico de la pasión y en él se obceca como el soldado solo en medio del campo, defendiendo contra toda razón el último baluarte, sabiéndose de antemano desahuciado, herido por su enervante luz. Qué fácil -escribe en el poema VII- es encender el fuego; / pero quién tiende el alma / para apagarlo? En el amor, en este amor a contratiempo, traza Rafael Vargas el fugaz antídoto contra una muerte que, agazapada, espera al final del camino, cuando ya los cuerpos, ahítos y destronados, no tengan nada que decirse, nada que esperar. Y es que lo que el poeta intenta atrapar por medio de estos versos no es otra cosa que ese punto donde oscila fugaz, decisivamente el sí y el no, el cenit y el nadir.

Pero lo que nos sorprende más de este libro, con todo, es su lenguaje lleno de sensualidad y atrevimiento, heredero sin duda de la artesanía verbal de un Neruda o de un García Lorca, a quienes el autor sigue a distancia, con abundante y sabroso aparato metafórico, con un aliento poderoso y largo que encadena vigorosamente cada una de las composiciones. Nos sorprendería, pues, tanta vitalidad, si no viniéramos de libros como Las nanas del galeote o Poemas para una queja, donde el onubense ya hacía alarde de una viveza, de un tensión realmente inusitada.
Un libro, en suma, que sentimos vivo y audaz en cada verso, que podrá gustarnos o no, pero que no admite de ningún modo entre sus filas la indiferencia. Léanlo.

Vicente Luis Mora