Gerhard Illi

 

El Control


Maldita sea, se dijo, ¿que coño voy a hacer ahora?, esos cabrones, ¿pero que pintan ahí? ¡Salvo fastidiarme la fiesta aún más! Con mala leche pisó abruptamente el pedal de freno, los ojos fijos en esa lucecita azul que se asomaba encima del horizonte. Por lo mínimo me percaté a tiempo, pensó acelerando el coche al girar ciento ochenta grados para alejarse cuanto antes de la zona de peligro. No hay derecho, todos los sábados, y encima hoy con mi papa tan gorda. ¡Pero cómo se atreven! ¿Eso es la libertad prometida, la vida sin represión, el futuro europeo, el resultado de la transición? ¡A la mierda con todo esto!
Y ahora ¿qué? Cantarrana o la Plaza de Toros, tiene que haber un pendiente, es que la batería ya no era la más nueva, no podía ser de otra manera, esto era su estilo de vida y no otro. Finalmente se decidió por Cantarrana, detrás del mercado hay apenas tráfico o transeúntes a esta hora Con dedos lentos examinó las bolsillas de su chupa, izquierda - derecha, arriba - abajo, nada, abrió la puerta del exprés rojo y poniéndose de pie registró sus pantalones. Lo que faltaba: estaban en la faltriquera del culo, arrugados, curvados, hechos una pena, mas ¿qué vamos a hacer? Se llevó uno a la boca y prendió fuego al pitillo. Con un movimiento rápido se deslizó al interior del carro y cerró la puerta. La noche estaba clara, la luna llena y la pelona al caer.
Todo comenzó tan bien: Querría ver el fútbol en La Morera junto con sus amigos de siempre disfrutando de una o más cervezas marca Guiness como era costumbre suya. Ya estaba apoyado en la barra, el cáliz lleno del liquido negro y espeso en mano, el equipo visitante acaba de marcar el primer tanto de una goleada anunciada, cuando apareció ella en el marco de la puerta, delgada, fina, su sonrisa tentadora recorriendo los labios y destellos de alegría emanando de sus luceros azules "Venga tio ¡vamos nos!" fue su saludo y cinco minutos más tarde se encontró dirección Aracena para ver, asistir, celebrar, o lo que sea, los rehiletes. Ella no solia beber y le habia prometido de conducir el coche en el camino de regreso, si hiciese falta.
La verdad es que el no la habia visto durante cierto tiempo. Parece mentira que en una sierra tan chica con tan pocos habitantes la gente se pierde tanto de vista, pero la realidad fue que bailaron el último rap en la feria de San Juan del Repilado, hace medio año Y ahora estaba a su lado, indagando todo con su curiosidad natural. Abrió la guantera, removió todo, cogió esto si y lo otro también, preguntó acerca de todo aquello y le observó la cara de vez en cuando.
Le era difícil contar todos los fuegos que habian visitado, más todavia recordarse de cada uno de los vasos con mosto de la tierra, eso si, que empezaron en la Plaza Alta y terminaron en la Discoteca, él por la ansia de engullir unos cubatas para rematar la faena y ella a causa de haberse encontrado con un amigo viejo que llevaba el mismo destino. Pues, él con su autoestima lo dejaba suceder, jamás creía que una mujer podría descantarse por otro en su presencia, asi que no prestó la atención debida y al vaciarse la discoteca se daba cuenta que ella ya no estaba. La muy puta se habrá ido con ese tio abandonándole a su suerte.
El frío empezó a subirle lentamente. Arrancar el motor poner la calefacción en marcha hubiera sido la solución, pero él en su dejadez no había previsto la posibilidad de tener que pernoctar en la capital, ni el desvio por Alájar para eludir el control de los verdes, contando exactamente con la gasolina necesaria para llegar a casa y por la mañana hasta el surtidor de la Nava. Es la última vez que saco las mantas del coche para lavarlas, ya se ve a que conduce todo esto, maldijo su situación sin abrigo y con la escarcha encima de la carrocería de su máquina. La ley de serie, o la de Murphy -"La probabilidad que la rebanada se caerá por la parte untada es directamente proporcional al precio de la mantequilla, a la pegajosidad de la mermelada y el valor de la alfombra"- es de un cachondeo supremo si uno la discute con amigos en un bar, pero cómo cambia la cosa si te afecta en una noche helada.
Sin mantas o Wiskhy - como demostró la búsqueda por todo el coche - para calentarse, la única salvación que le quedó era moverse, dejar la furgoneta mixta donde estaba y dar una vuelta a pie, quemar calorías en los músculos para mantener la temperatura corporal encima de 35 grados centígrados y ¿que mejor que una subida al castillo? Tomada la grave decisión bajó por la calle Mesones, los bares obviamente cerrados, cruzó el Paseo sin la bulla de los niños jugando bajo las miradas atentas de sus madres, atravesó la Plaza Alta en silencio, pasó por delante del cabildo viejo, las primeras gotas de sudor empezaron a cubrirle la frente a pesar de lo cual no disminuyó su andar.
El vaho blanco de su aliento le guiaba por la oscuridad hacia el recinto medieval lleno de leyendas templarías. Una neblina alba subía las laderas, unas torres ya estaban sumergidas en cortinas transparentes iluminadas por la luz argéntea de la luna. Le quedaba aún un pitillo, el último, dubitativo se lo metió entre los labios y le prendió fuego, ya no me importa nada, mañana será otra desgracia, lo que cuenta es el ahora, el resto vendrá de todas las maneras. Con los ojos perdidos en el horizonte rastreó el contomo sin saber el porqué. En la lejanía vislumbró una sombra que parecía moverse. Inseguro de si mismo - podría ser una alucinación, o el comienzo del delirio tremens - pero demasiado cansado para entregarse al pánico intentó centrar su mirada indagadora en la dirección de la aparición misteriosa, mas la bruma la sustrajo de su vista. Lleno de curiosidad - en el fondo era todavía un gran romántico, siempre en busca del absoluto, y por eso la vida le hirió sin cesar - penetró en la niebla cada vez más espesa. Había perdido ya el rumbo, a ciegas se movió por la hierba que corona la colina, tiró la colilla apagada, pero coño, ¿qué cosa es esta? fue como un rozamiento, y otro, una mano empezó a acariciarle la cara. El no oponía resistencia alguna, demasiadas cosas ya habían sucedido a lo largo de esta noche, vigilia de la Inmaculada, para no estar derrotado y aceptar todo que venga. Realidad o sueño, que conceptos equivocados, al diablo con todo esto, lo único verdadero son los putos sentimientos que te hacen mella en el alma, el resto no vale un duro, entrégate al presente, ese puente entre lo que ha sido y lo a venir, ese dulce momento ínfimo de impacto total. Cerró los ojos y se dejó caer en los brazos de ese fantasma desconocido. No obstante se llevó un buen sobresalto cuando escuchó la conocida voz llena de ternura preguntándole: ¿Me llevas a casa?, que no era una pesquisa, sino más bien un invitación. Pensando qué hubiera sido de esta noche sin ese maldito control, la tomó en sus brazos.

