Crítica KAFKA, LA HIPÓTESIS JALDONIANA |
Estudios sobre Kafka
Ernesto Feria Jaldón
Ed. Renacimiento, Sevilla, 2000
Cada día que pasa parece más claro
que Franz Kafka es una de las referencias ineludibles del siglo XX por cuanto
consigue expresar a lo largo de su obsesiva obra con contundencia y extrema
lucidez, no sólo la soledad radical del hombre frente al poder, cualquier
tipo de poder - ya sea de orden divino o humano, concreto o abstracto, consciente
o inconsciente-, sino la imposibilidad de eludir este conflicto que podríamos
calificar como axial, pues de su resolución personal dependen conceptos
como el de felicidad, o libertad.
Muchas han sido las autoridades, como oportuna y honradamente nos confiesa el
preciso y lúcido prologuista de este libro, Ernesto Feria (hijo de este
médico rural que sigue la estela del determinismo freudiano), que se
han ocupado de la compleja personalidad del novelista checo partiendo de la
conflictiva e irresoluble relación mantenida con un padre arbitrario
y tiránico, jactancioso, tonante y sibilino hasta la humillación,
una verdadera sombra totémica a la que no son capaces de escapar ninguno
de los hijos, según nos pormenoriza Franz en su espeluznante documento
Carta al padre, sin embargo pocos han llegado tan hondo y tan lejos en el estudio
del problema kafkiano como Feria Jaldón en este domentadísimo
y sugerente estudio que sigue en toda su radicalidad las rodadas del método
freudiano. Aunque queda fuera de toda evidencia que una figura de la complejidad
psicológica de Kafka no se puede agotar en un estudio arriesgado y audaz,
como es el caso, que parte de unas coordenadas tan precisas (y si se quiere
tan especulares), el retrato puntillista y casi caleidoscópico que nos
ofrece este documentadísimo médico rural (una especie de Svevo,
para entendernos) sobre el autor de El castillo es, sin duda alguna, convincente,
iluminador, esclarecedor.
El problema Kafka, según Jaldón, se asienta sobre la tajante imposibilidad
del checo para superar la figura del padre, que se convierte para él
en una especie de Pantócrator omnipotente y cruel, una especie de juez
-al modo del Yavé judío- cuya crispada sombra se puede rastrear
en cada uno de los informes kafkianos. La personalidad de Kafka es, según
Jaldón, la de un neurótico obsesivo incapaz de romper satisfactoriamente
la cadena que lo ata a la roca nuclear del padre y que determinará su
fracaso como hombre, en cuanto no es capaz de vivirse en libertad, o más
exactamente en la esperanza de libertad, bloqueado como se hallaba en lo que
Jaldón viene a denominar la circularidad infernal de su Deseo. Es sintomático
en este sentido el especial conflicto que Kafka fraguó con las mujeres
que pasaron por su vida, pues es aquí donde la sombra tutelar del padre
parece más determinante, por cuanto aun había una cuestión
más decididamente imposible de resolver que su crónica polémica
paternal, y esta era, cómo no, la radical imposibilidad de Franz Kafka
para adoptar el rol de padre, la figura que tanto lo había torturado.
La atracción/repulsión de la imago paterna -expone el onubense-,
amenazadora/protectora, frena, colapsa su deseo, su matrimonio, su fuga. Permanece
así atado "como un delincuente" -son palabras suyas- al complejo
paterno, y se siente por ello inocente/culpable, sin inteligir ambas nociones
en su significación radical. Se siente "inocente" -continúa-
en cuanto nada ha hecho en realidad que pueda culpabilizarle; culpable en cuanto
desde sus fondos inconscientes emergen las pulsiones asesinas de destrucción
del odioso padre castrador..."
Así, toda la vida y la obra de Kafka girarán circular, demoníacamente
en torno a esta colisión entre inocencia y culpa, como con tan rotunda
claridad se nos muestra en La condena. Lo que ocurre es que en tanto Kafka no
sea capaz de convencerse de su propia inocencia, seguirá siendo culpable,
espúreo, forastero, voyeur... es decir continuará dando vueltas
alrededor del círculo infernal (como Prometeo), lo que lo equipara a
esos otros personajes atascados y abollados hacia dentro como Kleist, Artaud,
Baudelaire, Ducasse, Nerval, Kierkegaard, Pavese o Dostoyevski que viven todos
su particular intriga oscura, por decirlo con las palabras del estudioso, para
quienes la escritura se convierte en la única redoma a su alcance -añádese
además la del autocastigo en la que todos ellos fueron inagotables maestros-
para conjurar esta peculiar intriga.
Con todo este lastre a sus espaldas, Kafka es resueltamente
incapaz de vivir su superficie y, así, todo su pensamiento no parece
tener otro objetivo que levantar un juicio sumarísimo contra sí
mismo, en la que un juez implacable le va cerrando una a una las ventanas y
las puertas de esa fortaleza en la que él cree poder hallar su liberación
o al menos digerir y dar descanso a su angustia y su condena.
Como vemos, el libro de Ernesto Feria Jaldón, que se estructura en 6
partes (Acerca de Kafka y el amor, La libertad en F. K...), analiza profunda
y profusamente desde distintas y complementarias focalizaciones, la herida abierta
del checo y su propia incapacidad para superar el litigio abierto con la figura
pantocrática del padre. En resumidas cuentas, un concienzudo e imprescindible
estudio psico-crítico sobre una de las mentes más complejas e
íntimamente problematizadas del siglo XX, pero que, precisamente por
ello, ha sabido dejarnos algunas de los documentos más lúcidos
y penetrantes de nuestro tiempo.
Falta ahora que los herederos de Ernesto Feria Jaldón, entreguen a las imprentas el esperado estudio que el onubense dedicara a Baudelaire, otro personaje sobre el que planea, como en Franz Kafka, la sombra alargada e idealizada de un padre muerto muy joven y de un padrastro que, no contento con arrebatarle a la madre, acaba expulsándolo del paraíso y lo incapacita de por vida para volver a entrar en él.
Manuel Moya