Parte y Ensayo

 


EL AMOR OSCURO DE
FEDERICO GARCÍA LORCA

Manuel Gahete

Vicente Aleixandre pronuncia un año después de la muerte injustificada y absurda de Federico García Lorca las palabras que habrían de signar como "oscuros" los sonetos de amor que, sin duda alguna, estarían destinados a formar un corpus poético más amplio al que jamás tendremos acceso. Con Henri Moore reconozco que el arte es mucho más asombroso que la ciencia. La electricidad, el teléfono, los ordenadores y las naves espaciales -retórica de la rutina- habrían sido descubiertos antes o después por los científicos, porque su genialidad radica en el esfuerzo ímprobo de la investigación minuciosa y reiterada que exige tesón, tiempo y servidumbre. Pero el arte no tiene cadenas ni sistemática, aunque toda sabiduría colabore a la perfección de una obra. El arte es irrepetible, esencialmente ajeno a imitaciones validables -a pesar de que las razones positivas argumenten en el sentido más nefando de la mímesis, en nada semejante al verdadero sentido canónico de la tradición que en sí mismo postula la inflexión de las vanguardias-. Si se esfumaran las palabras en las páginas inmortales de El Quijote o el color se diluyera en la obra pictórica del astral Picasso, el mundo habría perdido un tesoro caudal irrecuperable.
El pensamiento que en Lorca se apagó como una débil llama sacrificada a la locura y a la intransigencia es memoria del vacío, fruto yermo, rosa nonata, fuego en el fuego consumido. Como si lo hubiera adivinado, la muerte es para el poeta seducción constante, sombra leal y aciaga, oscura compañera. Nadie mejor que Pedro Salinas para explicarnos esta atracción calenturienta y mórbida que litigaba sin tregua en el corazón sangrante de Federico: "El reino poético de Lorca, luminoso y enigmático a la vez, está sometido al imperio de un poder único y sin rival: la Muerte". Este sentir oscuro por excelencia responde a un estado de ánimo íntimo que no soportaba el secreto. Porque Lorca era un hombre apasionado, arrollador, irrefrenable. En él bullía la arrogancia de un niño y la severa angustia de una frustración latente. Ian Gibson repite sin paliativos la fascinación que Lorca ejerce entre sus contemporáneos, su carisma irresistible, la atracción perceptible de una mirada "cuyo misterio jamás llegaremos a penetrar".
Regreso a las palabras de Aleixandre que, desde su conocimiento personal y la virtualidad imaginable de una trabazón anímica, orientan el eje estructural de este discurso sometido a la incuestionable realidad de ser, junto a Cervantes, el autor español sobre el que más estudios, tratados y biografías se han escrito:

"... Recordaré siempre la lectura que me hizo, tiempo antes de partir para Granada, de su última obra lírica, que no habíamos de ver terminada. Me leía sus Sonetos de amor oscuro, prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento; puro y ardiente monumento al amor, en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance de destrucción. Sorprendido yo mismo, no pude menos que quedarme mirándole y exclamar: '(...) ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido que amar, cuánto que sufrir!' Me miró y me sonrió como un niño. Al hablar así no era yo probablemente el que hablaba. Si esa obra no se ha perdido; si, para el honor de la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la lengua, se conservan en alguna parte los originales, cuántos habrá que sepan, que aprendan y conozcan la capacidad extraordinaria, la hondura y la capacidad sin par del corazón de su poeta."[1]

Este texto fue escrito en el año 1937. Ya no vivía el poeta granadino. Un año antes, el 19 de agosto de 1936 era asesinado por la barbarie, la estupidez y la intolerancia. La repulsa no pudo contenerse. La bandera que arropó sus restos, y que poco tenía que ver con condicionamientos políticos[2], se encargó de elevarlo a la categoría de mártir, honra que nunca hubiera aceptado por su connatural talante contrario a todo belicismo. Ni siquiera muchos de los intelectuales afines al régimen se identificaron con tan irracional ajusticiamiento.

