AU LECTEUR

La sottise, l'erreur, le péché, la lésine,
Occupent nos esprits et travaillent nos corps,
Et nous alimentons nos aimables remords,
Comme les mendiants nourrissent leur vermine.

Nos péchés sont têtus, nos repentirs sont lâches;
Nous nous faisons payer grassement nos aveux,
Et nous rentrons gaiement dans le chemin bourbeux,
Croyant par de vils pleurs laver toutes nos taches.

Sur l'oreiller du mal c'est Satan Trimégiste
Qui berce longuement notre esprit enchanté,
Et le riche métal de notre volonté
Est tout vaporisé par ce savant chimiste.

C'est le Diable qui tient les fils qui nous remuent!
-Aux objets répugnants nous trouvons des appas;
Chaque jour vers l'Enfer nous descendons d'un pas,
Sans horreur, à travers des ténèbres qui puent.

Ainsi qu'un débauché pauvre qui baise et mange

Le sein martyrisé d'une antique catin,
Nous volons au passage un plaisir clandestin
Que nous pressons bien fort comme une vieille orange

Serré, fourmillant, comme un million d'helminthes,
Dans nos cerveaux ribote un peuple de Démons,
Et, quand nous respirons, la Mort dans nos poumons
Descend, fleuve invisible, avee de sourdes plaintes.

Si le viol, le poison, le poignard, l'incendie,
N'ont pos encor brodé de leurs plaisans dessins
Le canevas banal de nos piteux destins,
C'est que notre âme, hélas! ni est pas assez hardie.

Mais parmi les chacals, les panthéres les lices,
Les sanees, les scorpions, les vautours, les serpents,
Les monstres glapissants, hurlants, grognants, rampants
Dans la ménegerie infâme de nos vices,

Il en est un plus laid, plus méchant, plus immonde!
Quoiqu'il ne pousse ni grands gestes ni grands cris,
Il ferait volontiers de la terre un débris
Et dans un bâllement avalerait le monde;

C'est l'Ennui! - l'oeil chargé d'un pleur involontaire,

Il rêve d'échafauds en fumant son houka.
Tu le connais, lecteur, ce monstre délicat,
-Hipocrite lecteur -mon semblade - mon frère!

 

 

AL LECTOR


Trd. Enrique Perellada
Obra Poética completa
Ed. 29, Madrid, 1977

La estulticia, el error, el pecado, la mezquindad,
ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros amables remordimientos,
como los mendigos nutren su miseria.

Nuestros pecados son tercos, nuestros arrepentimientos cobardes;
nos hacemos pagar con largueza nuestras confesiones,
y volvemos alegremente al camino fangoso,
creyendo lavar todas nuestras faltas con viles llantos.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien mece largamente nuestro espíritu hechizado,
y el rico metal de nuestra voluntad
lo ha vaporizado totalmente este sabio químico.

¡El Diablo es quien sostiene los hilos que nos mueven!
Encontramos atractivos a los objetos repugnantes;
todos los días descendemos un paso hacia el infierno,
sin horror, a través de las tinieblas que apestan.

Como un libertino pobre que besa y muerde
el pecho martirizado de una vieja ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos bien fuerte corno una naranja mustia.

Prieto, hormigueante, como un millón de lombrices,
en nuestro cerebro se juerguea un pueblo de demonios,
y, cuando respiramos, la Muerte a nuestros pulmones
desciende, río invisible, con apagados lamentos.

Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no han bordado todavía con sus gratos dibujos
el cañamazo trivial de nuestros míseros destinos,
es porque nuestra alma, ¡ay!, no se ha atrevido.
Mas entre los chacales, las panteras, los linces,
los monos los escorpiones, los buitres, las serpientes,

los monstruos chillones, aulladores, gruñidores, rampantes
en el establo infame de nuestros vicios,

hay uno más feo, más ruin, más inmundo.
Si bien no prodiga ampulosos gestos ni griterío,
hará con gusto de la tierra un cascajo
y en un bostezo engullirá el mundo;

¡es el Fastidio! --el ojo anegado de un llanto involuntario,
sueña patíbulos mientras fuma su pipa.
¡Tú le conoces, lector, a este monstruo delicado,
-hipócrita lector- mi semejante, mi hermano!

 

AL LECTOR

 

 

Traducción de Lydia Lamarque (1948)
Las flores del mal
(Edit. Losada, Buenos Aires, 1989)

La necedad, el yerro, el pecado, la roña,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos;
y como los mendigos alimentan su mugre,
así nutrimos nuestros blandos remordimientos.

Nuestro pecado es terco, nuestra contrición floja;
con creces nos hacemos pagar lo confesado, y
alegres retornamos al camino fangoso,
creyendo nuestras culpas lavar con viles llantos.

En la almohada del mal es Satán Trismegisto
quien largamente acuna nuestro ser hechizado,
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntegro lo evapora ese químico sabio.

¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A las cosas inmundas encontramos encantos;
y sin horror, en medio de tinieblas hediondas,
cada día al Infierno descendemos un paso.

Tal como un libertino pobre que besa y muerde
el seno magullado de una vieja ramera,
robamos de pasada un placer clandestino,
que exprimimos bien fuerte como naranja seca.

Denso, hormigueante, así como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios hierve en nuestras cabezas,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el tósigo, el estupro, el puñal, el incendio,
de agradables dibujos no ornaron todavía
el trivial cañamazo de nuestra pobre suerte,
es, ay, porque nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre las panteras, los monos y los linces,
los buitres, escorpiones, serpientes y chacales,
los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores,
de todos nuestros vicios en la leonera infame,

¡hay uno que es más leo, más inmundo, más malo!
Sin lanzar grandes gritos ni mostrar grandes gestos,
convertiría a gusto la tierra en un despojo,

y tragaría el mundo en un solo bostezo.

