Crítica

 

ESTRÍAS DE LUZ / PIEDRAS
Ángel Poli/ Antonio Orihuela
Ayuntamiento de Lepe.
Lepe, 2000


Con el exaequo a los libros Estrías de Luz y Piedras, de Angel Poli y Antonio Orihuela respectivamente se saldó el II Premio de Poesía Ciudad de Lepe, fallado en el verano de 1999. Ante dos libros con presupuestos estéticos tan diametralmente opuestos no fue nada fácil poner de acuerdo al jurado (del cual formé parte) y así, tras largas horas de dura y tensa discusión se decretó el empate técnico, como mal menor. En su momento yo defendí, y esto no es ningún secreto Estrías de Luz, porque me pareció no sólo un libro más denso, sino también mucho más acabado. Hoy, en la relectura, sigo siendo de la misma opinión y como quiera que los dos viajan juntos en el mismo volumen no tendré más remedio que referirme a ambos.
Más luz, más luz. Estas fueron las últimas palabras del autor del Fausto, pero muy bien podrían servir para ilustrar la máxima poética de Angel Poli, en realidad un espeleólogo de la palabra, un forzado de la escritura, que nos hace entrega de su tercer libro. Con anterioridad ya había dado a las imprentas Por el espacio amada, hoy agotado, donde se nos adelantaba la radical necesidad de expresión de un hombre que hacía confluir el dolor y el amor en íntima materia de conocimiento. Será, sin embargo, en su segunda entrega, Con amor a destiempo, donde Poli, ya sin ambages, consiga decantar todo el aliento que lleva en su interior. No me resigno a dejar de copiar el segundo de sus poemas, no sólo por lo que tiene de hermoso, sino también por su clara elección: No en tus pupilas, /más alla. / No en los espejos donde el llanto acude, / donde el gozo alumbra. / Más allá, / más allá de los ojos./ Donde tú y yo y el mío tropiezan y se funden, / disueltos en pureza inconfesable. Más allá/ más allá de los ojos nos hallamos. Nada nos importa que detrás de aquel libro, realmente encomiable, intuyamos las presencias tutelares de Bécquer, Juan Ramón, Salinas o Aleixandre, pues al fin lo que nos importa es su voz entrecortada e íntima, la necesidad de luz y de presencia que lo asalta en cada uno de sus versos.
Estrías de luz, viene a suponer la siguiente vuelta de tuerca en el obsesivo quehacer de este poeta que busca y se busca en la pura esencialidad de la palabra, resbalando hacia la íntima tiniebla, como ya nos advierte en uno de los primeros poemas. Son los suyos esos espacios donde todo depende de una llama imperceptible y frágil, que extiende su velo de misterio, su oquedad sin mengua. En efecto, Poli es un espeleólogo que trata de atravesar con la sola linterna de su palabra, el nudo de lo epidérmico, para así entrever espacios donde la luz, magullada e íntima, parece defenderse de sí misma: Sobre pausas de oxígeno/ palpo la vida/ verdadera, escribe an uno de los primeros poemas, para seguir casi de inmediato: temen al Huracán/ los que contemplan / la corteza del árbol.// Los otros, los de la savia temen/ la mano que lo gira. Es Poli, como queda reflejado en estos versos irreprochables, un poeta en permanente estado de escrutinio, un poeta que no se detiene en su discurrir, que no se escuda en falsos soniquetes o refugios de cartón piedra, un poeta, seguro de sí mismo, que no gusta de enrocarse en trasnochadas oscuridades del todo a cien, y es por eso que sus versos siempre parecen rebelarse (revelarse) contra su propio autor, en una búsqueda goethiana de claridad. Creó, / negó/ para volver a crear, / a ceder, / a destruir de nuevo lo creado.
Nos encontramos, pues, ante un poeta de asiento, es decir, ante un individuo que se pasa el día buscando estrías de luz entre la bagatela de las horas, para luego, una vez aceptado el fracaso (pues la buscada luz no es más que espejismo) continuar solo por esos mismos caminos infernales, como diría Bergamín. Por tanto Estrías de luz, no es, no puede ser un libro unívoco, plano, trazado a cordel. Desde su misma concepción va alzándose contra sí mismo y, si en la primera de sus secciones, nos pone en conocimiento del método, en las siguientes, de versos que no ahorran la seducción de lo cotidiano, Ángel Poli nos habla abiertamente del amor, del fracaso, de los impuestos que la vida pretende cobrar a cada trago, de la muerte, del cuerpo, de la voracidad de los días..., en un lenguaje que a veces cambia de registros, pero siempre presidido por la intensidad y la elegancia, por una luz estriada y cálida que se nos mete en los huesos. Un libro, pues, que no quiere lectores cutáneos, sino buscadores, exploradores, habitantes de sí mismos.

Piedras también constituye la tercera entrega poética de Antonio Orihuela, pero nada tienen que ver los idearios poéticos de uno y otro poeta. Orihuela se nos presenta como un hombre política y correctamente comprometido, con un discurso cimentado en las tesis marxistas que en algunas ocasiones no se corta un pelo y entra a degüello en las garitas de lo panfletario. Pero un poema no sólo se hace con buenas intenciones o con temas maravillosos o deliciosamente encantadores, como quieren creer los que se flagelan continuamente exhibiendo un dolor insoportable y truculento, o los que nos ofrecen la salvación o la redención vía Marx o vía san Pablo, tanto monta, monta tanto. Un poema se construye, al margen de los materiales conscientes o inconscientes, desde el equilibrio entre fondo y forma, desde el propio y natural desdibujamiento de ambos en el texto. Cuando no existe ese equilibrio, aunque estemos ante un soneto de medidas impecables y rimas de 7,2 en la escala richter, o ante la carta de los derechos del niño, simplemente nos quedamos sin poesía, aunque se nos presente con el plumaje entrecortado de los versos.
Si Piedras no es un libro de poemas, qué es entonces, se preguntará el intrépido lector de estas líneas. Si de algo le vale mi opinión, yo diría que un cúmulo de reflexiones y anécdotas estimables presentado bajo la morfología del verso. Otro tema muy distinto de discusión, pero muy ligado a los textos, sería si a estas alturas de campeonato, cuando ya todos nos vamos conociendo un poco, tenemos que creer en la sinceridad de Orihuela, o por el contrario tendríamos que recurrir a la cosa popular del a otro perro con esas pulgas. Comprendan en este caso que me reserve la opinión.

Manuel Moya