El dramaturgo Edgar Neville, treinta años después, cuando las quemaduras ya no no eran más que huellas de las llagas, advertía con denodado coraje: "A Federico lo mató el desorden de los primeros momentos, cuando los malvados de cada campo aprovecharon el barullo para saciar su instinto y vengarse de sus enemigos o del éxito ajeno. Fue un crimen pueblerino, casi se puede decir que personal, como lo fueron en el otro lado el de millares de inocentes, algunos de ellos poetas, también autores, escritores que nada tenían que ver con la política y no querían saber nada de ella"[3]. Neville recuerda las palabras de Federico, el joven andaluz que despertaba recelos y pasiones, el día 15 de julio de 1936. Regresaba a Granada, la tierra donde se cumpliría con aciaga exactitud lo que el poeta había vaticinado en sus versos:

Y mi sangre sobre el campo
sea rosado y dulce lino
donde claven sus azadas
los cansados campesinos.

Volvía a Granada para retirarse de las insidias políticas y las viles banderías. Enemigo del odio y las salvajadas irracionales, su espíritu sensible pero ardido había proclamado muchas veces la igualdad y la libertad de los marginados y los indigentes: "Me voy porque aquí me están complicando con la política, de la que no entiendo nada, ni quiero saber nada... soy amigo de todos y lo único que deseo es que todo el mundo trabaje y coma"[4].
Ciertamente Federico amaba con tal intensidad que era imposible en él cualquier pensamiento, deseo o acto concientemente negativo que nos hiciera pensar en el trágico fin de su vida. Todos los que conocían al joven artista quedaban deslumbrados por su fascinadora mirada, por el don mágico de su cautivadora presencia. Todos los que lo conocieron testimonian la enorme suerte de haber sido amigos suyos. José María Pemán, de quien no puede sospecharse acercamiento alguno al sesgo ideológico del poeta, si es que tuvo alguno más salvo su incansable preocupación por la justicia social y el amor universal de los hombres, nos comenta con entusiasmo la alegría vital de Lorca y el deslumbramiento que ejercía entre sus compañeros de la residencia de estudiantes[5]; ese embrujo que ya cautivó a Antonio Machado, profesor de francés en el Instituto de Baeza, hasta donde acudió, siguiendo una ruta artística, el joven Lorca con un grupo de estudiantes granadinos. El 10 de junio de 1916 se producía el encuentro. Tenía Federico dieciocho años. Tras la lectura del renuente Machado, Lorca se sienta al piano y arranca emoción y pasión en las gentes que no sólo escuchan..., ven, tocan, huelen y saborean los sones. Antonio Machado ya sabía que aquel muchacho soñaba con ser poeta, era ya poeta[6]. Ian Gibson ha recogido éste e innumerables testimonios sobre el carisma de Lorca. Hoy se sigue manteniendo esta rotunda afirmación, clave para interpretar la personalidad y la voluntad del poeta, indicativas del feroz sinsentido de su muerte.

Desde cualquier óptica se advierte que toda oscuridad procede de fuera. La visión externa de la realidad conculca, pero no somete. Frente a la negrura de la opresión, de los prejuicios y los esquemas heredados se yergue la voz del poeta que por fuerza es doliente, al constreñirse o estrellarse bajo una piedra de silencio o el escollo de sal sobre la playa. Y de nuevo la luz y la sombra, el resplandor y la tiniebla, el sí y el no de palabra, la cara y el envés de la moneda. Recordemos a Góngora. También él sufrió de alguna manera las imposiciones sociales que acataba desordenamente y con desgana. Era un espíritu libre destinado a soportar la férula de su condición de racionero, a acatar sin desmayo la rigidez de las razones.
¡Cómo no entender este designio amargo donde se empecinan hermanados los deseos y las realidades! La genialidad fática del díscolo Góngora adquiere en la palabra de Federico una dimensión suprapoética. La pugna abierta entre represión y ansia, placer y pena, luz y oscuridad, vida y muerte, marcará una estela de sangre sobre todos los versos del poeta. Él nunca negará esta influencia y dejará patente su emoción por el cordobés inigualable:

SONETO GONGORINO EN QUE EL POETA MANDA A SU AMOR UNA PALOMA[7]

Este pichón del Turia que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.
Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de tu boca está marcando.
Pasa la mano sobre su blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.
Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora sin verte su melancolía.

