Crítica

 

MAYA
Jostein Gaarder
Ed. Siruela, Madrid, 2000.


Woody Allen, en un pasaje de su memorable libro Para acabar de una vez por todas con la cultura, reseña con gracia cómo se siente analfabeto cada vez que llega a su casa y se encuentra el buzón repleto de folletos de cursillos sobre todas las cosas que piensan que no sabe. Esa misma sensación tengo cuando el señor Gaarder, cada dos años aproximadamente, invade con un nuevo volumen el mercado, desde aquel indigesto El mundo de Sofía, de tanta como sospechosa fama.

En aquel libro, uno de los más vendidos de nuestra historia editorial, Gaarder recorría la filosofía de todas las épocas, bajo el trasunto del aprendizaje de una niña. Más tarde ha venido el escritor noruego planteándonos otros debates del mismo jaez, igualmente a través de ficciones más o menos literarias, sobre la muerte o el tiempo, materias que colindaban su quehacer (Gaarder era profesor de filosofía). Sin embargo, en esta monumental Maya parece que el consolidado vendedor de libros quiere demostrarnos algo: en concreto, que puede hablar de otras cosas, y que puede hacer una novela.


A grandes rasgos, el muy complejo libro de Gaarder tiene un tema fundamental, que es el de una persona, representada por el Comodín, que como Kant o Buda sale de su sueño dogmático y se enfrenta a la visión del Universo y la Historia sin tapujos, como cauces dirigidos por un sentido y no, tal y como la ciencia nos enseña, como procesos atómicos y moleculares más o menos caóticos, en los cuales la existencia humana no ha sido más que una afortunada coincidencia. Ese "sueño" da título al libro. Para demostrarle al señor Gaarder que a lo mejor no necesitamos tantos cursillos, vamos a verlo no con sus palabras, sino con algunas más literarias: "La antigua sabiduría india dijo: 'Es la Maya, es el velo del error que cubre los ojos de los mortales, y que les hace ver un mundo del cual no se puede afirmar la existencia, ni la no existencia, pues es semejante al ensueño' (Estas comparaciones están repetidas en innumerables pasajes de los Vedas y los Puranas)" (Schopenhauer, Der Welt als Wille und Vorstellung); algo que ya decía Marco Aurelio en sus Meditaciones (V, 10): "Las cosas están cubiertas, por decirlo así, de un velo que hace que los principales filósofos las consideren incomprensibles, y que incluso a los estoicos les resulten difíciles de comprender". Y que Shakespeare resumiría irrepetiblemente en La tempestad: "We are stuff / As dreams are made of, and our little life / is rounded with a sleep". (Somos de la tela / de la que están hechos los sueños, y nuestra breve vida / está rodeada de un ensueño).

Construida en círculos concéntricos en que realidad y ficción se entremezclan (en este libro, más afortunada o menos tópicamente que en otros), Maya recoge toda una estructura epistemológica del evolucionismo moderno, partiendo de una perspectiva metafísica, entendido este término más que nunca en su cabal sentido etimológico, como algo que está más allá de la physis o naturaleza. Todos los personajes, de un modo u otro, plantean desde su encuentro en las islas Fidji (una especie de finis terrae temporal, ése será el primer lugar por el que entre el tercer milenio), hasta su devenir por España, que la realidad, la historia, y la ciencia evolutiva que estudia cómo ambas se han ido formando (ya sabemos que más atrás de cien mil años antes de Cristo, no se distinguen Historia de Paleontología), no pueden ser un proceso lineal y autoexplicativo, sino que deben responder a una voluntad ordenadora, bien sea bajo la especie del Demiurgo platónico, o bien, como algunos de los personajes piensan con una lógica nitidez (uno de los mejores aciertos del libro), desde el punto de vista de que es el propio hombre el que explica, en cuanto materialización reflexiva del propio universo, todo el proceso de construcción del Cosmos.
Es fácil ver que, como el propio siglo XX, Gaarder ha pasado de la filosofía a la metafísica, sin abandonar la trascendencia cognoscitiva. Pero, al contrario que en las obras anteriores del novelista noruego, eso no lastra el libro; incluso se agradece, aliviando la cascada de datos biológicos con la que el lector es bombardeado al principio del libro, hasta que la trama consigue, por fortuna, imponerse sobre la docencia. Diré más: Maya es a ratos un volumen detectivesco que engancha; un relato de hilar fino en el que el interés por el desenlace y la involucración con los personajes (sobre todo Maya y Frank, el narrador), hacen llevaderas las cuatrocientas páginas de que consta. Las cosas que nos molestan al principio (los saltos temporales, las parrafadas insostenibles que Ana y José se largan obviando los ricos paisajes del Pacífico), van teniendo luego explicación, sin que queden huecos. Sí, no cabe duda: Gaarder ha conseguido ser un novelista: hay estructura, hay historia, y además... hay lenguaje. El "Manifiesto" con que finaliza el libro, vertebrador medular de toda la trama, tiene un notable valor literario, que roza la prosa lírica.
Pero, ¿y el otro propósito? Era, recordemos, hacernos creer que pueda hablar de otra cosa que no sea filosofía. Aquí tendremos que poner Maya en cuarentena. No sólo por ser una exposición metafísica, lo que ya hemos apuntado, sino que por debajo de sus páginas se ve muy bien, entre líneas, a Heráclito, a El mono desnudo, de Desmond Morris, y una brusca digestión de cientos de años de estudios biológicos, desde el legendario y entrañable conde de Buffon... Dos de los personajes tienen obsesión por lo que llaman "imaginación del conocimiento", que creo ha sacudido al mismo Gaarder. O como dice uno de ellos: "Estoy pensando en esa arrogante insensatez de los listos, una especie de miopía del ingenio".
De todas formas, eso no importa demasiado. El lector sabe, al comprar un libro de Gaarder o informarse sobre él, que no está buscando a Lobo Antunes o Kundera, ni a Sócrates. Sólo debemos dejar contestada una pregunta: Señor crítico, ¿es Maya, dentro de las obras novelísticas ligeras o de evasión, algo que merece la pena, una novedad estimable?. No les quepa la menor duda. Incluso, como es el caso, puede gustarle a los fans de la literatura más difícil.

Vicente Luis Mora