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Gerhard Illi
Asi es la prosa

 

 

 

 

Helías Acha

ESTACIÓN PARAÍSO. EDICIÓN CRITICA

*Ya habían transcurrido las cuatro estaciones completas: nunca volvería otro invierno. La sierra se había disparado en una granada de frutos prodigiosos y los días se habían tomado perfectos. Convivían flor y semilla, pluma y huevo. El tiempo se había multiplicado por sí mismo y los relojes, sin cesar en su gozo pendular, marcaban siempre la única hora exacta, inamovible y continuada.
Deambulaban algunos hombres por allí, pequeños y nerviosos, removedores, siempre con aire dominante según dispone su vivaz naturaleza. Desde el final de la última estación no existía entre ellos la palabra felicidad. Resultaban vagamente familiares los garabatos que la habían formado; incluso alguno de entre los más torpes para olvidar aún acertaba a pronunciarla. Pero su significado se había disuelto en la perfección del mundo y se encontraba en aleación invisible con el silencio.
Sin embargo, exceptuando el sentido de esa palabra transmutada, aún se conservaba la memoria de otro tiempo. )Quién no había añorado los días de frío y nada más que frío? )Quién no echaba de menos la espera y el trabajo; quién no hubiera deseado revivir aquella espoleante sensación de prisa o el bostezo suburbial de un sano aburrimiento?
Sucedió en un instante, en aquel justo momento en que todo llevaba tanto tiempo encajando en sí mismo: cada mujer, hombre o niño quiso quedar preso en la soga añil de la añoranza; y la felicidad abandonó su tálamo, y fue vista, y los ojos se llenaron de sangre y nevó todo el día+.
La pequeña crónica sin fechas que se ha reproducido parece hacer referencia a un ciclo de la existencia, anterior al nuestro, que desembocó en una etapa paradisíaca de duración indefinible, la cual, contra todo planteamiento arquetípico, finalizó como si se tratase del comienzo y no del final de un proceso.

Siempre resulta interesante contemplar la destrucción de un paraíso terminal; pero ofrece la crónica, además, otra clave digna de ser tenida en cuenta; es el retorno del concepto de *felicidad+ lo que hace posible la pérdida del estado de perfección. La falacia de convertir en sustantivo el simple adjetivo "feliz" aporta el cambio de óptica que hace posible la quiebra.
No conviene desordenar las categorías gramaticales del corazón.


(Quede el estudio de los poderes de la añoranza para otra pluma más delicada)

 

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LA LUZ DEL FONDO


Llego a la puerta, la abro, doy unos pasos hacia dentro, miro al lado izquierdo de la habitación, no se ve nada y giro hacia la derecha, la misma visión, todo oscuro. Pero, de pronto, una luz desde el fondo de la casa, directamente a los ojos, me está obligando a cerrarlos.
Mi muñeca, qué cuerda es esta que me esta atando. Las manos a la espalda, extraño, no he hecho nada para evitarlo (qué estúpido seria hacerlo ahora). Un trapo áspero y viejo en la boca, quien sea podía aflojarlo. Otro pañuelo en los ojos, por fin deja de molestarme la luz del fondo.
Algo o alguien me esta levantando, como si estuviera recién casada. Me soltó, una furgoneta, puede ser. No volveré a esa casa en mi vida.


ALUCINANTE

Atrapé un pelo que sobresalía de mi cabeza. Rápidamente me senté en mi mesa de estudio, encendí el flexo, lo doble todo lo que pude para acercarlo al pelo. Cogí un cuchillo de la cocina y mi gran lupa del cuarto.
Corté con increíble destreza el pelo en varias partes. Seguidamente, con la lupa, los iba observando. Cuando llevaba unos pocos me di cuenta de que todos tenían algo igual pero también tenían algo diferente.
En ese momento una idea totalmente brillante me llego a la cabeza: "¿Qué haces cortando pelos?, eres estúpido, ¿a quién se le ocurre ponerse a hacer esto?, sólo a ti, que estás tonto".
Al terminar de comprender esta idea di un manotazo a la mesa tirando pelo, cuchillo y lupa. Aquella misma tarde me afeite la cabeza.

LA HOJA

Venía del trabajo camino de mi casa, en mi coche, una tarde de noviembre lluviosa, y un poco desagradable. Sin darme cuenta una hoja cayó en el parabrisas. Era grande, tenía cinco picos y un rabillo no muy largo. Con la lluvia y con la fuerza del limpiaparabrisas la hoja no quería irse, parecía estar a gusto allí, viajando en primera. Decidí poner el limpia a toda pastilla pero, la hoja parecía agarrarse con uñas y dientes. Hubo un momento en el que creí verle los dedos de la mano. Empezaba a enfadarme y estaba muy cansado para soportar estas cosas. La hoja, por el contrario, tenía muchas ganas de fiesta, a pesar de ser ella la que se estaba mojando. Por fin, con un mosqueo de mucho cuidado, paré, bajé, agarré la maldita hoja y la tiré a la cuneta, tras destrozarla con un ansia que nunca había visto en mí. Lo peor fue que toda la salida coincidió cuando más apretaba, pero tenía que hacerlo. Al entrar en el coche y arrancar todo parecía ir bien.
Unos quinientos metros más adelante pasé por debajo de una arboleda y comenzaron a pegarse hojas al coche por todas partes. No podía ver nada, así que paré, salí y corrí. Al día siguiente regresé al lugar donde estaba el coche, no había ni una hoja y el coche se encontraba perfecto. Bueno, con sus bollos; pero esos eran míos. Dentro apareció una nota:
" RESPETA A LOS AUTOESTOPISTAS".