Un estudio detenido -no es ésta la ocasión ni el caso- nos demostraría el valioso bagaje léxico, clásico más que culturalista, de nuestro poeta, preocupado en desmesura por la calidad de su palabra, de la que se siente orgulloso. Refiriéndose a la inminente publicación de Poeta en Nueva York, realiza estas declaraciones: "En este libro, sin abandonar el lenguaje poético, del que estoy tan íntimamente satisfecho, hablo de una multitud de cosas que he podido observar en estos últimos años"[8].

La llama lenta de amor que nos recuerda a San Juan, la cárcel de amor evocadora del prosista Diego de San Pedro, el barroco deseo de eternidad fatalmente destinado a ser ceniza. Ausencia, oscuridad, gemido. Las palabras se justifican por su belleza intrínseca y por el alcance que el poeta sabe infundir a su significado. Lorca asiente: "Una imagen poética es siempre una traslación de sentido. El lenguaje está hecho a base de imágenes, y nuestro pueblo tiene una riqueza magnífica de ellas (...) que responden a una manera de ver ya muy cerca de don Luis de Góngora"[9]. Pero además pretenden explicar el contrasentido de la existencia, la paradoja que nos convierte en esclavos buscando la libertad o en libres sometidos a los dominios más inescrutables. Por qué, si no, el poeta de la luz nombra el amor bajo el signo de la oscuridad y la desesperanza[10]; por qué, si no, el poeta de la alegría queda empedrado bajo un túmulo sórdido de sombra y de tragedia. Ramón J. Sender parece comprender muy bien este fuego interior, y así se refiere al "erotismo trágico" de Lorca como referente de toda una visión universal y amorosa del poeta.

LLAGAS DE AMOR

Esta luz, este fuego que devora.

Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Los Sonetos del amor oscuro, escritos entre 1935 y 1936, han permanecido casi cincuenta años en la oscuridad. No es cuestión de indagar sobre las razones que han retrasado su conocimiento.
Como afirma Aleixandre, fueron escritos para nuestro honor y gozo y ninguna duda sobre su carácter o el signo del receptor afortunado debe empañar la lectura y nuestra consideración como decodificadores. La oscuridad no nace de la imposibilidad del amor sino del sello nefando que marca su aspiración y su deseo. Un amor no alcanzable puede gratificar al enamorado si no se halla enturbiado por la afrenta. El heroísmo platónico sublima. Todo baldón conculca. La velada o reconocible alusión a la homosexualidad lorquiana imprime a los sonetos un clarísimo sesgo de amargura, contrario a su carácter luminoso, pero imposible de desarraigar como uña y carne.
Ni siquiera podía intuir que este dolor eternamente renacido habría de poner el contrapunto exacto y vigoroso a la fogosísima intensidad de su pasión amorosa. Pasión viva referida al espasmo de la carne, arrebato del corazón estremecido en el sudor de los cuerpos que en su placer anunciaba el estallido de la pena.

SONETO DE LA GUIRNALDA DE LAS ROSAS

¡Esa guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
¡Teje deprisa! ¡Cantal ¡Gime! ¡Canta!
Que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida[11],
quiebra juncos y arroyos delicados,
bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pronto ¡prontol! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.


Enfrentémonos al poema. En él no hay referentes que marquen una dirección determinada. Hombre o mujer pudieran ser objeto fáctico del amor del poeta. Otra cuestión distinta es la expresión desbordada de la lubricidad que se desprende de los versos. La sensualidad brota a raudales. Pero, como en otros muchos aspectos, Lorca fue vanguardista e innovador, atrevido y poderoso. Él remueve la tradición pudorosa, larvada por los convencionalismos, y concierta un nuevo órgano de expresión poética que apunta directamente al esplendor del cuerpo y su deleite. Sólo como es posible en la literatura, a través de la palabra hermosa, exacta, que huye de eufemismos y mojigatería, sin perder la mesura. La intensidad del amor se une al placer del tacto como consecuencia legítima y lógica. No es posible referirse a las cualidades y realizaciones del deseo sin pronunciar las palabras en las que se reconoce el lustre de su investidura. Así los poemas de Lorca se licúan en los labios y nos embriagan, se agitan hasta turbarnos, exponen a la luz los sonidos lúbricos y coruscantes de las entrañas vivas.

EL POETA DICE LA VERDAD

Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores
con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.

