JOSÉ NOGALES, UN AUTOR OLVIDADO

 

DE CÓMO ACABÓ SUS DÍAS ROCINANTE

(Carta del Licenciado Pero Pérez, hallada en un archivo de la Mancha)


Mi amigo y dueño: No menos de un real de porte habrá de costarle la certinidad de lo que quiere saber, quiero decir, la noticia puntual de las postrimerías de la mejor pieza que comió pan en el mundo. No es mucho, si se atiende al suceso. Testigo fui y cronista soy dél, no más sino por servirle y halagalle, que todo se lo merece vuesa merced.

Enterramos al grande y valeroso caballero con pomposas exequias nunca vistas en este lugar. Su cuerpo aguarda el final Juicio en la fosa cabe el coro; su alma no sé dónde para, aunque tengo barruntos de que hallaría mejores ventas que en este valle de lágrimas.

Con el pan de la herencia se anegaron los duelos: "comía la sobrina, brindaba el arma y se regocijaba Sancho", que no parece sino que, pasados estos amargos trances y dejado el muerto en el cimenterio, los vivos se asen y cuelgan de la vida con tanta fuerza como si para ellos no estuviese determinado el acabar.

No faltaron algunas disputas que, con mediación de Dios y la nuestra, se redujeron en paz. El ama sacó salario y vestido de a veinte ducados; Antonia Quijana, su hacienda a puerta cerrada, y sus dineros a puerta abierta Sanchazo, que está como un canónigo.

Mas con estos cuidados de la codicia y ambición vino el descuido para Rocinante, que tres días arreo estuvo sin comer ni beber. Y aunque la costumbre luenga a la natura rehace, la soledad, desamparo, áspero ayuno, ausencia del rucio y acaso barruntos de la muerte de su amo, pusieron al sin ventura tan triste e imaginativo, que ablandada a las mismas piedras.

Cuando Sancho acordó y acudió con el pienso, hallóle en las últimas, a punto de boquear. Tentó la oreja y halló que la tenía fría como hocico de galgo. Repasóle de lomo y ancas, y no tentó sino punzantes huesos en todo el camino. Avisaron a maese Nicolás, quien, por ser quien era, le sangró al punto con mucha conciencia y calidad. Mas, con el remedio, quedó el doliente más mustio y descaecido.

Trujéronle las armas del caballero, con que se le alegró un poco la vista y dio señales de querer comer: mas no pudo pasar el primer bocado, que se le atragantó como bala de escopeta demasiado gorda para el cañón. Entonces Sancho el bueno salió al corral y comenzó a rebuznalle como que era el rucio, su amigo. Enderezó Rocinante las mortecinas orejas, de lo que imaginamos si a dicha, trayéndole el rucio verdadero, se esforzaría por vivir. Y así mesmo se hizo. ¿Quién vido jamás cosa tan lastimera? El asno, a vista de su agonizante amigo, rebuznó con grandísimo amor, y aquella notomía de caballo enlazó con su pescuezo al del rucio, como abrazándole por última vez.

Después de estas caricias, Rocinante se tendió de largo a largo en el suelo, con tanto reposo y gravedad como su amo, a quien no sé en qué cosas se le parecía. Nos miraba a todos, como diciendo: ¡Yo no fui loco y agora acuerdo; sino cuerdo antes y ahora y siempre!

Vino maese Nicolás a repetir la sangría; pero la hambre le ganó por la mano, y vimos que el noble animal tembló un poco, nos enseñó los dientes, alzó el belfo y se quedó mirando con ojos blancos y fríos, como dos pedazos de sal de piedra.

Llevó, como todo difunto, sus clamores: lloraron las mujeres, gimieron las vecinas -a quienes siempre es gustoso alborotar- dijo el bachiller cuatro sentencias y Sancho acudió con su ayuda de costa, con tan pulidas razones, que debieron ser traslado de las que oyera al caballero en los negros días de su locura y desatino:

"Libertad te da el que sin ella queda. ¡Oh, caballo, tan extremado por tus obras, cuan desdichado por tu suerte!".

