Crítica

 

Diarios de Juventud



Rainer M. Rilke
Ed. Pre-textos, Valencia. 2000


La benemérita Pre-textos nos rescata (aunque quizá a un precio excesivo, todo sea dicho), un clásico secundario dentro de una colección que nos ha dado acceso a la Resurrección de Tolstoi entre otros valiosos libros. Estos diarios de Rilke, a pesar de estar escritos por un poeta veinteañero, contienen, entre inevitable hojarasca, perlas preciosas que nos provocarían el pasmo si no conociéramos el resto de la obra del vate artista alemán. Deslumbrantes, melancólicos, profundos y a veces algo aburridos, por anotar detalles nimios, nos muestran el retrato de un artista casi adolescente que descubre Italia, el amor, el arte, la primera y desigual fama. Contiene tres diarios sucesivos; el Florentino es el más trabado, puesto que lo escribe para su enamorada; los de Schmagendorf y de Worpswede son más heterogéneos e íntimos y, por ello, más cercanos a la idea que tenemos de literatura diarística. Aunque artísticamente, por cierto, son menos interesantes. Porque es increíble cómo un chaval de apenas veintitrés años pueda describir con tanta precisión la arquitectura de un templo, o redactar algomo como ésto: "Frente a las obras de la época anterior a Rafaelo, no hay primera palabra -creo que no la hay para simples espectadores, ni para avisados- sólo hay un primer silencio".

Conforme Rilke va avanzando, el interés va retrocediendo: hay ocasiones en que el recuento implacable de experiencias e imágenes vanas nos saca de quicio; pero sabemos que una felicidad suya es también nuestra, y esperamos. En infinitas ocasiones la espera se recompensa con creces: hay digresiones en torno a la escultura o el teatro que, simplemente, no tienen precio.

En ocasiones estas reflexiones nos indican los senderos de la creación. Por ejemplo: en la página 314 anota Rilke una carta de su futura esposa, Clara, en que habla de una corona de flores negras. La imagen le impresiona tanto que vemos en páginas y días posteriores hasta tres poemas sustentados en la idea. Ese es quizá el máximo valor de este libro: ver cómo nacían las ideas de uno de los pocos genios que en el mundo han sido. Casi nada.

Vicente Luis Mora