 

LEYENDAS

No hace mucho tiempo, una noche, la cual nunca olvidaré, llegué a una ciudad que se erige sobre una loma muy pronunciada dominando la llanura aluvial proveedora de tanta riqueza para los habitantes del lugar. Envuelto en misterio indescifrable me acerqué a la entrada del casco urbano. Delante de mi mirada se alzó una puerta monumental iluminada por la luz plateada de una luna llena saliendo indemne del último eclipse de este siglo. Sus cimientos formaron cuadros toscamente labradas que indicaron las raíces pretartésicas del recinto. El siguiente eslabón mostraba el paso de arquitectos púnicos, que cedieron su trabajo a los artistas de Imperio Romano. Las almenas ponían de relieve la importancia de la ciudad durante el dominio árabe, no en vano fue corte de un reino taífa. Al fin, por algunos adornos barrocos pude deducir que el sitio prosperaba también después de la reconquista, ya que el oro de las Indias pasaba por aquí en su camino hacia la Metrópolis. La calle me esperaba oscura detrás del arco principal, pero me negué de entrar aún, retrocedí algunos metros para contemplar esta maravilla durante un tiempo no determinado. Finalmente ya no pude resistir más y obedeciendo a una llamada secreta entré por el umbral para introducirme en un mundo lleno de encanto y magia. La iluminación artificial de la urbe se impuso suavemente a la luz selénica sin molestar. No se veían transeúntes, parecía un jardín virgen de muros esculpidos, de esquinas redondas, de callejuelas empedradas, todo sólo para mí. Tranquilo vagué por las entrañas de la villa, no era la primera vez que me perdí por este lugar, pero nunca ha sido por la noche. Cuando me aproximé a la plaza, divisé alguna gente, luego más personas y sin darme realmente cuenta me encontré metido en una fiesta popular. Bombillas colorados en forma de coronas colgaban en medio de la calle, el aire pesado tenía olor a freidoras, música folclórica de la tierra, compás de tres por cuatro, envolvía el ambiente, caras sonrientes, llenas de curiosidad, niños traviesos, padres generosos, parejas mano en mano, abuelas alegres, toda la zona sin coches que estorban, todo de gala, preparado para ....
Exactamente esta era la pregunta que me hice. Me dirigí a un bar, pero desistí de entrar a causa de la bulla, que me impedía el paso, así que me fui a un puesto de cerveza y me sirvieron el zumo de cebada en un vaso de plástico. "¿Qué santo tiene el honor de ser celebrado de tan magnífica manera?" quise saber del tendero. "¡Qué sé yo! No se trata de fiestas patronales, ni de virgen alguna, la idea de la velada surgió espontáneamente entre los vecinos, es la primear vez que sucede, y que yo vivo aquí ya más de ocho lustros" era su información. Vacié el vaso y abriéndome paso caminé hacia la plaza pequeña que se encuentra entra la iglesia y el ayuntamiento para entrar en una tasca, cosa que tanto me gusta. Esta vez si me sirvieron la cerveza en una jarra de cristal transparente. Sumergido en la masa que se arropó entorno a la barra, tropecé con un típico intelectual fácilmente reconocible por sus gafas schubertianas. Decidí interrogarle sobre la fiesta. Según me contó, el formaba parte de la comisión de festejos. Un buen día, alguien tenía la ocurrencia de montar una verbena en esta estación extremamente vacía de celebraciones populares. Se halló un motivo, el regreso de la princesa mora, la última sobreviviente de la reconquista castellana, la cual, logrando escapar juró volver un día para retomar el mando de su reino perdido, sea ella misma, sea una descendiente suya, habiéndola traicionado todos los hombre, principalmente de su propia familia, de manera tan cobarde. Bebido el líquido amarillo, salí una vez más a la calle oara dejarme llevar por la corriente de bullicio.
