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Crítica de Abel Feu

Crítica

 

 

 

 

Carne picada (1)
Antología clandestina de la poesía onubense contemporanea

Edición : U. Stabile
Col. Aullido,
Huelva, 2000

La amnesia de mi nombre, que no aparece ni por activa ni por pasiva, y excuso decir que ni por poderes, de la antología clandestina de la poesía onubense contemporánea, Carne Picada, me permite, eso sí, la posibilidad de reseñarla con toda libertad y es lo que me propongo hacer en las siguientes líneas. Digamos como entrante, que con la edición de este libro cristaliza una promoción poética que surge en la Huelva de los primeros ´90, y que no ha dejado de crecer en los últimos años, como lo corrobora la extensa e inédita contribución de los jóvenes autores onubenses a las ultimísimas antologías de ámbito nacional, léase Feroces, Voces del Extremo o Milenio, así como en colecciones de prestigio como Hiperión, 7 i mig, Renacimiento, Zigurat o Ánfora Nova, sin contar los ya prestigiosos premios, tal el Luis Cernuda, el Ciudad de Córdoba, el Surcos, el García Lorca, el Espronceda, el Celaya, el Mariano Roldán...
Lo he comentado en alguna otra ocasión: la llegada a Huelva de Uberto Stabile, compilador de la presente antología, en plenos fastos del ´92, supone un auténtico revulsivo para la escena poética onubense, un poco perdida en manierismos de origen y proyección puramente endogámicos que seguía, con alguna notable excepción, los pasos de Juan Ramón, cuando no un neopopularismo y un neoclasicismo un tanto trasnochado.
A finales de 1992 se ponen en marcha las tertulias del Bar 1900, así como la colección del mismo nombre, verdaderos referentes de la última literatura onubense, sin olvidar la colección "Ora poética", dirigida por Nieves Romero y Julián Avila y avalada por la Diputación, donde se publicaron cuadernos como Poemas del paseante, de A. de Padua Díaz, director de la extinta Océano, una revista a la que habrá que tener en cuenta, y autor confeso de esta breve obra que preludia la estética dominante de Carne picada.
A estas iniciativas capitalinas hay que añadir la aparición del grupo ayamontino Crecida, con una línea editorial precisa y con un catálogo nada desdeñable a sus espaldas; la revista Sin embargo, de Fuenteheridos, que a diferencia de otras revistas onubenses con ambiciones (léase Con Dados...) ha apostado sin ambages por los autores onubenses, desde Ernesto Feria, Garrido Palacios, Cobos, Drago, Bada, hasta de Padua, Orta, Nacho Vallejo, Ruano o Francis Vaz, por no ser exhaustivos. A estas iniciativas hay que añadir Aullido, La palmera; Volandas; Tabula Rosa; Hojas de poesía; los papeles y la tertulia de Madera húmeda; Tranvía; La cinta de Moebius o la revista de próxima aparición HwebRA
Es el propio Uberto Stabile quien en 1994 organiza el I Encuentro de Editores Independientes que se celebró en Huelva, y que hoy, ya en su VI convocatoria, está plenamente consolidado en Punta Umbría bajo su propia dirección. Ambos hechos -las actividades ininterrumpidas del 1900 y los encuentros de editores- han venido a suponer un verdadero revulsivo para la poesía de Huelva en los ´90, pues ha propiciado la ruptura del aislacionismo crónico que se venía describiendo desde 1936. Si la tertulia sirvió, entre otras cosas, para que los jóvenes autores, desconectados entre sí, se conocieran, crearan una dinámica común, dieran a conocer sus primeros cuadernos y enriquecieran sus posturas en la confrontación con las otras, el papel de los encuentros ha sido si cabe más decisivo, pues los autores jóvenes no sólo han recibido de primera mano la posibilidad de incorporarse a un movimiento emergente dentro de la poesía española, sino que se han subido en marcha a un tren que transita ahora por sus primeras paradas. Un mero repaso al currículum de los 16 autores que conforman el libro nos hará comprender el papel que tanto los encuentros como la tertulia ha significado para ellos.
Carne picada, de reciente aparición, es un libro de obligada referencia (para lo bueno y para lo malo, conste) en el panorama lírico de esta tierra, pues recoge a los autores fundamentales (faltan nombres como R. Costa, Nacho Vallejo, Miguel Mejía, J. A. Muñiz, Elías Hacha, Nieves Romero, Manuel Moya...) de esta última promoción, no pocos de los cuales tienen una merecida proyección nacional.

