RUDY GERDANC

 

LA FLAMA VIVIFICADORA



Mi verdadera vocación cuentística viene de familia. Papá era un extraordinario narrador de cuentos. Era tan hábil que mucho de ellos me los hacía vivir, no sólo con los más lúgubres detalles sino con escenas explícitas, decorados y demás artilugios característicos del género.

El último que me contó fue uno de los más patéticos que jamás haya escuchado persona alguna.

Una tarde regresé de mis largas vacaciones en la casa de campo del abuelo, el padre de mi padre, otro versado en la materia. Al abrir la puerta fruncí la nariz, algo olía mal, un hedor nauseabundo a pescado podrido flotaba en el ambiente. Me dirigí al cuarto de mi padre y lo vi tirado en su cama, en estado deplorable, con los ojos cerrados y la boca medio abierta, de la cual salía una larva blancuzca.

No lo pensé dos veces, rocié su cuerpo con alcohol de quemar y le prendí fuego.

Entre la flama, el cadáver comenzó a bailar como si estuviera vivo.









LOS CONQUISTADORES



El padre Hortelano y el adelantado Francisco Fuscano se encontraron frente a una escultura azteca. El padre comenzó a reír descaradamente ante semejante monstruo profano. Dijo: - Mira que ídolo más ridículo adoran estos salvajes.

- Padre... Ħes de oro! -dijo el adelantado.

El padre Hortelano se arrodilló y comenzó a besar los pies de la esfinge dorada.