Crítica

 


MONUMENTO

AL AMOR

 


Manuel Gahete: La región encendida,

Ávila, Colección San Juan de la Cruz de Poesía,

Obra Cultural de la Caja de Ahorros, 2000; 61 pp.

Algunos poetas acceden al más alto grado de la revelación poética como acceden los místicos al más alto grado de la perfección espiritual. Así el cordobés Manuel Gahete (Fuente Obejuna, 1957), que obtuvo con La región encendida el X Premio Nacional de Poesía "San Juan de la Cruz-Colonia Fontivereña Abulense" en 1999, una obra de primer orden en el panorama de la lírica española de este fin de siglo, verdadero alarde de una poesía con mayúsculas.

Se muestra aquí el vate cordobés deudor de la poesía bíblica, tanto la del Cantar de los Cantares como la de los Salmos y otros libros sagrados. Y ello sin olvidar la fascinación que Gahete muestra por poetas como Vicente Aleixandre, a quien ha dedicado muy destacados estudios, ni tampoco la vena barroca o el sesgo clásico de su poesía. No obstante, late aquí una voz personal y vigorosa, tan granada como madura. Estamos, pues, ante una hermosa poesía sálmica que pone de relieve la belleza de un lenguaje bien elaborado, con imágenes a menudo surreales. Una poesía plenamente espiritual, que se mueve entre los límites del amor humano alcanzando cimas de elevación sublimes, de desbordante sensualidad y erotismo finamente expresados... Un monumento al amor humano, impregnado de la más delicada vibración espiritual y con ribetes existenciales a los que no son ajenos la orfandad y el desvalimiento del ser.


Hay una salvación posible para el hombre -parece decirnos el poeta- y ésta ha de llegarle, necesariamente, a través del amor intensamente vivido, pasionalmente expresado, con la rotundidad y la embriaguez de quien se aferra a un único asidero en el naufragio. Solamente el amor proporciona la intensidad en el vivir y la única posibilidad de prolongarse más allá de la vida -y no de la muerte- como nos dirá el poeta en uno de los poemas finales del libro, en oposición a Quevedo y su famoso soneto "Amor constante más allá de la muerte".

Inevitable, resulta, en efecto, hace referencia a la muerte, convocada con frecuencia bajo la imagen de la ceniza. Mas en este libro es la vida en plenitud la que se muestra a través del amor, pues vivir es amar y sólo el amor justifica la vida plenamente vivida, intensamente vivida; sin olvidar que para un creyente el amor humano no es más que un reflejo del amor divino, como la poesía, que para Fray Luis de León era "una manifestación del aliento celestial y divino".

La región encendida no es otra que la del amor, que del humano asciende hasta el divino, como una suerte de religión, de credo ferviente y avasallador que envuelve emociones y expresiones, que hace cantar al poeta como impregnado por un magnetismo desconocido y misterioso, con una fuerza inusitada. Ya no es él mismo quien se conduce sino que parece dejarse arrastrar en la vorágine que lo envuelve, como una suerte de embriaguez, derviche danzante en busca de lo absoluto, en la emoción más intensa, la más parecida al goce extático.

Libro, pues, de una intensidad extenuantiva, avanza desde el "Yermo" inicial de los seis textos introductorios hasta el "Bosque" que introduce la cita de Aleixandre y nos conduce a través de esa "Noche oscura del cuerpo" -que no del alma-: "Acaso he de buscarte, dulce amante tristísima,/ en el vuelo/ o misterio de quien clama y no vence,/ bajo la tierra dócil que invita a mansedumbre,/ en el vaso de besos que consuma la savia" (pág. 25); hasta alcanzar el "Valle" como en exaltación, como en un nuevo Cántico Espiritual donde ameriza la "Región Encendida" con un "Cuerpo de olivo": "He alcanzado la luz/ mientras el agua/ palpitaba en mis ojos/ como un fruto" (pág. 45) y deviene, finalmente, al "Paraíso", con su "Testamento de amor sobre las playas de Baética" en varios cantos.

Pocos casos conozco equiparables a éste de Manuel Gahete y de La región encendida. Me vienen ahora a la memoria los de Miguel Florián, el primer Antonio Enrique o Juan José Ceba, entre los más cercanos. Una poesía de exaltación, un cántico que obedece a una fuerza interior que lanza y dice espléndida, lengua de maravillas por la que parece hablar otra voz - pues que la nuestra no parece-, que ahonda en una claridad desconocida y se impregna en una luz otorgada como un don, es "luz no usada" -nuevamente el agustino- que serena el alma y la viste de hermosura.


La región encendida quedará, sin duda, salvada de entre el maremágnum y las aguas
desorbitadas de nuestra poesía última. Y deberá encontrar acomodo entre los grandes libros que, a menudo, pasan inadvertidos para la crítica de los grandes suplementos literarios. Porque su autenticidad y belleza la hacen merecedora de los mayores reconocimientos, aquéllos que han de vencer al tiempo.
JOSÉ ANTONIO SÁEZ.