MANUEL MOYA

 

PUMA

Cuando desperté...

Augusto Monterroso





Desperté.

Tomé inmediatamente de la mesilla el cuaderno donde había esbozado a lápiz el retrato de Puma, mi cócker irlandés, temiéndome lo peor. Como presentí, el perro había desaparecido y no era la primera vez que algo así me sucedía. Durante meses, todos los animales que dibujé sobre el cuaderno egipcio desaparecían en la noche y no había manera de volverlos al cuaderno. Lo de Puma era algo distinto, pues había tenido la precaución de atarlo con cadena a una de las esquinas de la hoja, donde tracé un sólido pivote de hormigón. Pero me sentía mal. Era la cabeza, el estómago, la respiración...

Llamé al recepcionista que, de inmediato, se presentó con un médico joven y resolutivo. Pronto me vi rodeado por el típico grupo de curiosos que se hacía sus cábalas sobre la naturaleza exacta del mal, al tiempo que el médico se encogía de hombros, no explicándose lo de las convulsiones, lo del ahogo y finalmente lo de los vómitos de sangre.

Una hora más tarde, tanto el escenario como el reparto parecían ser los de otra película. Conducido en una camilla a toda velocidad por un largo y complicado corredor de hospital me temí lo peor.

En algún momento, mientras el camillero sorteaba los cientos de curiosos que nos salían al paso, perdí la conciencia.

Parece ser que la operación tuvo más complicaciones de las esperadas. Extrajeron un par de ponis que hacía meses me habían encargado para ilustrar la carátula de un video de zoofilia y que creí haber extraviado, un dinosaurio que me habían pedido para un especial sobre Monterroso, dos jerbos azules, regalo para mis sobrinos, una pantera que parecía dispuesta a abalanzarse sobre un recién nacido, la inquietante sombra del caimán encerrada en una botella, la conocida ardilla de una marca de galletas, un traje de visón colgado de la percha en el que encontrarían el sobre que finalmente aclararía el misterio de la cripta, encargo para una colección de novela negra, una colonia de cucarachas que, en su desmedido crecimiento, amenazaba con taponar ciertas arterias, un par de boas de las que sólo supe que... Pero lo peor, según dicen, fue rescatar a Puma, que expiraba muy cerca del corazón, con el cuello enredado, bien enredado en la cadena.