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Poeta del mes
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Me llamo Rafael, como yo
Carlos Muñiz Romero

Los coletazos del final de milenio, han sido duros para la narrativa andaluza. En estos dos últimos años, han desaparecido José María Requena, Ortiz de Lanzagorta, Javier Smith, Fernando Quiñones, todos ellos espléndidos escritores de aquel "boom" de los años setenta, al que bauticé con un nombre que hizo fortuna: "los Narraluces". Ya nos habían dejado anteriormente Manolo Ferrand, Luis Berenguer, Federico López Pereira, Alfonso Grosso... Ahora, Rafael Pérez Estrada, narrador, dramaturgo, poeta y dibujante, se nos acaba -de morir en Málaga, "como del rayo". Un rayo que se venía fraguando desde la tormenta de hace unos dos años, según me dijo por carta: "Me acaban de hacer una operación de caballo. Lo cual es una cosa bastante dura para quien no es un caballo". Lo decía con el mismo humor de siempre, como cuando inició uno de sus relatos afirmando. "Me llamo Rafael, como yo". Y con la misma naturalidad con que, hace poco, me decía por teléfono, desde la clínica malagueña en la que acababan de esperarlo por segunda vez: "Lo que tengo es un cáncer". Quise cambiar la conversación y le pregunté por la novela que acababa de publicar, a pesar de que antes sólo habla escrito relatos. Me dijo: "Como con esto de mi enfermedad cerré el bufete hace dos años, sólo me quedaban dos posibilidades: o ponerme a bordar o escribir una novela. Como no sé bordar, he escrito esta novela"
Rafael era así: el humor y la verdad desnuda, la realidad y la caricatura. él se habían ensamblado perfectamente la frivolidad y la grandeza de jugaba dos papeles muy distintos. Siempre caballeroso en sus maneras, unas veces jugaba a tira-tapias o rompe-tópicos, y otras veces al señorío de] buen profesional respetuoso con la ley. Lo comprendí una noche en Málaga, cuando acompañados por Ortiz de Lanzagorta, volvíamos de una cena que acabábamos de tener con Camilo José Cela y otros participantes activos en un congreso de novela, y, por la calle, nos encontramos desolado a Alfonso Grosso, que iba a la comisaría a denunciar que, mientras tomaba café en un bar le habían robado las quince mil pesetas de la conferencia que acababa de pronunciar unas tres horas antes. Lo acompañamos al Palacio de la Aduana, y aun no sé cómo no acabamos los cuatro en la cárcel. Porque, cuando el policía le pidió que, si tenía un sospechoso, le describiera sus rasgos físicos, Alfonso Grosso se puso a hacer una extraordinaria descripción del propio policía que trascribía a máquina la denuncia.
Entonces, Rafael Pérez Estrada se trasmutó, dejó la guasa que se había traído toda la noche, sacó su personalidad de abogado en ejercicio y puso seriedad en el asunto. Desde aquel momento, comprendí que uno era el Rafael de las ingeniosas frivolidades (en literatura, en pintura y aun en ciertos aspectos de su vida social), y otros muy distinto el Rafael de las inquietudes profundas y el bufete de abogado. Yo no sé si la seriedad le venía de su padre (que fue Alcalde de Málaga) y la actitud ingeniosa y superficial la había heredado de la pintura "naif" de su madre (la famosa Mari Pepa Estrada). El hecho es que Rafael era una mezcla explosiva e imposible (para todos, menos para él) de ingenio, inseguridad, hondura y frivolidades. Unas veces se divertía jugando a iconoclasta, y, otras veces, soñaba con construir una nueva sociedad más justa o se desconcertaba ante el Misterio. Todo esto había cuajado en un escritor originalísimo, creador (sobre todo, en prosa) de un mundo literario sólo suyo y de un estilo que otros han intentado a veces imitar con buenos logros. como en el caso de Cela, pero sin la personalidad inimitable de este andaluz tan único.
En abril del año pasado, Juvenal Soto se asombraba, en su columna de "EL PAÍS", de la profunda amistad que teníamos Rafael y yo, cuando "ninguno de los dos cabía junto al otro". Ciertamente, éramos muy distintos; pero hemos cabido los dos en la misma Andalucía, gracias quizá a nuestro amor a la literatura y al tomarnos con humor muchas sofisticaciones y seriedades de los sesudos de este mundo, incluidos los que participaban de sus "devociones" y los de las mías. Pero lo que verdaderamente nos unía era una raíz fundamental en toda verdadera amistad. el respeto mutuo. Algo que, desgraciadamente, abunda poco en el mundo de hoy, incluidos los ambientes políticos y literarios.

Carlos Muñiz Romero

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Rafael Pérez Estrada

Como bien indica José Ángel Cilleruelo al inicio del prólogo de Cosmología esencial, toda obra artística es, en esencia, inesperada, por más que siempre existan popes dispuestos a estabular de una vez por todas cualquier obra o autor que les caiga a mano, muchas veces con la proterva intención de saber de qué lado conviene que lo tengamos.
Rafael Pérez Estrada, ha sido a lo largo de su trayectoria literaria, interrumpida hace sólo unos días con su fallecimiento, uno de esos autores de obligada referencia para quienes han querido ver en la literatura, pero también en la vida, un ejemplo de libertad y de permanente subversión. La suya es, como se ha insistido mucho en esto días, una obra insular y selvática, inesperada y en cierto sentido libertaria. A muy pocos autores les es dado construir su propio mundo con materiales y texturas tan propios, y pocas veces el lector tiene la suerte de sumergirse en un río de aguas tan firmemente transparentes y enigmáticas, como en este río incontenible llamado Rafael Pérez Estrada.
La vasta trayectoria literaria del malagueño se divide según propone el propio Cilleruelo en tres secuencias perfectamente diferenciadas: la primera de ellas comprendería los escritos fechados entre 1968 y 1985, es decir, desde Valle de los Galanes hasta Libro de Horas, que a decir del editor puede considerarse la refundación de una escritura que, si antes estaba orientada hacia la experimentación, ahora se vuelca hacia lo poético; será en torno a 1992, siguiendo el esquema propuesto por Cilleruelo, la escritura del malagueño se deslice hacia el ámbito de lo narrativo, si bien con retornos constantes a lo poético, que le sirve de soporte. En todo caso, es necesario resaltar la profunda coherencia en una obra que se distingue también por su vastedad y por su profunda animadversión a cualquier etiquetado al uso.

La selección que proponemos no tiene carácter definitivo. Somos conscientes que cualquiera de los textos de Rafael Pérez Estrada podrían representarlo con dignidad. En esta ocasión sólo deseamos dar a conocer el ritmo vital de este hombre singular, y de este artista originalísimo.

Antes publicamos un articulo firmado por Carlos Muñir Romero en el Diario Sevilla-Información, el 24 de mayo de 2000, dos días después del fallecimiento del polígrafo malacitano.

Manuel Moya

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