Poesía

 

 

 

JUAN DELGADO LÓPEZ

 

 

LA SOLEDAD Y EL SILENCIO

(Bajo el subtítulo dos constantes en la poesía de Juan Delgado López, publicamos una selección poética confeccionada enteramente por el autor)


Esta tarde de octubre, con tu ausencia
tan clavada en las horas,
se me ha puesto amarilla hasta la sangre
-senara de dolor, labrada y honda
para los granos rubios del recuerdo...-
y le duele a mi boca
la larga soledad de su camino
sin pájaros ni aromas.
Ya no tiene medida tu silencio
en esta lluvia de hojas
que caen del corazón sobre la tarde
de oro melancólica.
Enfermas de amarillo sol poniente,
en desbandada loca,
se van por la ventana del otoño
mis últimas alondras.

Del libro Por la imposible senda de tu boca, Sevilla, 1971

 

Noches de invierno. Lentas,
eternas noches de mi infancia oscura
al calor de mentidas sobremesas.
Benita nos contaba extraños cuentos
de amor, de bandoleros, de serpientes....
todos pasados por la criba noble
de su imaginación empecinada.
Noches de invierno. Noches agoreras
que marcaron a fuego mis ijares
blancos de niño pobre. Apenas era
el tiempo en que la guerra -los balazos-
dejaran de sentirse por la sangre;
hubo victoria de unos, y vencidos
fueron unos también, pero los niños
sólo saben jugar, no les importa
el color ni la idea de los hombres.
En las noches de los años cuarenta
yo era un niño tan sólo que escuchaba
para mejor disimular el hambre.
Fue por aquellos años desquiciados
cuando leí, mientras jugaban otros,
a los Maestros Rusos, Victor Hugo,
y no sé cuantas más cosas absurdas
para mi corta edad -mis tantos siglos-.
Luego en la cama, el frío y las serpientes
y la novia imposible y los bandidos
y los fusilamientos... Sobre todo
el estómago enano que gritaba
sin saber que era cosa de silencios.

Del libro El Cedazo Madrid 1973


CANSANCIO DE HOMBRE

Un día. Cualquier día.
Dos hombres. El encuentro
al doblar sin pensarlo
una esquina de] tiempo.

Como siempre vestidos
de gris, de aburrimiento.
La mano que se tiende
hermética al afecto
empuja tina sonrisa
sin calor y sin dueño.

La costumbre:-¿Qué tal?
(en los ojos el miedo,
el cansancio, la envidia...)
-Yo bien. ¿y tú?, me alegro.
¡Otra vez la mentira
de la mano del tiempo!
Siempre serán los hombres
arboles de silencio?

 

V

La soledad es una encrucijada
de los cinco sentidos. Sangre abajo
el peso de las horas, y el trabajo
constante de la angustia encabritada.

Es una cueva -mente- abandonada
refugio de murciélagos. Atajo
de todos los cansancios y sombrajo
antesala primera de la nada.

La soledad es viento de recuerdo
que aprieta el corazón hasta dejarlo
en pozo de fatales emociones.

Mi soledad y yo vamos de acuerdo
en sufrir el silencio y anegarlo
de bellas e imposibles soluciones.

Del libro Oficio de vivir Sevilla, 1975

Oh sol oscuro y frío
que anulas la mirada
y ofreces el silencio caudaloso.
Abrázame. Dilúyeme la sangre
con tu aliento mojado,
y deja que los lirios sean nuestros para siempre.

***

Te suplico que pronuncies mi nombre
y descubro que me llamo silencio.

***

Baranda de la noche,
me asomé a tus dominios
y era como si una fosforescente ninfa
me regalara el humo
de penetrar azules fantasías.
Y te vi entre corales,
verde y grácil, jugando
a nominar silencios,
a vestir azucenas como broches del aire,
a expandir del romero el perfume sonoro,
a iluminar vacíos con sonrisas.
Me asomé a tus dominios
donde todo es silencio clamoroso,
y el silencio no era.

