Poesía

 

 

ANTONIO GONZÁLEZ-GUERRERO

(Lucifer tiene nombre de caballo es la sección segunda del libro Pentagrama de junio, publicado por la editorial Batarro en Albox (Almería) y enero de 1999)


LUCIFER TIENE NOMBRE DE CABALLO

a un muchacho anónimo que me contó la historia que hice mía


Una serena piel luciente
se comba con el frío soterrado

Eugenio García Fernández


SÓLO DIRÉ QUE EN JUNIO NOS LLEGÓ LA NOTICIA

I

Si asumes el error no quiere nadie
-porque rompes de cuajo los esquemas
que vuelvas al camino y te endereces.
No esperes compasión de los más tristes.


II

Yo crecí en ese barrio
luzbelmente blanquísimo de escarcha,
en una casa inmunda, por vacía,
de cariño y de luz donde mirarme.

La calle por madrastra sólo tuve
y el dolor y la noche por hermanos:
la noche como un túnel con sus puertas
negras de par en par, y el polvo blanco
de su alma en la nariz, herida toda
de hastío y soledad y podredumbre.

Yo he nacido aquí, con los amigos
que ya han cruzado el mar al otro lado
de la desolación, y están en mi memoria
la r ¡seria y el limo de sus ojos.
Buscadores y exhaustos, ojos huérfanos
de esperanza u hogar donde acostarse
al abrigo, y dormir bajo los párpados,
lentos como un menhir, acusadores, graves.

Conocimos las rejas y entre rejas la cara
más oscura del miedo tatuándonos los hombros

con su nupcial vestido, sudario en lino blanco,
y una luz abisal, misteriosa, delgada,
como una Jeringuilla luzbélica en las venas.


III

Nos pagaban los hombres por yacer sin remedio
con nuestra laxitud de dioses aturdidos,
colonia, que no whisky, y un polvo de amapolas
o cruel bicarbonato para el ardor del alma.

Nos pagaban los hombres hasta que se fue Jaime
a dar cuentas a Dios, diezmado por el sida,
a dar gracias a Dios después de tanto infierno,
porque Jaime está allí con Dios sobre una nube.

Luego todo cambió con la sospecha
de nuestro vicio inglés, y descubrimos
que aspiraban los jóvenes al sexo
de noche en nuestra celda y suplicaban
aún más polvo por pago o terrón puro
de un azúcar de coca. Que gemían
cual si fueran dichosos, cual si fueran
amantes que anhelar en su fulgor esquivo.


IV

Javier montó en abril sobre el caballo
bermejo del adiós, sin despedirse.
Se fue a la enfermería, y por la noche
supe que un sacerdote lo bendijo;
y que nadie acudió a la ceremonia
de la fosa común donde descansa,
aquí en Carabanchel, junto a la cárcel,
nuestra única morada y nuestra mesa.

Murió de sobredosis de nitrito
de amilo y una mezcla de colonia,
que tomaba por whisky, y diez pastillas
de éxtasis -se dijo-. Mas murió de tardanza.


V

Pedro se hizo albañil y tomó al barrio
a buscar a su novia y redimirse.

(Le habían comentado que existían
centros para curarse y ser de luego
un hombre provechoso, si alguna vez lo fuimos,
un hombre de bondad, que a Pedro le sobraba).

Lo mataron a tiros una noche
que circulaba a cien por Entrevías,

con un BMW robado a un conocido
homosexual de todos, que era marqués o conde;
o al menos lo decía cuando estaba borracho
y actuaba en confidente de un boy de la Secreta.

Pedro había soñado tras cinco años de cárcel
por robar con violencia en un hipermercado
un oso de peluche para su hermana Rosa,
porque era Navidad y ya no había nada
que comer ni los Reyes vendrían ese año
porque les era ajena la fe del lazareto.

Pedro había soñado con volver a las calles
como un muchacho alegre que regresa a la infancia
para hacerse en su arcilla y ser un hombre nuevo,
orgulloso de sí, subido en un andamio.

Pero un silencio espeso, hipócrita, maldito,
cercó su corazón; porque nadie desea
que endereces tu vida si has errado.
El pueblo es más cruel que un sanedrín de jueces.

No encontró un calor de mano amiga,
ni una casa a donde ir, ni la muchacha
que había conocido en la alegría
de sus quince años tercos, quiso verle los ojos.

Y se fue aquella tarde, perdido en su penumbra
de memorias más sucias que una cloaca negra,
a buscar un desecho de ternura en los bares
de la calle Pelayo, entre gays y chaperos.

Se sabe que esa noche, Pedro estaba muy triste
y habló con el marqués y quedaron en verse
sobre las dos y media en su chalet del Viso,
cuando Pedro volviera del Pozo con la "blanca".


VI

En cuanto a Luis -no quiero soterrar mi penumbra-,
le cayeron veinte años por violar a una joven,
que jamás había visto, en el Retiro, un día
que él estaba en Chinchón en las Fiestas del Ajo.

Inútil pretensión fue la prueba del semen
que un letrado de oficio pidió a su Señoría.
Veinte años fue su culpa, como veinte cuchillos,
de haber venido al frío en un lugar sin techo.

Sólo diré que en junio nos llegó la noticia,

por el santo del Rey, de que estaba indultado;
y habló al Capellán que aquella era su casa
y no sabría vivir muy lejos de sus rejas.


VII

A veces vuelvo al Bronx y veo en las miradas
que no habrá redención; porque nadie desea
que endereces tu vida si has errado.
El pueblo es más cruel que un sanedrín de jueces.

El pueblo es implacable, mas pueblo somos todos;
y yo he aprendido a amarlo en las cosas sencillas:
en la entrega feliz de un sacerdote bueno,
o ese muchacho noble
que acaba de morir entre mis brazos.