Por callejones estrechos, cuestas empinadas, correderas anchas deambulaba, hasta que vi a una mujer joven sentada en una terraza algo fuera del recinto festivo. Era morena, ojos en forma de almendras, que destellaban alegría, pelo lacio, no demasiado corto y teñido de henna orlando un rostro lleno de curiosidad inocente, una risa casi imperceptible recorrió sus labios finos y rectos, la blusa blanca adornada con motivos hippies cubría sus hombros, el viento mecía ligeramente la falda sembrada de ornamentos dorados, que dejó adivinar unas piernas esbeltas. Me paré en seco, millares de neuronas se encendieron al instante: Flash. No hubo más: FFF LLL AAA SSS HHH. Me dirigí a su mesita y con la voz más tonta la pregunté, si se dejara a invitar a una copa. Me miró con ojos llenos de jocosidad: "¿Por qué no? Hombre, pero debe ser una copa de helados en una noche no precisamente fría". Accedí y me senté a su lado. En el transcurso de nuestra charla llegué a saber que ella no era de este lugar sino de tierras situadas más al norte, cosa que me también delató su acento por la última sílaba algo alargada. Mientras ella mantuvo el bol con sus manos delgadas, sin callos ni rastro de trabajo duro, para sorber los restos líquidos que quedaron del helado, propuse mostrarle la ciudad, cosa que aceptó encantadísima. Así que me encontré otra vez subiendo la pendiente dirección a la plaza, sin embargo ahora acompañado por una belleza sin par. Su interés por todos los detalles me llamó la atención, quería saber la historia entera, preguntó por los escudos labrados de las casas señoriales, indagó los nombres de las callejuelas y plazuelas, no se cansaba de mirar, parar, observar, jamás me sentí tan feliz haciendo de cicerone.
Pasada ya la media noche cogí suavemente su mano izquierda y la guié por la bulla hacia una explanada cerca del parador. No se había escapado que los carteles anunciaban unos magníficos fuegos artificiales. Envueltos por un sonido estruendoso e iluminados por un cielo refulgente no pude oprimir mi curiosidad por más tiempo. Con voz dulce le dije: "¡Dime! ¿Por qué te fascina tanto este lugar? Pues no me parece normal tu ahínco de querer saber todo de este lugar, siendo de una región distante". "Mira" me respondió "Mis dos apellidos son como el nombre de esta villa. Desconozco la causa de esta coincidencia, sin embargo, dicen en mi familia que algún día volviese a este sitio, y hoy se ha cumplido". Le contesté en media broma: "¿Y qué, cómo te gusta tu ciudad?". "Me ha sorprendido, estoy totalmente feliz, espero que los habitantes lo sean de manera igual, lástima que mañana por la madrugada tengo que coger el autobús, ignoro si regresaré un día, pero no es malo conocer su ciudad" me afirmó con una risita angelical. Tomado el cielo otra ves por la luz plateada paseamos lentamente sobre los adoquines sin que hubo gente que nos molestara. Al final llegamos a una alameda donde nos sentamos en un banquillo debajo de una copa frondosa. Hablamos de leyendas, contamos historias de princesas embaucadas, de caballeros andantes, de moros y cristianos, de romanos y celtas, de tartesios y púnicos, mil relatos llenos de magia y sin darnos cuenta caímos en un pozo de ensueño, me perdí en sus luceros oponiendo ninguna resistencia, su encanto me llevó a países jamás conocidos, pisé el paraíso lleno de bienaventuranza ...
Un rayo de sol que se asomó encima del seto enfrente me cosquilló la cara, abrí los párpados, miré a mis alrededores, me encontré solo, ni rastro de mi compañera de anoche, me froté los ojos, nada, o ¿qué si? ¿Qué era esto que me rasgaba el cuello? Una fina cadenita con colgante mudéjar luciendo el escudo de la ciudad. Sobresaltado me levanté y empecé a recorrer las calles sin rumbo aparente, no obstante en búsqueda de algo muy concreto. Exhausto dejé mi persecución loca para entrar en un bar mañanero y pedir una copa de aguardiente. Necesitaba pensar, ordenar mis impresiones tan inconcretas, encontrar un punto para volver a este mundo. Al pagar el camarero me sentenció: "Vaya rollo de princesas moras, todo leyenda, sin sentido". Sacudido por una carcajada le repliqué ya debajo del umbral de la puerta: "¿Leyendas? ¡Quién sabe!"