Del libro Cuevas y Silencios , Algeciras, 1987

 

II

Se conjugan los siglos y amanece el momento
testimonial del pájaro
que descubre el dolor de los viejos olivos
como hombres sentados a la mesa del Sur.
El vuelo del silencio
se ha convertido en grito de claridad redonda
para el velero insomne de la sangre votiva
que apresura batallas.
Tiene el aire
profesión de perfume, y no se puede
contradecir al dedo que señala caminos.


III

El dedo que señala los caminos
es la voz de la luz emperadora
que dulcehiere esquinas.
Te tiendes en la playa, y las abejas
edifican de miel las aventuras
que imposibles te crecen por la carne.
Como un libro inaudito van pasando
las hojas de los sueños, y tú sabes
que van amortajando con vestidos de farsa
tu calidad de hombre.
Pero sigues empecinado en darle
vertical compostura a tu mínima hacienda
de cristal prodigioso.

Del libro La luz con el tiempo dentro , Torrelavega, 1988)

 

Sentado en la orilla, un hombre
viendo las aguas pasar,
mira el tiempo que se escapa
y mira su soledad.

El agua que viene
siempre es el agua que se va.

Miles de gotas, segundos
que suman la eternidad,
en el hombre van haciendo
castillos de soledad.

Líquida historia, la sangre
es un río de ansiedad.

El hombre sabe que ha muerto,
sabe que su alma está
flotando sobre las aguas
vestida de soledad.

Y el agua sigue su curso
camino del ancho mar.

Del libro Cancionero del Odiel, Riotinto, 1991


Solitario ciprés del Camposanto
pequeño, recoleto, soleado...
Única vida en el mortal cercado-,
vertical catarata de mi llanto.

Soledumbre y temblor donde levanto
mi silencio hasta el tuyo desbocado.
Dueño de la orfandad. Antepasado
de la desolación y del quebranto.

Tienes la sangre de los muertos míos
en el verde plomizo de tu altura
que hiere al viento en oración fluida.

Cuando llene mi aliento de vacíos
y tirite en gusanos mi cintura,
quiero animar la savia de tu vida.

Del libro 30 sonetos vegetales, Badajoz, 1990

 

VI

Afuera, la mañana levanta las esquinas
y siembra carnavales de luz
en el árbol amigo borracho de colmenas.
Afuera están los gritos -vientos del bien y el mal-
está la brisa amiga de tiernas margaritas,
el soberbio que enturbia claros sueños,
el que aniquila mástiles y ríe,
el tierno y dulce de canción de cuna
y el triste de los negros cementerios llorosos,

Afuera está el amor:
el que hay que escribir con letra grande y el de letra pequeña;
está la sangre ardida en su pasión y vicio
con la altura imponente de estrellas poseídas,
con su llamada roja de pozo traicionero
que invita a la belleza del pecado.
Afuera está la mano y su caricia santa
en la frente de rojas alambradas candentes.
Y el hambre, y la limosna que insulta o dignifica,
y la oscura poesía de la blasfemia,
y la oración del sol de cada día.
Están los niños con su música viva de arroyuelo
y el disparo en ¡ajusta diana de la mente.

Afuera está la vida.
Pero yo estoy aquí, dentro, en la casa cerrada a cal y canto,
en la memoria de las cosas rotas,
donde no llega el alma de la lluvia y el sol,
ni el amor con minúscula ni el otro;
sin el soplo de un junio que encienda las espigas
hasta la llamarada de un puñal en las venas.
Donde el niño es el pálido cadáver de los siglos
al que un bosque de manos cercenadas quiere cerrar los ojos.
Yo estoy aquí, donde las horas pasan sin tener ni siquiera
esa loca importancia de haber perdido el tiempo-,
sin una sola abeja que alumbre mi silencio con miel de compañía.
Todo el pan de mi carne quisiera compartir a manos llenas
y no sé cómo;
la voz se me mutila en la garganta
antes de que su abrazo se haga amigo,
o flor, o pájaro, o tan siquiera voz de hombre solo.