 

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CARNE PICADA (II)

Pero hagamos algo de historia.
Tras los poemas vltraístas de Buendía o más cautelosamente los sonetos de corte escorialista de Arcensio o De Lara, la poesía onubense había vivido una suerte de exclusión permanente en relación con el panorama nacional durante los dos últimos tercios del siglo XX. El caso excepcional de Juan Ramón es único en la lírica onubense y española, por cuanto su evolución artística sigue unos dictados estrictamente personales, acentuados tras el exilio, que exigirían un ensayo completo.
En todo caso, hasta iniciada la Guerra Civil, la poesía onubense no estuvo nunca al margen de lo que en la materia ocurría en España, como lo prueba la valiente obra vanguardista de Rogelio Buendía, un autor que estuvo en contacto no ya con todos los vltraístas españoles, sino incluso con Pessoa, con quien mantuvo correspondencia, Borges, con quien compartió espacios vltras, y Marinetti y los futuristas italianos y franceses, cuyas obras conocía perfectamente y cuyos ecos se advierten en la suya. La revista Papel de Aleluyas, la presencia desbordante del gran Adriano del Valle y las esporádicas visitas literarias de Cernuda o Villalón, dan fe del fructífero y fluido contacto entre los poetas onubenses con el resto de poetas españoles.
La concesión del premio nacional de literatura a José María Morón en 1933 por Minero de estrellas, un libro en la estela de la poesía social de preguerra en voz de Sánchez Tello y Baena Rojas, pone en evidencia la fluidez y el conocimiento de los libros onubenses fuera de nuestro ámbito por esas fechas. El propio Jesús Arcensio mantiene contacto con poetas y revistas de otros ámbitos geográficos, como lo muestran tanto su revista Meridiano, cuanto sus colaboraciones en hojas y periódicos nacionales.
Con la guerra cambia drásticamente el panorama y la conexión se rompe. Arcensio, uno de los escasos escritores onubenses que pudieran haber alimentado este flujo, se arrincona en la capital y espacia su contacto con el exterior, hasta hacerlo prácticamente inexistente; Juan Ramón, luz y guía de la poesía española de todo el XX, pasa al exilio y sólo mantiene contactos esporádicos con su tierra; Rafael Manzano abandona Huelva en 1944; Fermín Requena purga su andalucismo convicto en tierras antequeranas; el propio Rogelio Buendía medio abandona la escritura y también acaba sus días fuera de Huelva; con Morón o Xandro Valerio pasa otro tanto; y los jóvenes valores se atrincheran en la capital donde dan pie a revistas efímeras y cada vez más cerradas sobre sí mismas y sin posibilidad alguna de abrirse a otros entornos.
Aunque la influencia del garcilasismo y el escorialismo (1940-1945), es rastreable en nuestra provincia incluso cuando ya el movimiento hace mucho que ha finiquitado, lo cierto es que nuestros poetas se encuentran aislados y sólo Garfias y Arcensio se suman, desde su línea trascendente y clasicista, a este movimiento que tiene en Castilla su feudo más prolífico y a Gª Nieto s caudillo. En todo caso el moguereño también abandona Huelva y se instala en Madrid, y Arcensio, queda dicho, distancia cada vez más sus colaboraciones.