Ciertamente no es más que la afirmación del amor, el júbilo del carpe diem, el deseo humano y posible de su consumación terrena. Poemas de amor que el poeta escribe en plena madurez, sin atentar contra ninguna norma natural de los hombres. Quedaba muy atrás el entrañable afecto que sentía por María del Reposo Urquía, a la que pide permiso para dedicar un capítulo de su libro de poemas: "Hay veces (...) que sentimos el ansia de escribir a un alma oculta en la lejanía y que ese alma escuche nuestro llamamiento. En la época actual nosotros, los románticos, tenemos que hundirnos en las sombras de una sociedad que sólo existe en nosotros mismos. Usted es una, quizá, romántica como yo, que sueña, sueña en algo muy espiritual que no puede encontrar. (...) Siempre tenemos una amargura que no logramos arrancarnos. (...) Fue usted una de esas mujeres que pasan por el camino de nuestra vida dejando una estela de tranquilidad, de simpatía, de quietud espiritual."[12]
¿Qué desgarrada diferencia entre esta carta escrita en plena juventud apasionada con otra posterior, estando muy cercana la hora de su muerte prematura.

EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal, la piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí, rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena noche
del alma para siempre oscura.

Quizás éste sea una de los poemas de amor más desgarrado escrito por ser humano alguno. El poeta no calla, exclama, hierve, grita, mas -eso sí- en silencio, porque su amor no puede ser proclamado. La sociedad lo considera antinatural, reprobatorio, nocivo, intolerable. Sus palabras son atronadoras, violentas, desaforadas, mas no impúdicas como "el gran barrio negro de Harlem donde lo más lúbrico tiene un acento de inocencia que lo hace perturbador y religioso"[13], afirma el propio Lorca que regresa de Norteamérica marcado por una angustia insoportable:

"En el fondo del fondo, yo soy el mismo ahora que en el primer verso. Es sólo las circunstancias las que me han obligado a adoptar esta posición. Las circunstancias que marcan la evolución del mundo y de la civilización tienen, y deben tenerla indefectiblemente, una excepcional influencia sobre los hombres"[14]. Y más en ciertos hombres, cuya sensibilidad traspasa la mera corteza que nos protege aparentemente del mundo. "El artista, como observador de la vida, no puede permanecer insensible a la cuestión social"[15]. El amor de Lorca trasciende la banalidad y el egoísmo, aunque a veces esté solo y solo se contemple como un hombre en el mundo:

¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!

Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!

Se consumió la paciencia del joven apasionado, entablando espirituales diálogos de amistad oferente. No podemos más que elucubrar sobre el azar, ocasión o delirio que empeció el enamoramiento de Federico y Ana María Dalí y lo hizo naufragar sobre baldías arenas.

Es claro que García Lorca poseía un increíble poder de seducción que alcanzaba a hombres y a mujeres. Su atractivo nunca alcanzó límites y él jamás los impuso. Su deseo, voluptuoso si se quiere, muestra un pálpito cósmico. Su subjetividad es trascendida por la objetividad del amor que no admite fronteras. De honda raigambre religiosa y lector incansable de San Juan, poeta místico al que se acusó en su tiempo de provocador y licencioso, nunca tuvo en la religión un censor displicente o severo. En sus juegos gustaba de imitar los afanes de la liturgia y sentía verdadera afección por las celebraciones cúlticas. En ellas advertía, además de su carácter mítico y sagrado, la traslación más clara de la fuerza del espíritu, el poderoso influjo casi sensual de Dios en la naturaleza humana. No encontramos conflicto interno entre su sentir humano y la experiencia religiosa. Ambos sufren el dolorido desafuero del deseo y las realidades: "no me quieras perder en la maleza/ donde sin fruto gimen carne y cielo". Aunque es cuestionable la pretensión de considerar a Lorca un poeta religioso, lo cierto es que está "transido de la más honda tradición católica"[16].

La introspección de su carácter es un lento proceso regresivo desde la luz y la alegría hasta la oscuridad y la tragedia, la sombra de la muerte flotando peregrina en cada uno de sus versos, presagio certísimo de lo que imaginaba o intuía como fatídico sueño; presagio que excitaba su alma en la búsqueda ardiente del amor y la felicidad "fuerza vital", "impulso dionisíaco imposible de contener"[17], "incontenible vitalismo que hace que, hasta en los poemas más desgarrados, trasluzca la "faz luminosa del erotismo; su radiante aprobación de la vida", como diría Octavio Paz.[18]

SONETO DE LA DULCE QUEJA

Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío.