Diéronle sepultura en el mismo corral, debajo de la oliva grande, de la que hacen la ofrenda de aceite para lámpara del coro, que arde encima de la fosa donde yace el cuerpo del Caballero. Por esto dice el Bachiller que el mejor día sale el ánima del Caballero montado en la lámpara y blandiendo un cirio.

De estas cosas de Rocinante no sé más que las apuntadas. Del rucio sé otras que, por si a vuesa merced no le interesan, no las pongo. No le puedo enviar ninguna prenda de las que dice, porque me ha confesado Antonia Quijana que vendió por junto, y en precio de ocho reales, todas las armas, arreos y matalotaje que sirvió a su tío y señor en sus desaforadas aventuras. Tan mohína y empachada la tenían estos trebejos.

Dios premie a vuestra merced, y a mí no me olvide. Besó las manos de vuestra merced.-Pero Pérez



Por la busca y captura,

José Nogales





DE QUÉ Y CÓMO MURIÓ EL ASNO DE SANCHO PANZA

(Carta del Bachiller Sansón Carrasco a Fray Damián Cornejo, maestro en Salamanca)

Vuestra Paternidad, señor mío, quiere hacer lo que Moisés: sacar agua de una roca pelada. Tal es mi cabeza al cabo de los años que anda puesta al sol y a los aires de la Mancha. No sé tampoco si dará lumbre: que agua y lumbre allá se van por lo milagrosas, si de mí se han de sacar.

De la familia de los Panzas no ha fenecido ninguno, salvo el rucio, y no por falta de refranes, que bien aprendidos los tendría, pues "no con quien naces, sino con quien paces", y haré saber a vuestra reverencia que Sancho está derrengado de puro dolor y pesadumbre, Teresa no halla consuelo en el mundo, y Sanchica, aunque casada y con hijos, dice que ahora se percató de que quería más al asno que a su marido, cosa que a nadie espanta por no ser mucha la diferencia. Tal fue el golpe para ellos.

Así como a los difuntos humanos se les rezan paternoster y avemarías a montones, a este difunto sin ánima le han rezado no sé cuántos jarros de vino cada día; que la mitad de la hacienda fuese en estas exequias y consolaciones. Teresa la gobernadora dice que no hay otro tal boticario como el vino y a Sancho se le van los ojos tras de la corambre en sus buenos y en sus malos días.

Aunque viejo, está Sancho muy en su punto de gordura, gravedad y coram vobis. Los sábados se afeita y mejora las barbazas en el "yelmo de Mambrino", que para este menester to trujo y mandó aderezar: Los domingos se honra con un sayo verde de cazador, y se pone una montera, que parece un preste. Y si no ha pedido ya silla en el coro y sitial en cabildo es porque no le den de retorno con su villanería en las narices.

Los días de Carnestolendas hay que oír a las dos Panzas, Teresa y Sanchica. Nunca vi tales despachaderas ni tal atanor de desvergüenzas. Todo porque los mozos hacen estación frente a casa de Sancho y mantean un perro que da gozo verle hacer tan lindas cabriolas.

El lance que Vuestra Reverencia quiere saber, ocurrió de esta manera: un sábado de los de afeite, mandó Sancho a Teresa fuese al molino por su costal, que el viento era de moler. Fue Teresa con su rucio, y llegó a tiempo que dos molineros se querían matar, el uno con una estaca y el otro con la tranca de la muela. Teresa, que vido esta escaramuza, como mujer prudente, metió el asno en el molino, y luego salió clamando favor al Rey.

Llegaron otros molineros y unos pastores, los cuales mediaron, mas no vinieron las paces tan prontas que el rucio no embaulase más celemines de trigo de lo que era menester. De más de esto, se empancinó de agua en la fuente del lagar, bebiendo como beata en Cuaresma.

Otro día, domingo, vino farándula para hacer un Auto: hiciéronlo en la plaza, con chirimías, bombardas y baile nuevo que no había más que ver. El autor era un gitano viejo con pelos de estopa, que luego supimos era el famoso Ginés de Pasamonte, el cual, llegándose a Sancho, que estaba embobado, le dijo: "¿Cómo va, Sancho amigo? ¿Sigue la señora Teresa platicando con su jarrillo desbocado? ¿Qué fue del rucio, el más dócil y ligero animal que voló por la campaña?"