Tampoco se produce en nuestro suelo una reacción contra el garcilasismo, a pesar de que Morón, desde su épica existencial y minera, pudiera ser considerado uno de los precursores de esta reacción, así como un puntal de la llamada poesía social de los`60. Marcada por el pistoletazo de salida de Hijos de la ira y Sombras del paraíso, ambos de 1944, y la aparición de la revista leonesa Espadaña, la poesía española cambia el formalismo épico y místico aleccionado por y desde el franquismo, y toma unos derroteros mucho más existenciales, sin abandonar un espíritu combativo y crítico con la situación social y anímica del país, a la vez que entra en escena la temporalidad, con el hombre como sujeto activo y paciente de la historia, liderada por Dámaso, Aleixandre u Otero. Menor incidencia tiene el postismo capitaneado por Ory y Crespo. En este punto la poesía onubense vive de espaldas a los nuevos respiraderos. Los ´40, pese a sus posibles logros, significan para la poesía onubense la desconexión completa, la travesía del desierto.
Las décadas del 50 y del 60 tampoco aportan cambios significativos en la poesía hecha en y desde Huelva. Si en el resto de España barre la llamada tendencia social, con Otero, Hierro, Celaya, Gaos, De Nora o Gil de Biedma, en nuestra tierra no aparece un sólo libro significativo de esta corriente hasta ya entrada la década del 70, cuando Juan Delgado aparece en escena con esos dos magníficos libros que son El cedazo y Oficio de vivir de 1973 y 1975 respectivamente, momento en el que la poesía social entra en una fase de agotamiento y de bastardía. Cierto es que es este un período muy poco fructífero para toda la poesía andaluza, con las excepciones de Bonald, Mariscal Montes o el grupo Cántico, acaso porque ésta siempre se ha sentido más atraída por el formalismo que por la reivindicación social.
Ante la disolución del régimen franquista y la extenuación de la línea social, se abre para la española un nuevo norte, el del lenguaje. Arde el mar (1966) de Gimferrer, y la aparición del libro de Castellet Nueve novísimos (1970) abren un fuego que se mantendrá encendido hasta 1982, fecha en el que el diapasón poético cambiará de signo, abandonando el lenguaje y acercándose a posturas más figurativistas, así como la recuperación de ciertos maestrantes del ´50. El caso es que Huelva tampoco en este período novísimo y culturalista aportará ningún autor a la escena española. El primer libro de Juan Cobos data de 1981, pero su plena adhesión al venecianismo no se dará hasta mucho más tarde, con Sol (1985) y Diario de un poeta tartesso (1992), cuando ya el movimiento había agotado todos sus recursos y se batía en retirada.
Parecida situación se produce en Huelva con la llamada poesía de la experiencia, y eso a pesar de que un libro como Paseo de los tristes, del recién desaparecido Egea, obtuviera el premio JRJ de 1983, siendo una de las primeras y más señeras obras de esta tendencia figurativa que en aquellos años era más conocida por la nueva sentimentalidad. Los escritos más cercanos a esta tendencia son Las horas expropiadas, (1995) de Manuel Moya y Feu de erratas (1997)del ayamontino Abel Feu, si bien este último autor ya editara alguna que otra plaquette desde 1991, donde se advierte con claridad su adhesión a esta corriente, hegemónica hasta los últimos años del siglo, en que parece haber perdido gas. De nuevo, pues, la poesía onubense llega tarde y participa sólo de los rescoldos.