No me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.

Tormento y dicha del amor quedan perfectamente reflejados en este poema que nos remite a la clarísima influencia del "dulce lamentar" de Garcilaso por la dama portuguesa Isabel Freyre y la callada pasión amorosa -luz sin luz- de Fernando de Herrera, el Divino, por Leonor de Milán, condesa de Gelves, dos mujeres de acceso prohibido, sujetas a otras voluntades. Pero el amor no cede a pesar de las garras y las cadenas. Es el aliento más poderoso de la vida y, en Lorca se manifiesta con toda intensidad, aunque nunca falta en el gozo la desazón del infortunio que se cierne desde la sombra externa; goce al que nos asimos con persistente audacia, manteniéndonos en estado de inabatible alerta; desventura a la que todo amante se halla fatídicamente proclive y cercano.

NOCHE DEL AMOR INSOMNE

Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena

Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías

sobre tu débil corazón de arena.

La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.

Y aunque la muerte acecha, la vida eleva sus alas vigorosa y encendida, sin dar pábulo a la maledicencia y el miedo[19]. Porque Lorca no temía a los hombres que lo acusaban de amar deshonestamente, contra todo orden, de manera aberrante. Lorca amaba con luminoso acento, acercándose al oído del amante para preguntarle por sus sensaciones y sus sentimientos:


EL POETA PREGUNTA A SU AMOR
POR LA CIUDAD ENCANTADA DE CUENCA

¿Te gustó la ciudad que gota a gota
labró el agua en el centro de los pinos?
¿Viste sueños y rostros y caminos
y muros de dolor que el aire azota?

¿Viste la grieta azul de luna rota
que el Júcar moja de cristal y trinos?
¿Han besado tus dedos los espinos
que coronan de amor piedra remota?

Te acordaste de mí cuando subías
al silencio que sufre la serpiente,
prisionera de grillos y de umbrías?

¿No viste por el aire transparente
una dalia de penas y alegrías
que te mandó mi corazón caliente?


Para lamentarse cuando se siente lejos:


EL POETA HABLA POR TELÉFONO CON EL AMOR

Tu voz regó la duna de mi pecho
en la dulce cabina de madera.
Por el sur de mis pies fue primavera
y al norte de mi frente flor de helecho.

Pino de luz por el espacio estrecho
cantó sin alborada y sementera
y mi llanto prendió por vez primera
coronas de esperanza por el techo.

Dulce y lejana voz por mí vertida.
Dulce y lejana voz por mí gustada.

Lejana y dulce voz amortecida.

Lejana como oscura corza herida.
Dulce como un sollozo en la nevada.
¡Lejana y dulce en tuétano metida!

Para alegrarse, cuando el Amor está cerca:

EL AMOR DUERME EN EL PECHO DEL POETA

Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.
Oye mi sangre rota en los violines.
¡Mira que nos acechan todavía!

De ambas -de la cara oscura y de la cara luminosa del amor- "habla nuestro poeta: asumiendo ambos términos a la vez, haciendo suya la contradicción, el combate que, enzarzándose sin cesar, libran vida y muerte, amor y desamor, luz y oscuridad. (...) La muerte inseparable de la vida... Inseparable también del deseo"[20]; deseo que no es sólo carnal o anímico, sino universal y social, el deseo de justicia, de libertad, de respeto, cuyo desacato hunde al poeta de la luz en la más negra de las oscuridades, la inefable pena, "raíz del pueblo andaluz", dice el propio Lorca; pena negra que "no es angustia, porque con pena se puede sonreír"; pena oscura que "no es un dolor que ciega, puesto que jamás produce llanto"; la pena que "es un ansia sin objeto, un amor agudo a nada"[21]; a la insondable mezcla de heroísmo y agonía, de luz y sombra, de dolor y de gozo, que es, en definitiva, amor a todo lo humano.