EL VENDEDOR DE PELOS

Hasta ahora, desde la donación de aquel pelo tan largo que tenía detrás de la oreja a un pobre calvo desesperado -me acuerdo que cuando me lo pidió únicamente había conseguido tres de las cuarenta casas que había visitado- han pasado diez años. Como le vi posibilidades al negocio puse una tienda de pelos. Comencé vendiendo los míos. Así me he quedado medio calvo, pero todo sea por la pasta. Después de varias ventas a precio muy -bastante- caro, puse una tienda y fui en busca de donantes. Primero busqué al azar, pero pronto caí entre los desamparados de las calles y no fue necesario seguir buscando más. Eso sí, jamás he declarado mis fuentes a nadie; cuando me lo preguntan, contesto siempre hablando de su buen estado. Ni que decir tiene que hace mucho que tengo el detalle de regalarles botes de champú a mis fuentes.
Hay muchas anécdotas en este negocio, pero no voy a contar ningún caso concreto por no revelar la identidad de mis clientes. Sí deben saber que en ocasiones algunos de ellos no acuden a nosotros porque prefieren cortar cabelleras, sobre todo las más hermosas, sin importarles el sexo de su víctima, sólo quieren las raíces. Aficionados. Algunos dicen que los indígenas americanos conocían el negocio desde unos siglos atrás. Tengan cuidado con su cabeza y, si sospechan de alguien, no se laven el pelo.


UN SOL CON MALA LECHE.

Un día muy soleado, curiosamente, me entraron unas ganas locas de sentarme a leer al lado de la ventana, cosa mucho más curiosa que la anterior. El momento era maravilloso, una luz fuerte iluminaba la casa, dando una alegría, una felicidad que simplemente no podía creer. Cogí mi sillón nuevo y aposentéme junto a la ventana. A los pocos instantes, sin darme tiempo para leer la primera página, sentí un pequeño contacto por encima de la oreja que daba a la ventana. Después, los contactos se multiplicaron, al mismo tiempo que el dolor que producía su impacto en mi cabeza. El asunto se tranquilizó, pero al acabar el capitulo, de dimensiones cortas, los toquecitos volvieron esta vez con mayor potencia. Pense en algún gracioso lanzando piedras, hay tantos por ahí sueltos, nunca se sabe. Así que conecté la alerta. De nuevo me senté, un golpe en toda la cabeza, caí del sillón, no sangraba pero la inflamación era de época. ¿Qué es esto? ¡Me cago en la puta. Corrí de la ventana y desde la sombra investigué, no había nadie ni nada por los alrededores, ¿qué ocurría?.
Probé a colocarme de nuevo delante de la ventana. Otra vez los golpes, ¿cómo?. Cerré las hojas de la ventana, imposible, seguía notando los golpes y no eran como los primeros precisamente. Decididamente era la luz del sol. Qué he hecho yo para esto, no lo entiendo. Y sí, era verdad, era la luz del sol. La cosa no quedó aquí, sino que aumentó hasta el punto de no poder salir a la calle ni con paraguas, porque siempre pasaba algo de luz.
Ahora vivo en mi casa como antes, pero con las puertas cerradas y sin salir de ella. Menos mal que la luz eléctrica no tiene tanta mala leche. ¡¡Socorro!!. Cualquiera que lea esto, por favor, tenga la bondad de ayudarme.


LA CAJA

No, no...no puedo tocar la caja, está terminantemente prohibido. ¿Por qué?
- Niño, no toques, y mucho menos abras, la caja.
Y yo... pero por qué no puedo abrirla, qué le he hecho para no poder, vamos, como si no fuera igual que los otros, ellos sí la abren, y yo no. ¡Tengo que abrirla!, como sea, se va enterar. Ahora mismo voy para allá y la abro. Claro que... y si tiene algo malo, y si se entera, después ¿qué hago? Lo niego todo, la cierro rápidamente. Vaya lío. Debo destaparla antes de que llegue. Bueno, la suerte está echada. Cajitas a mí.
Es preciosa, nunca la había visto tan cerca. Parece bien cerrada, la tapa da la impresión de estar muy ajustada, no debe ser difícil abrirla, es de cartón. A lo dicho. Se tuvo que caer, se podía haber abierto. Tiro por aquí y nada, con las dos manos, tampoco. ¿La piso?, no. La puerta, ahí está. Corre, ponla en su sitio. El estante no podía ser más simple, seguro que con un mal golpe va todo a hacer puñetas. Así estaba.
- ¡Niño!

 

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