 

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CARNE PICADA (III)

Nombres como los referidos, a los que convendría añadir otros no menos decisivos, han adoptado fórmulas y tradiciones poéticas en absoluto ajenas a su tiempo, pero forzosamente desconectadas del vivo panorama nacional. Son, en todo caso, nombres aislados, que a duras penas consiguen romper el nudo corredizo que se cierne sobre este rincón dunar, que acaba agostando toda producción en su propio origen. Es lo que podría definirse como el ostracismo onubense, que no sólo debe aplicarse a esta puntualidad que es la literatura.
Un aspecto importante para determinar el aislacionismo a que hacíamos referencia, es el absentismo editorial de Huelva, en la que sólo la Diputación Provincial mantiene a lo largo del tiempo una actividad reconocida, sin entrar ahora en otras consideraciones. Siendo esto así, los poetas onubenses nunca han sentido la necesidad de abrir su obra a otros lectores que no fueran los meramente locales. Salvo Garfias, Delgado, Abelardo Rguez, y en cierto sentido Cobos, la producción poética onubense se ha editado y publicitado exclusivamente en Huelva o cuando más en Sevilla, por lo que el conocimiento ha sido prácticamente nulo, como lo prueba la total ausencia de los autores de la tierra en las antologías no ya nacionales, sino incluso regionales, de donde Huelva ha estado ausente de forma continua.
Conviene recordar en este punto que no estamos hablando de calidad de las obras, sino exclusivamente del conocimiento que de ellas se tiene en el exterior. Si a esto añadimos la crónica ausencia de crítica literaria en la provincia, estaremos de acuerdo en que el panorama a principios de los ´90 no podría ser más desalentador.
Así las cosas, la súbita irrupción de los autores y autoras nacidos entre 1957 y 1970, supone de hecho un revulsivo, a la vez que una normalización en la relación con la lírica española. El dato más clarificador es la firme y creciente presencia de nuestros más jóvenes valores tanto en antologías, cuanto en premios, jurados, lecturas, editoriales, revistas o diarios de ámbito nacional e incluso internacional.
Un aspecto importante que añade leña al fuego en la poesía onubense de los ´90 ha sido y es la irrupción violenta de la mujer en el campo poético, fenómeno que hay que inscribir en esa otra Normalización -esta vez con mayúsculas- de la mujer en los distintos ámbitos de la vida, desde la economía, la política, el profesionalismo, la tecnología o la cultura. Cinco de los componentes de Carne picada son féminas, lo que en tiempos de porcentajes -y por aquello de ...- representan exactamente el 31,25 %. En todo caso faltan cuatro autoras cuyas producciones no desmerecerían su inclusión: Carmen Ciria, Loli Izquierdo, Josefa Virelha y Nieves Romero.
Otro fenómeno a tener en cuenta es que con anterioridad a los noventa, la producción onubense casi se circunscribía por entero a la capital, pues era en la capital donde radicaba el mínimo entramado editorial, amparado casi siempre por las instituciones oficiales -lo que nunca ha dejado de crear equívocos, polémicas y situaciones poco razonables-. En el momento actual, la provincia tiene su propia voz, como delata el que 11 de los 16 poetas seleccionados por Stabile residan fuera de Huelva, y el que existan iniciativas editoriales en lugares en otro tiempo tan pintorescos para la lírica como Ayamonte, Moguer, Rociana, Fuenteheridos, Riotinto, Punta Umbría o Lepe. Evidentemente la aparición de las nuevas tecnologías y la expansión del desarrollo cultural a núcleos menores de población, han jugado en esto un papel decisivo.


