Prosa
David González

HOGAR
vivimos en un callejón sin salida, mi novia y yo, el callejón de las fieras, también conocido como patio de las fieras: el ayuntamiento no puede consentir de modo alguno que aquellos vecinos sigan exponiendo su salud y hasta su vida en locales que mejor parecen cuevas de fieras que habitaciones para seres humanos.

vivimos en lo que hace tiempo fue un barrio de pescadores, en un piso de estas características: cocina, baño, salita y una habitación.

en la puerta de entrada nos recibe la polilla.

en la cocina, los platos sucios se suben unos encima de otros para escapar del fregadero y el calentador presenta múltiples abolladuras en la carcasa y para encenderlo es preciso arrimar la llama de un mechero o de una cerilla a la espita del gas. eso por no hablar de los insectos domésticos. arañas, moscas, mosquitas, mosquitos, hormigas y pececillos de plata conviven con nosotros en perfecta armonía. sobre todo las hormigas. mi novia les deja terrones de azúcar en la puerta de entrada del hormiguero. a mí me parece bien: en una casa en la que hay hormigas no hay cucarachas. pero también me deprime. su parecido con los seres humanos. se convierten en cigarras ante la abundancia de comida fácil y pasan de largo ante las llamadas de auxilio de alguna de sus compañeras, herida por un pisotón fortuito.

en el baño, no hay lavadora ni bidé, los grifos pierden agua, la cisterna no funciona, nuestras caras no se reflejan en ningún espejo y la ventana da a un patio de luces oscuro y de paredes húmedas.

y en la salita: una bombilla sucia y desnuda, una televisión en blanco y negro de catorce pulgadas, una ventana por la que circulan corrientes de aire y de agua de lluvia, y cuatro paredes leprosas.

pero, y siempre hay un pero,

en el techo de escayola de nuestro dormitorio hemos creado un universo de estrellas luminiscentes y por la noche, cuando nos acostamos en la cama del sofá y apagamos la luz,

se encienden.