Parte y Ensayo
DANIEL FLORIDO, UN POETA A DESCUBRIR
Hace años, hojeando esa tan ineludible como
desastrosa antología en dos volúmenes de poetas onubenses editada
sin firma por el Instituto de Estudios Onubenses Padre Marchena, reparé
en un autor del que sólo se reproducían dos pequeños textos
y una lacónica nota biobliográfica que rezaba de esta guisa: "Daniel
Florido, nació en Santa Olalla (Huelva), en 1910. Reside en Algeciras
vinculado al comercio de librería. Ha publicado el volumen poético
Mi ruta. Hace crítica de libros en la revista Bahía". Tras
la nota, dos sonetos de recia ejecución donde se atisban ciertos rasgos,
insuficientes con todo, para calibrar la verdadera personalidad del escritor
de Santa Olalla. En la exhaustiva Historia de la poesía en Huelva, firmada
por M. Sánchez Tello y J. Baena Rojas su nombre ni siquiera aparece a
pesar de ser uno de los timones de la revista mencionada, extremo que ha sido
seguido escrupulosamente en los posteriores intentos antólogicos sufridos
estoicamente por este provincia.
Nacido en 1910 en una familia obrera, su formación es la de un autodidacta.
Como a tantos otros amamantados en los predios del novecentismo (pensemos en
Arcensio) se encontró de bruces con el golpe militar del 36 (hasta cuándo
habremos de consentir el perverso eufemismo de guerra civil) y es así
que tuvo que salir por pies de su pueblo, primero hacia el norte, donde es encarcelado,
para acabar en Algeciras, ciudad de la que no saldrá ya hasta su muerte,
acaecida en el 1º de mayo de1975, y donde fundará la revista Bahía
junto a Manuel Fernández Mota y Antonio Sánchez Campos, sin duda
uno de los referentes de la poesía andaluza en la década de los
60.
Como Jesús Arcensio, con el que guarda tan numerosos paralelismos estéticos
como previsibles desavenencias ideológicas, frecuentó poco el
estrevejín de las imprentas y sólo publicó pequeñas
entregas ya en el último tramo de su vida y que luego recogió
postumamente su amigo y mentor Manuel Fdez. Mota en un volumen inencontrable
y magnífico titulado De Cristal (Algeciras, 1996), que no llega a las
300 páginas, aunque sabemos que en el ayuntamiento santaolallero se conservan
numerosos inéditos a los que sería conveniente echar un vistazo.
La doble mención de Arcensio (triple ya) no es en ningún sentido
banal ni gratuita cuando tratamos la figura de Daniel Florido. En ambos encontramos
expresamente un espíritu agrario del mundo, que no se manifiesta tanto
en la devoción paisajista que ambos profesan sin fisuras, cuanto en la
muy similar interpretación que dan del hombre, como humilde e incierto
esqueje sobre el que sigue girando la existencia, aquél que no sólo
construye con sus propias manos el paisaje, sino que a través de su mirada
honda le confiere su sentido. Tanto en Florido como en Arcensio la inmersión
en el paisaje no puede ser entendido más que como la re-construcción
minuciosa de sus respectivas infancias, vistas desde el destierro y desde la
pérdida, de ahí ese cierto aire melancólico y acaso bucólico-existencial
con que los dos poetas serranos se enfrentan a sí mismos.
La poesía de Florido, queda dicho, es de tesitura antropocéntrica,
con claras coincidencias formales con eso que los críticos han dado en
denominar generación del 36, de la que Hernández, León
Felipe y Rosales son sus puntales más visibles y paradigmáticos.
Con todos ellos (sus estrictos contemporáneos), Florido comparte no sólo
una sólida defensa de las formas, sino una zurbaranesca, cuando no machadiana
noción de la realidad, donde juegan a la vez realidad y transcendecia,
sobriedad y emoción. Florido, un hombre que se sabe desterrado de su
niñez y sus campos, que se ve alejado de ese lost paradise mítico
en la que se desenvuelve su infancia, que vive en carne propia esa punzante
dualidad entre el dolor de la pérdida y la imposibilidad de volver, un
hombre, en suma, extraño en un ambiente urbano, con el dolor añadido
y omnipresente de la derrota, gusta de recrearse en una humilde piedra, en un
árbol cualquiera, en las contumaces abejas, en una estrella errática...
para desde ellas echar afuera (acaso echar adentro) ese ser adolorido pero profundamente
esperanzado.
Pero lo que nos llama más poderosamente la atención de Florido
es su serenidad frente al pasado y su esperanza tranquila frente al futuro.
No hay en su obra ni un sólo gesto de resquemor ni de cólera,
él que, ya perdido todo, a punto estuvo de perder la vida a mano de los
vencedores. Horaciano hasta la médula, Florido aparece en sus versos
como un hombre que supo hacer frente con dignidad a la derrota, y jamás
se cebó en sus mínimas victorias. Detrás de sus palabras,
pocas y grandes, se esconde sin duda más que un buen hombre, un hombre
bueno y es ahí donde Florido nos hace reflexionar, donde su poesía
se vuelve habitable, necesaria, humanamente plena y conmovedora.
De agradecer, por último, que el ayuntamiento de Santa Olalla, por mediación
de su concejalía de cultura, consciente del valor de su poeta fallecido,
se ocupe de él, e involucre a los más jóvenes (y no tan
jóvenes) en su conocimiento, a través del homenaje que anualmente
se le tributa. Un gesto hermoso, qué duda cabe.
Manuel Moya