CARNE PICADA (IV)

Carne picada, la antología de Uberto Stabile, trata de recoger, como ya se ha adelantado, las voces aparecidas en el panorama poético onubense a lo largo de la última década del siglo XX, y por tanto es de suponer que cierra un ciclo de antologías de ámbito provincial, si no muy abigarrado, sí suficientemente interesante, que pasaremos a desglosar muy grosso modo.
La primera obra que traemos aquí es la Antología de la poesía onubense, editada en dos tomos (Huelva, 1974 y 1976) por iniciativa del IEO Padre Marchena. Al margen de las 66 voces (de las que sólo 3 son mujeres)que integran el muestrario hay que referir la escuetísima introducción sin firma en la que se pasa somero repaso a las muestras de carácter nacional o regional donde figuran poetas de Huelva, de la que sólo hay que resaltar la publicada por la revista gaditana Caracola en 1971 o Litoral en 1965). Es evidente que una antología tan amplia peca de irregular, cuando no de excesivamente generosa, pero en todo caso incluye nombres olvidados (no vueltos a publicar y excluidos de posteriores muestrarios) a quienes no estaría de más recuperar, al menos para que sus nombres no quedaran condenados al más total de los silencios: me refiero, entre otros a Chaparro Wert, Jiménez Barberi, Daniel Florido, Reposo Neble o Mariano Orta. Faltan inexplicablemente nombres como el zufreño Fernando Labrador, Fco, Carrasco o el alajareño Miguel Moya, cuando no la mística aracenense Sor Mª de la Santísima Trinidad, de la que se han conservado algunos de sus textos. La antología carece de un aparato crítico y bibliográfico, pues a los autores se los presenta a veces en una o dos severas líneas. Con todo, el error mayor es no contar con... ¡Juan Ramón Jiménez! -sic-, de quien sí se incluye una foto a toda página y una cita inicial, intrascendente.
Historia de la poesía en Huelva, firmado a la limón por Sánchez Tello y Baena Rojas, y editado por el colectivo Celacanto (Huelva, 1987), se concibe como una historia pormenorizada de la poesía onubense. A un sólido aparato gráfico, historiográfico y bibliográfico, viene a sumarse una muestra muy interesante de 20 autores y 44 biografías, desde el inaugural Juan Ramón, a Manuel José de Lara (hoy alejado de la poesía), que cierra el denso volumen. Acusa esta pormenorizada Historia un repertorio fotográfico en gran parte intrascendente, así como un demasiado tedioso repaso a los años oscuros del franquismo en el que la poesía onubense -con sus excepciones- se mantuvo soterrada en los límites provinciales. En el repaso antológico realmente interesante faltan nombres ya consolidados por esa fecha como Fco. Carrasco, Rafael Costa, Díaz Trillo, Guzmán o Juan Cobos, al que, creemos, se excluye por motivos ajenos a los literarios, mientras sobra alguno que se ha revelado innecesario como el mencionado Manuel José de Lara o Juan Andivia, inencontrables hoy. Tampoco figura mujer alguna entre los elegidos. Con todo, es un trabajo fundamental para conocer la evolución y el desarrollo de la poesía onubense en el presente siglo (yo, al menos, lo he tomado como importante referencia), tanto en publicaciones cuanto en actividades.
La tercera antología que traemos aquí es Lírica de una Atlántida firmada por Juan A. Guzmán, prologada por J. Issorel y editada por el C.E.O. (Huelva, ¿1986?), que cuenta con 26 autores nacidos desde 1940 (A. Cano), hasta 1963 (M. J. de Lara) en torno al Club de Escritores Onubenses, sin que al menos a primera vista se advierta ni un enfoque generacional ni mucho menos estilístico. Se incluyen, eso sí , las figuras emergentes de la más joven poesía huelvana (aquí no nos atrevemos a decir onubense), tales como Díaz Trillo, Félix Morales, Nieves Romero y otros no incluidos en anteriores florilegios. Del prólogo de Issorel se desprende el escaso conocimiento que tenía de la poesía onubense actual, así como su fijación por Villalón, del Valle y compañía: todo muy bien, pero sin aportar nada significativo.. Debió ser el seleccionador el que se mojara, y sin duda lo hubiera hecho mejor que el estudioso Issorel. En todo caso la selección es buena y viene a poner de manifiesto que la poesía onubense empieza a despertar luego de varias décadas de atonía.
Cierra el repaso una colección antológica aparecida a lo largo de 1999, titulada Poetas onubenses contemporáneos, bajo los auspicios del periódico La voz de Huelva, y el patrocinio de Diputación e IQB, que ha recogido la obra de treinta autores onubenses contemporáneos, en sendas entregas librescas, desde Juan Ramón (1881) a Manuel Moya (1960). La colección es interesante por cuanto refleja ampliamente la obra de los poetas escogidos, si bien se queda corta al no incluir más que un autor de las jóvenes generaciones y dejar sin representación a la escritura femenina. En todo caso se echa en falta un primer volumen introductorio que fije los criterios de selección, pues hay inclusiones y exclusiones del todo difíciles de explicar (entre los últimos a Bada, Feu o Poli, de Padua). La experiencia es, en cualquier caso, interesantísima y sus responsables, el incombustible Tello, el laborioso Guzmán, Cano y Llanes, deben sentirse orgullosos porque la iniciativa no era fácil de encauzar.
Y sin hacer escalas en otros intentos antológicos menores (8 poetas onubenses, editado por el CEO en 1980, o la más reciente 4 calas de la poesía onubense de los ´90, de 1996), nos adentramos ya, sin más preámbulos en Carne picada, el último de los florilegios onubensistas.

 

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CARNE PICADA (V)