 

1.[]Aleixandre, V. Prólogo a Federico García Lorca, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 23ª edición, 1986, p. XI.
2.[]Vila-San-Juan, J.L. García Lorca, asesinado: toda la verdad. Barcelona, Edit. Planeta, 1975. Según José Rosales, García Lorca detenido en el Gobierno Civil dice estas palabras: "He rezado y he prometido no fumar hasta las 12 para que ganen los militares. Además, quiero hacer un donativo para el Movimiento". p. 150. Sea o no cierta esta afirmación,
[¡Error! Sólo el documento principal.] resulta evidente que Federico no enarbolaba ninguna bandería política, salvo la del humanismo.
3.[]Neville, Edgar.- "La obra de Federico, bien nacional", en ABC, domingo, 6 de noviembre de 1966.
4.[]Ibidem. Palabras textuales según el autor del texto.
5.[]Pemán, J.Mª. "De la magia musical al hecho social", en ABC, domingo, 6 de noviembre de 1966.
6.[]Gibson, Ian. "Federico en Baeza", en ABC, domingo, 6 de noviembre de 1966.
7.[]Según documentos recogidos por Ian Gibson, durante una representación realizada por La Barraca en Valencia en 1935, el poeta Juan Gil-Albert "tiene la ocurrencia de mandarle al admirado granadino, al hotel Victoria, un insólito regalo: un pichón en una jaula...". Por esas fechas, Federico se mostraba especialrnente nervioso ya que esperaba, en vano, la llegada de un amigo íntimo, Rafael Rodríguez Rapún. La inquietud despertado por la espera dio lugar, al parecer, a dos de los sonetos ya citados -"El poeta dice la verdad' y "El poeta pide a su amor que le escriba" (las hojas de ambos autógrafos llevan el membrete del hotel Victoria)- y a este último que, bajo la inspiración directa del regalo de Juan Gil-Albert, habla de aquel pichón del Turia. Nota recogida de la edición realizada por J.L. V. Ferris para Alfaguara sobre la obra de Federico García Lorca. Antología Poética. Alicante, Col. Aljibe de Aguaclara, 1989.
8.[]Texto de la entrevista con Federico García Lorca publicada en catalán el 27 de septiembre de 1935 en L´Hora (Palma de Mallorca). La publicación tenía un marcado carácter izquierdista que Lorca no desconocía, siendo arriesgado y radical en las declaraciones sobre derechos y libertades que vierte, pero sin caracterizarse nunca como un hombre de partido.
9.[]Federico García Lorca. La imagen poética de Góngora.
10.[]Cf. Edición de Javier Ruiz-Portella sobre Los Sonetos del amor oscuro. Poemas de amor y erotismo. Inéditos de madurez. Barcelona, Ediciones Áltera, 1995, p. 11.
11.[] Según el tópico mitológico y la tradición lírica (recuérdese a Garcilasoy a San Juan) mana sangre de la metafórica herida del enamorado que sufre los tormentos de la pasión y se ve arrebatado por la fuerza del amor. Véase Ferris, J.L.V. Op. cit., p. 151.
12.[]Gibson, I. "Federico en Baeza". Op. cit.
13.[]" Lectura de Poeta en Nueva York", en Obras Completas, op. cit, tomo II, pág. 350.
14.[]Entrevista a F. García Lorca. Op. cit.
15.[]Ibidem.
16.[]"Su obra lírica está llena de toda la imaginería tradicional (...) el sentido religioso de la obra lorquiana hay que buscarlo en esta exaltación de la imaginería barroca tan bien representada en su tierra andaluza". Vila-San-Juan, J.L. Op. cit. pp. 47-48.
17.[]R. Martínez Nadal, "El Público". Amor y muerte en la obra de Federico García Lorca, Madrid, Hiperión, 3ª edición, 1988, pág. 123.
18.[]Ruiz Portella, J. Edición de los poemas de F. García Lorca. Op. cit. p. 13.

19.[]¿Qué aprobación de la vida puede haber cuando la muerte asoma sin cesar? M. García-Posada lo ha destacado admirablemente en su presentación de los Sonetos. A. B. C., 17.3.1984.)
20.[]Ruiz Portella, J. Edición de los poemas de F. García Lorca. Op. cit. p. 14
21.[]-Lectura del Romancero gitano-, en Obras Completas, op. cit., tomo III, pág. 344.