A Sancho se le nublaron los ojos y le temblaron las pantorrillas, conociendo al pícaro. Y se le asentó que por el rucio venía toda aquella tropa y que cautivo y sin rescate lo había de ver, aunque tuvieran que sacárselo otra vez de entre las piernas, como al caballo de Suripante. Y con estas imaginaciones corrió a su casa, que halló cerrada y al asno por dueño y señor della; quien por no saber qué hacer hizo brecha en el costal de la harina, y tal se puso, que se dejó caer con la panza tan insolente y empandaretada que, sin esfuerzo, pudiera servir de atambor a la farándula.

Llamó Sancho a su vecino y compadre Tomé Cecial, hombre entendido: y entrambos determinaron los remedios, aunque el compadre decía que asno reventado no hace camino. Así fue, porque reventado estaba el más grande y famoso asno del mundo. Murió honradamente con la boca en el costal.

Afligióse el corazón de Sancho, y comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto que se oyó en el lugar: "¡Oh, hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis carnes, y finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con veinte y seis maravedís que ganabas cada día, mediaba yo mi despensa!"

Llegaron Teresa y Sanchica, y ahí fue el redoblar la endecha con tanto moco y donaire. "¡Como has muerto, mi vida; siempre en tus cabales"! No te dejaste hincar de las hambres, ni te llevó la miseria, ¡Oh, hijo, muerto has como un canónigo; dígalo el costal que está siendo tu cabecera!" Sancho no quiso que arrastrasen al difunto hacia lugar más aparente al caso, antes para honrarlo con mortaja, sacó de la arca cierto ropón con llamas pintadas y una gentil coroza con que adornó al rucio, segunda vez, como si fuese penitenciado.

Los mozos han costumbre de tañer un grandísimo pandero a modo de adufe morisco la noche de Natividad, y por haber rompido el que tenían, determinaron de hacer otro con el pellejo de la primera bestia que muriese, si estaba en sanidad. Y al punto acudieron por el rucio, con tanto ahínco y muchedumbre, que Sancho hubo de darlo con lágrimas como puños, temeroso de cualquier desaguisado.

Y es el caso que aquel mesmo día en que Sancho quería hacer el entierro de la carne monda, paró en el llano de las eras un carro de mulas con dos banderas pregoneras de que dentro iba hacienda de Su Majestad. Iban en el carro dos leones, y el leonero pidió por justicia la carne mortecina que hubiera en el lugar, y de no, que le proveyesen de otra, como cosa tocante al Rey y a su servicio. Vido Sancho que le quitaban la carne pecadora de entre las manos para matar la hambre de los leones, y mesándose las barbas, voceó: "¡Oh, si agora estuviésedes aquí, vivo y sano para tomarte con esos leones carniceros que se comen mi vida!" ¡No hallarías requesones en tu celada, sino ansias de mi corazón, para que cada bocado les saliese por una herida, y por cada mordiscón recibiesen mil muertes! ¡No sino que he de pasar la vida lleno de sustos por tantos leones como llevan a Su Majestad, que sin duda hará casta dellos, pensando yo en cómo mantenellos cual si fuesen parientes o se les debiera el diezmo!"

Yo le consolé diciendo que no todos los asnos que hay en la república pueden ir a la corte y hacer acatamiento, siendo tan bien recibidos como lo sería el rucio. Y que para sepultura no hay nada como un león, que es el rey de la selva y anda en los Evangelios.

Así, no ha quedado por acá más que el pellejo acomodado en la forma en instrumento que ya dije y cada vez que tañen en él se le encona la llaga a todo el linaje, y no hay sino echar refranes a espuertas, suspiros a destajo y jarrillos a manta, como si hubiere muerto algún ordenado con capellanía que dél comiesen y holgasen.

Este fin tuvo la donosa bestezuela que vido maravillas. Dios alargue el de sus amos, y el mío si me conviene. Y viva mil años vuestra paternidad para regocijo de las alegres musas y grave decoro de la sciencia.-El bachiller Sansón Carrasco.



Por el hallazgo y la copia

José Nogales