En el primer capítulo de esta ya larga entrega, ponderaba la necesidad de la nueva antología titulada Carne picada. por cuanto en ella se recogen casi todas las voces más relevantes de la fecunda promoción poética del los ´90, que se ha revelado como interesante y capaz de hacerse escuchar y respetar allende nuestro terruño, lo cual es toda una novedad, como se ha recalcado bastante. Aquí repetiré sucintamente lo dicho, si bien opondré al principio alguna necesaria objeción, a fin de que el posible lector pueda tener una visión más amplia, más crítica.
Si la selección de Carne picada es buena (con las ausencias descritas, eso sí) el prólogo es objetable en más de una dirección, por cuanto carece de un análisis riguroso sobre las distintas voces y poéticas que convergen dentro de sus páginas. Poco tiene que ver, pongo por caso, el formalismo irónico y d´orsiano del ayamontino Feu, con el lenguaje caníbal de su paisano Orta; el presentismo frío de De Padua, con la mirada reivindicativa y tierna de María Gómez o con el feminismo de raíz irónico de Mada Alderete; muy poco el marxismo militante de Orihuela, con el intimismo cálido de Angel Poli, la serenidad de Santiago Aguaded con el violento discurso de Violeta c. Rangel; el laconismo aforístico de Marcos Gualda con la retórica feroz de Eva Vaz, el neobeat de Stabile con el discurso sarcástico de Francis Vaz o la serenidad de Ruano; el discurso solidario de Diego González con el intimismo frío de Beatriz Price. Evidentemente hay ríos comunes, afluentes de una parecida matriz, pero en mi opinión falta una explicación que marque la territorialidad de cada uno, y aunque prepondera el realismo más corrosivo (Eva Vaz, Rangel, Orta, de Padua o Alderete)y acaso más reivindicativo (Orihuela, D. González, Stabile ), o irónico (Feu, Ruano, Price o F. Vaz) hay autores como Poli, María Gómez, Aguaded o Gualda que se salen un poco de ese rebufo, sin que sus discursos dejen de ser por ello muy interesantes.
Otro reproche es el insuficientemente explicado rasgo fundacional de "clandestino", que marca desde el subtítulo la presente antología, y que me parece errado en tanto que sólo a tres de los autores seleccionados les convendría semejante calificativo: Gualda, que es básicamente cuentista, y además muy bueno; Francis Vaz, mejor poeta que prosista, pero al que sólo se le conoce un libro, el realmente clandestino y sorprendente Artistas por supuesto y Beatriz Price, también inédita en libro. Desde luego el término clandestino encaja mucho mejor con autores como Jesús Morales, Manolo López de Cortegana, el también corteganés Lorenzo, el casi desaparecido Rafael Costa..., ninguno de ellos presentes en Carne picada.. Entiendo, en todo caso, que el vocablo responde a la actitud decididamente cimarrona y áspera de la mayoría de los antologados, pero hubiera convenido una explicación más precisa al respecto, y más teniendo en cuenta que viene de la mano de un poeta.
Se echa de menos también una bibliografía capaz de suplir la falta de información del prólogo, una noticia de cada uno de los autores (el único mencionado en el prólogo es Orta), así como un repaso histórico de la promoción, que permita conocer a los lectores foráneos, cuáles han sido los soportes, los hitos, las reivindicaciones o los escollos de la promoción que integra sus páginas. También hubiera sido radicalmente necesario hablar de criterios de selección, pues han quedado atrás nombres que yo creo imprescindibles a la hora de hablar de estos últimos años, como es el caso de los prometedores Nacho Vallejo y Miguel Mejía, así como de los más talluditos Nieves Romero, Jesús Morales, Rafael Costa o quien esto escribe.
Para acabar hubiera sido muy interesante haber citado a quienes de alguna forma han sido los precursores terráneos (Morón, Rafael Delgado...) y foráneos (Marcial, Carver, Céline, Ginsberg, Wallada, Álvaro de Campos, Ana Rossetti, Roger Wolfe....) sin los cuales es muy posible que esta promoción no existiera.
En cualquier caso, estos serios y ponderados reproches no deben leerse como un desmarque personal de una antología que toma distancia de las anteriores y pone el acento y la reflexión en aspectos ciertamente inéditos en la lírica onubense: tal es la relación, y no sólo de orden estético, de los poetas recogidos con respecto a su entorno; tal la voz sedicente y vocacionalmente marginal de muchos de ellos; tal el desapego a las convenciones rítmicas y métricas que tan presentes han estado en la lírica onubense (véase de Lara, Arcensio, Drago o Juan Delgado); tal la denuncia o al menos la puesta en evidencia de unos valores sociales, políticos y culturales que los poetas antologados -con excepciones- ponen en duda; tal el descubrimiento o al menos el desvelamiento sin tapujos ni elipsis de su propia corporeidad, entendida sin el menor sentido restrictivo; tal la condición urbana que empapa sus líneas -aquí el prologuista se encuentra particularmente certero-, del poeta que no apela a la palinodia, sino al presentismo, al aquí y ahora de impronta horaciana, con lo que esto supone de carga ideológica.
El poeta de Carne picada, y aquí radica su novedad, asume su cuerpo, su verbo y su calle, poniendo al descubierto sin parapetos verbales, sin esas neblinas insidiosas que tanto han prosperado por estos pagos, su propio conflicto personal y social, asumiendo con valentía su ideario, su sexualidad, su relación -frecuentemente híspida- con el poder, su propia condición de hombres críticos con una sociedad analgésica, consumista, insolidaria y descreída del hombre, donde se escucha todavía el grito de Münch, el aullido de Ginsberg, el pesimismo leopardiano, en fin, pura carne picada.

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