¡Es el tedio! -De llanto involuntario llena
la mirada, su pipa fuma y sueña patíbulos.
Tú conoces, lector, al delicado monstruo,
hipócrita lector -mi igual-, ¡hermano mío?

 

AL LECTOR

Traducción de Mario Alarcón (1)
Cuaderno de su disconforme
(Edit. Longseller, Buenos Aires, 1999)

La necedad, el yerro, el pecado, la roña,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos;
y como los mendigos alimentan su mugre,
así nutrimos nuestros blandos remordimientos.

Nuestro pecado es terco, nuestra contrición floja;
con creces nos hacemos pagar lo confesado, y
alegres retornamos al camino fangoso,
creyendo nuestras culpas lavar con viles llantos.

En la almohada del mal es Satán Trismegisto
quien largamente acuna nuestro ser hechizado,
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntegro lo evapora ese químico sabio.

¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A las cosas inmundas encontramos encantos;
y sin horror, en medio de tinieblas hediondas,
cada día al Infierno descendemos un paso.

Tal como un libertino pobre que besa y muerde
el seno magullado de una vieja ramera,
robamos de pasada un placer clandestino,
que exprimimos bien fuerte como naranja seca.

Denso, hormigueante, así como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios hierve en nuestras cabezas,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el tósigo, el estupro, el puñal, el incendio,
de agradables dibujos no ornaron todavía
el trivial cañamazo de nuestra pobre suerte,
es, ay, porque nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre las panteras, los monos y los linces,
los buitres, escorpiones, serpientes y chacales,
los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores,
de todos nuestros vicios en la leonera infame,

¡hay uno que es más leo, más inmundo, más malo!
Sin lanzar grandes gritos ni mostrar grandes gestos,
convertiría a gusto la tierra en un despojo,
y tragaría el mundo en un solo bostezo.

¡Es el tedio! -De llanto involuntario llena
la mirada, su pipa fuma y sueña patíbulos.
Tú conoces, lector, al delicado monstruo,
hipócrita lector -mi igual-, ¡hermano mío?


AL LECTOR

Trad. de Antonio Martínez Sarrión (1976)
Las flores del mal
Alianza editorial, Madrid, 1982

Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan
La mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,
Y, como los mendigos alimentan sus piojos,
Nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.

Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,
Con creces nos hacemos pagar lo confesado
Y tornamos alegres al lodoso camino
Creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.

En la almohada del mal, es Satán Trimegisto
Quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu
Y el precioso metal de nuestra voluntad,
Íntegro se evapora por obra de ese alquímico.

¡El diablo es quien maneja los hilos que nos Mueven!
A los objetos sórdidos les hallamos encanto
E, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,
Bajamos hacía el Orco un diario escalón.

Igual al disoluto que besa y mordisquea
El lacerado seno de una vieja ramera,
Si una ocasión se ofrece de placer clandestino
La exprimimos a fondo como seca naranja.

Denso y hormigueante, como un millón de helmintos

Un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas
Y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones
Desciende, río invisible, con apagado llanto.

Si el veneno, el puñal el incendio, el estupro,
No adornaron aún con sus raros dibujos
El banal ca cañamazo de nuestra pobre suerte,
Es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.

Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza

¡Hay uno más malvado más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro
Y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;

¡Es el Tedio! -Anegado de un llanto involuntario,
Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba,
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
--Hipócrita lector -mi prójimo-- mi hermano!

 

AL LECTOR

Traducción de Ángel Lázaro
Las flores del mal
Ed. Edaf, Madrid, 1979

LA necedad, el yerro, la culpa, la codicia,
ocupan nuestro espíritu, trabajan nuestro cuerpo,
y como los mendigos se nutren de miseria,
nosotros nos nutrimos de los remordimientos.

Nuestro pecado es terco, la contrición, cobarde;
nos hacemos pagar muy bien lo confesado,
y creyendo lavar con vil llanto las culpas,
nos volvemos alegres al camino de fango.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
el que sabe mecer y embrujar nuestra alma,
y el precioso metal de nuestra voluntad
evaporar su mano químicamente sabia.

El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven.

Atractivo encontramos en lo más repugnante;
cada día al infierno descendemos un paso
por tinieblas hediondas y espantosos lugares.

Igual que un libertino que besara y mordiese
el seno maltratado de una vieja ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos lo mismo que una naranja seca.

Espeso, hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de demonios hierve en nuestro cerebro
y cuando respiramos baja a nuestros pulmones,
como un río invisible, la muerte, el paso quedo.

Si el estupro, el veneno, el incendio, el puñal,
no han bordado hasta ahora dibujos a capricho
en este cañamazo que destino llamamos
es, ¡ay!, porque no somos lo bastante atrevidos.

Pero entre los chacales, las panteras, los linces,
los monos y escorpiones, los buitres, las serpientes,
los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores,
en esa fauna horrible del vicio, ¡uno aparece

más feo todavía, más malo, más inmundo!
Sin gesticulaciones, sin lanzar grandes gritos,
hiciera, por su gusto, de la tierra un despojo,
se tragaría el mundo de un bostezo infinito:

¡es el tedio! Él nos llena de llanto sin motivo,
y fumando su pipa, imagina cadalsos.
Tú conoces, lector, al delicado monstruo
-hipócrita lector-, -igual a mí-, ¡mi hermano!