Yo estoy dentro,
en la casa,
con cientos de alacranes rojos en la paciencia,
con la gangrena azul del hastío en la boca
y la prisa del miedo en los sentidos.
Bajo techo se están pudriendo todas

las estrellas que almacenó mi esfuerzo
en siglos de aventuras planetarias;
en minutos de silla baja a. donde
cose la madre y tiene en la mirada
el agua rumorosa de la niñez perdida.

Aquí yo soy la tarde,
y todas las esquinas me arañan la constante
sombra de las vigilias,
y siempre es carnaval en mis ojos de asombro,
y siempre un carnaval responde a mi sonrisa
lanzada a comprender
a perdonar,
a maldecir.

Afuera está la vida,
y yo no puedo.


XVII

He perdido la fe. Ya soy humano
recipiente de hastío: me navegan
petroleros la ruta del balandro,

y crecen cardos en la sementera
que azota un viento viejo de castigo
para el amor rotundo de mi mesa.

Tengo el abrazo rolo, la caricia,
perdida en imposibles vericuetos,
disimula su fiebre envientecida.

La mirada se enturbia ante el asombro
de tantas conjugadas negaciones,
de tanto grito en el silencio hondo.

No hay un escorzo de posible espera
donde mi sangre mutilada apoye
su temeraria vocación de estrella.

Cansado de tener sobre la duda
el peso cenital de los fracasos,
presento dimisión de mi locura.

Sin pájaros, ni lluvias, ni sembrados,
ni mástil para fugas de horizontes,
ahora soy pobremente un juan delgado

que quiere echarle una costura al tiempo
para hacerme un costal de soledades
donde meter las alas y el aliento.

Y así, mudo de sol, estremecido
en la ceguera de la voz más alta,
colgar los sueños y olvidar que vivo
del Viento y en el Viento que me arrastra.

Del libro Tiranía del Viento, Sevilla, 1988

 

A la orilla del agua, en la Fuente del Rey
me visitó la ausencia, la religión del sueño;
y era una sombra larga., como de sol de ocaso,
y me dejó la sangre vestida de silencio.
Quise ponerle nombre a su sola presencia
y no había palabras: el agua discurriendo
puso en mis labios la oración fluida
de un presentido adiós. La tarde y Dios crecieron
en mis pulsos de hombre: la tarde y Dios y yo,
tres hermosas maneras del silen
cio.

 

CARTA A JOSÉ MANUEL SOLA. POETA CARIBEÑO

Es ahora, aquí. un Otoño dorado
que vocaciona ansias y recuerdos,
y propicia el revuelo de rubias mariposas por la mente:
Los chopos, los castaños,
pregonan su amarilla decadencia,
lo efímero de las elaboradas vanidades
y lo hermoso de la lenta y pensada desnudez de los minutos
tamizados por la mente del tiempo.

Me gustaría
que pudieras estar aquí, junto a mi, en el alma
de estos días de tan luminosa soledumbre;
aquí, compartiendo paisajes y amores y cadencias,
y que tu voz antigua los fuera redimiendo del olvido.

Tu voz y tu presencia
como un dios caudaloso,
un estrenado aliento,
bautizando pisadas, dando nombre a las cosas,
captando los perfumes del momento más alto,
o gritando a los árboles desnudos
la importancia del hombre y sus designios;
santificando la verdad del vino puro otoño,
orquestando en el viento
la inmensa sinfonía de la sierra
o prestando a los pájaros la ingenua claridad de tus poemas
tan utópicamente concebidos.

Estoy aquí, desnudo y otoñal, devorado
por la misa del aire que consagra amarillos sentimientos,
quisiera detener esta lluvia de oro
hasta que tú vinieras para, juntos,
comulgar esta voz. este silencio.

Del libro Cuaderno de Valbono", inédito